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Sería muy tonto negarlo, pero Mónica me
conoció en el mejor momento de mi vida.
La había conocido entre amigos de la
universidad, entre cursos y cursos, entre cigarrillos que desfilaban, uno por
uno, conversando en su facultad o en la mía ¿Fue Francesca la quién me la
presentó? Ya no lo recuerdo, lo cierto es que nos llevábamos muy bien.
Algunas veces iba a mi casa a visitarme y
salíamos a caminar, me gustaba cómo se sentaba a escuchar mis historias, cómo
era tan simple soltar carcajadas tan sueltos, tan naturales.
Pero también debo de decir que algunas veces
me sacaba de quicio sus raros caprichos y su detestable manerita de comportarse
en ciertos momentos, de ser tan hueca, tan superficial… tan, realmente, estúpida.
Eran buenas épocas, siempre interesado en
renovar mis lecturas, escuchar buena música y todo el tiempo estaba acompañado.
Tenía enamorada, también, pero no estábamos en la misma órbita. Y el problema
de Ximena, era el mismo de Mónica, pero exagerado. La superficialidad en su
máxima expresión, la forma tan hueca de ser que, extrañamente, nunca terminó de
gustarme. Sospecho que solo fue el cabello rubio de Ximena, la piel clara, lo
fácil que fue engancharnos. Ximena.
Pero Mónica estaba ahí, tan dispuesta en cada
momento.
Una noche me pidió estudiar juntos o a lo
mejor yo se lo pedí, que es lo menos probable. No sé cómo, pero nos fuimos
olvidando de los cursos, empezamos a hablar y terminamos besándonos en mi cama.
La conciencia jugó conmigo a los pocos días cuando me di cuenta que eso nunca
debió pasar, no solo porque su mejor amiga y yo estábamos en las mismas, si no
porque Mónica era una buena amiga, y después de ese beso, ella no dejaría que
las cosas vuelvan a ser como antes. Porque
todo el mundo me decía “Gonzalo, Mónica está muy interesada en ti, no le hagas
ilusiones.” Y mi error más grande fue abrir la escotilla, alimentar esa ilusión
casi enfermiza con un beso apasionado, recostados en la cama y leyéndole
algunos versos de Neruda, cuando en lo último que pensaba era en empezar con
algo que no tenía ni pies ni cabeza, ya suficiente tenía con Ximena y la amiga
de Mónica.
-Gonzalo ¿Qué es lo que somos? – Me dijo una
noche Mónica.
Pensé en lo que Jorge siempre me decía, cuando
una mujer pregunta cuál es su posición en lo que va sucediendo, es la última
oportunidad para formalizar todo o acabar con todo, son dos caminos
antagónicos. Lo raro es que yo acabé con todo y rompiendo la teoría, las cosas
siguieron igual.
Y en verdad, en aquel momento, hablar de
sentimientos conmigo, era como hacerlo contra la pared.
Llegó el verano, ella viajó a Miami y ni
siquiera me inmuté, estaba tan ocupado en asistir al trabajo, en gastar mi
sueldo con amigos, comprar libros y salir todas las noches que pueda de las
vacaciones.
Los días soleados de Lima avanzaban, terminé
con Ximena, vi a Natalia, mi ex, nos besamos en el bar. Salí con Mariagrazia a
jugar billar, a conversar perdiéndonos por las calles de La Molina, la besé en
la puerta de su casa. Grecia, una amiga de un par de años, apareció al estar buscando
compañía tras terminar con su enamorado, salimos a comer en parejas, la besé
saliendo del restaurant. No faltaron las fiestas en casa, las discotecas lejos
del sur, donde la gente se aglomeraba a divertirse bajo el sol, algo que
realmente no terminaba por convencerme.
Es por eso que, para cuando Mónica había
regresado de Miami, noté que no había extrañado nada de ella, estaba tan
ocupado cumpliendo con una agenda social que cuando volvimos a salir, fue una
cita más que tachar en dicha agenda.
Las clases volvieron y ¡Vaya coincidencia!
Debía de llevar un curso más con Mónica.
Pero lo mejor llegaba en ese momento, nos
volvimos más amigos que de costumbre, empezamos a ir a las mismas fiestas y/o
reuniones y más que ser la parejita que no se compromete del grupo, pasábamos
desapercibidos como dos buenos amigos. No es que ella haya ocultado a todo el
mundo que no éramos nada, por el contrario, Mónica era la mujer que marca
terreno de forma prepotente, antes de que otra acechadora se acerque a
olfatearme con raras intenciones que pusiera en peligro su posición frente a
mí, porque si bien no teníamos el título de enamorados, tampoco ella iba a
dejar que ninguna extraña crea o sienta que solo éramos amigos.
Yo también me había acostumbrado a responder
lo mismo de siempre, decía que efectivamente, no éramos solo amigos, pero
tampoco sosteníamos una relación, estábamos en ese momento previo, en la tierra
de nadie. Lo que no esperaba, es que los beneficios que yo tenía a favor de mi
independencia, ella también los tenía, y no sospechaba que ella me iba hacer
pagar una por una de las cosas que yo hacía.
“¿Quién los entiende?” Nos decían las amigas
en tono burlón y, no se equivocaban, ¿Quién nos iba a entender? Cuando
estábamos solo todo era genial, yo la quería, yo la adoraba y pasar tiempo con
ella era lo mejor que me podía pasar. Me encantaba ver televisión juntos, comer
mirando una película, quedarnos dormidos en el sofá y en la noche compartir los
cigarros al ritmo de Joaquín Sabina, Fito Páez, Andrés Calamaro o Charly
García. Éramos dueños de nuestro propio mundito que ambos llegamos a conocer.
Pensándolo bien, Mónica era la mejor amiga, la mejor compañera que había
encontrado y yo lo echaba a perder todo con mi mala actitud, con mi fascinación
por estar solo, por no tener alguien que me aceche a cada rato, preguntándome
qué es lo que estaba haciendo fuera de mi casa a tales horas de la noche, que
me digan con quienes debería de juntarme o con quienes no. Pues si bien una
relación no necesariamente debe ser una lista de reproches y cuentas por rendir
al momento que se deba de pedir, con Mónica, con lo bien que me conocía, iba a
terminar siendo eso.
¡Qué mala actitud que tenía! Y yo era capaz de
dormir como un bebé con la consciencia tranquila, tragándome todas las porquerías
que ocultaba bien.
Un año lectivo universitario pasó de forma tan
rápida, que me sorprendió cuando me di cuenta que estaba al borde de reprobar
un par de cursos, y de hecho, los reprobé.
Llegó un verano más y en una fiesta fuera de
Lima, a esas de las que sería incapaz de asistir, conocería a Diana, la mujer y
el gran encuentro en esos momentos. Y Mónica encontraría a mi verdugo, mi mejor
amigos y la fugaz relación que tuvieron, sería la que desataría, en mí, las
múltiples sensaciones que me destrozarían por completo.
1 comentario:
Me parece leer ''nuestra historia''... Y está buena.
La que NO existe, Monica :)
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