diciembre 12, 2009

El reencuentro eclesiástico

-Hueles a cigarro –me dijo cuando la salude. Estaba más guapa que de costumbre, hacia mucho que no la veía ¿Una año? Quizá dos, pero no podía negar que estaba más bonita que antes, cuando recién la conocí.

No sabía que hacía ahí, había pasado mucho tiempo sin que yo participara en algo de la iglesia, pero mi hermana me dijo que la ayudara a envolver regalos para la campaña de navidad.
Nunca me sentí identificado con la iglesia, incluso cuando formaba parte de ella, siempre sentía un “deber”, nada me nacía, todo lo hacía porque lo tenía que hacer. Quizá por eso me fui, obviamente volví por un tiempo, pero fue peor que el inicio, así que hui por segunda vez y esa iba a ser la definitiva.
Lo único bueno de la iglesia fue Jessica (que ahora estaba muy diferente). La conocí en una campaña de navidad tres años atrás. Para esa época ambos estábamos en el colegio, teníamos la misma edad y siempre nos cruzábamos en los diferentes eventos de la iglesia. Tenía el cabello oscuro, de piel clara, de ojos brillantes y una mirada que solo causaba ternura. Yo por el contrario, estaba en el hoyo.
Hablábamos mucho desde que me envolví en el rollo eclesiástico, hablábamos mucho de nosotros, de mis relaciones, de sus relaciones, de mis amigos, de sus amigos, de mis anécdotas, de sus anécdotas… nunca nos falto un tema. Muchas veces pasaba a recogerla a su casa para ir a misa, para ir al rosario, para hablar toda la noche juntos.

Y ahora estaba ahí, criticando el perfume del tabaco que despedía mi polo.

-¿Haz fumado? – me preguntó mirándome como esas veces.
-Un poco.
-No deberías hacerlo, hace mucho daño…

Y mientras me resondraba me perdía en sus ojos. “Si tan solo no estuviera en la iglesia” pensaba de una manera energúmena.

Nos pusimos a envolver regalos, hablamos mucho, pero eran tonteras a comparación de nuestra camaradería de antes. Me hablaba de que su vocación estaba en duda, cosa que en ese momento no entendí y yo metí mi nariz diciéndole que yo también dude de mi vocación hacia ya un año, cuando era estudiante de Finanzas en ESAN, dudaba de esa vocación porque dedicaba más de ocho horas a leer y a escribir, huía de clases, iba a un barcito que quedaba por la universidad Católica y que, obviamente, lo único que quería era ser estudiante de literatura en la San Marcos.

-No Luis, no me estas entendiendo. Estoy en duda, no sé si ser monja.

Me quedé paralizado, dejé por un momento de envolver. Pero ella seguía igual, envolviendo, sin darse cuenta de mi reacción.

-Lo he pensado mucho, pero no se qué hacer con mi vida. Me va bien en la universidad, pero siento que esto no me llena por completo.

Volví a empacar el regalo, no opinaba mucho ¿Dónde diablos estaba la Jessica de antes? La que obviamente sabía que quería tener hijitas y ser una mama a tiempo completo y mimar a su marido como nunca lo hizo con otra persona ¿Dónde está esa Jessica? Que lo único que quería era ser profesional y casarse de blanco.

-¿Tu qué opinas? –Me dijo de golpe, clavándome esa mirada tan dulce de siempre.
-No sé –Obvio que no sabía, si cuando estaba en la iglesia ella era la única, con la que me casaría, con la que tendría una familia feliz.

Me reí y le dije que se tranquilizara, que hay tiempo. Y le cambie de tema.
Me empezó a preguntar por mí, sobre mi vida, mis relaciones recientes, ¿Qué opinaba de la vida?...

-Dime Luis ¿Todavía quieres ser escritor? –Creo que ella era la única chica a la que le había dicho que quería ser un escritor profesional, en una reunión.
-No sé, ya no escribo como antes. Ya no leo como antes. Nunca tuve el talento flaca… nunca lo tuve.

Recuerdo que una vez nos quedamos mirándonos en la puerta de su casa, estábamos a punto de besarnos, ganas no nos faltaban, incluso ella me estaba cogiendo de mi mano. Pero nuestros principios capellanes hicieron que nos despidiéramos rápidos y que le pida mil disculpas.
Cuando ya era tarde, todos se estaban yendo del Centro Pastoral (una suerte de casa que acoge a todos lo que están interesados en ser miembros de la iglesia… que raro que me acogieron a mí).

-¿Nos vamos?

Si esa frase viniera de una chica normal, de alguna chica que no está involucrada en la iglesia, la hubiera cogido de la mano y la hubiera acercado a mi boca hasta sentir apretados nuestros labios. Pero asentí con la cabeza y le dije: “Vámonos”
Caminamos un par de cuadras juntas, ella me seguía preguntando sobre mí, yo respondía y trataba de no chocar contra sus creencias que alguna vez también fueron mías.

-Bueno, me tengo que ir. Cuídate –Me beso la mejilla y agrego –Estas muy diferentes, no eres el de antes. ¿Desde cuándo eres tan pesimista? ¿Dónde diablos esta el Luis que conocí hace tres años? Tienes una cajetilla grande en el bolsillo y te apuesto que solo quedan pocos cigarrillos, apuesto a que bebes todos los fines de semana ¿Qué tienes Luis? Ya no miras las cosas como antes. Tú me enseñaste a ver las cosas por el lado bueno. Con un par de preguntas me bastaron para darme cuenta que estas en el hoyo, que estas tocando fondo. No es nada físico… pero emocionalmente estas muriendo. Llegaraáun momento donde no aguantarás más.

-Lo siento Jessica. Adiós.

Me fui y volví a prender un cigarrillo, aturdido, pensando en cada palabra que me dijo ella.
Cuando boté todo el humo de mi boca, volteé a ver si ella estaba ahí.

Y me estaba mirando desde hacía un buen rato.