febrero 26, 2011

Cartas pendientes I

Querida Cielo:

Ya de empezar a escribir esta carta y pronunciar tu nombre, el cuerpo se me estremece ¡Qué rara toda nuestra aventura por la vida! Y siempre supe que sería así, desde la primera vez que conversamos sabía que hubo una conexión intensa entre los dos.
Yo recuerdo la primera vez que te vi. Fue para un examen de Ingles para ESAN. Era el verano del 2008 (mal año para los dos ¿No?) y ya habíamos ingresado a la universidad. Te vi cuando te paraste de tu silla y fuiste la primera en entregar el examen y te fuiste toda menudita y sonriente a la calle. Después, con el tiempo, yo te conté eso y anotamos la fecha en tu agenda. Lo escribimos como “LA PRIMERA VEZ QUE TE VI” y nos echamos a reír.
Pero la primera vez que hablamos fue muy rara. Debo de confesar que yo no quería entablar nada contigo, porque me gustabas y yo tenía enamorada. Así que, cada vez que me topaba contigo, evitaba todo el trauma alejándome a prender un cigarrillo lejos de ti, también recuerdo que eran épocas de mucho tabaco, quizá tenía mucho que ver con la crisis de la vocación. Tú también la sufriste, amabas (amas) la música y cada movimiento, cada pensamiento, cada palabra me hacía dar cuenta de eso, de que solo respirabas música. Pero yo te estaba contando de nuestra primera conversación, Cielo, de aquel día que llegaste tarde a clases y te sentaste junto a mí. Fue imposible no hablar, fue imposible hacerme el indiferente. Tu mirada tan dulce, tu sonrisa amistosa y tu corazón de artista se sentía a miles de kilómetros a la redonda y eso fue un punto más a favor tuyo, teníamos mucho de qué conversar.
Y sí que lo hicimos, a tal punto de escapar de esa clase de “Pensamiento Crítico” y perdernos por la facultad. Me gustaba como me mirabas cada vez que echaba humo de mi boca, me mirabas raro y hacías un gesto de desaprobación, pero nunca (repito NUNCA) me quitaste un rubio de la boca o hiciste algo para que no lo hiciera. Y si te molestaba que lo hiciera, lo siento.
Todo cambió el último día del primer ciclo, esa tarde fue demasiado raro, bonita, intensa y brotaron cosas que, ahora que lo pienso, no debieron brotar, por lo menos no en ese momento, quizá después, cuando ya me sentía mejor conmigo mismo.
La escena es intacta: Tu y yo, tirados en el césped, escuchando “Fue amor” de Fito Páez y mirándonos de reojo. Tú abrazándome por la espalda y yo con el cabello largo que tanto te gusta.
¡Cómo cambiaron las cosas! Fuiste la primera en escapar de la universidad, nunca te vi el segundo ciclo, salvo la vez que te encontré en la secretaría haciendo no sé qué.
Y pasó mucho tiempo y nos escribimos un par de correos, los tuyos más contentos y los míos más tristes. Tu me contabas de tus viajes interminables (y envidiables) yo mi mala suerte con la literatura, esa época fue la del verano del 2009, yo andaba muy perdido y tú más encontrada contigo misma. Siempre, hasta el día de hoy, me alegra que te vaya tan bien en lo que quieres.
Llego el invierno y otra vez nos vimos las caras. Una llamada a mi celular un día que yo no entré a clases (no entré a clases pero fui a la biblioteca a estudiar) Te contesté y nos dimos cuenta que estábamos cerca, muy cerca. Así que los dos salimos en busca del otro. Los detalles tú los sabes y eso se repitió los 2 días después. Una tarde llegaste a la academia donde me preparaba para ser un perfecto don nadie, estabas con un saco que rozaba tus pantorrillas, estabas con unas botas de taco, el cabello suelto y caminamos por la ciudad. Todos los recuerdos siguen en mi cabeza.
Las confusiones entre los dos, las risas que me llevo, las enseñanzas que me diste y todo lo que vino con eso aún lo tengo muy en claro y sólo llego a una conclusión: Fuimos muy niños, jugamos con fuego y las consecuencias fueron más agradables, sino, no te escribiría esto.
Las cosas que han sucedido, desde ese invierno de la academia, solo son destellos de algo a lo cual siempre quisimos llegar, pero nunca lo logramos por nuestras propias limitaciones.
Hoy sigo siendo el que espera las llamadas, por más que te desaparezcas mucho tiempo.

Un fuerte abrazo.
Luis Omar Vásquez Trujillo