enero 17, 2011

La catarsis, el monólogo y el olvido

- Eres un verdadero imbécil Gonzalo – me había dicho Mónica esa tarde - ¿En qué momento me enamoré de ti? Yo pensando en ti todo el puto día como una idiota y tú, en cualquier otra. En algún momento pensé que habías cambiado ¡Qué ilusa! ¿Por qué no me dijiste la verdad desde un principio? ¿Qué tienes en la cabeza? ¡Puta madre Gonzalo!
- ¿Qué verdad? – pregunté.
- Que nunca te importó lo nuestro.
- Sabes que no es cierto lo que dices.
- Ya no ocultes nada Gonzalo ¡Ya pasó! ¿Me entiendes?
- Entiendo.
- Sigue con tus cosas, porque es obvio que es tu forma de vivir, pero no dejes que alguien se enamore de ti, que sienta algo más, porque no se siente bien quedar así. No engañes Gonzalo.
- Tienes razón. – Dije, y al instante me arrepentí.
- No tengo más que decir. Por mí, te puedes ir a la misma mierda. Y esta vez no es broma. Adiós.
-Adiós.
No tenía más que decir y era muy probable que tenga mucha razón. No me defendí en ningún momento porque iba a ser imposible explicarle algo tan complejo. Pero me moría de ganas de decirle que no quería que se vaya, que se quede conmigo, que siempre la amé en silencio. Lástima que nunca lo dije, tampoco me hubiera gustado, viendo que en algún momento llegue ese final tan tormentoso. Sabía que en algún momento se aburriría de mí y de mis pocas ganas de comprometerme con ella, de mis noches en Barranco, donde nunca faltaba una muchacha que estaba dispuesta a más de lo que uno pensaba, de las continuas y repetitivas salidas que tenía con mis amigos a tomar unas cervezas donde caiga y que no sepa de mí por un par de días.
Y se fue, ni siquiera luché una palabra más para retenerla, para atreverme a decir la verdad. Así como llegó, se fue y así como se fue, no pensé en seguirla y aguanté una vez más sus ganas tremendas de mandarme bien lejos. Otra vez solo, en silencio, pensando, también, en todo lo que nos pasó, en toda nuestra historia. Desde aquel primer beso en mi habitación, hasta la tarde en que no se tragó la gota que rebalsaba el vaso.
No sé qué es lo que pasó ¿Ella se aburrió de mis pocas ganas de estabilizarme? ¿O yo me aburrí de estar tan vigilado? Lo que sí es cierto es que ella no merecía alguien como yo, con mis hábitos, con mis diminutas virtudes, mis miedos, mis contradicciones, mis mentiras, cuando me desaparecía y mi oficio que sólo necesitaba de silencio, espacio y tranquilidad.
¿Quién es el bueno y el malo en el amor? ¿Cuál es la ética del amor? ¿Existe una? Porque, por una parte, ser el bueno es respetar a la otra persona sobre todo, incluso si no le haces caso a tu corazón. Por otro lado ¿Por qué ignorar al corazón? Sería una estupidez no hacerle caso a lo que más te puede llenar. Y eso creo que fue lo que nos mató de a pocos, sigilosamente fuimos viendo que teníamos diferentes perspectivas sobre la ética de nuestros sentimientos. Pero preferimos ignorarlo.
Yo, por mi parte, siempre le fui fiel a mis sentimientos a ella, nunca dejé de amarla, quizá hice cosas que no debí hacer nunca. Pero siempre volví a ella. Aunque siempre me sacaron de quicio sus celos, sus reproches, sus interminables preguntas que me hacía. Me decía que ella no se podía tragar lo que pensaba, que su forma de ser era decir lo que sentía, sin obstáculo alguno.
Discutíamos sin tregua, dejábamos de hablar por un tiempo prolongado y la relación caminaba por la cuerda floja. No era difícil de predecir este final: Ella exhausta de mis tonterías, mandándome al infierno con mi actitud frente a la relación. Y yo guardando, una vez más, el silencio que me atormenta hasta en estos momentos.
Yo guardaba mucho silencio y todavía no sé por qué seré así. Prefiero ignorar lo que me puede hacer daño y olvidarme de todo antes de que empiece mi propio calvario. Lucho conmigo mismo para engañar todo lo que me puede hacer daño.
Un final tormentoso más a mi lista de fracasos como persona, como pareja o simplemente demuestra una vez más como soy, cuales son mis debilidades y esos terrores que no me atrevo a superar. Ella se va y no me desespero para nada, se va con todo su odio, con todo su rencor hacia mí y yo no voy detrás de ella ¿Para que? Si ella fue la que termina con todo, me dejó en claro todo cuando me dijo: “Por mí, te puedes ir a la mierda.” Y desapareció sin más que dejarme con mis pensamientos, flotando, angustiándome, como ahora, que, como medio de salvación, llego a mi trabajo triste, sin ánimos de hacer nada, engaño a mi jefe, me siento en mi escritorio y escribo estas líneas, a ver si podrán aliviar mis síntomas de nostalgia y lo difícil que es olvidar una vez más.