agosto 01, 2011

Alegrías, nunca más

3


-¿Vamos a dar una vuelta? Eres mi invitado y esto no puede terminar acá.- me dijo Diana.
-Vamos al parque, fumemos un par de cigarrillos y pongámonos al día.
-¡Perfecto! Voy pagando la cuenta.
-Yo voy al baño.- dije algo nervioso, mi celular estaba sonando y sabía que era Mónica.
Corrí chocándome con todos los que estaban en la pista de baile y cuando por fin llegué al baño contesté el teléfono antes de que cortara.
-¿Gonzalo?- escuché al otro lado del auricular.
-Mónica ¿Qué tal?
-Bien.- fingió - ¿Dónde estás?- siempre detesté esa pregunta, nunca me había gustado dar explicaciones a alguien sobre lo que hacía.
-En mi casa, ya me voy a dormir.
-Bueno ¿Nos vemos el martes?
-Nos vemos, un beso.
Volví y vi a Diana en la puerta, fui tras ella y salimos del lugar. Caminamos algunas cuadras, en silencio, y me ofreció algo de marihuana.
-¿Quieres? Solo un poco.
-Está bien, los dos de uno.
-Está bien.
Caminamos fumando un poco, me dijo que en Alemania consiguió un amigo que le invitaba, pero se mantuvo limpia ya que ese era el motivo por el cual la habían llevado ahí y no quería que la encuentren haciendo lo mismo en Alemania, quizá eso significaría que nunca más vuelva a Perú.
-Bien pensado.- dije dando la última bocanada extensa de la noche.
-¿Nos sentamos acá?- me preguntó.
-Yo creo que está bien.
-¿Dónde habías estado antes?
-Estaba tomando una cerveza con un amigo.
-¿Jorge?
-Sí, siempre me has hablado de él, pero nunca me lo ha presentado.
-Es que soy celoso.- dije serio.
-Definitivamente.- me dijo y ambos nos reímos.
-Te lo presento en tu estadía limeña, quizá algún día nos vamos a comprar libros y vamos los tres con Gustavo y Alexandra también ¿Te parece?
-Me parece una buena idea.- dijo y me abrazó. Yo le devolví el gesto y empecé a jugar con su cabello. Nos quedamos un rato acurrucados el uno con el otro y sentía su corazón latir. Se recostaba en mi pecho y me acariciaba.
-Gonzalo, te quiero.
-Yo también Diana.- dije y suspire.
-Tengo que decirte algo.- dijo apenada, como si me fuera a confesar alguna cosa.
-Dime.
-Me gustas, siempre lo supe y nunca te lo dije.- me lo dijo mirándome a los ojos pero cuando termino se volvió a recostar en mi pecho, como si tuviera vergüenza o miedo de una respuesta.
-A mí también me gustas mucho, creo que me gustas desde que te conocí.
Se quedó en mi pecho, recostada. Sentí que sollozaba un poco, acaricié su cabello, tuve ganas de llorar, pero no por ella, si no por mí y por todas las cosas que me tocaban.
-Pero tú no estás enamorado de mí.- me dijo y me quedé callado, no le quería mentir, no le quería decir que no, no estaba enamorado, que solo era un gusto, pero no un gusto cualquiera, no un gusto de aquellas chicas que conoces en Barranco y terminas besándolas camino al baño, no. Quería explicarle que ese gusto era diferente, era un gusto totalmente diferente, las puertas, el inicio de poder enamorarme.
-No.- dije sintiéndome mal.
No dijimos nada, ella se quedó donde estaba, tranquila. Sacó una carta de su bolso y me la entregó.
-Léela cuando llegues a tu casa ¿Sí?
-Sí, Diana.- ni bien terminé la frase ella empezó a besarme y yo le seguí. Ambos estábamos llorando, ella, quizá, porque yo no estaba enamorado y su amor no era correspondida. Yo, porque era muy débil y no podía soportar mi falta de valentía para afrontar todos los problemas.
-¿Qué harás mañana?- me preguntó.
-Dirás hoy más tarde. Estaré con la familia. La verdad no tengo muchos planes los domingos, prefiero descansar de todo lo que hago el sábado o lo que hago en la semana.
-¿Vamos a dar una vuelta?
-No tengo dinero, Diana, lo siento.
-¿Por qué eres tan inglés? El dinero no importa, Gonzalo, de eso me ocupo yo, tengo que cumplir mi rol de niña nacida en cuna de oro.- me dijo y me abrazó con mucha fuerza.- no quiero perderte.
-Yo tampoco Diana.
Nos quedamos abrazados y luego conversamos como si nada hubiera pasado. Estuvimos toda la noche riéndonos, caminando y cambiando de parque, dudando en entrar o no a otro lugar a tomar algunos tragos y prolongar la noche. También me propuso ir a su casa, sus papás, obviamente, estaban de viaje. Pero no, por más que sí quería, esa noche estaba bien como estaba. Los dos caminando por las calles, besándola en los árboles de cada parque, sin que nadie nos viera.
-¿No te gusta que te vean cuando estás besando?- me preguntó bien burlona.
-No.- dije avergonzado y nos reímos.
Antes de despedirme me preguntó de nuevo si no quería ir a su casa. Le dije que no, que ya nos volveríamos a ver, quizá el domingo haría un espacio para los buenos amigos, como tú, como Gustavo y Alexandra, como Jorge, también lo dije y ella se sorprendió cuando lo nombré. Todos tienen algo muy importante para mí le dije y me besó.
-Eres muy tierno.- me dijo después de jalarme el labio con sus dientes.- no lo puedes negar.
-Llámame para saber si llegaste bien.
-Adiós, Gonzalo, pórtate bien. Te quiero.
Y me fui caminando, pensando en que ella siempre me quiso, que quizá haríamos bonita pareja y me sentí bien de no mentirle, por lo menos a ella no podía mentirle, ella tenía que saber que no estaba enamorado, no de ella, pero sí de Mónica. Era extraño como podía sentirme enamorado de Mónica y que ella me haya engañado, pero no me sienta enamorado de Diana que siempre me quiso, quizá de una manera secreta y hasta expresada en su máximo límite esa noche en su casa. Pero no, solo era un gusto y no podía hacerle eso a Diana, ella no se merecía ser el clavo que me saque el otro clavo que tenía incrustado en el corazón. Si tendría que amarla, como la amaba a Mónica, tendría que ser natural y no de una forma tan grosera.
Prendí un cigarrillo y me perdí por las calles de La Molina, entre al barrio y vi mi casa. Era increíble cómo podía vivir dos vidas paralelas, una donde era un hijo “normal” y otra donde era, ya a esas alturas, un hombre que tenía sus propios problemas, sus propios desencuentros y sus desamores dispersos por la ciudad.

julio 22, 2011

Alegrías, nunca más

2


A Diana la conocí una noche que estuve con amigos en un evento fuera de Lima.Entre risas, bebidas y todo, un grupo de chicas se acercaron y fue la primera vez que la vi a Diana, no estaba tan vestida para la ocasión, el cabello estaba muy revuelto y todas estaban algo subidas de copas.
Alexis tomó a una por sorpresa y la sacó a la pista. Algunos amigos se animaron a seguirlos y yo me quedé en mi lugar. Yo ya estaba con Mónica y no pensaba hacer nada que afectara la relación. Pero la avalancha de preguntas de las chicas que quedaron en mi lugar hizo que tenga que socializar.
-¿Cómo te llamas? – me preguntó una rubia.
-Gonzalo, Gonzalo del Solar.- dije con algo de miedo.
Todas recitaron su nombre, una por una y me dio risa. No voy a negarlo, estaba con unas copas por encima y mi capacidad de conversación podía mejorar en cualquier momento.
Conversamos un poco, todas estaban muy alegres, pedimos algunas cervezas, algo de whisky y Diana se paró y me jaló entre la multitud.
-¿Me acompañas a pedir un vodka? – a la propuesta le siguió una risa general.
-Claro.
Caminamos, llegamos a la barra, pidió su vodka y lo tomó ahí mismo, me jaló cuando creí que volveríamos con los demás “¿Bailas?” y asentí con la cabeza.
Cumplimos con todas las reglas para conocernos. Nos preguntamos nombres, edades, cómo habíamos llegado ahí y qué haríamos más tarde. Se sorprendió cuando, al preguntarme por lo que hacía, le dije que era escritor.
-¿Y qué escribes? – soltó la pregunta burlándose.
-Podría escribir acerca de esta noche.
-Espero que algún día puedas escribir esto.
No sé cuánto tiempo estuvimos en ese lugar, regresamos con el grupo, era una conversación general donde no se hablaba de nada interesante pero se podía reír con toda naturalidad. Todos estábamos iguales e ebrios, todos estábamos igual de alegres y Alexis se iba aprovechando de la alegría y la ebriedad.
-¿Vamos afuera? – Diana de nuevo me preguntaba.
Caminamos y me contó algunas cosas de su vida, habló de una forma muy peculiar de las relaciones y al final, a las cinco de la mañana (hora perfecta) me dijo que no quería que todo terminara ese día, que le parecía interesante las conversaciones que tuvimos y que si algún día me animaba volver a salir, que vaya a la casa de playa que tenía por ahí.
Como era de esperarse, después de unas semanas, fui.
Nos habíamos vuelto muy amigos, fumábamos juntos, iba a su casa en Lima a tomar unas cervezas y conversar. Me presentó a Gustavo y a Alexandra con los que escuchábamos música horas y horas, tirados en su sala, un poco mareados y sin parar de reírnos por la marihuana.
Sin darme cuenta, le enseñé el mundito que yo conocía, aquel rincón de mi vida que pocos podía entrar. Ella se dejó conocer por completo y en cuestión de semanas nos volvimos inseparables.
Mónica no se podía enterar de esto, sus celos podían hacer que esto terminara de la peor forma. Así que, como si fuera un vicio prohibido, oculté la amistad que tuve con Diana por un tiempo. Sin embargo, una de las primeras cosas en enterarse Diana fue la existencia de Mónica. Cosa que, con su mentalidad tan open-mind de la que se jactaba, no le interesaba.
Fueron incontables las veces que fui a su casa, todas las formas en la que disfrutamos de la compañías de Alexandra y Gustavo, horas interminables de las cuales no dejaba de sorprenderme y todo se derrumbó una noche.
Mónica y yo tuvimos una etapa de transición, a Mónica no le importaba su vida, por más que había dejado la universidad, seguía interesada en perderse algunas noches, a no dedicar tiempo a pensar qué quería hacer con su vida, a qué se quería dedicar y a mí no me gustaba eso. Le expliqué que no me cuadraba la idea, no era la primera vez que hablaba con ella acerca de su vida, siempre terminaba llorando y prometiéndome que ordenaría las cosas, pero nunca hacía nada.Yo le expliqué que no estaba mal que se divierta, pero que algunas cosas tenían prioridad.
Fueron noches tristes, días en los que su ausencia me perseguía y Diana me acobijó muchas noches en su casa. Sus padres siempre estaban de viaje, así que me podía quedar hasta tarde y en casa daba excusas sobre mis horas de llegada. Lo único que importaba era que yo necesitaba de alguien y ese alguien estaba ayudándome de una forma muy generosa.
Fue una noche que mi tío me prestó la camioneta un par de días, para que le de unas vueltas mientras su estadía fuera del país, la única condición de ese préstamo era que le ponga algo de gasolina cada vez que la use y que lo vaya a recoger al aeropuerto para su llegada. Esa misma noche, llamé a Diana.
-Hola ¿Cómo estás? – Le dije emocionado – tengo una sorpresa que te va a sacar lágrimas de alegría.
-A ver Gonzalito ¿Con qué me vas a sorprender?
-Tengo camioneta por una semana.
Escuché un grito excitado y bullicioso al otro lado del auricular y mi risa se prolongó muchos minutos, me estaba olvidando de todo el dolor que me causaba Mónica, que por cierto, me rompía la cabeza qué pudo haber estado haciendo esa noche.
Tomé algunos libros que me prestó Diana para devolvérselos, también una polera que olvidó una tarde en mi casa y algo de dinero que me había prestado en la última salida que tuvimos.
Subí a la camioneta, saqué las cosas de mis primos y de mis tíos, algunos discos de cantantes antiguos, peines, papel higiénico y algunas otras tonteras. Cambié aquellos discos por unas revistas, el papel higiénico por sus libros y eché un poco de mi perfume para ponerle un toque personal.
Subí y salí de La Molina por la avenida principal, iba pensando en Mónica, quizá estaba empezando a aceptar que me estaba enamorando o ya estaba enamorado, cualquiera de las dos cosas me hacía reconocer que Mónica ya estaba marcado algo totalmente diferente en mi vida. Sí, la amo, pero también me hacía daño amarla y torturarme pensando y dudando de ella, todo se puso peor cuando en el camino iba reconociendo las calles que recorrimos juntos, los lugares donde nos besamos de noche, las risas imparables en cualquier lugar, una lágrima salió y decidí cambiar de ruta. No podía llegar así a la casa de Diana, arruinaría toda la noche.
Estacioné la camioneta en la puerta de su casa y la llamé.
-Diana, estoy afuera.
-Voy a abrir el garaje para que te cuadres, entra un rato mientras me cambio.
Abrió la puerta y me estacioné. Bajé con los libros.
-¿Ya estás lista? – dije a penas me abrió la puerta. Me sorprendió verla en toalla.
-Me cambio y nos vamos.
-¿Y a dónde vamos? – dije mientras me acomodaba en su sala.
-No sé, ya veremos que encontramos.- logré escuchar mientras entraba a su cuarto.
Prendí la radio y seguía pensando en Mónica. Era imposible no acordarme de ella en cualquier momento. Le pregunté a Diana si podía abrir una cerveza mientras le esperaba y ella aceptó. Mientras la abría, me topé con su anuario, parecía que siempre fue la excelencia.
Cuando salió, le entregué los libros y fuimos a la camioneta, puso algo de música y vio un poco triste.
-¿Todo bien?
-Estoy un poco cansado – mentí.
-Si deseas nos quedamos.
-No te preocupes, esta noche tenemos camioneta.
Primero fuimos a Mezzaluna, un bar en la calle Las Pizzas. Pedimos unas cervezas y le dije que no iba a tomar mucho porque estaba con la camioneta y me dijo que no importaba, que ya luego encontraríamos alguna solución y esquivó el tema.
-¿Y Gustavo y Alexandra?
-Están fuera de Lima.
Tomamos y conversamos acerca de algo que iba escribiendo, extrañamente ella logró que le cuente algunas cosas que iba escribiendo, casi a nadie contaba lo que estaba escribiendo, pero esa noche le conté algunas cosas que tenía pensado escribir. Me escuchaba con mucha atención, no sé si me entendía, a veces yo paraba para cerciorar que me estuviera entendiendo y asentía con la cabeza.
Un tipo entró al bar con su guitarra, transitó todas las mesas para cantar algo, pero nadie la hacía caso. Se topó con la nuestra y le pedimos una canción y él nos pidió si teníamos alguna en especial.
-Ninguna.- dijo Diana.
-¿Qué canciones tiene en su repertorio? – dije y empezó a nombrar un sinfín de títulos que no conocíamos y que se me hacían conocidos porque las escuché, tal vez, por mi papá.
-Escoja una que crea que es buena para el momento.- dijo Diana.
-Para los enamorados.- Dijo el señor y se puso a tocar una canción. Me volví a Diana y cuando notó que la estaba observando se sonrojó, bajó la mirada y dio un trago a su cerveza.
La canción, como era de esperarse, me emocionó y pensé más de la cuenta en Mónica, sentí la turbación en el cuerpo, me estremecí y estuve a punto, de nuevo, de llorar. Falseé el dolor con unos sorbos largos para que no me echara a llorar.
El hombre se fue y le dimos algunas monedas.
-¿Te sientes bien?- me dijo Diana sin mirarme.
-Sí, todo en orden.- volví a mentir y me sentí terrible, creía que estaba malogrando la noche, que le estaba estropeando la diversión y le dije que mejor tomamos una ronda más con una sonrisa y alegría fingida.
Estuvimos horas y horas en Mezzaluna, ahora ella hablaba y quería que Diana desaparezca de ahí y que Mónica llegara y terminar la noche con ella. Me estaba portando como un traicionero.
-Este sábado esta malogrado.- me dijo.
-A mí me parece bien estar conversando contigo.
-Sí, pero mejor vamos a mi casa, de paso que seguimos conversando y ya no tienes la preocupación de pagar un garaje.
-Bueno, pero he tomado, no puedo manejar así.
-Acá tengo la solución.- dijo y sacó un una bolsita con alguna sustancia color blanca, muy blanca.
Supe que era y en esos momentos me dio igual. Me tomó del brazo y fuimos al baño. Me dio otra bolsita a mí y un cilindro de metal.
-¿Sabes cómo hacerlo?
-Sí.- dije, pero dudé, solo lo había visto en la televisión cómo inhalaban la cocaína y en una fiesta, en Arequipa, vi a un amigo aspirar en el baño.
-Bueno, jala fuerte, y espera un ratito, es rápido, no te preocupes.- y entró al baño de mujeres.
Entré al baño y puse cerrojo aunque el baño era para más de una persona, puse el cerrojo para no tener ningún problema. Tenía miedo, pero ya no tenía nada más que perder. Saqué mi brevete y peiné una línea, me miré a la cara antes de hacerlo. Era una línea medianamente larga, pero algo delgada. Cogí el cilíndrico y lo pegué a mi nariz, me agaché lentamente, aún con algo de miedo y aspiré con toda mi fuerza aquel trazo que había formado y sentí como se adormecía la cara, sentí como algo entraba y no supe explicarlo. Ya no me sentía mareado, pero me sentía muy excitado. Alguien tocó la puerta, di un salto y guardé todo en cuestión de segundos. El corazón me latía fuerte, en un momento pensé que era la policía, pero cuando abrí la puerta era un señor. Me miró raro e hizo una seña de negación. Diana ya estaba afuera y me limpió la nariz, no me había dado cuenta que estaba llena de polvo.
-¿Qué tal?- me dijo riéndose. Y ya me había olvidado de Mónica.
-Interesante.
Subimos a la camioneta y manejé hasta su casa que no quedaba muy lejos. Paramos en una licorería para comprar unas cuentas cervezas, cuando le pregunté si podíamos comprar un whisky me dijo que no, en su casa tenía algunos tragos.
Se había olvidado el control de la puerta del garaje y tuvo que bajar y abrir desde adentro. Cuando revisé mi celular, Mónica me había escrito un mensaje preguntándome dónde estaba.
Entramos a su casa y abrimos unas cervezas. Me empezó a contar cómo había iniciado su vida con las drogas, me dio opiniones totalmente distorsionadas sobre el consumo y legalidad de estas. Pero ya no podía escucharla bien, empecé a hacer unos gestos raros y ella se reía.
-No pienses, estas callado, luego llega la bajada, ten cuidado.
Tomamos algunas cervezas y ella inhalo unas rayas más. Yo ya no quería.
No sé cómo empezamos a hablar de nuestra vida sexual, no sé cómo ambos empezamos a hablar de una forma tan natural un tema que no hablaría tan ordinaria con una chica, menos con Diana. Me contó de su primera vez y yo le conté lo traumático que fue mi primera vez.
-Es una historia rara, un poca tonta.- dije prendiendo un cigarro.
-Bueno, luego yo te cuento la mía.
-Está bien, pero primero cambia esa canción.- le dije sin saber qué es lo que estaba sonando en la radio.
-Cuéntame.
-Bueno, esto es un poco raro. Yo tenía catorce años, era verano, ese año entraba a cuarto de secundaria y tenía enamorada. Como siempre, yo me juntaba con los amigos de mi primo y, obviamente, eran mayores que yo. Fabio era uno de los amigos de mi primo, él solía hacer reuniones, hasta ahora incluso, donde todo, siempre, termina en cosas increíbles y yo no pensé que esa noche iba a ser mi primera vez. Era una reunión y mi primo me dio un par de preservativos, a pesar de ser cuatro años menor que él, me dijo que tenga cuidado, que uno nunca sabe. Yo, que no lo había pensado, le hice caso por hacerle caso y guardé los preservativos. Como te dije, yo tenía enamorada, una muy simpática por cierto, y no se me cruzaba por la cabeza serle infiel, pero también no podía negar que solo se limitaba a darme un beso. Y eso, a los catorce años, edad donde te hormiguea el pantalón, era demasiado difícil conformarse con esos besos. Bueno, llegó la noche y cuando llegué me presentaron a Ann, la hermana de Miguel, una chica muy desarrollada para sus catorce años. Yo ya la había visto años atrás, cuando Miguel nos invitaba a su piscina, incluso hablamos, pero sospecho que ella no se acordaba o se hacía la que no se acordaba, lo cierto es que nos presentaron. Y nada, ella me retuvo toda la fiesta, se juntaba mucho a mí, conversaba y bailábamos cada tanto. En un momento me dijo que estaba cansada y yo pensé que ya se iba, pero me dijo que la acompañe a su cuarto. A mí me incomodó, pero tampoco voy a negar que la tentación era grande, era consciente de lo que podía o no pasar. Entonces subimos y me dijo que mejor vayamos al cuarto de sus papás y yo le seguí. Entramos y se sentó en la cama y me dijo que no tenga miedo, que también me recueste a su costado. En eso, nos miramos y empezamos a besarnos y una cosa llevó a la otra. Para mí, que no voy a negar que fue increíble, también me tuvo un poco incómodo un par de días, mi primera vez fue siendo infiel y con la hermana de mi amigo.
Diana me miraba sorprendida y le pregunté qué es lo qué pasaba.
-¡Increíble! – me dijo aún atónita por la historia, sonriendo.- ¿Y luego qué pasó?
-Nada, me vestí y la besé, la dejé dormida y volví a la fiesta donde no podía ocultar una felicidad grande, pero también me sentía avergonzado cuando Miguel me acercaba para brindar juntos. Esa misma noche conocí a una chica que luego sería mi enamorada, luego me enteraría que era la mejor amiga de Ann.
-Eres un pendejo.
-No lo creo, solo fue algo que pasó. Fue mi primera vez y eso no se olvida.
-Estoy segura que eres un pendejo.
-No, creo que simplemente pasó.
-No ¿También me vas a decir lo mismo de todas las demás de las que me contabas?
-Bueno, sí, simplemente pasó.
-Sigo creyendo que eres un pendejo.
-¡Basta con eso! No lo soy.- dije sin parar de reírme.
-Lo sé porque no me vas a detener.- y en un instante se acercó y me besó.
Nos miramos y empezamos a reírnos.
-¿Me lo vas a negar?
Y nos revolcamos en la alfombra, las cervezas quedaron derramadas y nos paramos. Un beso intenso nos seguía envolviendo, me iba despeinando el cabello y yo acariciaba su espalda. Se detuvo y me tomó de la mano, cogió un whisky con la otra y fuimos a la habitación de sus papás. “Como mi primera vez”, pensé. Y nos recostamos. Se dejó desnudar y ella me desnudó a mí. Nos besamos y volvimos a besar. Ya dentro de las sábanas empezamos a hacer el amor, me arañaba la espalda y besé toda su humanidad. Suspirábamos con fuerza y ella no dejaba de gritar.
Cuando terminó nos quedamos dormidos bajo las sábanas, desnudos y muy cerca, acaricié su cuerpo, tan delgado, tan claro, tan suave, lleno de pecas. Fui al baño y de regreso me serví un poco de whisky.
Me puse la ropa interior y un polo, me acerqué al balcón que había en el cuarto y me puse a tomar pensando en Mónica, pensando en lo que había pasado y pensando qué pasaría después. Fumé un cigarrillo mientras veía Lima amanecer, uno de los espectáculos de los que siempre disfruté.
Terminé y me acerqué a ella, se veía muy diferente mientras dormía o quizá yo, desde ese momento, la estaba empezando a ver de una forma diferente. La empecé a acariciar y en ese momento podría decirle que la quería, pero no, Mónica aún estaba en mi cabeza y no podía hacerle esto a Diana, que, creo, me quería mucho y me había recibido en su casa, todas las veces, como un amigo de años.
Se despertó y me miró echado, mirando el techo con los brazos en la nuca.
-¿Es Mónica no? Siempre es ella la que te tiene así.- me dijo, no sé si amarga o triste.
-Sí, terminamos.
-Lo sabía, lo sospeché, tú nunca estás cansado.
-Sí ¿Qué hora es?
-No sé, pero ya está amaneciendo.
-¿Lo vemos juntos?
-Primero ven.
Volvimos a hacer el amor, con un poco más de calma y con más tranquilidad, lento y totalmente diferente. Luego vimos el amanecer.
A las nueve de la mañana, mal dormido, con sueño, de bajada, como ella lo había dicho, me cambié, comimos algo en su cocina, conversamos como si nada hubiera pasado e incluso nos reímos mientras mirábamos televisión con cierta rareza, parecíamos amantes (creo que lo éramos en ese momento) que se escondían de todo. Es demasiado interesante el descubrir emociones nuevas, como cuando tiene un comportamiento con alguna persona después de haber hecho (o sentir que han hecho) algo prohibido. No es amistad, no es amor, es un término medio donde hay una confianza grande, hay un cariño grande, pero no hay etiquetas sociales.
Tomé mis cosas, ordené lo que pude en la casa mientras escuchábamos algo de música, telefoneamos a Gustavo y Alexandra para ir a la casa de playa de Diana y al final nos despedimos. Bajó hasta el garaje conmigo y me dio un beso antes de que suba a la camioneta. Me dolía un poco la cabeza como para poder defenderme.
Salí y de frente me fui a las vías grandes, ya no me sentía triste por Mónica, es más, creo que estaba dispuesto a llamarla, pero no lo hice, no sabía lo que podía pasar con Diana.

julio 17, 2011

Alegrías, nunca más

1


Nunca se me cruzó por la cabeza el tener que haber lidiado con el engaño, el estar triste, decepcionado y con toda la impotencia de una persona. Jorge, mientras le daba un sorbo largo a su cerveza, me veía cabizbajo y con ganas de morir.
-Tranquilo, una puta así no te merece – me dijo.
-Lo que ella tiene de puta, a mí me sobra de pendejo.
-Sí, pero tú querías cambiar ¿No? Ya estabas cambiando.
-Eso ya no tiene importancia ahora, no puedo engañarme más, dudo que vuelva a confiar en ella.
Mi cabeza volvió a mirar la cerveza, el brazo se extendía para eliminar el exceso de cenizas ¿Quién me manda a enamorarme? Pensé.
Toda la noche conversamos sobre Mónica y acerca de lo que iba angustiándome. Por suerte Jorge también tenía su propio desamor como para acompañarme y en él veía reflejada mis tristezas y desengaños.
Conversamos lento, tratando de cambiar de tema, pero siempre volvíamos a lo mismo. No sé cuántas horas nos quedamos ahí, buscando resolver nuestras penas con tontas esperanzas, con cosas que podrían hacernos sentir mejor, engañándonos.
-Me voy – dije aún con algo de dolor.
Tomé mis cosas, Jorge me ofreció lo último que quedaba de cerveza y fui rumbo a mi casa.
Recorrí las calles un par de horas en toda la noche, no tenía un rumbo fijo, pero lo que tenía era esa intranquilidad, ese desazón que me consumía de apoco. Sentía ese vacío en el pecho, ese ahogo que ataca antes de llorar, pero no podía (quería) llorar. Y sobre todo, sentí ese asco profundo por ella, esa es la palabra: asco de ella, del malestar que todo esto me estaba causando y los destellos de pena que me estaba generando. Pero aún no lloraba, no lo concebía, no quería aceptarlo por completo y el vacío, el ahogo, el desazón, el dolor me iban haciendo daño.
A lo lejos distinguí a un amigo que no veía hace tiempo, un amigo que, obviamente, también había tenido un encuentro con Mónica.
-¡Gonzalo! – ya era muy tarde para esquivarlo.
-Hola Alberto ¿Cómo estás?
-Bien, bastante bien, esperando a unas amigas. – “¡Qué bueno!” pensé “Justo lo que ahora me haría falta, alguna compañía.”
-Que bien, que bien.
-¿Qué sabes de Mónica?
-Nada, no sé nada de ella hace mucho. – mentí, la había visto esa tarde para querer terminar todo de una buena vez. También sabía que ya no podía confiar en ella.
-¿Sabes que entre ella y yo hubo algo? – Lo tenía que decir y me hizo recordar que ella se iba besando con cualquiera, acostándose con alguien con quien también jugaba. Veía a Alberto reírse y golpearse el pecho estando orgulloso de una gran conquista “¿De qué andas orgulloso? Imbécil” pensé “Tú no eres nada especial para ella, fuiste uno más de su lista, una lista grande por cierto. Fuiste uno más, como tantos otros que, en algún momento, creyeron lo mismo que tú.”
-Lo sé – fingí una normalidad.
-Bueno, Gonzalo, me tengo que ir con estas chicas a dar una vuelta. – Cuando me fijé y vi bien a las chicas, logré reconocer a una de ellas, logré recordar algo que ella una noche me entregó. Todas eran iguales de fáciles que Mónica, salvo que ellas podían aceptarlo.
Volví a lo mío, caminar mientras las imágenes se cruzaban por mi cabeza. Ella teniendo sexo con otro, gimiendo de placer, gritando y él muy feliz deslizándose en la fricción de los cuerpos. Otro con el que, también, volvió a jugar.
Ya estaba harto de este día. Estaba harto de pensar y volver a pensar en lo mismo: Mónica y Diego, ambos encamándose y ella negándomelo, para que después, como por arte de magia, me entere que me mentía y se haga la víctima de todo esto. Sólo quería dormir para olvidarme y no volver a recordar esto, obviar el proceso de tristeza por el que estaba pasando.
-¿Aló? – contesté antes de que el teléfono dejara de sonar, no me había dado cuenta de que estaba sonando.
-Gonzalito ¿Qué tal? – La voz me sonó conocida – soy yo, Diana.
-¡Qué sorpresa! ¿Cómo has estado?
-Bien, llegué de viaje en la mañana ¿Estás ocupado?
-No, estoy camino a casa.
-¿Tan temprano? No puede ser ¿Vamos a dar una vuelta? – no me sonó a un pedido, me sonó a una obligación, pero no tenía nada que perder esa noche.
No encontramos después de un rato y fuimos a un bar que quedaba por una universidad cerca de mi casa. Un lugar tranquilo, rojizo, con una pequeña terraza en el segundo piso y el ambiente universitario de lunes a viernes, pero los sábados era algo más general.
Pidió dos cervezas, le expliqué mi situación financiera, no tenía mucho dinero para gastar en la noche.
-¡Ay, Gonzalo! Yo te invito, tú serás el invitado especial.
Subimos a la terraza después de golpearme con la multitud, un poco de cerveza me cayó en la casaca y nos instalamos mirando el cielo sin estrellas de Lima.
-¿Hoy llegaste? – traté de forzar la conversación.
-Claro pues ¿Ya no te lo dije?
-Cierto.
-¿Estás bien? – siempre había odiado esa pregunta, pero cuando vi sus ojos y recordé lo que Diana significó en su momento, decidí contarle mi historia con Mónica, toda la tormenta hecha vida.
Fue una confesión que duró algunas horas, no me interrumpió en ningún momento, no recuerdo en qué momento aparecieron más botellas y las colillas iban arrimándose, de a pocos, en el cenicero. No sé en qué momento se me quebró la voz, tampoco sé en qué momento empecé a aguantarme las ganas de llorar, pero su silencio hizo que le cuente todos los detalles que sucedieron y las cosas que se me cruzaban por la cabeza.
-¡Increíble! – Me miró y sonrió con algo de pena - ¡Qué intenso!
-Así es pues, cada uno tiene su historia.
-¿No pensaste que, si ella era tan fácil, no sería tan fácil siempre?
-No.
-¿Te puedo decir algo?
-Dime
-Es una puta.- dijo y me miró con algo de vergüenza.
Me volví a ella, noté su rostro rojo, di un sorbo a mi cerveza y nos empezamos a reír como locos. Me abrazó muy fuerte y me dijo el oído que me había extrañado todo este tiempo fuera del país.
-Yo también, Diana, yo también te he extrañado después de todo. Me sentí realmente solo.
Noté algo raro cuando nos separamos.
-Pero así es, Gonzalo, todo se paga y a ti te las cobraron con intereses.- de repente ya no estaba alegre, había cambiado de expresión.
Recordé que alguna vez tuvimos algo casual, algo que para ella significó mucho. Quizá eso pasó entre Mónica y Diego, para él quizá sí significó algo intenso, porque él estaba totalmente enamorado de Mónica, pero ella lo hizo de una forma muy casual.
-Lo siento si te hice sentir mal.- dije y ya no quería estar ahí.

abril 30, 2011

El señor papá

Fue esa navidad la que marcó y desató demasiadas emociones para mí. A pesar de mi indiferencia con la familia, había decidido que los pequeños inconvenientes que se seguirían dando en casa, no debían afectarme. Sin embargo, llegó, esa noche donde sucedió todo y la mañana en cómo me enteré.
Había amanecido en la casa de un amigo después de una reunión. Fue la llamada de Romina que me devolvió a la realidad.
-Hola ¿Gonzalo?-Escuché al otro lado del auricular.
-Romina ¿Qué pasó?
-¿Cómo está tu papá?- Me dijo algo preocupada. Cosa que me extrañó.
-Supongo que bien, en la casa.
-¿No te enteraste no?
-¿Qué pasó?-Dije algo alarmado
-Tu papá tuvo un accidente- La noticia me cayó como bomba y no sabía si las nauseas que empecé a sentir eran producto del alcohol o de lo que me imaginaba.
Colgué algo desesperado y miré a Jorge.
-¿Todo bien?-Me preguntó y sospecho que ya sabía por mis reacciones que no se trataba de algo bueno.
-Es papá, acaba de tener un accidente.
Salimos de su casa y el sol nos dio el primer impacto. Era un veinticuatro de diciembre normal, la gente salía de sus casas, tomaba taxis y se movilizaba porque iba a esperar navidad esa noche y yo trataba de buscar alguna lógica absoluta a lo que estaba pasando.
Así que empecé a analizar qué era lo que pudo haber pasado y llegué a la siguiente conclusión, mientras trataba de acomodarme el cabello. Primero, papá no pudo haber tenido un accidente grande, me hubieran llamado en la noche para ir a verlo, incluso mamá o mi hermana me pudieron haber pagado el taxi. Segundo, era más probable que haya tenido un accidente un tanto más pequeño, quizá en su afán de la limpieza, el orden y la estética de la casa, estuvo moviendo algunas cosas y quizá tuvo un accidente menor.
Me convencí de eso y se lo conté a Jorge, el me dio la razón y seguimos con el camino a encontrar algún móvil que se digne a llevarme a mi casa y pasar una navidad con pavo, champagne y un árbol familiar. A pesar de mi trato indiferente y limitado con la familia, siempre fui fiel creyente en el núcleo de la sociedad y esas cosas que me enseñaron en la primaria. Porque, mal que mal, siempre soñé (sueño) con una cena familiar de domingo con los hijos, nietos, tíos, primos, abuelos y todos reunidos en una suerte de carnaval en donde las diferencias de edades hacen actuar a los nietos. Y las conversaciones de adultos terminan en risas y las tías y abuelas y madres sirvan la comida y todos se peleen por comer primero y las fotos que se toman y los recuerdos que nunca se olvidan.
La llamada de mi tío hizo que terminara de pensar.
-¿Gonzalo? – Era la segunda vez que sentía ese tono al hablarme, ese tono tristón, como si fueran a darme una mala noticia.- Estoy con tu papá, tuvo un accidente, chocó contra un auto de la policía, pero nada, está todo bien, ahora está conmigo en el hospital y lo están viendo.
Sentí un escalofrío en la espalda, mi mente se nubló por un momento y solo aceptaba todo lo que escuchaba. Trataba de asimilar todo lo que entendía, mi papá había chocado, estaba en el hospital y por suerte todo estaba bien ¿Qué habría pasa? La respuesta me dejaría peor de lo que creí.
Llegué a mi casa, cansado y me recosté en mi cama. Me quedé pensando un largo rato en mí y en mi papá, en nuestras distancias y en el momento en que nunca supe que se había roto un lazo entre los dos.
Cuando era niño y me preguntaban qué era lo que quería ser de grande, siempre respondía que quería ser un cadete de la Escuela de Oficiales de la Marina y sabía que la respuesta estaba vinculada directamente con mi papá, con su vocación militar y la forma en cómo lo admiraba desde lejos ¿Cómo habían cambiado las cosas? No me dejaba de preguntar ¿En qué momento se rompió ese lazo? ¿En qué momento me empecé a decepcionar?
Me quedé dormido sin ninguna respuesta.
Después de algunas horas me desperté y mamá recién había llegado, me sorprendí cuando la vi tranquila haciendo llamadas y tomando apuntes, todo giraba en torno al accidente y lo que el seguro cubriría o no. Después de un rato, ella entró a mi cuarto y empezamos a conversar.
Yo le pregunté qué es lo que había pasado y ella se echó a llorar en mi cama.
Me contó todo, desde el comienzo hasta el final, había salido, él, a reunirse con unos amigos, pero terminó en la casa de Raffaella, su amiga, y tomaron algunas copas. Terminó por perder la noción del tiempo y cuando Raffaella le decía que ya era suficiente, que en ese estado no podría conducir, él no escuchaba y le contestaba que yo iría a recogerlo. Fue cuando, en un descuido de ella, tomó las llaves y se fue rumbo a casa. En el camino chocaría con el patrullero.
Mi mamá, desde la casa, reventaba el teléfono de mi papá con llamadas para saber de él, para saber dónde estaba. Obviamente, él, no respondía. A las dos de la mañana, mi mamá llamó por última vez y cuando el, por fin, respondió, le contó sobre el accidente que acababa de tener. Ella lo ayudaría con todo.
En cada instante que me contó lo sucedido, mi expresión y mi forma de ver lo que estaba pasando, cambió. Yo conocía muy bien a Raffaella, incluso un par de veces la tuve en frente mío.
La primera vez que vi a Raffaella, fue un sábado en la oficina de mi papá. Ella estaba en la fotocopiadora y yo pasé, la saludé y me fui al escritorio de mi papá. De salida, mi papá la llevó a su casa y yo me aislé de la conversación.
Pero la segunda vez que supe algo de ella, fue cuando, por casualidad, encontré un mensaje en el teléfono de mi papá. Claro, para esas épocas, los problemas en casa era interminables, no me imagino como sobrevivía a ese infierno a diario, el tener que cargar con esos problemas a la universidad y escapar cuando podía de ese lugar. Eran épocas en las que papá salía mucho y no decía a dónde. Se desaparecía y volvía en la madrugada. El mensaje decía “Gonzalo, tu no me puedes dar la estabilidad que yo estoy buscando. Necesito a alguien que pueda darme lo que yo deseo, la seguridad que anhelo en esta vida. De todas formas yo te amo.” Al terminar de leer mi papá se acercó y yo me hice el despistado (actitud que tomaría con todas las cosas, en adelante)
Y la tercera vez que supe de Raffaella, fue en el invierno, yo salía de clases y mi papá me llamó para que lo recoja a una reunión a la que había asistido. Tomé un taxi para ir a recogerlo y cuando el camino se tornaba conocido me asusté. Sentí un temblor desagradable en las piernas y lo vi a mi papá esperándome en una esquina. Bajé, pagué y le dije pregunté qué hacía ahí. Esquivo la pregunta como pudo.
Entré en la casa y el olor a cerveza, la inmensa masa de humo que emanaba de los cigarrillos me hizo acordar a mis conversaciones interminables con viejos amigos. Un señor gordo, con la camisa entreabierta me atendió, me cedió un sitio y empezó a hacerme miles de preguntas. Todavía me temblaban las piernas y era incapaz de responder con certeza a todo lo que me preguntaba.
A los pocos minutos, como por arte de magia, salió Raffaella, me levanté a saludarla y me besó en la mejilla, cuando se puso en frente mío, bajo la mirada con vergüenza. Volví a mi sitio y mientras mi papá hablaba de mi vocación literaria, yo interrumpí para comentar algo. Prendí un cigarrillo.
-He leído muchas novelas tristes, he visto miles de películas con finales amargos, pero nunca los he sentido tan cercanos como cuando una tarde, al salir de clases, me sentí defraudado por mi propia familia. Yo he tenido muchas enamoradas y acepto que más de una vez he sido infiel, pero a diferencia de los hombres casados que tienen una familia, yo no he destrozado familias enteras, no tengo hijos de por medio y el psicólogo me dijo que es parte de crecer y la locura juvenil ¿No es, acaso, una aberración el tratar de ser joven a los cincuenta y tantos años?
El señor gordo, me escuchaba atónito, era el padre de Raffaella, él, por supuesto, no sabía nada de la relación que tenía mi padre con ella. Me preguntó a qué llegaba ese análisis, mientras, Raffaella, a mis espaldas, ordenaba algo y lograba sentir su incomodad. Mi papá, por otro lado, lo vi con la cabeza metida en su vaso de cerveza.
Fue raro verlo a mi papá con un vaso de cerveza en la mano, por lo general yo era el que llegaba con aliento a cerveza y él me decía que era la bebida más despreciable que podía haber en una reunión. Él, con su encanto europeo que heredó de mi abuela, tomaba whisky a las rocas.
Le mentí, al señor gordo, que estaba escribiendo sobre un tema parecido y me felicitó. La conversación duró un par de horas más y negaba, después de mil invitaciones, a brindar.
En un momento pedí ir al baño, me dirigieron a lo lejos y me volví frente a frente con Raffaella, me miró y se escondió donde pudo, muerta vergüenza, yo, en mi cabeza, me imaginaba besándola con toda mi furia y que mi papá se rompa la cabeza con esa escena.
Volvimos a casa y el silencio entre los dos fue eterno, no recuerdo cuando fue el día en que volvimos a hablarnos.
Y esa mañana. Era la cuarta vez que escuchaba algo sobre ella.
Me quedé dormido con mi mamá y cuando desperté, ella seguía haciendo llamadas, yo estaba con miles de dudas en la cabeza que poco a poco trataba de aclarar, desde la vez que rompí ese lazo fuerte con mi papá hasta el día del accidente, pasando, obviamente, por el día en que tuve que verlo hacer el ridículo frente a todos, habiendo bebido con el señor gordo y con Raffaella.
En la noche, como una suerte de huérfanos, de inválidos, mis tíos nos acobijaron en su casa y pasamos la navidad ahí, ningún regalo me hizo sentir nada en especial, mi papá me llamó y no atendí su llamada. Mamá se entristeció aún más.
La hospitalización de mi papá duró una semana, mi hermana estuvo al lado de él todos los días y en las noches ella me contaba que no dejaba de mencionarme, de que quería verme, pero yo no quería saber nada de él, es más, estaba seguro de que no lo hablaría nunca más en mi vida. Sentí esa traición como una de las que, hasta ahora, no logró recobrarme por completo.
Ahora que pienso y escribo sobre todo esto me doy cuenta de lo más importante, de que ese lazo tan estrecho, tan cercano, tan íntimo que tenía con mi papá, se rompió cuando empezaron los problemas en casa, que no era en la época de Raffaella, no, había sido mucho antes, cuando tenía apenas cinco o seis años.
Mamá, decidió no hacerle caso a papá y hacerse la de la vista gorda. Pero se dedicó por completo a sus hijos (A Érika y a mí) a entregarnos el todo por el todo, a engreírnos por completo y con mi papá, solo limitarse a cumplir sus deberes de acompañante más por cuestiones de status quo que por convicción propia. Esto trajo todos los problemas, porque mi papá (joven que creció con una ausencia materna muy rígida y especial, en mi mamá vio a una persona maternal y que lo cuidaba y protegía muy bien) empezó a sentir replegado, a sentirse aislado, por más que yo, en las noches, me acercaba a él, empezó a protestar de una manera indirecta, pensando que yo le robaba su papel de engreído. El problema creció cuando yo crecí, cuando él empezó a hacerme la vida a cuadritos dándome infinidad de responsabilidades para que yo pudiera salir. Recuerdo que una vez perdí una aguja y él quiso que yo la encontrara para poder salir a jugar fútbol.
La decepción inconsciente que sentí por él fue tan grande, que hasta ahora me persigue, siempre encuentro un defecto en sus actitudes, en sus opiniones y por lo general, encontrarme con esos errores son el darme cuenta de que esa decepción hasta ahora me atormenta, hasta ahora me deja atónito saber que en algún momento pude haber terminado como él. No solo creo que nos separamos, creo que empecé a odiar su vida, hasta el día de hoy me siento tranquilo de no haber sido un militar, de esa manera no hubiera tenido amor a las letras, estaría lustrando botas a los oficiales de mayor rango, tendría la mente estrecha, al nivel de no conocer todo lo que conozco gracias a mis libros.
Empezaron los golpes, los odios, las diferencias y por último, la indiferencia. En mis últimos años de la secundaria, detestaba mi dedicación continua a los libros y al escribir desenfrenadamente, cosa que, en público, decía sentirse orgulloso de eso. Se enervaba al escucharme decir que yo quería estudiar literatura, e incluso, ya en mis años cuando me preparaba para ser estudiante de letras, amenazó con denunciarme para quitarme los estudios porque yo ya era mayor de edad y no quería estudiar. Para esa época, lamentablemente yo no quería ser el profesional en Finanzas que el tanto añoraba.
Siempre se burlaba de mis opiniones, de mi posición frente a lo que opinaba, cosa que mi tío Alberto celebraba por mi admiración a las letras y a la sensibilidad artística. Y ver que sus amigos quedaban admirados de lo que yo creía, lo que hacía y opinaba, lo fastidiaba demasiado y solo tenía como recurso, darme la razón y reírse, pero en el fondo no lo quería hacer.
Creo que el respeto llegó a los diecinueve años, cuando por fin el se mantenía a la distancia y respetaba mi oficio, mis tiempos siempre y cuando cumpla algo que él me decía.
Hoy, por más que seguimos bromeándonos, por más que nos saludemos con un beso en la mejilla, por más que, cuando hablo de mi papá hablo de un buen amigo, creo que todavía siento en las entrañas esa sensación que me dejó el incidente de la navidad. Es un tema del que no se ha vuelto a hablar en casa, pero es algo de lo que todavía no logro unir más piezas, no porque me falte información, porque, al igual que mi mamá, estoy dispuesto a no enterarme más de lo que sé para no sentir más impotencia de la que ya puedo sentir al escribir estas líneas.

marzo 07, 2011

Cartas pendientes II

Querida Silvia:

¡Qué cosa tan divertida! Mientras me pierdo en nuestros recuerdos, trato de entender cosas que para ti, seguro, no tiene sentido. Me voy enterando, por cosas que veo, que vas escuchando a Joaquín Sabina, un maestro que, tú bien que lo sabes, me encanta hasta los huesos.
Recordar todo es un lio tremendo, pero vamos a buen paso, que las cosas que tengo que escribirte en esta carta, querida Silvia, no solo son para llenar los papeles de la cual tú, muchas veces, fuiste protagonista. Si no, para recordar juntos lo que pasamos y tratar – mas no conseguir- de entender, de entenderlos juntos (eso sí) y a ver a qué conclusiones llegaré esta noche.
Yo que, para las mejores cosas, tengo una memoria excepcional, me acuerdo que te saludaba sin conocerte ¡Claro! Una chica delgadita que se paseaba por los pasillos del colegio. Cabello oscuro, piel clara y, en esos tiempos, no muchas sonrisas.
Te saludaba sin conocerte porque teníamos una amiga en común, Katherine, y como siempre estabas acompañada de ella, yo no podía dejar de saludarte por cuestiones de “educación” (o algo parecido) con los que siempre fui (mal) criado.
Poco a poco fuimos conversando, aunque, por tu gran silencio, se me era imposible mantener algo estable en lo que decíamos. Hasta ahora me pregunto ¿Qué te hace ser tan silenciosa?
Y bueno, yo no sentía una pisca de nada por ti, por el contrario, tu amiga me llamaba la atención. Una muchacha de cabello castaño y de pupilas vivas, se reía sin tregua y era más cariñosa conmigo. Me abrazaba con soltura y se recostaba en mi hombro con mucha delicadeza.
Poco a poco tu mirada tímida, tus silencios y esa sonrisa que escondía algo, me empezó a llamar la atención…
Llegó el día en que no pude más y guiado por mi desventurado corazón me atreví a preguntarte si tú, en tu silencio, aceptarías ser mi enamorada. Fue un viernes, yo estaba con terno (y no precisamente para tal motivo) por que me habían elegido anfitrión para la pequeño función que el colegio iba a presentar por el día de la madre. Esperé hasta el final, te pregunté si deseabas ir a otro lado para conversar, aceptaste y yo creo que ya sabías lo que iba a pasar. No me fui con rodeos ni con nada de lo que había preparado, fui extremadamente directo. Aún recuerdo la frase “No sé Silvia ¿Quieres ser mi enamorada?” y tu bendita respuesta, esa respuesta que es un trauma volver a vivirlo: “Dame tiempo para pensarlo” ¡Qué bárbaro! Yo acepté rápido porque no quería presionarte a nada. Esa noche me enteré que tenía que esperar sábado, domingo y para variar el lunes y martes que, según el colegio, era un descanso después de los exámenes.
La espera fue una tortura. Conté cada minuto y me hice añicos la cabeza pensando en lo que podía venir. Hasta que por fin llegó el día en que me darías una respuesta… luego los tres meses que estuvimos juntos y sus cosas buenas y muy malas. No te preocupes, Silvia, solo recuerdo lo bueno, porque, mal que mal, una vez me enteré de un gesto tuyo que siempre me encantó: Un día falté al colegio por que fui a la clínica, y tú, me contó Katherine, fuiste hasta la puerta de mi casa para saber qué había sido de mí. Lástima que yo no estuve en mi casa, estaba postrado en una cama en la clínica.
También fue la primera vez que entraste a mi habitación, fuiste la primera chica en entrar. Te sorprendiste al verlo ordenado, pensabas que yo era lo contrario… supongo que supiste algo más sobre mi, mi neurosis por el orden.
Después de tres meses y un poco más, terminamos…
Pasaron meses y años hasta que una tarde volvimos a hablar. Conversamos un montón, actualizábamos nuestras vidas y me contaste tus planes de estudiar medicina. Y entre conversación y conversación que se prolongaban en temas diferentes, quedamos en salir.
Fui a recogerte a la academia un sábado por la tarde. Era invierno, Lima se veía tan gris y la neblina cubría gran parte de las calles. Entre la neblina, entre la gente y después de una llamada, te encontré.
Caminamos por todos lados, conversamos, jugamos y un beso nos dejó en silencio. Me quedé en un lado de la banqueta y tú al otro, un silencio eterno: “¿Por qué lo hiciste?” y yo traté de encontrar una respuesta no solo para ti, también para mí. Volvimos a hacerlo hasta el momento de la despedida.
Y la búsqueda de los dos se volvió una historia rara, después de esa vez y las cosas que trajo consigo fueron un poco fuertes. Te expliqué que no iba a ser tan fácil, no porque no quiera. La decepción tuya también me dolió a mí. Sé que ahora te haz alejado por completo, pero te lo digo: Me dolió, querida Silvia, cada vez que nuestra historia quedaba inconclusa.
Pasaron meses, meses donde tuviste un enamorado que, muy a su pesar, no te llenaba y lo sé, lo sé muy bien.
Llegó el día del aniversario del colegio, un evento donde, también, los ex alumnos se vuelven a ver las caras. Y tú y yo nos volvimos a encontrar. A pesar de que yo sabía que tenías enamorado, le hice caso a mis malas costumbres para caminar juntos, para cantarte algo al oído, porque creo que ha sido a la única persona a la cual buscaba su oído para cantar algo. Y sí, a estas alturas recordarás mi voz desafinada, pero cada verso que contenía la canción, cada imagen… te las dedicaba porque era incapaz de olvidarte, muy a pesar de mis intentos poco voluntariosos.
Vimos juntos el atardecer y como entraba, de a pocos, la noche. Escuchamos un par de canciones del concierto y cuando caminamos cogí tu mano, te di una vuelta y te echaste a reír. Otra vez fui a dar con tus labios.
Nos quedamos sentados y tomados de la mano. Esa misma noche, por más que no me contaste nada, por más que nunca me dijiste que tenías enamorado, habías terminado con tu enamorado para una tarde llegar a mi casa y encararme todo. Entramos a mi sala y nos quedamos mirando, me decías que no podías mirarme a los ojos, que te sentías intimidada y me recosté en tu regazo. Me acariciabas y empezaste a hablar. Recuerdo tu voz tanto como tus labios. Tu mirada tanto como tus movimientos. Te recuerdo completa, tu distancia y tu manera tan fría de tratarme, que nunca me incomodó, por cierto.
¿Qué pasa entre nosotros? Me preguntaste y volví a sentir ese cosquilleo, como cuando, un viernes en la noche, te pedía que seas mi enamorada.
Me di la vuelta y me tope con tus ojos, me senté a tu costado y te pregunté si querías ser mi enamorada. Cuando respondiste ambos nos reímos sin parar.
Lástima como terminó todo ¿No? Ni si quiera me atreví a preguntarte “¿Qué había pasado?” Después de una tonta discusión decidiste terminar todo al poco tiempo. Ni siquiera me dio tiempo para pensar, simplemente de fuiste y en mi enojo no te solté ninguna palabra que pudiera retenerte. Recuerdo que, días antes de terminar, te dije que escucharas una canción. La historia coincidía con todo, no sabíamos nada de los dos desde dos años atrás, la palabra “fresa” que extrañamente te caracterizaba y que tanto te gustaba, y sobre todo, ¡Cómo no iba a recordarte! Y la letra, que fue escogido de una forma muy puntillosa, te encantó.
“¿Cómo no imaginarte, / cómo no recordarte / hace apenas dos años? / Cuando eras la princesa / de la boca de fresa, / cuando tenías aún esa forma / de hacerme daño.”
Hasta ahora me cuerdo cuando una tarde te recogí y caminamos a mi casa. Conversamos, nos tomamos de la mano y todo parecía perfecto. Esa misma tarde, volviste a mi habitación, aquella donde la primera vez que entraste, te dediqué un poema de Pablo Neruda, cuando era un estudiante, cuando ese poeta lo significaba mucho para mí. Nos quedamos dormidos en mi cama escuchando las mejores canciones de Andrés Calamaro. Una de las mejores cosas que he vivido ha sido despertar a tu lado, viendote con el cabello revuelto y bostezando. Me mirabas, siempre, de una forma tan especial.
Otra vez tuvieron que pasar meses, meses enteros en donde no me atreví a buscarte y todo dictaba que tú tampoco lo harías. Cuando pienso en lo que nos pasó, pienso en que fuimos demasiado orgullosos. Sí, Silvia querida, eso nos mató.
Había escrito, alguna vez, una entrada muy comprometedora, una historia real de un encuentro con una ex enamorada. Hoy pienso aclarar ciertas cosas, ese escrito, si bien fue cierto, también tiene algo de mentira porque no especifico muchas cosas, como el final… Nunca la vi, Silvia, y creo que esa fue una de las tantas cosas que hicieron que termines conmigo.
También creo algo, algo que sospecho te puede incomodar, la misma amiga que antes me gustaba, la del cabello castaño, de pupilas dilatadas… ella me dijo algo, supongo que ella también leyó ese escrito y al igual que muchas personas, se adelantaron en sacar muchas conclusiones prematuras. Me dijo que ella se había enterado de que me vi con mi ex enamorada y que, también, se había enterado que yo y ella nos besamos. No sé hasta dónde va a parar la imaginación femenina, uno hombre común y corriente puede decir algo y las mujeres empiezan a deducir cosas sin sentido, a imaginar y inventar escenas que nunca existieron, tal cual me lo demostró tu amiga esa tarde.
Después de esos cuatro meses y los desastres que vinieron con ellos, un amigo me dio un consejo en un parque: “Búscala, si aún sientes algo por ella, así sean ganas de conversar, no reprimas nada, por lo menos, nunca tendrás que reclamarte nada a ti, porque sabrás que lo intentaste.”
Fue esa madrugada que empecé a escribir un par de rimas absurdas, y terminé por escribirte un correo donde te daba a elegir entre volver a salir o dejar las cosas como estaban. Por suerte, optaste por volver a vernos.
Fueron muchos fines de semana, se nos hizo una costumbre salir y conversar. A pesar de tus temores (en ese momento, solo tuyos) siempre volvíamos a salir y tomarnos de la mano, conversar y caía, una vez más, rendido ante tus labios, tus incontables abrazos ¡Qué me pasaba contigo! Me volvía incontrolable y por más que trataba de ocultarlo, a veces me ganaban las ganas de tomarte por sorpresa, en cualquier lugar, en cualquier momento tomaba tu mano y te acercaba a mi…
Fueron muchos fines de semana que nos encontrábamos en el mismo lugar, a la misma hora. Se volvieron a meses y nunca me dabas una respuesta. Sí, aún parecíamos enamorados, los besos, las conversaciones, las tomadas de mano, el caminar sin rumbo… y aún no te atrevías a decirme si querías ser mi enamorada o no.
Así que un fin de semana no te llamé, luego fue otro y otro. Luego empezó la distancia, cuando tú no podías, yo sí podía, cuando yo no podía, tu sí querías y a pesar de las llamadas, los mensajes, la distancia nos anuló por completo. Y no aguanté más.
Una noche, después de mucho tiempo, te llamé. Te dije que quería verte, que tenía que decirte algo importante. Aceptaste.
A los pocos días salimos, me viste raro cuando notaste que me había cortado el cabello. Acariciaste mi cabeza y me dijiste “Te queda bien” y sonreíste, siempre tan tierna. Fue el camino más largo que hicimos. Fui tan directo en cada palabra, te dije muchas cosas y tú me escuchabas con miedo, en silencio ¿Por qué tenías tanto miedo? ¿A qué le tenías miedo? ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Por qué te fuiste?
Antes de despedirnos, me acerqué. Te expliqué que yo, antes, también tenía miedo de muchas cosas, pero que ahora estaba dispuesto a dar todo de mi… me dijiste: “Y ¿Por qué?”
-Estoy enamorado de ti. – Dije sin miedo y con toda sinceridad.
Me miraste como si hubiera hecho algo malo y seguiste caminando… al rato me dijiste: “Eres un imbécil” y te fuiste para siempre.
Y así, Silvia, hasta el día de hoy no sé nada de ti, quizá algunas cosas muy vagas por amigos y amigas. Algunas otras por mi propia cuenta. Pero no te volví a ver, por más que siempre me quedé con las ganas. Hasta hoy me pregunto todo eso, sobre tus miedos, tu huida, tu silencio, si en realidad para ti significo algo o nada toda esa historia. Son dudas que aún me dejan con un sabor amargo, recuerdos que se asoman en silencio.
No hemos vuelto a hablar, todo fue de un día para el otro, de repente no estabas, sin llamadas, sin mensajes, sin conversaciones… nada.
Hoy te encuentro de lejos, con una extraña sonrisa melancólica que me deja nudos en la garganta, fuiste mucho para mí y hasta ahora no he olvidado nada, desde que nos conocimos, hasta el final. Fuiste la primera enamorada que presenté en mi casa, la primera en entrar a mi habitación, la primera en hacerme morir un poco por amor.
Algunas noches, cuando, entre mis libros, encuentro el nombre de Neruda y releo algunos poemas, te veo y recuerdo cuando éramos muy niños, cuando nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. También conservo la cajetilla de “Romeo y Julieta” los cigarros que me trajiste de tu viaje de promoción. Queda un rubio que, solo sería capaz de fumarlo a tu lado. Tengo un anillo que, estoy seguro, algún día te lo entregaré.

Un fuerte abrazo, querida, muy querida Silvia.
Luis Omar Vásquez Trujillo

febrero 26, 2011

Cartas pendientes I

Querida Cielo:

Ya de empezar a escribir esta carta y pronunciar tu nombre, el cuerpo se me estremece ¡Qué rara toda nuestra aventura por la vida! Y siempre supe que sería así, desde la primera vez que conversamos sabía que hubo una conexión intensa entre los dos.
Yo recuerdo la primera vez que te vi. Fue para un examen de Ingles para ESAN. Era el verano del 2008 (mal año para los dos ¿No?) y ya habíamos ingresado a la universidad. Te vi cuando te paraste de tu silla y fuiste la primera en entregar el examen y te fuiste toda menudita y sonriente a la calle. Después, con el tiempo, yo te conté eso y anotamos la fecha en tu agenda. Lo escribimos como “LA PRIMERA VEZ QUE TE VI” y nos echamos a reír.
Pero la primera vez que hablamos fue muy rara. Debo de confesar que yo no quería entablar nada contigo, porque me gustabas y yo tenía enamorada. Así que, cada vez que me topaba contigo, evitaba todo el trauma alejándome a prender un cigarrillo lejos de ti, también recuerdo que eran épocas de mucho tabaco, quizá tenía mucho que ver con la crisis de la vocación. Tú también la sufriste, amabas (amas) la música y cada movimiento, cada pensamiento, cada palabra me hacía dar cuenta de eso, de que solo respirabas música. Pero yo te estaba contando de nuestra primera conversación, Cielo, de aquel día que llegaste tarde a clases y te sentaste junto a mí. Fue imposible no hablar, fue imposible hacerme el indiferente. Tu mirada tan dulce, tu sonrisa amistosa y tu corazón de artista se sentía a miles de kilómetros a la redonda y eso fue un punto más a favor tuyo, teníamos mucho de qué conversar.
Y sí que lo hicimos, a tal punto de escapar de esa clase de “Pensamiento Crítico” y perdernos por la facultad. Me gustaba como me mirabas cada vez que echaba humo de mi boca, me mirabas raro y hacías un gesto de desaprobación, pero nunca (repito NUNCA) me quitaste un rubio de la boca o hiciste algo para que no lo hiciera. Y si te molestaba que lo hiciera, lo siento.
Todo cambió el último día del primer ciclo, esa tarde fue demasiado raro, bonita, intensa y brotaron cosas que, ahora que lo pienso, no debieron brotar, por lo menos no en ese momento, quizá después, cuando ya me sentía mejor conmigo mismo.
La escena es intacta: Tu y yo, tirados en el césped, escuchando “Fue amor” de Fito Páez y mirándonos de reojo. Tú abrazándome por la espalda y yo con el cabello largo que tanto te gusta.
¡Cómo cambiaron las cosas! Fuiste la primera en escapar de la universidad, nunca te vi el segundo ciclo, salvo la vez que te encontré en la secretaría haciendo no sé qué.
Y pasó mucho tiempo y nos escribimos un par de correos, los tuyos más contentos y los míos más tristes. Tu me contabas de tus viajes interminables (y envidiables) yo mi mala suerte con la literatura, esa época fue la del verano del 2009, yo andaba muy perdido y tú más encontrada contigo misma. Siempre, hasta el día de hoy, me alegra que te vaya tan bien en lo que quieres.
Llego el invierno y otra vez nos vimos las caras. Una llamada a mi celular un día que yo no entré a clases (no entré a clases pero fui a la biblioteca a estudiar) Te contesté y nos dimos cuenta que estábamos cerca, muy cerca. Así que los dos salimos en busca del otro. Los detalles tú los sabes y eso se repitió los 2 días después. Una tarde llegaste a la academia donde me preparaba para ser un perfecto don nadie, estabas con un saco que rozaba tus pantorrillas, estabas con unas botas de taco, el cabello suelto y caminamos por la ciudad. Todos los recuerdos siguen en mi cabeza.
Las confusiones entre los dos, las risas que me llevo, las enseñanzas que me diste y todo lo que vino con eso aún lo tengo muy en claro y sólo llego a una conclusión: Fuimos muy niños, jugamos con fuego y las consecuencias fueron más agradables, sino, no te escribiría esto.
Las cosas que han sucedido, desde ese invierno de la academia, solo son destellos de algo a lo cual siempre quisimos llegar, pero nunca lo logramos por nuestras propias limitaciones.
Hoy sigo siendo el que espera las llamadas, por más que te desaparezcas mucho tiempo.

Un fuerte abrazo.
Luis Omar Vásquez Trujillo

enero 17, 2011

La catarsis, el monólogo y el olvido

- Eres un verdadero imbécil Gonzalo – me había dicho Mónica esa tarde - ¿En qué momento me enamoré de ti? Yo pensando en ti todo el puto día como una idiota y tú, en cualquier otra. En algún momento pensé que habías cambiado ¡Qué ilusa! ¿Por qué no me dijiste la verdad desde un principio? ¿Qué tienes en la cabeza? ¡Puta madre Gonzalo!
- ¿Qué verdad? – pregunté.
- Que nunca te importó lo nuestro.
- Sabes que no es cierto lo que dices.
- Ya no ocultes nada Gonzalo ¡Ya pasó! ¿Me entiendes?
- Entiendo.
- Sigue con tus cosas, porque es obvio que es tu forma de vivir, pero no dejes que alguien se enamore de ti, que sienta algo más, porque no se siente bien quedar así. No engañes Gonzalo.
- Tienes razón. – Dije, y al instante me arrepentí.
- No tengo más que decir. Por mí, te puedes ir a la misma mierda. Y esta vez no es broma. Adiós.
-Adiós.
No tenía más que decir y era muy probable que tenga mucha razón. No me defendí en ningún momento porque iba a ser imposible explicarle algo tan complejo. Pero me moría de ganas de decirle que no quería que se vaya, que se quede conmigo, que siempre la amé en silencio. Lástima que nunca lo dije, tampoco me hubiera gustado, viendo que en algún momento llegue ese final tan tormentoso. Sabía que en algún momento se aburriría de mí y de mis pocas ganas de comprometerme con ella, de mis noches en Barranco, donde nunca faltaba una muchacha que estaba dispuesta a más de lo que uno pensaba, de las continuas y repetitivas salidas que tenía con mis amigos a tomar unas cervezas donde caiga y que no sepa de mí por un par de días.
Y se fue, ni siquiera luché una palabra más para retenerla, para atreverme a decir la verdad. Así como llegó, se fue y así como se fue, no pensé en seguirla y aguanté una vez más sus ganas tremendas de mandarme bien lejos. Otra vez solo, en silencio, pensando, también, en todo lo que nos pasó, en toda nuestra historia. Desde aquel primer beso en mi habitación, hasta la tarde en que no se tragó la gota que rebalsaba el vaso.
No sé qué es lo que pasó ¿Ella se aburrió de mis pocas ganas de estabilizarme? ¿O yo me aburrí de estar tan vigilado? Lo que sí es cierto es que ella no merecía alguien como yo, con mis hábitos, con mis diminutas virtudes, mis miedos, mis contradicciones, mis mentiras, cuando me desaparecía y mi oficio que sólo necesitaba de silencio, espacio y tranquilidad.
¿Quién es el bueno y el malo en el amor? ¿Cuál es la ética del amor? ¿Existe una? Porque, por una parte, ser el bueno es respetar a la otra persona sobre todo, incluso si no le haces caso a tu corazón. Por otro lado ¿Por qué ignorar al corazón? Sería una estupidez no hacerle caso a lo que más te puede llenar. Y eso creo que fue lo que nos mató de a pocos, sigilosamente fuimos viendo que teníamos diferentes perspectivas sobre la ética de nuestros sentimientos. Pero preferimos ignorarlo.
Yo, por mi parte, siempre le fui fiel a mis sentimientos a ella, nunca dejé de amarla, quizá hice cosas que no debí hacer nunca. Pero siempre volví a ella. Aunque siempre me sacaron de quicio sus celos, sus reproches, sus interminables preguntas que me hacía. Me decía que ella no se podía tragar lo que pensaba, que su forma de ser era decir lo que sentía, sin obstáculo alguno.
Discutíamos sin tregua, dejábamos de hablar por un tiempo prolongado y la relación caminaba por la cuerda floja. No era difícil de predecir este final: Ella exhausta de mis tonterías, mandándome al infierno con mi actitud frente a la relación. Y yo guardando, una vez más, el silencio que me atormenta hasta en estos momentos.
Yo guardaba mucho silencio y todavía no sé por qué seré así. Prefiero ignorar lo que me puede hacer daño y olvidarme de todo antes de que empiece mi propio calvario. Lucho conmigo mismo para engañar todo lo que me puede hacer daño.
Un final tormentoso más a mi lista de fracasos como persona, como pareja o simplemente demuestra una vez más como soy, cuales son mis debilidades y esos terrores que no me atrevo a superar. Ella se va y no me desespero para nada, se va con todo su odio, con todo su rencor hacia mí y yo no voy detrás de ella ¿Para que? Si ella fue la que termina con todo, me dejó en claro todo cuando me dijo: “Por mí, te puedes ir a la mierda.” Y desapareció sin más que dejarme con mis pensamientos, flotando, angustiándome, como ahora, que, como medio de salvación, llego a mi trabajo triste, sin ánimos de hacer nada, engaño a mi jefe, me siento en mi escritorio y escribo estas líneas, a ver si podrán aliviar mis síntomas de nostalgia y lo difícil que es olvidar una vez más.