agosto 25, 2009

C'est la vie

Así es la vida... seré artista...aún dormido y casi sin vida, diré con orgullo "soy artista". Y no cualquiera, un poeta, un escritor y lo que es mejor un soñador, un vagabundo, amante de la pintura y las melodías. Todo es claro ahora en el mundo, ¿Qué puedo decir? -yo amo al arte-. Alguien me decía que algo estaba mal en mí: "Niño tanto amor te matará, acabarán por encerrarte en una cárcel de imaginación, la realidad."
¿Qué puedo decir? haré lo que mejor se hacer: combatir. Tendré que cargar mi cruz y en mi única defensa alegaré que yo amo al arte. Y después, cuando la pureza esté en mi cuarto y me haya despojado de tanta realidad, la muerte vendrá a buscarme, ya abatido por mi salud quebrantable, y preguntará, cansada de tanto esperar: ¿Quién morirá de tanto amor?... Y yo dormido y casi sin vida le diré con orgullo: ¿busca al artista? El artista soy yo...

agosto 15, 2009

Andrés

La mañana cruza la habitación de Andrés. El frio limeño se apodera de su cuerpo. “¡Qué frio, carajo!” piensa. El sonido de su celular vibra en sus oídos y abre sus ojos hostigado por la bulla. No duda y rechaza la llamada. “¡Son las nueve de la mañana, que no joda!” grita. El sonido del celular vuelve a molestarlo.
-¿Aló?-dice un poco molesto.
-¡Andrés! Perdón, ¿Estas durmiendo?
-No, estoy hablando contigo- “Pobre imbécil” piensa.
-En un par de horas voy a tu casa, tengo mucho que contarte.
Termina de hablar con Rodrigo y trata de dormir, pero es imposible.
Prende la televisión. No se siente contento consigo mismo. Va saltando de un canal a otro sin mirar la televisión, pensando en otra cosa. “¡Este país es una mierda!” prende un cigarro y se deja caer desparramado en su cama.
Va al baño, no hay nadie en la casa. Moja su rostro, se mira al espejo y prefiere no afeitarse. El frio invade poco a poco el baño y Andrés empieza a temblar. Cruza el pasadizo y va a su habitación, prende el mini-componente, mira su pequeña biblioteca que logró hacerla crecer con tanto esmero y empieza a ordenar su cuarto.
Al mediodía el timbre suena, es Rodrigo. Andrés lo hace pasar. Rodrigo mira a Andrés en bóxer y se ríe.
-Cámbiate rápido, vamos por unas chelitas- le dice.
Andrés coge los primeros jeans que ve y se los pone. Termina de vestirse y va donde Rodrigo.
-Vamos rápido, no tengo mucho tiempo- le dice Rodrigo.
Cruzan la avenida, fumando, la calle vacía y la neblina no deja ver el final de la calle. Dan la vuelta por el parque y ya logran ver la universidad. Entran a ese pequeño bar y piden unas cervezas heladas. Andrés prende un cigarrillo.
-Fumas mucho por lo visto- le dice Rodrigo.
-No.
Rodrigo habla, se vuelve muy locuaz cuando habla de su enamorada. Andrés lo mira, le sonríe y da una pitada larga que hace que pase por su garganta junto con un poco de cerveza. No lo escucha, mira la calle solitaria, los arboles tristes. “¿Se dará cuenta de que no le presto atención?” piensa y vuelve a mirarlo a los ojos.
Después de dos rondas Rodrigo tiene que irse. Se levantan de la barra, apagan las últimas colillas, Rodrigo insiste en pagar, pone el dinero en la mesa y salen a enfrentarse contra el frio violento de lima.
Se despiden en la avenida y Andrés toma rumbo a casa. Mira su reloj y son las cuatro de la tarde. “todavía tengo tiempo” piensa.
Llega a su casa, mira la nota que su mamá le ha dejado y va a su cuarto. Prende la televisión, mira una película y piensa en ella.
Las tres de la tarde en el reloj coge sus llaves y sale. Pasa por la tienda, compra una cajetilla, lee Marlboro en la etiqueta, paga y se va fumando mientras espera el bus.
En el camino va escuchando música, mirando las calles de ese invierno tan crudo y húmedo, la ciudad se llena de nostalgia y los recuerdos van y vienen por la mente. Las cosas han ido cambiando desde que salió del colegio, los pensamientos iban adoptando formas diferentes… pero en este país no se puede vivir de una vocación poco rentable.
Baja del bus, prende otro cigarrillo y se va acercando a la esquina. Logra reconocer a algunos amigos y se acerca a saludarlos. Pregunta por ella y nadie le da razón.
Sigue caminando con Mónica y Maritza, sus dos amigas. Sin embargo, Andrés sabe que con Mónica no son sólo amigos. Algo pasó hace mucho, un beso liberó muchos sentimientos que no debieron salir.
Eso es lo de menos, Andrés camina, su cabeza está centrada en otra persona. Bota la colilla en el pavimento y la apaga con la planta de su zapatilla. Vuelve a alzar la mirada y solo mira rostros conocidos, aún no logra verla.
Se sienta en las gradas, prende otro cigarro y cierra su casaca hasta el cuello. “¡Mierda, qué frio!” piensa.
Los rostros siguen pasando por su costado, va saludando a algunos y otros sólo pasan sin tomarle importancia.
Traga el humo, golpea y ella lo mira a los ojos, Andrés sonríe y despide el humo de los labios.
-No quiero que el humo se impregne en mi cabello- dice Fernanda. Andrés se levanta y la saluda, pero cuando mira a su costado ve a otro chico que está muy cerca de Fernanda. Se hace el loco y solo mira su aspecto de rockero.
Andrés se sienta, cada vez más gente rodea su entorno.
-¿Y tú? ¿Cómo estás?- le pregunta Fernanda.
-Como siempre, aburrido.
Andrés sigue fumando, mirando sus ojos, ella se ríe y sigue conversando con los demás. Logra reconocer la caminada de una chica que atormentó su pasado, su cabello rubio, sus All Star, su mochila escocesa y sus expresiones tan graciosas.
-Estoy apurada- Le dice Fernanda a Andrés y se despide. Andrés se queda desconcertado y ve cómo se va con el rockero, sospecha algo y duda.
Andrés habla con Paul, un amigo que logró reconocer entre la multitud, y empieza a caminar lento.
Prende otro cigarro y le cuenta que Fernanda le dijo que vaya a saludarla y que le molestaba demasiado que ella se haya ido con otro.
-Es una puta, ¡Una puta de mierda!- le dice Paul a Andrés.
Andrés no sonríe y se aleja caminando un poco incomodo por la situación. Una chica se le acerca y le empieza a hablar, Andrés está un poco ofuscado como para prestarle atención y solo se resigna a escuchar. Pasa por una librería y compra dos libros casi sin verlos, paga y el viento sorprende su cuerpo. “¡Este frio de mierda me va a matar!” piensa.
De regreso, se encuentra con Maritza, conversan y deciden ir a caminar por el malecón. Toman un bus, Andrés paga y se sientan.
-¿Cómo te fue con Fernanda?- Le pregunta Maritza.
-Mal
En el bus hablan poco.
Bajan del bus y caminan por el parque Kennedy, hablan de música, de los viejos recuerdos que le traía ese lugar a Andrés. Saca una cajetilla de su bolsillo y empiezan a fumar.
Caminan por la avenida Benavides mientras Andrés le cuenta esas historias del pasado a Maritza y Maritza le sonríe. “¿Me estará escuchando?” se pregunta extrañado Andres.
De regreso toman un bus y ahora los papeles se han invertido: Maritza le habla a Andrés y Andrés no puede evitar pensar en Fernanda.
Maritza baja del bus, se despiden y quedan en verse la semana que viene. Andrés se queda solo, se pone los audífonos y empieza a leer una de las novelas que se compro en la librería, cuando esa chica le hablaba y él sólo se resignaba a pensar en por qué Fernanda se fue de esa manera.
Baja del bus, camina hasta su casa, la noche ya había entrado a la ciudad hace unas horas, él no lo había notado hasta ese momento. Entra a su casa y deja los libros en su escritorio. Un mensaje de texto de Fernanda le llega a su celular diciendo que lo quiere como no imagina, pero vio que Mónica aún se moría por él y como es su amiga, preferible dejar las cosas como “amigos”. Andres se ríe irónico, piensa que es una estupidez. “Creo que Paul tenía razón” piensa.
Andrés le manda un mensaje diciéndole que no tiene por qué decirle que lo quiere si no lo siente. Ella se lamenta y le sigue mandando mensajes. Andres se siente incomodo, le parece una completa estupidez lo que Fernanda hace, sospecha algo de ese rockerito que caminaba con ella, pero ya es demasiado tarde.
Deambula por su casa, no sabe lo que está buscando en ese lugar desconocido para él. En la cocina se topa con su mama.
-Parece que te fue bien con Andrea- Le dice su mamá.
-Si - responde. “No siempre que te digo que salgo con Andrea, salgo con Andrea” piensa y le da un beso en la mejilla. En su casa nadie se da cuenta lo que vive, Andrés tampoco sabe lo que su mamá vive. Son unos completos desconocidos.
Ya es casi medianoche y Andrés está tirado en su cama pensando, mirando el techo de su habitación con ganas de prender un cigarrillo. Piensa en todo lo que ha pasado y solo se resigna a decirse “Tranquilo, cholito. Es solo un día mas en este lugar de mierda”. Prende la televisión y no se ríe ni con su programa favorito.
Entonces va a su escritorio y prende su lap top decidido a escribir lo que le pasó ese día, cambiando un poco los nombres obviamente.
El viento se desliza sigilosamente por la ventana y Andrés empieza a temblar. Se acerca a la ventana a cerrarla para poder escribir tranquilo y piensa “¡Mierda, que frio que hace!”

agosto 09, 2009

Sin título (aún)

No me digas que me porte bien.
No me digas: "No me hagas daño".
Siempre que soy, cómo quiero ser,
termino siendo el malo.

No me pidas alegrías.
No me pidas serte fiel.
Porque en las noches salgo con ella,
mientras tu te besas con él.

No me exigas que te escriba,
ya que nunca más lo haré.
No me exijas, ni me pidas
lo que nunca más te daré.

agosto 08, 2009

Fumando el humo mientras todo pasa.

[El título del siguiente escrito hace referencia a la cancion de Fito Páez- Al lado del camino.]

Hace poco volví a ver el poster del “Che” Guevara: un hombre barbón, con la mirada en alto y un habano en la boca. Esa imagen la había visto cuando tenía seis años en la habitación de mi tío. Lo que más me llamaba la atención de esa imagen no era la frase de abajo (“El mejor entre los buenos”) sino ese objeto cilíndrico que colgaba de su boca.

Mi primer cigarrillo fue a los once años. Mamá había salido de viaje y papá trabajaba hasta tarde. Ese día invité a dos amigos a mi casa para hacer cualquier cosa, en realidad eso de prender un cigarro no se me había ocurrido, pero José fue quien llevo una cajetilla de Montana.
José trajo, junto a su cajetilla, dos amigas muy peculiares: Sandra y Roxana. Sandra, al igual que Roxana, era mayor que nosotros. Sin embargo, en la sala de mi casa, esas diferencias se perdían.

Entonces nos aventuramos a prender un cigarro, el arte de tragar y emanar humo de la boca. Esa tarde no solo fume mi primer cigarro, sino que también di mi primer beso. Sandra era una de esas chicas de piel clara, de sonrisa plena y una mirada muy tierna y seductora. Ella tenía trece años y ya cursaba el segundo de secundaria. Yo era un joven torpe y soñador, no sé si ese beso fue un éxtasis de romance o solo un impulso de un juego llamado “La botella borracha”.
Lo cierto es que esa tarde quedó grabada en mi memoria para siempre, no solo porque una muchacha mayor que yo me regalaba un beso, sino que mi primer cigarrillo también toco mis labios. En realidad fue una experiencia un tanto repugnante, me sentí mareado casi al instante, pero ese pequeño afán de sentirme mayor en frente de Sandra, que me veía exhalar el humo con mucha masculinidad, era muy fuerte.
Pensé que esa vez seria la ultima, sin embargo, tres años después la historia cambiaria mis expectativas.

Cuando llegué a tercero de secundaria empecé a rondar billares junto a mis amigos. Todos esperábamos ansiosos las salidas para huir por la avenida y caminar cuatro cuadras hacia ese sótano donde había varias mesas de billar. Dejábamos los bolsos de lado, nos remangábamos las camisas y empezábamos a jugar.
Un día de esos Paul se apareció con una cajetilla de Lucky Strike en las manos. Paul no iba al billar a jugar, como los demás, él solo nos acompañaba para conversar y matar sus tardes de soledad. Y entonces fue así como vi, en el borde de la mesa, un cigarro prendido, esperando ser tomado por alguno de nosotros. Y entonces lo tome con los dedos, lo llevè a mis labios y tragué el humo.
Después, ya en las fiestas y en las reuniones, siempre me aparecía con un cigarrillo en los dedos que, de eventualidad, me daba más seguridad al momento de hablar con mis amigas.

Cuando entré al cuarto de secundaria, a pesar de no tener el hábito de fumar muy seguido, fumaba de vez en cuando, camino al colegio, saliendo de clases, camino a ensayar con mi primera banda de rock.
Para esas épocas fumaba una marca que reconocí en uno de los cuentos magistrales de Ribeyro: los Pall Mall. Después de leer “Solo para fumadores” del mismo, me volví loco. Buscaba diferentes marcas y sabores para encontrar el tabaco perfecto, pero los Pall Mall ya me tenían amarrados a su sabor. Después de eso, no volví a leer nada interesante sobre el hábito de fumar.
Fueron los Pall Mall los que me llevaron a la gloria. Leía con un filtro entre los dedos cuando subía al techo de mi casa a buscar tranquilidad, fumaba cuando redactaba mis primeros ejercicios literarios, fumaba cuando Ingrid me desafiaba en una discusión sobre un libro o una banda o una canción. Sea lo que sea, fumaba para sentir esa seguridad de que las palabras fluyan y caigan por su propio peso.
Mi dosis era mínima ya que solo fumaba en esas ocasiones. Me compraba un paquete sólo para esos momentos y la cajetilla la tenía guardada hasta que vuelva a hacer lo mismo.

El siguiente verano me hice fiel compañero de Carlos, un fumador más experto en el asunto. Mi verano fue maravilloso, recorríamos el malecón fumando mientras me contaba sus anécdotas, sus secretos, mientras me presentaba a sus amigas y se unían al grupo. Probé distintas marcas con él y mi paladar se volvía más selecto para reconocer el tipo de tabaco que surcaba mi garganta.
Ya en quinto de secundaria, me di cuenta que no estaba solo en el mundo. Mis escritores preferidos, los grandiosos músicos que escuchaba, los genios que componían versos y canciones también gozaban del mismo hábito, lo cual me hacía sentir como un pez en el agua.

Creo que el vicio no es tan hereditario que digamos. Mamá fuma ocasionalmente, mi papá dejo de fumar cuando se dio cuenta que lo hacía por pura pose, mi hermana también dejo de fumar cuando entró a la iglesia y sólo uno de mis primos me hacia compañía afuera de las reuniones para acabarnos un asqueroso Hamilton que nos calmaba la ansiedad. A mi abuelo lo vi fumar la última vez que fui a su casa, y no es exactamente el tipo de fumador que pensé que podría ser. Pero la excepción, el punto aparte de la familia es mi tío Beto. Fumador empedernido, siempre (repito SIEMPRE) en las reuniones, manejando su camioneta, escuchando música, enseñándome a estacionar un auto, hablándome de sus viajes, lo he visto con una cajetilla en el bolsillo de su camisa y un cigarro entre dedos. Con los bigotes un poco marrones de tanto tabaco y los dientes medio amarillentos.

Era indispensable, ya instalado en la universidad, llegar a la facultad con un cigarro entre los dedos. Muchas veces, cuando tenía clases muy temprano, iba al cafetín y tomaba un café… desde ese momento la combinación de café mas tabaco se volvió la más completa y agradable de todas.
No solo fui (soy) un fumador, también inculqué el arte a mis amigos, amigos que nunca habían probado lo bien que se sentía caminar con un cilíndrico entre los dedos, llevárselo a la boca y sentir fluir el humo. Jorge fue una de las víctimas de este (no sé si mal o buen) hábito. Cuando salíamos con Melissa a caminar, Melissa y yo fumábamos cuando conversábamos y Jorge siempre nos miraba un tanto angustiado por la escena que presenciaba. Hasta que un día decidió hacerlo. Y ahora cada vez que nos reunimos a jugar poker, a celebrar una fiesta o solamente conversar… abre una cajetilla… saca un cigarro… coge el encendedor… y fuma.
Pero no solo él fue víctima de este vicio, varios nombres cruzan por mi cabeza cuando empiezo a redactar esta parte. Adriano, Anderson, Diego, Victor, Omar… el mismo Omar Utrilla Ramírez que era la excelencia en las clases de Realidad Nacional. Cuando salíamos a sentarnos al cafetín y debatir algún tema aprendido, me veía sacando un cigarrillo y él un poco ansioso me pedía uno y conversaba con más tranquilidad.

Otro caso aparte de los fumadores que conocí fue Christiam. A Christiam lo conocí cuando ya estaba en el segundo ciclo de la universidad, cuando ya la idea de estudiar literatura iba tomando forma y cuando había dejado los Winston de lado para reemplazarlos por los imponentes Lucky Strike. Todas nuestras conversaciones, mis ensayos con mi segunda banda de rock, mis partidos de poker en un salón de la universidad… todo fue acompañado de Christiam y sus infaltables Lucky Strike. Recuerdo que Christiam era un fiel consumista de esa marca, tanto que un día vi que colgaba un medallón en su cuello y le pedí que me lo mostrara, cuando leí lo que decía solo atine a reírme… decía “LUCKY STRIKE”.

Un día saliendo de la biblioteca, después de estudiar, me encontré con Susana y me vio fumando.
-Deberías de dejar de fumar- me dijo un tanto preocupada- te puede hacer mal.
Pero en realidad nunca me había preocupado por eso. Mis partidos de tennis seguían siendo buenos y reñidos, cuando jugaba futbol también… no sentía agitación rápida como ella me lo había descrito, por el contrario, siempre que jugaba futbol, o salía a correr me sentía mejor.
Pero ahí empezó mi preocupación. Para esas épocas Rosa también me hizo prometer que dejaría de fumar drásticamente o por lo menos que reduzca mi dosis de tabaco y sobre todo que no fume en frente de ella. A pesar de que rompí esa promesa dos veces, deje de fumar dos meses y medio, los cuales no fueron tan difíciles ya que salía con Rosa muy seguido y casi no pensaba en fumar.
Despues de esos dos meses y medio, cuando volví a coger un cigarro de los de Christiam, me dio un poco de nauseas, así que decidí cambiar de marca, una marca más suave. Fue así como conocí a los no tan milagrosos Kent cuyo sabor nunca me terminaron de convencer. Eran muy suaves, era como tragar aire puro y no sentía el sabor exacto del tabaco ya que a veces se confundía con los diferentes aromas regados por el ambiente.

Si Susana me dijo que el tabaquismo me llevaría a tener problemas, pues fue cierto. Un día saliendo de la facultad, prendí un cigarro y entonces vi una llama que no se apagaba, cuando miré lo que estaba haciendo, había prendido el cigarro por el lado equivocado. También me quemé, mas de una vez, las cejas, las pestañas e incluso un poco de cabello. Pero el problema más grande fue en una fiesta cuando me agache a recoger mi encendedor y Jazmín me quemó la frente con su cigarro ardiendo.

Decepcionado de los Kent, que no solo eran feos, sino que también me costaban los mismo que me costaba un paquete de Lucky Strike y pagar los mismo por algo peor no valía la pena. Así que tuve que volver al régimen de los Lucky Strike.

Obviamente he probado otras marcas que son buenas, pero de alguna manera no llegan a mi hábito todavía y que tal vez esperan ser elegidas entre la multitud. Marlboro con sabor a Ribeyro, Premier, Inca que los fumé en la soledad cuando salí a trabajar, El Che (con Carlos en el malecón), Romeo y Julieta que me regalo Silvia y me saben a rosas, Capri (siempre tan femenino), loa grotescos Camel, etc. Solo por nombrar algunas marcas.

Este recuerdo ha vuelto a mi cabeza no solo porque volví a ver aquella imagen de aquel personaje tan inspirador, sino que hace una semana desperté y me dolía el pecho y sentía un ligero cosquilleo al respirar. He tratado de convencerme de que es producto de este invierno tan crudo pero la mayoría de amigos me dicen que es poco probable.
Al fin y al cabo, fumar siempre me ha traído buenas y malas pasadas. Millares de cigarrillos han sido testigos de toma de decisiones fundamentales, han sido espectadores de conversaciones interminables y también han leído textos como este… ya que siempre que me han acompañado y nunca me han defraudado. Y como dice Melissa “¿Qué sería de la vida sin un cigarro?”.