13
-No vayas a esa fiesta, por favor. – me pidió
Diana esa sábado por la tarde.
-Pero es un viejo amigo, no puedo hacerle eso.
– dije un poco extrañado.
Diana nunca había sido una de esas personas
que te dice lo que debes o no hacer, nunca iba a negarme amistades o peor aún,
nunca me negaría estar con mis buenos amigos una noche.
-Tengo un raro presentimiento, por favor,
créeme.
Pero todo estaba claro, no iba a hacerle caso,
sobre todo porque esas fiestas, después de la locura, llegaban las
conversaciones que mantenía con Jorge.
Me despedí con un beso en la mejilla de Diana,
aquella tarde solo caminamos por Barranco, curioseando entre bares y cafés,
entrando a tienditas extrañas y finalmente, caminando cerca al mar. Su compañía
era fácil de sostener y divertida de llevar con las conversaciones que no
dejaba de sorprenderme. Sabía mucho de cine y teatro, me recomendaba tanas
películas que terminaba por olvidarlo todo y a veces debía de llamarla para
recordar los títulos y los directores que tanto repetía con exaltación. Diana
era así, una metralleta para conversar, se emocionaba con lo que decía y una
señal importante de saberlo era cuando conversaba levantando la mirada con una
sonrisa de niña y gesticulando más de la cuenta. Sabía todo lo que debía de
saber como para opinar quiénes podrían ganar el premio de la academia.
Llegué a mi casa a las ocho de la noche, listo
para ducharme y cambiarme para ir a la fiesta. No me demoraría demasiado,
escoger ropa no es difícil para mí, así que me daba tiempo para avanzar y
encontrarme con Jorge.
Cuando salí del colegio, no pensé en volver a
verle la cara a nadie, y eso, hasta cierto punto, me alegraba. No porque no me
caía nadie o por ser un inadaptado social, lo que pasa es que siempre fui un
apátrida a dónde iba, estuve en siete colegios en toda mi vida colegial, lo
suficiente como para no terminar de involucrar demasiada amistad con nadie,
pero lo suficiente como para vivir el relajo que comprendía el colegio.
El mejor grado fue cuarto de secundaria, antes
de eso yo era un adolescente que montaba una patineta, que escuchaba la música
que estaba de moda y jugaba fútbol todas las tardes en el parque que estaba
cerca de casa. Pero en cuarto de secundaria llegó un profesor nuevo de
Literatura, un profesor diferente entre todos los demás. Traía el cabello más
largo de lo que debía y llevaba tan bien el curso, que dejaba a todo el salón
hipnotizado cuando contaba las novelas de los escritores de las vanguardias que
íbamos estudiando. Fue él quien, un día después de clases, nos quedamos
conversando y me recomendó que leyera Demian de Herman Hesse y fue el gran
cambio. Cada vez que alguien me pregunta en qué momento empecé a leer y a estar
en este mundo, siempre lo atribuyo a ese libro, a tal punto que podría marcar
mi vida en un antes y un después de leer a Herman Hesse.
Con Demian, luego llegó Sobre las ruedas y,
finalmente, El lobo estepario. Libros que me dejaban desvelados y que leía con
intensidad. Luego yo solo descubrí a Julio Ramón Ribeyro que me acompañó con el
descubrimiento del Rock & Roll clásico.
Y ha sido una buena costumbre el leer en
clases que poco o nada me importaban como Química, Álgebra o Trigonometría,
quizá Física y Aritmética también. Pero en el curso que definitivamente iba
preparado para leer por dos horas, era Biología.
Despertar la Literatura en mí, fue por fin
hallarme dentro de un grupo, aunque en ese momento me sentía más solo que de
costumbre. Por fin sentí lo que debía hacer, a lo que debería dedicarme. En el
momento inesperado, encontré mi vocación. El problema fue que no supe moverme
bien, lo suficiente como para cometer errores en mis elecciones.
Digo que fue hallarme en un grupo, ya que en
quinto de secundaria conocí a Jorge porque encontré versos que él escribía en
la última hoja de su cuaderno y empezó el vínculo que nunca se ha roto,
escuchamos Fito Páez y él leía a Neruda y yo a Ribeyro. A los pocos días fue
Yngrid quien me presentó a Alfredo Bryce y a Soda Stereo. Me sentía cómodo en
algo que debía hacer.
El tutor me dijo que no tenía nada que ver con
mis notas, pero tenía que ver con mi coeficiente intelectual, el que esté en el
primer salón de estudios, porque realmente en ese salón era cola de León, y, en
cambio, en el segundo yo era cabeza de ratón. Bueno, no cabeza, quizá cuello y con
suerte, quizá, cadera.
Cuarto de secundaria también fue empezar a
fumar a escondidas con el uniforme y en las reuniones salir al patio para que
nadie nos viera. En ese momento le dabamos rienda suelta a conversar de lo que
leíamos, de las películas que habíamos visto y las nuevas canciones que
debíamos escuchar.
Jorge me unió a sus amigos, Freddy, Renzo,
Diego y Ruben, con los cuales conformamos un sexteto inseparable. Todos los
días de clase, a todas las horas, nos sentábamos los seis juntos, en carpetas
de dos en dos y esperábamos el despiste del profesor para bromear o reírnos más
de la cuenta.
Era por eso que debía de asistir a esa
reunión, porque vería al resto del grupo con el que teníamos una fecha exacta
para reunirnos, el cumpleaños de Freddy, que abría su casa para hacer una
fiesta a todo dar. Su mamá, que con el tiempo sería una consejera para el resto
del grupo, nos dejaba divertirnos en su casa. Incluso nos dejaba dormir ahí y a
la mañana siguiente nos despertaba con café y un desayuno que no solo eran
buenos para el cuerpo y la resaca, era la tertulia matutina para reconstruir
los hechos de la noche anterior.
Llegué a la casa de Jorge, donde deberíamos
encontrarnos todos y a quemarropa me preguntó.
-¿Sabe Mónica que Diana ha vuelto?
-No. – respondí, nervioso.
-Deberías de tener cuidado, no sé cuál es tu
afán por meterte en problemas, pero de verdad deberías de elegir entre una de
las dos. No me digas nada, porque sería tonto de tu parte que me digas que con
Diana solo son amigos. Te conozco hace cinco años y en verdad también me
preocupó verte mal por Mónica, pero ya déjate de tonteras ¿Ok? Es hora de que
tomes las riendas de lo que piensas hacer. Diana y Mónica son diferentes, pero
no le puedes hacer esto a ambas, tienes que escoger.
Toda la conversación se sostuvo tras esa última
frase, yo no les podía hacer eso y era obvio tener que escoger, pero mi cabeza
ya andaba hecha todo un tumulto.
A la media hora apareció el resto del grupo,
de par en par, con lo que terminamos cambiando de conversación y poniéndonos al
día. Es raro cómo trabajan las amistades largas y duraderas, sobre todo el
hecho de reencontrarse después de varios años, donde vuelves a ver al grupo que
te acompañó en la travesía del colegio. Lo divertido de la funcionalidad de las
personas es que mientras pasan los minutos de las conversaciones, recuerdas que
el que te caía mal, aún conserva esos pequeños detalles que detestabas de ese
compañero. Recuerdas que, el más gracioso, aún conserva esa chispa que te entretenía
con las ocurrencias en un momento aburrido de la clase. Esos pequeños
fragmentos de la personalidad, que se asoman y te recuerdan las características
de ellos, es lo que hace el vínculo más humano de la amistad, es un reflejo
fugaz de un instante junto a ellos en el que te puedes reconocer.
A la hora llegamos a la casa de Freddy y la celebración
estaba en todo su esplendor. La música a todo volumen, las parejas bailando, algunos
conocidos esparcidos por un rincón u otro, la mesa llena de una variedad
incalculable de tragos y nosotros éramos los reyes de la fiesta. Saludamos a la
mamá de Freddy que, como si fuéramos hijos pródigos, nos recibía con alegría
después de ausentarnos varios meses. Freddy era un buen amigo, diría yo que el
más cuerdo entre los demás, su condición de hermano mayor irremediablemente lo
volvió un tipo muy responsable a muy temprana edad. Siempre estuvo cerca al
grupo, pero su presencia era la de una fantasma, era como si siempre estuviera,
pero no estuviera. No ponía objeción a las ideas locas que poníamos para
divertirnos, por el contrarío, se reía y daba rienda suelta a los disparates.
Muy contrario a Diego, que era un poco más emotivo y romántico, lo he
considerado mi hermano mayor desde que lo conocí por el simple hecho de que
siempre me cuidó cuando desde que entré al colegio. Me llamaba para jugar
fútbol junto a los demás y me presentaba a las faldas más simpáticas que se
paseaban por los pasillos y los salones. Lo admiré desde que lo vi, su forma
tan rígida de estudiar, su disciplina exasperante para atender la clase, tomar
apuntes, repasar y hacer las tareas como si fuera algo tan simple y que a mí me
daba flojera de tan solo pensarlo. En el fondo y en silencio, quizá lo
envidiaba, pero fue un amigo tan generoso que ambos nos volvimos buenos amigos.
Renzo y Rubén eran como el agua y el aceite a primera estancia, pero eran más
amigos de lo que aparentaban no ser. Aún los recuerdo molestándose en el salón,
Renzo fastidiándolo sin parar y Rubén teniendo una correa modesta riéndose,
también, sin hacer ningún gesto de desagrado. Renzo era tan viril como el mismo
lo podía decir, jugó de arquero para la división de menores de Club
Universitario, desde ese momento hizo fibra su estructura muscular y yo lo sé
muy bien porque una vez, entre bromas, un puñete me dejó sangrando. Renzo nunca
iba a decir no si tenía que agarrase a trompadas con alguien, dentro de sus
cabales, no estar en una pelea, era lo peor y exactamente por una pelea, fue
que lo expulsaron de su anterior colegio y terminó entrando al nuestro. Rubén
era más tranquilo, muy despreocupado, pero exageradamente inteligente, llevar
el ser despistado e inteligente era una fórmula que la sabía llevar muy bien.
Todos en el grupo predecíamos un futuro brillante, ya que acabaría la
secundaria con quince años y sin dudarlo dos veces ingresó a ingeniería. La
imagen que tengo grabada de Ruben, es la de él tosiendo gravemente tras sus
primeros cigarrillos que compartía conmigo saliendo del instituto donde
estudiábamos inglés.
Conversamos de todo, como era de esperar
Freddy había cambiado de novia por cuarta vez, Diego se había ilusionado de una
flaca que, por lo que nos contaban otros amigos, no era muy recomendable y, obviamente,
Renzo seguía molestando a Rubén.
Toda la noche estuve cargada de risas, de
recuerdos y de brindis consecutivos por los viejos tiempos, por el reencuentro,
porque cada uno iba construyendo, a su modo, su propio futuro en lo que
realmente le gustaba.
Y entonces apareció Claudia deslumbrado a toda
la fiesta con su sonrisa coqueta. Todos me pasaban la voz “Ahí está, Gonzalo
¿No te acuerdas?” y sí, si algo debía de acordarme de Claudia, era de su forma
agresiva de besar, destrozándome los labios inferiores de una forma tan sensual
que terminaba revoloteándome los pantalones. Fue un par de años antes cuando
Mónica estaba en Miami. Fue en una reunión de verano, de las que acostumbra a
hacer Freddy para todos aquellos que, como yo, detesta las tardes en el sur.
Esa noche bailamos, no hablamos y terminamos recostados en el sofá de la sala
besándonos hasta quedar excitados por lo que queríamos que pase y no podía
pasar.
Y ahí estaba ahora, sentada a mi costado,
pidiéndome encendedor y preguntándome cómo me había estado yendo, que ya le
habían contado que yo tenía enamorada y por favor, sírveme un poco más de
whisky Gonzalito, que yo también estoy saliendo con un chico. Era como diez
años mayor que ella, todos me contaban que se la veía llegando a su casa en una
camioneta y que había estado muy desaparecida
¿Entonces a qué había venido a la fiesta?
-Para verte pues, Gonzalo, no te hagas el
loco, hermano. – Me decía Diego terminando su cerveza.
Y esa respuesta no estaba tan lejos de la
realidad, quizá entre bromas Diego me estaba diciendo algo que había notado.
Pero lo que no notaba, es que en verdad con Claudia, no iba a conversar más de
cinco minutos. Así que nos dedicamos a llenar nuestros vasos con whisky o
vodka, pero nadie recordó en qué momento ya estábamos tomando tequila y
saltando en medio de la fiesta. En un momento nos miramos, sonrientes y nos
quedamos algo pensativos ¿Qué podía decir en ese momento? Nada, porque ni
siquiera se me ocurría decir nada cuando estábamos muy sobrios, porque Claudia
siempre tuvo esa personalidad muy impactante, segura, es de esas personas que
hacen temblar el piso y la actitud tan fuerte que todo el mundo voltea a verla
cuando entraba a cualquier fiesta. Me abalancé a besarla con todo y ella
también empezó a besarme. Todo el mundo estaba mirando esa escena que si bien
seria de lo más romántica, ninguno de
los dos lo veía así.
-Vamos a otro lado. – Le dije.
-No. – Me dijo cortante y se fue al baño.
Yo ya estaba con los tragos en la cabeza y la
seguí sin pensar en nada. En el trayecto Jorge me detuvo.
-¿Qué haces, imbécil? – Lo hizo casi
empujándome.
Me miró con una desaprobación increíble y yo
no le hice caso. Esquivé la mirada y fui detrás de Claudia y cuando salió del
baño le cerré el paso la tomé de la cintura y la devolví adentro.
-¿Qué haces? – Dijo algo molesta, casi
gritando y volví a besarla, pero esta vez me volvió a apartar.
-¿Qué sucede? – Le dije algo confundido.
-Mira Gonzalo, está mal, yo tengo enamorado y
tú tienes enamorada.
-¿Y qué? ¿Acaso no te gusto? – Lo dije casi
gritando, al borde de la histeria. La verdad solo me amargaba por una sola
cosa, porque Claudia me recordaba toda esa actitud de Romina.
-Sí, me gustas, pero no está bien.
Fue suficiente, salí tirando la puerta con
todas mis fuerzas y me fui a servir una copa más. Lo encontré a Diego y me
preguntó qué tal me había ido con Claudia.
-Jodido y ¿Sabes qué? Que se joda también
¿Cómo se llama esa chica? – le dije señalando a una chica que de lejos parecía
simpática.
-¿Te la presento?
No recuerdo cómo se llamaba y mi cabeza estaba
tan fuera de sitio con lo que había pasado que ella pensó que era un idiota
cuando por quinta vez le decía “¿Y qué estudias?” y ella se cansó de decirme
que estudiaba derecho.
Pero la saqué a bailar y ella aceptó, y de
repente, en medio del fulgor que significaba bailar con esta chica, Claudia me
miro con una rabia tremenda, todos en la fiesta lo notaron y cuando volví a
mirar a Diego, me hizo la señal y gesticulaba diciendo “¿Ya viste?”
Pero Claudia no era solo una mirada de rabia,
Claudia era de armas tomar y efectivamente, me tomo del brazo y me devolvió al
baño y empezó a besarme y besarme el cuello también. Ambos terminamos lo que
teníamos pendiente en ese baño y cuando salimos, ya casi todos habían
desaparecido. Claudia no hizo ningún gesto de vergüenza, es más, ni siquiera
miró a ninguno de mis amigos. Yo me sorprendí cuando vi a Santiago con todos
los demás, sentado, brindando y conversando. No lo había visto llegar y me
emocioné porque Santiago fue un buen amigo del colegio y quizá ¿Por qué no? En
un momento el mejor que tenía. Así que lo saludé con mucha efusividad y de
forma apurada porque debía de acompañar a Claudia a que tomara un taxi.
No hablamos en el camino, se despidió como me
saludó, algo coqueta y desinteresada. No debíamos de intercambiar números,
ambos conocíamos nuestra posición.
Volví a la casa de Freddy fumando tranquilo,
Mónica me había llamado antes de todo y luego me llamó de otro número
diciéndome que se le había perdido su celular y que ya hablaríamos después, lo
cual me daba mucha tranquilidad.
Entré y volví a abrazar a Santiago, un vaso
con whisky para mí apareció como por arte de magia en mi mano y empezamos a
recordar todo de nuevo. Solo quedábamos el sexteto de siempre y Santiago.
-¿Alguien sabe algo de Alejandro? – Dijo
Santiago y se me erizó el cuerpo. Volví a pensar en Mónica y Alejandro, otra
vez las nauseas volvieron a mí.
Por suerte nadie respondió, y yo no quería
opinar nada, ya bastante era que tener que cargar con esa traición como para
querer compartirla. No, ni hablar, no iba a contar nada para luego ponerme
triste y hacer el ridículo. Todo el grupo sabía algo, yo no me enamoraba tan
fácil, yo no sufría por ninguna mujer y yo no rendía cuentas a nadie. Pero fue
el mismo Santiago que soltó la frase que puso en duda todo el mito que había
detrás de mí.
-¿Es cierto lo que dicen, Gonzalo? Por ahí escuché
que se besó con tu enamorada.
-¿Qué hablas? Idiota ¿Quién te ha dicho eso?
-¡Cálmate! No pasa nada Santiago. Aparte ¿Cuál
es el problema? Es solo una flaca, no debes de ponerte tan agresivo por una
tontería.
Y no aguanté, me paré, lo tomé de las solapas
y lo mandé al piso de un solo empujón. Me arrojé contra él y empecé a darle de
a puños en la cara. Uno, dos, tres y sentía su cabeza dar un golpe seco contra
el suelo, cuatro, cinco y estaba seguro que no iba a parar y veía como le había
reventado la ceja en un tirón y me acordaba que Santiago era uno de mis mejores
amigos en el colegio ¡Santiaguito! Con quien caminábamos juntos con un par de
Coca Colas rumbo a nuestras casas, porque vivíamos relativamente cerca y porque
yo lo escuchaba cómo me hablaba de esa chica que tanto le gustaba. Seis, siete
y sentí a todo el mundo acercarse y separarme de Santiago.
Jorge me trataba de tranquilizar mientras me
ponían hielo en el puño y Santiago era atendido en el baño. Cuando salió me
miró a los ojos y me dijo:
-Vete a la mierda, Gonzalo, eres un pobre huevón.
Me paré, lo miré a los ojos y escupí al suelo,
noté que también estaba sangrando en el labio por uno de los golpes que él
también me mandó.
-No sabes de lo que hablas. – Dije, tomé mi
casaca y me fui de la fiesta al filo de la madrugada. Pero lo que no podía
negar era que, efectivamente, Santiago no se equivocaba y lo que se voceaba de
mí por ahí era cierto, Alejandro había besado a mi enamorada.
Llegué a casa y entré al baño a enjuagarme la
boca, aún sentía la sangre en mi paladar. Cuando me miré después de secarme la
cara vi mi cuello lleno de marcas “¡Puta madre!” Dije y pensé en que Claudia lo
había hecho, me había dejado esos chupetones a propósito para que mi enamorada
lo viera y lo echara a perder todo, pero no me preocupaba por eso, no en ese
momento, ya vería qué excusa le diría a Mónica, por el momento solo Santiago
estaba en mi cabeza ¿Cómo pude reaccionar como un animal?
Me costó más trabajo que de costumbre quedarme
dormido.
Cuando llegó el lunes, fui a la casa de Mónica
y no iba a ocultar las marcas, hacerlo significaría aceptar que ocultaba algo,
así que respondería en el caso de que se diera cuenta. Para mi mala suerte, sí,
se dio cuenta y le dije que me había intoxicado, que iba a ir al médico a
hacerme ver. Me creyó y camino a la universidad tomó un poco de su base y me
empezó a maquillar las marcas que Claudia había dejado en mi cuello.
-Que no se note, Gonzalo, está horrible.- Me
dijo y me dio un beso.
-Gracias. – Dije algo avergonzado.
-Mañana te vas de viaje ¿No? Creo que ya no nos
veremos, espero que te vaya bien, te amo.- Dijo y volvió a besarme.