marzo 07, 2011

Cartas pendientes II

Querida Silvia:

¡Qué cosa tan divertida! Mientras me pierdo en nuestros recuerdos, trato de entender cosas que para ti, seguro, no tiene sentido. Me voy enterando, por cosas que veo, que vas escuchando a Joaquín Sabina, un maestro que, tú bien que lo sabes, me encanta hasta los huesos.
Recordar todo es un lio tremendo, pero vamos a buen paso, que las cosas que tengo que escribirte en esta carta, querida Silvia, no solo son para llenar los papeles de la cual tú, muchas veces, fuiste protagonista. Si no, para recordar juntos lo que pasamos y tratar – mas no conseguir- de entender, de entenderlos juntos (eso sí) y a ver a qué conclusiones llegaré esta noche.
Yo que, para las mejores cosas, tengo una memoria excepcional, me acuerdo que te saludaba sin conocerte ¡Claro! Una chica delgadita que se paseaba por los pasillos del colegio. Cabello oscuro, piel clara y, en esos tiempos, no muchas sonrisas.
Te saludaba sin conocerte porque teníamos una amiga en común, Katherine, y como siempre estabas acompañada de ella, yo no podía dejar de saludarte por cuestiones de “educación” (o algo parecido) con los que siempre fui (mal) criado.
Poco a poco fuimos conversando, aunque, por tu gran silencio, se me era imposible mantener algo estable en lo que decíamos. Hasta ahora me pregunto ¿Qué te hace ser tan silenciosa?
Y bueno, yo no sentía una pisca de nada por ti, por el contrario, tu amiga me llamaba la atención. Una muchacha de cabello castaño y de pupilas vivas, se reía sin tregua y era más cariñosa conmigo. Me abrazaba con soltura y se recostaba en mi hombro con mucha delicadeza.
Poco a poco tu mirada tímida, tus silencios y esa sonrisa que escondía algo, me empezó a llamar la atención…
Llegó el día en que no pude más y guiado por mi desventurado corazón me atreví a preguntarte si tú, en tu silencio, aceptarías ser mi enamorada. Fue un viernes, yo estaba con terno (y no precisamente para tal motivo) por que me habían elegido anfitrión para la pequeño función que el colegio iba a presentar por el día de la madre. Esperé hasta el final, te pregunté si deseabas ir a otro lado para conversar, aceptaste y yo creo que ya sabías lo que iba a pasar. No me fui con rodeos ni con nada de lo que había preparado, fui extremadamente directo. Aún recuerdo la frase “No sé Silvia ¿Quieres ser mi enamorada?” y tu bendita respuesta, esa respuesta que es un trauma volver a vivirlo: “Dame tiempo para pensarlo” ¡Qué bárbaro! Yo acepté rápido porque no quería presionarte a nada. Esa noche me enteré que tenía que esperar sábado, domingo y para variar el lunes y martes que, según el colegio, era un descanso después de los exámenes.
La espera fue una tortura. Conté cada minuto y me hice añicos la cabeza pensando en lo que podía venir. Hasta que por fin llegó el día en que me darías una respuesta… luego los tres meses que estuvimos juntos y sus cosas buenas y muy malas. No te preocupes, Silvia, solo recuerdo lo bueno, porque, mal que mal, una vez me enteré de un gesto tuyo que siempre me encantó: Un día falté al colegio por que fui a la clínica, y tú, me contó Katherine, fuiste hasta la puerta de mi casa para saber qué había sido de mí. Lástima que yo no estuve en mi casa, estaba postrado en una cama en la clínica.
También fue la primera vez que entraste a mi habitación, fuiste la primera chica en entrar. Te sorprendiste al verlo ordenado, pensabas que yo era lo contrario… supongo que supiste algo más sobre mi, mi neurosis por el orden.
Después de tres meses y un poco más, terminamos…
Pasaron meses y años hasta que una tarde volvimos a hablar. Conversamos un montón, actualizábamos nuestras vidas y me contaste tus planes de estudiar medicina. Y entre conversación y conversación que se prolongaban en temas diferentes, quedamos en salir.
Fui a recogerte a la academia un sábado por la tarde. Era invierno, Lima se veía tan gris y la neblina cubría gran parte de las calles. Entre la neblina, entre la gente y después de una llamada, te encontré.
Caminamos por todos lados, conversamos, jugamos y un beso nos dejó en silencio. Me quedé en un lado de la banqueta y tú al otro, un silencio eterno: “¿Por qué lo hiciste?” y yo traté de encontrar una respuesta no solo para ti, también para mí. Volvimos a hacerlo hasta el momento de la despedida.
Y la búsqueda de los dos se volvió una historia rara, después de esa vez y las cosas que trajo consigo fueron un poco fuertes. Te expliqué que no iba a ser tan fácil, no porque no quiera. La decepción tuya también me dolió a mí. Sé que ahora te haz alejado por completo, pero te lo digo: Me dolió, querida Silvia, cada vez que nuestra historia quedaba inconclusa.
Pasaron meses, meses donde tuviste un enamorado que, muy a su pesar, no te llenaba y lo sé, lo sé muy bien.
Llegó el día del aniversario del colegio, un evento donde, también, los ex alumnos se vuelven a ver las caras. Y tú y yo nos volvimos a encontrar. A pesar de que yo sabía que tenías enamorado, le hice caso a mis malas costumbres para caminar juntos, para cantarte algo al oído, porque creo que ha sido a la única persona a la cual buscaba su oído para cantar algo. Y sí, a estas alturas recordarás mi voz desafinada, pero cada verso que contenía la canción, cada imagen… te las dedicaba porque era incapaz de olvidarte, muy a pesar de mis intentos poco voluntariosos.
Vimos juntos el atardecer y como entraba, de a pocos, la noche. Escuchamos un par de canciones del concierto y cuando caminamos cogí tu mano, te di una vuelta y te echaste a reír. Otra vez fui a dar con tus labios.
Nos quedamos sentados y tomados de la mano. Esa misma noche, por más que no me contaste nada, por más que nunca me dijiste que tenías enamorado, habías terminado con tu enamorado para una tarde llegar a mi casa y encararme todo. Entramos a mi sala y nos quedamos mirando, me decías que no podías mirarme a los ojos, que te sentías intimidada y me recosté en tu regazo. Me acariciabas y empezaste a hablar. Recuerdo tu voz tanto como tus labios. Tu mirada tanto como tus movimientos. Te recuerdo completa, tu distancia y tu manera tan fría de tratarme, que nunca me incomodó, por cierto.
¿Qué pasa entre nosotros? Me preguntaste y volví a sentir ese cosquilleo, como cuando, un viernes en la noche, te pedía que seas mi enamorada.
Me di la vuelta y me tope con tus ojos, me senté a tu costado y te pregunté si querías ser mi enamorada. Cuando respondiste ambos nos reímos sin parar.
Lástima como terminó todo ¿No? Ni si quiera me atreví a preguntarte “¿Qué había pasado?” Después de una tonta discusión decidiste terminar todo al poco tiempo. Ni siquiera me dio tiempo para pensar, simplemente de fuiste y en mi enojo no te solté ninguna palabra que pudiera retenerte. Recuerdo que, días antes de terminar, te dije que escucharas una canción. La historia coincidía con todo, no sabíamos nada de los dos desde dos años atrás, la palabra “fresa” que extrañamente te caracterizaba y que tanto te gustaba, y sobre todo, ¡Cómo no iba a recordarte! Y la letra, que fue escogido de una forma muy puntillosa, te encantó.
“¿Cómo no imaginarte, / cómo no recordarte / hace apenas dos años? / Cuando eras la princesa / de la boca de fresa, / cuando tenías aún esa forma / de hacerme daño.”
Hasta ahora me cuerdo cuando una tarde te recogí y caminamos a mi casa. Conversamos, nos tomamos de la mano y todo parecía perfecto. Esa misma tarde, volviste a mi habitación, aquella donde la primera vez que entraste, te dediqué un poema de Pablo Neruda, cuando era un estudiante, cuando ese poeta lo significaba mucho para mí. Nos quedamos dormidos en mi cama escuchando las mejores canciones de Andrés Calamaro. Una de las mejores cosas que he vivido ha sido despertar a tu lado, viendote con el cabello revuelto y bostezando. Me mirabas, siempre, de una forma tan especial.
Otra vez tuvieron que pasar meses, meses enteros en donde no me atreví a buscarte y todo dictaba que tú tampoco lo harías. Cuando pienso en lo que nos pasó, pienso en que fuimos demasiado orgullosos. Sí, Silvia querida, eso nos mató.
Había escrito, alguna vez, una entrada muy comprometedora, una historia real de un encuentro con una ex enamorada. Hoy pienso aclarar ciertas cosas, ese escrito, si bien fue cierto, también tiene algo de mentira porque no especifico muchas cosas, como el final… Nunca la vi, Silvia, y creo que esa fue una de las tantas cosas que hicieron que termines conmigo.
También creo algo, algo que sospecho te puede incomodar, la misma amiga que antes me gustaba, la del cabello castaño, de pupilas dilatadas… ella me dijo algo, supongo que ella también leyó ese escrito y al igual que muchas personas, se adelantaron en sacar muchas conclusiones prematuras. Me dijo que ella se había enterado de que me vi con mi ex enamorada y que, también, se había enterado que yo y ella nos besamos. No sé hasta dónde va a parar la imaginación femenina, uno hombre común y corriente puede decir algo y las mujeres empiezan a deducir cosas sin sentido, a imaginar y inventar escenas que nunca existieron, tal cual me lo demostró tu amiga esa tarde.
Después de esos cuatro meses y los desastres que vinieron con ellos, un amigo me dio un consejo en un parque: “Búscala, si aún sientes algo por ella, así sean ganas de conversar, no reprimas nada, por lo menos, nunca tendrás que reclamarte nada a ti, porque sabrás que lo intentaste.”
Fue esa madrugada que empecé a escribir un par de rimas absurdas, y terminé por escribirte un correo donde te daba a elegir entre volver a salir o dejar las cosas como estaban. Por suerte, optaste por volver a vernos.
Fueron muchos fines de semana, se nos hizo una costumbre salir y conversar. A pesar de tus temores (en ese momento, solo tuyos) siempre volvíamos a salir y tomarnos de la mano, conversar y caía, una vez más, rendido ante tus labios, tus incontables abrazos ¡Qué me pasaba contigo! Me volvía incontrolable y por más que trataba de ocultarlo, a veces me ganaban las ganas de tomarte por sorpresa, en cualquier lugar, en cualquier momento tomaba tu mano y te acercaba a mi…
Fueron muchos fines de semana que nos encontrábamos en el mismo lugar, a la misma hora. Se volvieron a meses y nunca me dabas una respuesta. Sí, aún parecíamos enamorados, los besos, las conversaciones, las tomadas de mano, el caminar sin rumbo… y aún no te atrevías a decirme si querías ser mi enamorada o no.
Así que un fin de semana no te llamé, luego fue otro y otro. Luego empezó la distancia, cuando tú no podías, yo sí podía, cuando yo no podía, tu sí querías y a pesar de las llamadas, los mensajes, la distancia nos anuló por completo. Y no aguanté más.
Una noche, después de mucho tiempo, te llamé. Te dije que quería verte, que tenía que decirte algo importante. Aceptaste.
A los pocos días salimos, me viste raro cuando notaste que me había cortado el cabello. Acariciaste mi cabeza y me dijiste “Te queda bien” y sonreíste, siempre tan tierna. Fue el camino más largo que hicimos. Fui tan directo en cada palabra, te dije muchas cosas y tú me escuchabas con miedo, en silencio ¿Por qué tenías tanto miedo? ¿A qué le tenías miedo? ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Por qué te fuiste?
Antes de despedirnos, me acerqué. Te expliqué que yo, antes, también tenía miedo de muchas cosas, pero que ahora estaba dispuesto a dar todo de mi… me dijiste: “Y ¿Por qué?”
-Estoy enamorado de ti. – Dije sin miedo y con toda sinceridad.
Me miraste como si hubiera hecho algo malo y seguiste caminando… al rato me dijiste: “Eres un imbécil” y te fuiste para siempre.
Y así, Silvia, hasta el día de hoy no sé nada de ti, quizá algunas cosas muy vagas por amigos y amigas. Algunas otras por mi propia cuenta. Pero no te volví a ver, por más que siempre me quedé con las ganas. Hasta hoy me pregunto todo eso, sobre tus miedos, tu huida, tu silencio, si en realidad para ti significo algo o nada toda esa historia. Son dudas que aún me dejan con un sabor amargo, recuerdos que se asoman en silencio.
No hemos vuelto a hablar, todo fue de un día para el otro, de repente no estabas, sin llamadas, sin mensajes, sin conversaciones… nada.
Hoy te encuentro de lejos, con una extraña sonrisa melancólica que me deja nudos en la garganta, fuiste mucho para mí y hasta ahora no he olvidado nada, desde que nos conocimos, hasta el final. Fuiste la primera enamorada que presenté en mi casa, la primera en entrar a mi habitación, la primera en hacerme morir un poco por amor.
Algunas noches, cuando, entre mis libros, encuentro el nombre de Neruda y releo algunos poemas, te veo y recuerdo cuando éramos muy niños, cuando nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. También conservo la cajetilla de “Romeo y Julieta” los cigarros que me trajiste de tu viaje de promoción. Queda un rubio que, solo sería capaz de fumarlo a tu lado. Tengo un anillo que, estoy seguro, algún día te lo entregaré.

Un fuerte abrazo, querida, muy querida Silvia.
Luis Omar Vásquez Trujillo