agosto 01, 2011

Alegrías, nunca más

3


-¿Vamos a dar una vuelta? Eres mi invitado y esto no puede terminar acá.- me dijo Diana.
-Vamos al parque, fumemos un par de cigarrillos y pongámonos al día.
-¡Perfecto! Voy pagando la cuenta.
-Yo voy al baño.- dije algo nervioso, mi celular estaba sonando y sabía que era Mónica.
Corrí chocándome con todos los que estaban en la pista de baile y cuando por fin llegué al baño contesté el teléfono antes de que cortara.
-¿Gonzalo?- escuché al otro lado del auricular.
-Mónica ¿Qué tal?
-Bien.- fingió - ¿Dónde estás?- siempre detesté esa pregunta, nunca me había gustado dar explicaciones a alguien sobre lo que hacía.
-En mi casa, ya me voy a dormir.
-Bueno ¿Nos vemos el martes?
-Nos vemos, un beso.
Volví y vi a Diana en la puerta, fui tras ella y salimos del lugar. Caminamos algunas cuadras, en silencio, y me ofreció algo de marihuana.
-¿Quieres? Solo un poco.
-Está bien, los dos de uno.
-Está bien.
Caminamos fumando un poco, me dijo que en Alemania consiguió un amigo que le invitaba, pero se mantuvo limpia ya que ese era el motivo por el cual la habían llevado ahí y no quería que la encuentren haciendo lo mismo en Alemania, quizá eso significaría que nunca más vuelva a Perú.
-Bien pensado.- dije dando la última bocanada extensa de la noche.
-¿Nos sentamos acá?- me preguntó.
-Yo creo que está bien.
-¿Dónde habías estado antes?
-Estaba tomando una cerveza con un amigo.
-¿Jorge?
-Sí, siempre me has hablado de él, pero nunca me lo ha presentado.
-Es que soy celoso.- dije serio.
-Definitivamente.- me dijo y ambos nos reímos.
-Te lo presento en tu estadía limeña, quizá algún día nos vamos a comprar libros y vamos los tres con Gustavo y Alexandra también ¿Te parece?
-Me parece una buena idea.- dijo y me abrazó. Yo le devolví el gesto y empecé a jugar con su cabello. Nos quedamos un rato acurrucados el uno con el otro y sentía su corazón latir. Se recostaba en mi pecho y me acariciaba.
-Gonzalo, te quiero.
-Yo también Diana.- dije y suspire.
-Tengo que decirte algo.- dijo apenada, como si me fuera a confesar alguna cosa.
-Dime.
-Me gustas, siempre lo supe y nunca te lo dije.- me lo dijo mirándome a los ojos pero cuando termino se volvió a recostar en mi pecho, como si tuviera vergüenza o miedo de una respuesta.
-A mí también me gustas mucho, creo que me gustas desde que te conocí.
Se quedó en mi pecho, recostada. Sentí que sollozaba un poco, acaricié su cabello, tuve ganas de llorar, pero no por ella, si no por mí y por todas las cosas que me tocaban.
-Pero tú no estás enamorado de mí.- me dijo y me quedé callado, no le quería mentir, no le quería decir que no, no estaba enamorado, que solo era un gusto, pero no un gusto cualquiera, no un gusto de aquellas chicas que conoces en Barranco y terminas besándolas camino al baño, no. Quería explicarle que ese gusto era diferente, era un gusto totalmente diferente, las puertas, el inicio de poder enamorarme.
-No.- dije sintiéndome mal.
No dijimos nada, ella se quedó donde estaba, tranquila. Sacó una carta de su bolso y me la entregó.
-Léela cuando llegues a tu casa ¿Sí?
-Sí, Diana.- ni bien terminé la frase ella empezó a besarme y yo le seguí. Ambos estábamos llorando, ella, quizá, porque yo no estaba enamorado y su amor no era correspondida. Yo, porque era muy débil y no podía soportar mi falta de valentía para afrontar todos los problemas.
-¿Qué harás mañana?- me preguntó.
-Dirás hoy más tarde. Estaré con la familia. La verdad no tengo muchos planes los domingos, prefiero descansar de todo lo que hago el sábado o lo que hago en la semana.
-¿Vamos a dar una vuelta?
-No tengo dinero, Diana, lo siento.
-¿Por qué eres tan inglés? El dinero no importa, Gonzalo, de eso me ocupo yo, tengo que cumplir mi rol de niña nacida en cuna de oro.- me dijo y me abrazó con mucha fuerza.- no quiero perderte.
-Yo tampoco Diana.
Nos quedamos abrazados y luego conversamos como si nada hubiera pasado. Estuvimos toda la noche riéndonos, caminando y cambiando de parque, dudando en entrar o no a otro lugar a tomar algunos tragos y prolongar la noche. También me propuso ir a su casa, sus papás, obviamente, estaban de viaje. Pero no, por más que sí quería, esa noche estaba bien como estaba. Los dos caminando por las calles, besándola en los árboles de cada parque, sin que nadie nos viera.
-¿No te gusta que te vean cuando estás besando?- me preguntó bien burlona.
-No.- dije avergonzado y nos reímos.
Antes de despedirme me preguntó de nuevo si no quería ir a su casa. Le dije que no, que ya nos volveríamos a ver, quizá el domingo haría un espacio para los buenos amigos, como tú, como Gustavo y Alexandra, como Jorge, también lo dije y ella se sorprendió cuando lo nombré. Todos tienen algo muy importante para mí le dije y me besó.
-Eres muy tierno.- me dijo después de jalarme el labio con sus dientes.- no lo puedes negar.
-Llámame para saber si llegaste bien.
-Adiós, Gonzalo, pórtate bien. Te quiero.
Y me fui caminando, pensando en que ella siempre me quiso, que quizá haríamos bonita pareja y me sentí bien de no mentirle, por lo menos a ella no podía mentirle, ella tenía que saber que no estaba enamorado, no de ella, pero sí de Mónica. Era extraño como podía sentirme enamorado de Mónica y que ella me haya engañado, pero no me sienta enamorado de Diana que siempre me quiso, quizá de una manera secreta y hasta expresada en su máximo límite esa noche en su casa. Pero no, solo era un gusto y no podía hacerle eso a Diana, ella no se merecía ser el clavo que me saque el otro clavo que tenía incrustado en el corazón. Si tendría que amarla, como la amaba a Mónica, tendría que ser natural y no de una forma tan grosera.
Prendí un cigarrillo y me perdí por las calles de La Molina, entre al barrio y vi mi casa. Era increíble cómo podía vivir dos vidas paralelas, una donde era un hijo “normal” y otra donde era, ya a esas alturas, un hombre que tenía sus propios problemas, sus propios desencuentros y sus desamores dispersos por la ciudad.