noviembre 02, 2013

Alegrías, nunca más

24

Estoy manejando el carro de mi papá a noventa kilómetros por hora en la Costa Verde, el sol irradia con mucha fuerza porque el verano está tardando mucho en irse. Es un domingo de fines de mayo, estoy yendo a correr tabla con unos amigos que me están esperando para entrar al mar y quedarnos ahí hasta la tarde, cuando el sol ya se vaya despidiendo. Han pasado dos años y a veces me cuesta comprender todo lo que pasó en ese tiempo, qué sucedió conmigo mismo. Me resisto a convencerme que todo fue real, que me ardió la piel, que el dolor no me es ajeno bajo ninguna circunstancia, así haya sido un problema minúsculo ahora que pienso en ello. Algunas veces pensándolo bien me río con bastante facilidad porque en todos los casos fue suficientemente bueno que pasara por ese infierno ya que el problema nunca fue el problema que yo creía que era, era yo mismo y desde esa perspectiva se entendía mejor todo.
Al fin y al cabo el querer cambiar fue una decisión muy difícil, una lucha furiosa conmigo mismo, con mis malos hábitos porque uno se acostumbra a vivir de un modo agreste y cuando quieres dar los primeros pasos la frase “No vas a sobrevivir” te invade ya que eres lo suficientemente consciente de que existe un gran margen de error en tu siguiente movimiento. Pero llega el momento en donde tú mismo te impones una pisca de respeto. Tampoco se trata de dejar de ser lo que uno es, porque en el fondo sé que busco instintivamente los lugares a los que pertenezco y los amigos llegan para recorrer tugurios, ir a la zona negra donde dejo de ser el plebeyo y soy un príncipe donde me esperan las puertas abiertas de las noches que se alargan. Es el llamado de la naturaleza, el sello que uno lleva impreso.
Después de esa reunión con Diana, Gustavo y Ximena, celebramos el año nuevo en San Bartolo en la casa de Diana y esa misma noche planeamos un viaje al sur del país, donde yo conocía un poco de diversión y a la primera semana de enero nos enrumbamos a Cuzco, luego a Puno y finalmente Arequipa, una luna de miel que fue el último recuerdo que tengo con Diana. Existen miles de fotos, pero después de que me robaron la lap top, nunca más supe de esas imágenes que captamos juntos. Yo supongo que Diana las tiene, pero con el tiempo dejamos de vernos cada vez más, cada vez más y llegó el momento en que desaparecimos. Es una duda qué sucedió con nosotros para alejarnos definitivamente. Lo último que supe es que se fue a estudiar a Argentina y no he vuelto a saber nada de ella. Gustavo se fue a vivir a Estados Unidos y Ximena aún sigue en Lima, a ella algunas veces la veo. Recuerdo que después de año nuevo nos fuimos a Ancón y subimos al velero del papá de Gustavo y Diana me prometió que nunca nos alejaríamos ¿Dónde quedaban ahora esas palabras?
Mónica apareció algunas veces, pero nunca más fue lo mismo. A veces la veía con pena, me imaginaba lo difícil que era para ella haber crecido sola, con un padre que la dejó y ahora tenía una familia conformada aparte, una madre que se sacrificaba para darle todo lo que ella necesitaba y la pobre de Mónica hundida en su necesidad de tapar sus vacios emocionales. No dejaba de quererme, de necesitarme y cada  vez que nos veíamos volvía a ilusionarse como si yo siga siendo el mismo de antes. Todo terminó con una pelea como para no perder la costumbre y dejamos de vernos hasta ahora ¿Será feliz? A estas alturas espero que sí y si es así, si logró superar todo, quisiera verla y escuchar que todo anda en orden, que tiene proyectos e ideas para seguir adelante. Me gustaría darle un abrazo y felicitarla porque eso es lo primordial que necesita para seguir adelante, tener un norte fijo, eso que me costó mucho encontrar en mí. Sí, suena perfecto, sonrío, unos cigarrillos como empezó nuestra amistad y escuchar esas viejas canciones recordando que sí hubo un momento en los que éramos buenos amigos, sobre todo.
Alejandro en una fiesta lloró para pedirme perdón por todo y lo abracé para decirle que todo estaba bien ¿Para qué necesitábamos más problemas? Y zanjamos el tema con unas cervezas en la casa de un amigo. Hasta ahora nos vemos, salimos a los mismos bares, nos reímos con la misma frecuencia y él está enamorado de una chica que todavía no se atreve a presentar públicamente. Tiempo al tiempo, le dije la semana pasada mientras caminábamos a jugar billar como cuando éramos estudiantes de secundaria.
Acabo de estacionar el carro y llego una hora retrasado. Mis amigos me saludan ya con los trajes térmicos puestos y me piden que me apure. Me estoy cambiando y cuando termino de ponerme el traje, me pongo de cuclillas mirando el mar, está perfecto.
-¡Date prisa, Gonzalo! – Me grita el gordo.- Nosotros vamos entrando.
-Sí, ya voy.- digo sonriendo.
Me pongo a pensar en mi novela que ya va acabando, me falta solo un par de capítulos ¿Cómo resolvería una frase final que impacte totalmente al que se atreva a leerla? Pienso en algo singular, que diga explícitamente que esto ha sido real, que no es un juego. Un diálogo final estaría perfecto, algo que diga “Comprendí, entonces, que para escribir, es mejor haber vivido en carne propia la historia.” Algo por el estilo.
Por otro lado a Violeta le veo más seguido, a veces paso a saludarla, salimos a tomar un café, a hablar de nuestras cosas. El año pasado se graduó como psicóloga y mi familia fue la familia que la acompañó en el evento. Fuimos a cenar y ella brindó muy emocionada con unas lágrimas derramándose por las mejillas y yo fui a abrazarla.
-Gracias, Violeta, gracias por devolverme donde estoy. Gracias por darme esta amistad real. Pero sobre todo me diste el valor para tener fe en mí mismo, me has ayudado a crecer un poco y no hablo del aspecto físico.- se río.- hablo de que ya no tengo miedo.
Y la cena se prolongó en mi casa donde celebramos con amigas de su universidad.
En casa la felicidad duró muy poco. Al comienzo todo era un paraíso, mamá y papá hablaban todos los días con mucho cariño. Yo llegaba contento de clases, donde hice nuevos amigos con los que conseguí una fuerte disciplina para estudiar, y ni bien introducía la llave a la cerradura, mi corazón latía intensamente porque iba a ver a mis padres juntos, abrazados en su cama mirando televisión riéndose. Mi hermana llegaba unas horas después y cenábamos juntos en la mesa. Pero, no sé, supongo que todo era muy perfecto para ser real y poco a poco papá de nuevo empezó a distanciarse, a desaparecer los fines de semana y cuando menos creía, las discusiones volvieron a despertarme en las mañanas hasta que las cosas no dieron para más. Papá se fue de nuevo de la casa en definitiva.
¿Y yo? No, yo ya no soy el mismo.


Lima, primavera de 2013

noviembre 01, 2013

Alegrías, nunca más

23

-¿Aló? ¿Gonzalo? – Me despertó la llamada de Diana esa mañana- ¿Podemos vernos?
Y a las tres horas Diana apareció en su automóvil.
Faltaban dos días para año nuevo y me sentía más tranquilo. Lo primero que había hecho después de hablar con Violeta fue llamar a mamá y contarle todo, bueno, no todo, solo lo que ella necesitaba saber sobre lo que sucedió y al enterarse pegó un grito al cielo y llegó a Lima en el primer vuelo. Por lo menos mis desbarates lograron que mis padres se volvieran a hablar y definitivamente quedaba castigado a partir de nuevo año, debía de ir buscando trabajo y solucionar los problemas  porque con el dinero que iba a ganar con el sudor de mi frente, iba a devolver el dinero despilfarrado. Me parecía lo más correcto, así que alisté un currículo que dejaba mucho que desear y recorría todo Lima haciendo entrevistas de trabajo, entregando mi hoja de experiencia laboral y reventaba con correos electrónicos a toda empresa sin importarme exactamente en qué podría aportar con mis capacidades tan limitadas. También empecé a hacer ejercicio en las mañanas y, como consecuencia principal, iba dejando de fumar, aunque realmente lo atribuyo a que mis padres dejaron de darme dinero. Pero lo bueno fue que devolví el tiempo necesario a escribir esa novela que contaba explícitamente todo lo que me iba sucediendo desde que me enteré lo de Mónica con Alejandro, iba cuatro capítulos y aún corregía varias partes, que era la parte más tediosa y a todo ese trabajo, sumé el volver a leer los libros que me habían vencido y los que había dejado a media lectura.
Para navidad no quise salir de mi habitación, iba a ser demasiado para mí que ya me reconocía como todo un llorón, celebrar en esas condiciones personales tan paupérrimas. Y sin embargo, salí a saludar a la familia que, en un mal tino, decidió celebrar en mi casa. Naturalmente, recibí regalos, aunque yo sentía no merecer ninguno. Luego siguieron los días y seguía con la rutina que tanto me costaba cambiar, pero tenía que tragarme mis malos hábitos, ponerle cara a mis desbandes y ser responsable y exactamente eso era lo que más me molestaba porque nunca me sentí responsable por nada y, la verdad, todavía no quería tener una responsabilidad, pero ya no podía quejarme. Solo quedaba seguir.
-¿Cómo has estado? – me preguntó Diana encendiendo el motor.
-Mal- dije en mi ráfaga de sinceridad y ella soltó una carcajada divertida.
-¿Y ahora, Gonzalito? ¿Qué es lo que debo de saber?
Salíamos de La Molina y al ritmo de Fito Páez como para ponerme lo suficientemente nostálgico y empezar a narrar la travesía de ese año que no me trato tan bien. Pero ¡Qué va! Ya estaba más tranquilo, hay gente que la pasa peor, Diana, le decía, no sé por qué me toca ser tan débil, cuando yo era ese muchacho tan seguro de sí mismo. Me sacaron del círculo de comodidad que era mi reino sin horizontes, hasta que me du cuenta que el dolor invade sin tocar la puerta, arrinconándome sin dejarme un lugar por donde escapar ¿Escapar? Sí, aunque sonaba bastante tocada esa palabra, mis noches no eran un escape de nada, era ensimismarme porque cuando despertaba sobrio, me daba cuenta que seguía en el mismo lugar donde empezaba.
-¡Vaya, Gonzalo! Vas a tener que profundizar en ciertos temas, pero no por ahora. Ya lo estás escribiendo en esa novela ¿No?- y ambos nos reímos un poco.
Llegamos a su casa y me senté en el sofá donde meses atrás ella aspiraba cocaína.
-¿Qué deseas hacer?- Ya era de tarde.
-¿Vamos a comer? – me dolió responder porque seguía siendo un desempleado que no traía ni un centavo en el bolsillo.
Entre vergüenzas, tuve que decirle que no traía nada de dinero y, como era de esperarme, ella me dijo que no preocupara, que todo corría a la cuenta de la casa. Entonces fuimos a almorzar a un restaurante en Miraflores, cerca a su casa y nos pasamos la tarde caminando por el malecón mientras ella me contaba qué tantas cosas habían sucedido y otra vez volvía a extender sus brazos emocionándose de las cosas nuevas que había visto desde su regreso a Lima. Ella era así, una chica con roce social que intentaba ser chabacana, pero su educación le brotaba de los poros y al fin y al cabo no era como quería ser, por más que lo intentaba y eso me daba más ternura de ella.
-Mañana hay un evento en una nueva tienda que van a abrir ¿Me acompañas?
-No sé si pueda, ya te expliqué mi condición.
Al final me convenció y me convenció de pasar la noche en su casa. Llamé a mamá y le dije la última mentira del año, que había sido aceptado en un centro de llamadas telefónicas en turno noche y que empezaba con las pruebas esa misma noche y luego ya verían si me contratarían. Contra todo pronóstico me creyó y fuimos camino a su casa a descansar aunque tan cansado no estaba. Ni bien llegamos, ella sacó una bolsa de marihuana y me ofreció un poco, cogí la bolsa y la tiré en algún lugar de la casa y le dije que dejara eso para otra ocasión, fui a la nevera y saqué unas cervezas para seguir conversando. Y mientras se acumulaban las botellas vacías y nos poníamos cada vez más alegres, pasó lo inevitable, nos besamos y llegamos a su habitación casi desnudos. Hicimos el amor y nos quedamos dormidos abrazados uno del otro hasta la mañana siguiente que nos despertamos sonriendo ¿Estaba bien todo eso? Por lo menos no lo creía mal y fuimos a la cocina a comer algo.
-¿Vamos a la playa? – me dijo.
Cuando menos lo creía, yo estaba al volante corriendo la panamericana sur, camino a San Bartolo como una pareja feliz que me costaba creer porque no pensé que volvería a saber de ella ya que precisamente esa era nuestra relación, un dejar de vernos un buen tiempo para volver a ser enamorados un buen puñado de días o semanas y nada más. Pasando el primer peaje, ya estaba hablando con mucha fluidez, no me recordaba hablando tanto acerca de mí, de mi infancia en Arequipa, de lo que era crecer en Huaraz a tres kilómetros de la ciudad, de mi familia y hasta le conté el pasaje de Violeta en mi vida, algo que no se lo había dicho hasta ese momento. No era raro que haya repetido algunas historias, pero yo era así, volvía a contar lo mismo y cada vez con más alegría y a Diana no parecía incomodarle, al contrario, ella me sonreía y me decía que ya le había contado esa anécdota.
Llegamos a San Bartolo y estacionamos el carro en su casa, ni si quiera entramos, fuimos a caminar descalzos en la arena mientras veíamos extrañados que la playa no se poblaba todavía, entonces nos tiramos en la arena y nos quedamos dormidos un par de horas. Me desperté antes que ella y empecé a observarla, Diana era realmente bella, sus cabello rubio y las pecas que se dejaban ver en su escote hacía que sea una escena de lo más sensual que podía ver. Comprendía que lo más importante de nuestra relación era la honestidad, la valentía que ambos teníamos de mostrarnos tal cual éramos, yo un simple chico casi clase mediero que invertía sus días en escribir, visitar bares para conversar con amigos y escuchar música todo el tiempo posible y ella era una réplica imperfecta de mí por una simple razón, era víctima de sus costumbres ¿Cómo ella podía sentir cierta admiración por mí? Yo que había detestado todo lo que encontraba en frente mío cuando me miraba en el espejo. Pero ahí estaba, empezó a leer ni bien me conoció, a ver mis películas favoritas y a frecuentar mis bares porque quería tener un poco de mí, una gota de la esencia que hacía que me moviera de tal manera. Por otro lado, bajo las perspectiva de sus amiguitas que nunca me simpatizaron por más que me sonreían en las fiestas, yo era un arribista que la conquistaba solo para tener ese roce que yo nunca iba a tener, un caza fortunas para gozar su dinero como fuera mío y a pesar de que en verdad ella era totalmente generosa conmigo, nunca se me vino a la cabeza esa idea, pero era lo más lógico que piensen eso ¿Cómo explicar su generosidad al regalarme libros, llevarme a sus reuniones y darme la potestad de manejar su automóvil? Era totalmente irónico cómo funcionaban los prejuicios de la gente que habla por hablar. Diana me decía que era envidia y yo prefería ignorar todas esas cosas porque era mi ángel, la que daba todo por rescatarme de donde estaba. Yo no era más que una buena definición de una doble vida.
Al poco tiempo ella se despertó y me miró raro cuando me sorprendió observándola con tanto detenimiento.
-¿Vamos a comer? – sí, ella iba a pagar todo y me sentía el caza fortunas que sus amigas tanto hablaban de mí. Después de todo ¿Podía reclamar algo de dignidad?
Comimos unos piqueos de langostinos con unas cervezas mientras ella me hablaba del evento que tenía en la noche y yo me iba desanimando, pero ya estaba comprometido a ir con ella. Terminamos y nos levantamos de la mesa después de que ella pase su interminable tarjeta de crédito y yo buscaba donde esconder la cara de la ridícula escena.
Volví al volante y nos enrumbamos a Miraflores a alistarnos para dicho evento que era elegante.
-¿Y de dónde voy a sacar un terno? Yo no pienso volver a mi casa.
-Bueno, mi familia no es tan alta. Tengo una idea.
Llegamos a su casa y sacó un traje Hugo Boss, unos zapatos Pierre Cardin y una corbata Armani, me probé ese disfraz y lucía bien. Un poco de perfume Polo Ralph Lauren en el cuello y estaba listo para lucir como un verdadero galán. Toda la parafernalia era de su papá que no llegaba todavía de un viaje de negocios. Me sentía un estafador de primera clase, por lo menos eso último sonaba genial, primera clase. Diana hizo un par de llamadas para confirmar su asistencia y que iba con una pareja. Luego llamó a Gustavo para decirle que yo me había animado a ir y, por último, Ximena se alegró con esa noticia.
-¿No te falta un buen reloj? – me dijo y ya tenía un Bvlgari en mi muñeca.
Subimos al auto y fuimos a dicho evento donde Gustavo vestía un traje con zapatillas, la camisa afuera y el cabello revuelto con sus infaltables gafas de piloto. Ximena estaba más decente y después de saludarnos, llegaron los de sociales a tomar fotos por todo lado. Tanto flash me iba a dejar ciego y visitamos la tienda que era de ropa, los mozos no paraban de servir tragos que fue un gran error con mi debilidad por las elixir del olvido. Al quinto whisky tuve que sentarme y todavía no había salido el anfitrión a presentar la tienda. Bajo ninguna circunstancia pertenecía a ese mundo y Gustavo me repetía la misma pregunta “¿Estás bien? Después de esto nos vamos a otro lado.” Eso último era lo que me tenía más animado, ir a otro lado, que en el idioma de Gustavo era una fiesta.
Diana siempre me presentaba como su enamorado y las señoras me veían extrañadas porque todos creían que Dianita iba a ser pareja de Gustavo. Pero la diplomacia reinaba en ese mundo y me trataban como uno de ellos. Lo más difícil era esquivar sus preguntas ¿Qué hacía por la vida? ¿Cómo conocí a Diana? ¿Trabajaba? ¿Dónde vivía?
-Sí, Gonzalo, lo mejor es irse a estudiar fuera de Perú, sea lo que sea te da un peso mayor el saber que has estudiado fuera.- una risita fingida, yo también daba una sonrisa fingida y un sorbo más al whisky con hielo.
-On the rocks.- me decía Ximena y otra vez mi falsa sonrisa.
Personalmente, fui un fiasco, aunque Diana me daba ánimos en el auto diciéndome que estuve bien para ser mi primer evento social ¿Saldría en sociales de las revistas más glamorosas del país? Eso me lo iba a decir Gustavo una semana después cuando le llegaron las revistas a su casa.
Íbamos detrás del auto de Gustavo cuando Diana soltó esa pregunta que hasta ahora me cuestiono cada vez que recuerdo esa escena.
-¿Qué somos, Gonzalo?
Y tras mi respuesta imprecisa, forzada, que en el fondo solo hacía florecer mi duda sobre esa relación onírica de la que no me atrevía a creer que era real, su silencio sentenció el inicio del final, un final que tardó en llegar, pero finalmente llegó varios meses después.
La fiesta fue igual que el evento, no sé si mi incomodidad era porque nunca me gustó el bullicio ficticio que te brinda la diplomacia o era que las palabras de Violeta repercutían en un momento tan real que ella había descrito, lo cierto es que ya estaba asqueado y le pedí a Gustavo que me lleve a casa tratando de producir una excusa creíble que ni yo podía convencerme porque hasta mentir me empezó a saber asqueroso en mi paladar. Así es la conciencia, una vez que toma tu cuerpo, se te cuelga en cada momento, en cada expresión sensorial que haces, no te deja tranquilo nunca y es el juez que va determinando cada momento, cada decisión que tomas al tratar de hacer algo. En definitiva, la conciencia echaba a perder esa versión tétrica de mí mismo y me volvía más auténtico aunque algunas veces me niegue a aceptarlo.
Entré a casa y me daba con una sorpresa, papá estaba conversando con mamá, muy cariñosos escuchando un disco de Marty Balin, que era dueño del repertorio de su historia de amor. Mi papá me miró con esos ojos mansos, enrojecidos de tanto llorar y me dijo que me amaba mucho y nos abrazamos con mucha fuerza después de tanto tiempo. Mamá se sumó y nos quedamos así un buen rato.

-¿Sabes dónde está tu hermana? – me preguntó papá sacando el celular de su bolsillo para llamarla.

octubre 23, 2013

Alegrías, nunca más

22

Un chorro de agua fría en la cabeza fueron las palabras de Violeta y analizar palabra por palabra era descifrar las imperfecciones de mi filosofía estúpida de vida. Pero la verdad era que la vanidad me golpeaba creyéndome un dolor totalmente diferente, único y exclusivo, cuando en realidad mi sufrimiento no era tan diferente, ni ajeno a los demás. Solo quería lucrar a favor mío con mi consternación, para aprovechar mi condición y exhibir mi otro yo más cobarde, salvaje y enfermizo ¿Qué demonios había estado haciendo? ¿A dónde iba a llegar con todo? Recordé, entonces esos tiempo donde todo funcionaba de mejor manera, esos recuerdos que debemos de sacar de vez en cuando para encontrarle sentido a nuestro andar.
Jorge ¿Dónde estaría? Nos reuníamos con buenos amigos alrededor de una mesa después de algún evento cultural a conversar y disfrutar ese momento donde nos sentíamos cómodos porque esa era nuestro estado más natural. ¿Qué estaría haciendo Diana? A ella le debía la vida porque intentaba ayudarme con todo lo que estaba dentro de sus posibilidades ¿Por qué la alejaba? ¿Qué culpa tenía ella? Si nunca la hubiera conocido, hubiera estado más solo de lo que ya me sentía y gracias a sus conversaciones, a que me sacara de mi habitación, poco a poco iba recobrando la fe en mí mismo. ¿Dónde estaba mamá? ¿Dónde había quedado mi hermana? Eran las mujeres con las que mejor comunicación yo tenía, a las que sorprendía en las mañanas con un saludo efusivo, dándoles una nalgada y abrazándolas por la espalda y repetirles lo mucho que las quiero, ellas se reían y hasta me empujaban porque les resultaba muy hostigoso, pero en el fondo sabían que despertaba con buen humor, con una energía fulminante que nadie podía parar, con las pupilas vivas y curiosas en saber qué de deparará cada día. ¿Qué habrá sido de papá? Desde que se había ido simplemente le corté la comunicación ¿Era justo? ¿Acaso tenía que olvidarme que él me hubiera perdonado todo? Me ayudó cuando tuve mi primer quinceañero y estaba castigado, nos escapamos a comprar un terno, una camisa y una corbata, me enseñó a hacer el nudo de corbata con paciencia y se le venían las lágrimas a los ojos.  Recuerdo el día que me enseñó a manejar, lo alegre que yo regresaba a casa saltando a decirle a mamá que había movido el carro. Los fines de semana en Huaraz íbamos donde un amigo suyo a montar caballo y en el trayecto él me hablaba y a mi corta edad no lo entendía bien, pero padre e hijo, en caballos perdiéndonos en la naturaleza, estaban más juntos que nadie ¿Por qué era tan cruel de golpear a mi padre con mi indiferencia? Yo también debería de darle la mano. Finalmente, Mónica ¿Qué podía hacer con ella? Había sido mi compañera, la mujer que debí aceptar desde el primer momento que me gustaba mucho ¿Por qué me esforzaba tanto en negarlo? Como si, entre amigos, enamorarse fuera un pecado y el más hombre no tiene pareja. La quise tanto y fui tan idiota con ella ¿Por qué me costaba tanto quererla bien, como un verdadero hombre debe de querer a una mujer? ¿Por qué le fallé todas las veces que le prometía cambiar? Y ella que fue tan paciente conmigo, me perdonó una y otra vez sin perder la confianza en mí. Y todavía recordaba los momentos más alegres de nuestra relación, los cigarros que compartíamos en un parque mientras escuchábamos música, las conversaciones hasta la madrugada por teléfono, los días que ella me podía acompañar hasta el fin del mundo si yo se lo proponía y las fiestas a las que íbamos juntos, alegres compartiendo cervezas y bailando de tanto en tanto. Nuestra conexión era tan perfecta porque ambos no podíamos para de reírnos en todos los casos ¿Y ese fin de semana que me dejaron solo en casa? Fue nuestra luna de miel, ella vino a dormir a casa y pedíamos comida, veíamos películas, dormíamos juntos y abrazados y nos despertábamos tarde a ver televisión para luego repetir el proceso.
¿Por qué me empeñaba en desperdiciar todo eso? ¿Acaso tenía que seguir esperando un milagro, otra charla de Violeta para entender lo tonto que es actuar como estoy actuando? ¿O, por defecto, decidía de una buena vez terminar con esta secuencia de fracasos, frustraciones cuando yo quiera, como yo quiera y el día que yo quiera?
Me quedé el resto de la mañana y gran parte de la tarde mirando el techo de mi habitación y tratando de entender el sentido de la existencia, mientras en cada momento sonreía y soltaba unas carcajadas, porque recordaba a esas personas y lo bueno que era compartir tiempo con ellas.
A las seis de la tarde pegué un salto de mi cama y salí disparado de mi casa. Fui hasta la avenida principal y tomé un taxi que me llevara, urgente, donde se encontraba Violeta, me abrió la misma monja y me miró muy amarga porque me parece que estaba incomodando, pero al notar mi desesperación entendió mi pedido y llamó a Violeta que ni bien se asomó salté a abrazarla con fuerzas y ella sin entender bien qué hacía yo, un tipo el cual recordaba haciendo esfuerzos sobrehumanos, la estaba abrazando con tanta efusividad.
-Gracias, Violeta, muchas gracias- repetía por quinta vez y aunque otra vez me querían vencer las lágrimas, no les di paso aunque sentía que esta vez era alegría.
-Ya, Gonzalo- acariciaba mi espalda- todo va a estar mejor.-

Nos quedamos un buen momento abrazados en la puerta y me invitó a pasar, ellas estaban rezando y me invitaron a acompañarlas a hacerlo. Me extrañé, pero Violeta me había hecho un favor y ya que ella me estaba pidiendo algo, iba a retribuirle.

septiembre 25, 2013

Alegrías, nunca más

21

¿Qué podía aportar Violeta a mi vida? Si ya estaba en el último fondo. Sí, había estado en momentos muy alegres, pero ¿Realmente noches de risas lograban calmar la turbulencia en cómo andaba?
Dicen que la vida es un karma, un equilibrio entre todo lo bueno y lo malo. Es decir, si haces un infierno, el infierno vuelve a ti en esta vida, en la misma existencia, la factura se te cobra acá, sin creces ni intereses, simplemente lo que haces, lo pagas. Una ley de equilibrio vital ¿En verdad existía? Pues a esas alturas ya estaba convencido de eso, pues el cúmulo de perradas hechas y por hacer que le había hecho a Mónica, volvía a mí con la misma fuerza impactante de la que me costaba reponerme ¿Cómo habría resuelto todo eso Mónica? ¿O al igual que yo soportaba todo, mostrando una careta el mundo entero, pero en silencio, a solas en su habitación, el dolor de lo inevitable se asomaba de a pocos, pero con violencia? Pensaba mientras cerraba el cierre de la misma casaca azul que vestí todo ese año, mientras rociaba el mismo perfume en mi cuello.
Mauricio llegó con el carro y mientras abrochaba mi cinturón me iba bombardeando de preguntas acerca de cómo andaba yo y por qué estaba tan desesperado por saber de esa chica. Pero yo no respondía nada ¿Para qué? ¿Entendería tanto a la vez? Ya suficiente tenía como para vivirlo ¿Sería capaz de contarlo? Era mejor mentir y pegar mi cabeza a la ventana y hacerme el loco. Ya bastante estaba haciendo con salir de mi habitación ¿Por qué siempre me ganaba el caos?
-Gonzalo, ella ahora vive en La Victoria con unas monjas o hermanas de alguna congregación, no lo sé, pero está en el medio eclesiástico ¿En serio ahora enamoras a ese tipo de chicas? Bueno, es tu problema. Por cierto, es estudiante de Psicología.
-¿Psicología? Era de sospecharlo.
Mauricio me miró raro y a eso le siguió un cigarrillo que ya lo ansiaba con muchas ganas.
Llegamos y no era un lugar muy recomendable, basura derramada en la pista, acumulada con un ferviente olor a inmundicia. Mauricio titubeo en dejar o no su auto a la vista de tanto carroñero que acechaba su Honda Accord 2000 edición LX que no era el más moderno, pero de seguro eso no importaba. En el mejor de los casos una desmantelada les daba de vivir unos meses a esas aves de rapiña que dejaban con el alma pendiendo de un hilo al pobre de Mauricio.
-Yo me quedo esperándote.- Me dijo Mauricio y se encerró en el carro.
Crucé la pista y me acerqué a la puerta y ni bien terminé de tocarla, efectivamente, una monja o hermana de alguna congregación me atendió y me vio vestido de forma decente, sospecho que por ese lado no causaba mucho peligro a primera vista, entonces pregunté por Violeta y ahí cambió la situación porque, luego entendí, que cualquier intruso que se acerque a preguntar por Violeta, si causaba mucho peligro. La cuidaban como un tesoro.
-¿De parte de quién?- Esa iba a ser, sin duda, la pregunta más difícil de explicar.
Juro que trataba y trabaja de explicar que sí la conocía, pero no la veía hace mucho tiempo, que solo quería saber un poco de ella. Y esta monja o hermana de alguna congregación cerraba el paso de una forma más fuerte. No, joven, ella está estudiando y no va a salir. Y otra vez le explicaba que yo la conocí en Huaraz, en el orfanato donde la habían dejado siendo una niña, aún. Pero, no, luego tuve que explicarlo que yo no era un niño abandonado. Fue una batalla ardua hasta que en un momento, escuché una voz que decía “¿Quién es, hermana?” y se acercó una muchacha alta, más alta que yo y era es mirada que yo recordaba, aún conservaba esa forma de peinarse y saltó mi corazón
-Hola ¿Qué desea?- Dijo ella.
-Este joven dice que te conoce ¿Tú lo conoces?- Dijo la hermana de alguna congregación.
Violeta me miró extrañada, frunciendo el entrecejo y con toda la desconfianza que merecía la situación.
-Soy Gonzalo del Solar ¿Me recuerdas?- Dije con esperanzas.
-No, disculpa, estás equivocado.- Dijo ella y cuando la hermana de alguna congregación estaba cerrando la puerta, grité dando mi último manotazo de ahogado.
-Soy el hijo del director de la Aldea Infantil, nosotros te llevamos a Chiquián.- Y la puerta se abrió.
Ella tardó un poco de reponerse de esa frase, yo traté de estar menos nervioso, la hermana me había dejado pasar y nos estábamos instalando en el comedor de esa comunidad donde vivían las hermanas entregadas a las labores de la caridad. No era común aceptar la compañía de un hombre en ese lugar, pero era la excepción porque era amigo de Violeta. Ella aún seguía pasmada. Me miraba tratando de reconocerme, de encontrar algún recuerdo de quién era en mis ojos, en mis mejillas o en la forma de mi boca. Ella sabía quién era, pero no me recordaba en lo absoluto, lo notaba en la expresión que soltaba. Yo tuve que controlar la tembladera de mi pie izquierdo y trataba de expresar menos desesperación, miedo e inquietud. Violeta estaba ahí.
Empecé a hablar como una metralleta, ese artilugio al que estaba acostumbrado a recurrir en caso de nerviosismo extremo. Le conté que el trabajo de mi papá acabó en Huaraz y nos quedamos un tiempo más ahí, tanteando suerte si papá lograba conseguir algo estable, pero ya nada era lo mismo. Tuvimos que volver a Arequipa y al final mi papá se lanzó solo a Lima, pasamos un par de años separados, hablando a diario solo por teléfono mientras él se encontraba solo en la ciudad que me sonaba a mucho peligro porque eso es el primer miedo que te meten de Lima en cualquier provincia, que es una ciudad horrible, que hay muchos robo y que ya no se puede vivir en este país. Pero mira, le dije, viajamos tanto que acostumbrarnos al medio no nos fue difícil. Solo fue una navidad que vinimos a pasar con mi papá y al final nos quedamos a vivir, porque mi papá creía que la familia debía de estar junta para siempre (“Creía”, tiempo pasado, pasado perfecto, no gramaticalmente, pasado perfecto porque esa forma de pensar de mi papá en algún momento cambió y ahora todo era un desperfecto, un desperfecto continuo, me atrevería a agregar) y hace tiempo que estamos acá.  Esa pequeña historia la conté en una hora dando más detalles y matices, haciendo algunas bromas y sorteando a que ella también opinara. A pesar de que ella aún guardaba la imagen de no creer lo que tenía en frente suyo, dio la cordialidad y la confianza necesaria para hacerme algunas preguntas acerca de lo que le conté.
Ella me explicó que su situación fue más simple, terminó el colegio en Chiquián, en ese pueblito recóndito donde la civilización parecía que nunca iba a llegar. Estuvo un año estudiando para postular a la universidad y cuando se le presentó la oportunidad de estudiar en Lima, no lo pensó dos veces, tomó sus cosas y ahí estaba, estudiando y ayudando a las hermanas en los quehaceres de la comunidad, ganándose la habitación donde estaba. A pesar de que no narraba buenas aventuras, su historia tenía mayor solidez que la mía, quizá era la actitud con la que tomó las cosas ¡Claro! Era una persona que había perdido todo y rehízo todo. Cuando una persona sabe que es capaz de pararse de una fuerte caída, en este caso su disfunción familiar, le pierde temor a las cosas, no vuelve a temerle a las caídas y por eso ella no dejaba de mirarme a los ojos, no con altanería, ni provocándome, simplemente con esa convicción con la que se dice algo de lo que alguien está totalmente convencido.
-Y ¿Cómo te va ahora?- Me dijo ella
-Bastante bien.- empecé con las mentiras.- ¿Y tú?
-Sí, bien, también.- No, ni hablar, ella lo decía de una forma diferente, ella realmente estaba bien, no le pesaba la palabra. La verdad tiene un sonido diferente, una expresión natural. Era obvio que yo estaba fingiendo.
Era obvio, sí, y en ese momento me di cuenta de lo más obvio ¿Qué hacía yo ahí? ¿Por qué recién me dignaba a buscar alguna noticia de ella si ya estaba instalado en Lima hacía mucho tiempo? Porque me sentía solo, y los que se sienten solos van en busca de su pasado para encontrar la compañía de lo que fue en su momento para huir, para escapar de un presente que los tortura con su presencia. Estaba claro que yo la buscaba porque necesitaba de alguien y al no tener alternativa en quién descargar todo lo que se me venía en peso, hurgaba en mi pasado personas que podrían ayudarme a cargar con ese peso, contándolo todo y entonces, cuando una taza de té apareció en la mesa y me dijeron que no se podía fumar en ese lugar, ella ya había razonado eso que yo todavía lo llevaba analizando en mi cabeza. También lo noté en su expresión y no pude evitar la vergüenza, tuve que mirar un buen rato al suelo.
-¿Cómo están tus papás? Nunca les agradecí por todo lo que hicieron por mí.
-Ellos están bastante bien. Incluso querían venir.- No, por más que lo intentaba, fingir ya no me salía tan natural como estaba acostumbrado. La vergüenza me atacaba de nuevo y el nudo se iba formando en la garganta. No era momento para llorar, lo sabía muy bien, pero ¿Qué podía hacer? ¡Todo estaba mal! Me equivoqué en venir, pensé, ni si quiera debí de haber llamado a Mauricio para tal tontería.
-Mándales mis saludos cuando llegues a tu casa.- Ella me estaba persuadiendo, porque me limpié una lágrima con la manga de la casaca y aspiré los mocos. Ella sabía perfectamente lo que estaba buscando ahí.
Tomé mi casaca que la había colgado en el espaldar de la silla y me la puse parándome, haciendo un ademán de que debía de retirarme y excusándome que tenía cosas que hacer. Ella quedó un poco extrañada por mi actitud. Le di un beso en la mejilla y le pedí que me despidiera de la hermana y cuando ya estaba cruzando el umbral de la puerta ella me dijo “Gonzalo, puedes huir todo lo que quieras, pero nunca tan lejos como para escapar de ti mismo.” Y quedé petrificado. Ya por el simple hecho de estar en donde estaba, por estar como estaba y por ser como era, esa frase me ponía en jaque mate, sin salida. Era curiosamente patético cómo esa frase revelaba todo lo que era ahí, en ese presente continuo que estaba durando un año entero, un hombre escapando de sí mismo, huyendo en lo material, en lo banal y en lo carnal para estrellarse con él mismo en lo esencial, donde nada de lo que hacía por mí mismo, con mi soberbia independiente, valía en lo absoluto.
Regresé hecho un perro y con el rabo entre las piernas, ocultando las lágrimas y tragándome más mocos para esconder lo obvio e inevitable.
-Cuéntame, Gonzalo ¿Qué haces acá?
Y eso de lo que había huido de mamá, de Jorge, de mis amigos del colegio, de Diana y hasta de Mauricio hacía un par de horas en el auto, no pude hacerlo con Violeta y empecé a contar desde cero sin mentiras y exageraciones. Porque, Violeta, a mí no me van a echarme la culpa de toda esta porquería que estoy viviendo a flor de piel, en carne viva y con la navaja desenvainada en mi cuello, porque me quiero morir, Violeta y no tengo ni siquiera el valor para tomar un revolver y terminar con todo esto de una buena vez. A mí no me van a lanzar esta culpa, porque no soy yo el que decidió que mi novia se fuera con mi mejor amigo a besarse en Barranco cuando estaban bien drogados, yo no tengo la culpa que ella se acueste con el primer idiota que se cruce en su camino. Lo siento, pero ahí tienes la verdad, Violeta, mis padres, la familia feliz no existe y probablemente nunca existió, mi papá se fue de la casa y nos abandonó sin tiempo para pensar qué iba a ser de nosotros, se fue burlándose en nuestras caras, con una chica que debe ser de nuestra edad. No, Violeta, yo bastante tengo que cargar con eso, pero simplemente la vida no me da más, se me acabó la batería de la existencia y acá me tienes, bien vestido, aparentando algo que no soy porque todas las noches me sumerjo en el infierno de la noche, me entrego por completo a cosas que quizá solo lo hayas visto por televisión. No me vas a echar la culpa de nada, Violeta, nadie me va a echar la culpa de nada. Yo sé que a ti la vida, el destino, Dios o lo que sea como quieras llamarlo te dio un golpe fuerte cuando eras niña, uno de tus padres se suicidó y otro era alcohólico, te abandonaron y ahora estás dónde estás. Yo entiendo que eso es terrible, pero haz sobrevivido porque solo fue un golpe, un tiro y acá estás viva y derecha, afrontando todo porque esa es tu fortaleza ¿Pero qué hago conmigo si en vez de tener un solo golpe, tengo una tortura diaria, un calvario que me destroza al despertarme y un rito de autodestrucción que empieza cada noche y termina cada madrugada? Y cada vez es más, y cada vez es peor, porque cuando crees que no puede ser peor, cuando crees haber estado tocando fondo, te das cuenta que sí, todo puede estar peor y un nuevo fondo aparece. Yo no soy culpable de nada, Violeta, acá me tienes, me persuadiste quince minutos para esto y tú misma lo buscaste porque esto tampoco me lo vas a echar en cara.
Era una falta completa de respeto, ese era yo, un monstruo sin alma despotricando de quien se atreva a mirarme a los ojos y remover mis sentimientos, tratar de dar una mirada en lo más recóndito de mi verdad ¿Por es alejé a Mónica? ¿Mi papá estaba huyendo de él mismo? ¿Cuánto más tenía que durar ese espectáculo dramático, ridículo que me dejaba exhausto y destruido?
Violeta no dejaba de mirarme, no sentía que le había hecho daño, ella ni se había inmutado con lo que yo había dicho, quizá en el fondo sentía pena por mi persona, algo de decepción tal vez, no sé, ella solo me miraba y eso me hacía sentir peor aún, porque me hacía pisar realidad, me estaba comportando como un patán.
-¿Por dónde quieres que empiece? Gonzalo ¿Por lo fácil o lo difícil?
-Por lo difícil.
-Es la mejor opción, Gonzalo, porque tú mismo dijiste que cuando crees que cuando nada puede ser peor, te das cuenta de que todo puede estar peor y cada vez más grave de lo que piensas hasta que tú lo decides, Gonzalo y ese es el problema. Tú vienes acá con esos lentes, una montura cara y ese reloj que resplandece por dónde vas y seguro muchos envidian, pero en el fondo eres un farsante natural y a esos, la vida me enseñó, a olerlos a kilómetros de distancia.- Estaba a punto de interrumpirla, pero ella siguió.- Déjame hablar, porque por lo poco que noto de seguro que ya quieres justificarte, excusarte con lo que quieras pero yo sé que esa es una forma más cobarde de seguir huyendo, de salir corriendo hecho un maricón como ya debes estar acostumbrado. Ya te escuché y ahora te las aguantas. Vives de las apariencias y ya ni siquiera de lo material, si no de lo integral ¿Qué aparentas Gonzalo? ¿Un éxito que no tienes? ¿Una ropa de primera que te costó una eternidad conseguirla para entrar a un circulo al que no le importas? ¿Es preferible decir que estás bien, engañarte de que la familia Ingalls existe y contársela al mundo que es la tuya? ¿Crees que enamorando a un puñado de mujeres fáciles eres el más importante de tus amigos? Porque si crees que ese mundo que te rodea es lo que te define como persona, estás equivocado, Gonzalo, porque es una farsa, y así fuera verdad, vienes acá destruido porque nada de ese mundo te ha ayudado a salvarte del infierno ya que de raíz, estás destinado a seguir mintiendo para sobrevivir ¿Escuchaste? Sobrevivir, no vivir, porque la realidad es otra, la realidad es que no eres un hombre, eres un niño que aún no afronta sus problemas ¿Crees que el mundo está en deuda contigo por lo que te sucedió? ¿Crees que al mundo le importa mucho o poco lo que te está sucediendo ahora? ¿Crees que tu circulito de idiotas como tú le importa un bledo que ahora hayas venido a lloriquear acá? ¿Crees que a mí me importa algo ayudar a alguien como tú? En lo absoluto, porque ¿Qué puedo hacer con alguien que no es lo suficientemente hombre como para afrontar sus problemas? Corre, vete y échale la culpa a tu familia, a tu ex enamorada, al perro, al vecino, a los políticos, al fútbol o a la vida, grita que por ellos estás dónde estás, viviendo la vida que tienes y que, apuesto, ni si quiera te enorgullece llevar. Me dices que a mí la vida fue más fácil o quizá te refieres a la tuya como una tortura continua, pero déjame decirte que esa también es una excusa porque esto se resume a un problema de actitud, porque yo tuve que reponerme de mis problemas y estar donde estoy, yo tengo ahora el valor de mirar a alguien y decirle que le pongo el pecho a mis problemas, le hago frente a mis situaciones porque es un tema netamente de actitud, le pones frente a las cosas o no, tienes valor o no, punto, Gonzalo, no es ciencia de otro mundo ¿Crees que eres el único en el mundo con problemas fuertes? Bueno, cuando dejes de vivir en tu burbuja y salgas a enfrentar una realidad diferente te darás cuenta que dando la vuelta a la esquina, donde tienes miedo de ir para que no te roben, ahí hay problemas de los que sí hubieras cogido un revolver y te hubieras volado los sesos y no se trata de que tengas más valor al hacerlo, se trata de que serías más cobarde de lo que ya eres.
Violeta seguía hablando, no hablaba amarga, furiosa o con rencor por lo que le había dicho, hablaba con elegancia y una delicadeza que no esperaba, no perdía el encanto y no levantaba la voz al hacerlo. Naturalmente, estaba perplejo ¿Qué estaba esperando de ella? ¿Piedad? ¿Compasión? ¿Misericordia? Y tal vez por eso mismo busqué a ella y no a Diana esta vez, porque mi necesidad estaba en una persona más real, alguien que sus grandes disyuntivas en la vida no sean escoger en salir a divertirse un sábado por la noche en Barranco o Miraflores.
Estaba anonadado e inmovilizado, debí haber tenido la peor expresión al haber estado escuchando a Violeta decirme la verdad punto por punto, acelerando mi corazón porque me daba cuenta que no se equivocaba. La vergüenza, como antes, otra vez se apoderaba de mí, el fastidio y la incomodidad, son los típicos primeros síntomas de dar la razón al que te friega y refriega las cosas en la cara. Violeta me estaba parando frente a un espejo y yo achinaba los ojos y escondía la cara para no ver lo que refleja en verdad. Sentía náuseas y quería escaparme. Eso solo me recordaba que una persona no acostumbrada a la veracidad de las cosas, termina teniéndole terror a estas, prefiere seguir construyendo un artificio individual del cual solo uno mismo lo consume y lo cree. “La verdad te libera” Es un slogan muy conocido en todo mundo y entonces yo –Te apuesto que te crees una buena persona- continuaba Violeta.- que contabilizando en cifras tus actos, crees que en el fondo, eres una buena persona pero te tengo una noticia: no lo eres contigo mismo, y ahí tienes otro problema. Empieza siendo bueno contigo, porque si no estás bien contigo, no puedes hacer nada y mira como terminas, desesperado por huir de esta conversación, dolido porque tu ego, no tu orgullo ni dignidad, solo tu ego, otra fantasía a la que te aferras, está{a en el suelo. Venías acá por un mensaje, muy bien, tú llámalo destino, vida o Dios, ahora, pero tu mensaje que tanto buscabas, está precisamente acá.
El silencio invadió la habitación.
Pasaron muchos minutos hasta que rompí el silencio disculpándome y ella se acercó y me abrazó. Acarició mi espalda jorobada porque apoyaba los codos en las rodillas. Todo va a estar bien y en verdad, yo pensaba que si esas palabras de aliento, su llamada de atención no causaba algún efecto en mí, el fondo iba a ser algo que ya no quería imaginar.
No recuerdo haber hablado más después de las disculpas, solo ella me abrazaba y yo pensaba mucho ¡Cuán engañado había estado! ¿Cuándo empecé a construir esa muralla que me alejaba de lo demás? Una tormenta de miedo me atacaba porque ¿Qué iba a pasar si nada cambiaba? ¿Cuánto me iba a costar hacerlo? Ya era bastante enredo para un solo día.
Terminé mi taza de té, ya estaba frío y conversamos un poco más antes de que salga por esa puerta donde afuera me esperaba la basura acumulada y el horripilante olor a desgracia ¿quién diría que ahí encontraría a un ángel? En ese lugar donde todo parecía el final, cruzando esa puerta un mundo diferente se movía, un mundo mejor donde no existía ni una sola intención de edificar falsedades.
Me acerqué al carro de Mauricio y abrí la puerta, me gritó por haberme demorado mucho y yo le pedí disculpas. Notó mis ojos hinchados por tanto llorar pero hice bromas alegando que era marihuana de la buena, yo supongo que iba a ser mi última broma antes de querer ser ese hombre que le pone pecho a sus problemas. Mauricio no tiene nada que saber de eso ¿Iba a entender esto? No, él todavía, tendría que empezar con lo primero y ya era bastante para ese día en que yo había obtenido la revelación divina.

Era medio día y el sol empezó a brillar. El verano ya estaba empezando oficialmente.

agosto 22, 2013

Alegrías, nunca más

19

Llegué a La Molina y pagué el taxi. Desde el aeropuerto había estado pensando en Violeta, se me hacía raro haber pensado tanto en ella, con tanta intensidad, no lo había hecho en más de diez años y me reí con un poco de ironía ¿Sólo en estas situaciones más difíciles uno tiende a ser nostálgico? Me pregunté mientras entraba a casa y me sorprendía no encontrar a nadie. Algo estaba diferente en mi habitación, me resultaba un poco más pequeña. Me recosté y dormí el resto de la tarde pensando, otra vez, en Violeta ¡Qué difícil debe de haber resultado su vida en comparación a la mía! Recuerdo haber buscado su ficha social en los documentos de papá, en aquellos tiempo, cuando vivíamos en la aldea, las causas de haber estado ahí eran por abandono, su padre se suicidó y su mamá era alcohólica ¡Qué terrible! Supongo que su madre no aguantó tremendo golpe y se dedicó al vicio ¿Me estaría pasando lo mismo a mí? Haciendo las sumas y restas respectivas del caso, me di cuenta que últimamente había estado bebiendo muy seguido ¿Eran síntomas de ser alcohólico? Me asusté y luego me convencí de que era muy exagerado pensar eso. Un alcohólico se embriaga solos, yo no, yo solo bebía en reuniones lo cual me catalogaba como un bebedor social. Me olvidé del asunto y esta vez sí logré dormir tranquilo.
Ni si quiera tengo motivos para inventar hipocresía, desde el momento en que me enteré que Mónica se había acostado con Diego y luego había estado besándose con mi mejor amigo, yo decidí cobrar venganza ¿Por qué? Pues porque me gusta dar el último golpe, la estocada final de la batalla y sí, sentía que Mónica me había declarado la guerra. Soy Aries y eso me pone en la línea de “Es fácil ofender a los Aries y, cuando se sienten ofendidos, es difícil hacer las paces con ellos.” Y hasta quizá suene un poco extremista, pero quebrar la confianza conmigo es desatar la furia de Aquiles ¿También no fue Menelao el que desató la guerra de Troya por una traición? ¡Tremenda venganza! Pero, si hablamos de venganzas, Edmundo Dantés fue un artista de la venganza. A lo mejor no estaba tan equivocado con esa decisión, pero de algo estaba seguro, soy capaz de engañarme a mí mismo y convencerme de cosas que no son, si yo mismo quiero que sea así. Entonces debía devolverle el golpe del mismo calibre, la misma dimensión, buscar a su mejor amiga y hacerla caer en la trampa, pero ¿Quién era la mejor amiga de Mónica? Dependió de cada época en la que la conocí, fue Cielo su primera buena amiga que me presentó una noche al poco tiempo de conocernos. Luego me presentó a Ángela, una muchacha de la universidad, si no me equivoco era de su carrera. Luego era Grecia, una amiga mía con la que la veía arriba y abajo, juntas desde que las presenté ¿Ahora quién ocuparía esa plaza donde rotaban cabeza como si fueran funcionarios públicos? Ni se me ocurría.
A la mañana siguiente, me desperté bastante tranquilo, volví a sentarme en mi escritorio y empecé a redactar otro capítulo de la novela que estaba empezando, no tenía un rumbo fijo, le daba al teclado contando explícitamente lo que había estado sucediendo, ni siquiera sabía si era una novela, solo quería contar lo que me sucedía, mi versión de los hechos desde mi trinchera. La imagen que proyectaba era la peor en la que alguien me podía conocer, el cabello grasoso desde la raíz hasta la punta, los ojos rojos, aún con legañas, el cigarrillo en la boca, humeando mientras sonaba la música perfecta de mis dedos, dando su propio ritmo, contra el teclado. Con mi pijama y con casaca cualquiera por el frio que aún hacía en la ciudad. Tanto café iba a matarme, pensaba cada vez que paraba a leer un poco de lo que iba avanzando y daba un sorbo largo a la taza de café frio. Me alegraba trabajar en ese estado casi neurótico, me hacía entender que estaba a un buen nivel de concentración.
Mamá estaba de viaje por trabajo y el resto también trabajaba. Yo también trabajaba, por lo menos a mi estilo, así que pedí comida por teléfono y seguí trabajando, al mismo ritmo hasta la noche, donde por fin me bañé y fui a buscar a Mónica a su trabajo, decidido a hacer una sola cosa, averiguar quién era su mejor amiga de ese momento e ir preparando mi propio tiro de gracia.
Me gusta el invierno de Lima, el color gris le asienta tan bien, que soy capaz de escapar de la ciudad porque mucho calor me molesta. Pero, en cambio, la brisa dispersa por las calles, respirar la humedad, sumado todo eso al paisaje de La Molina, es toda una escena de película. Por eso ni me esfuerzo en buscar algún transporte para movilizarme por los lugares, así tenga que caminar una hora entera, la disfruto con el paisaje y el clima. Mamá me dice que es muy extraño que me gusta el clima que casi toda la ciudad detesta, pero no me incomoda.
Mónica estaba ahí y la encontré distinta, me abrazó con fuerza y me dijo que no esperaba verme. Estaba un poco triste y mientras me hablaba, mi cabeza entraba en razón ¿Le podía hacer eso a Mónica? ¿Sería capaz de hacerle algo peor? Yo ya le había hecho todo el daño que se le puede hacer a una persona y encima creía poder hacer algo peor ¿Ya no era suficiente para mí? Una parte me convencía de que no, que su carencia emocional, su forma de querer llenar sus propios vacíos hacía que ella haya estado andando con uno y con otro, hasta llegar a Alejandro. Pero otra parte volvía al principio, era un tema de orgullo, al fin sabría que conmigo no se juega, el que lo hace, lo paga caro.
-¿Mañana podemos vernos? Va a venir Mayra, mi mejor amiga. Hace tiempo que dejé de verla y ahora estamos retomando el contacto ¿Quieres acompañarnos a almorzar?
Listo, pensé, ya tenía todo lo que estaba buscando.
Nos despedimos con un fuerte abrazo, un beso en la mejilla y una mirada intensa, de esas miradas que te quieren decir ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Cómo hicimos para llegar a este punto? Porque la verdad nos destruimos a una velocidad increíble, sin pensar en las consecuencias, sin pensar de que en algún momento, los dos tendríamos que vernos con pena, la nostalgia de lo que no pudo ser. Sí, era pena la que ambos sentíamos por nosotros.
Regresando a casa hice una llamada a Mauricio, aquel amigo con el que compartía mi afición a la música, en un buen gusto a la vida él escogió periodismo y lo veía contento, alegre de hacer algo que realmente lo llene de energía, lo anime a continuar por el ritmo de vida que quería tener.
Nos saludamos, con mucho cariño, hablamos unos minutos sobre cómo nos estaba yendo, una mentira grosera de mi parte, la hipocresía en su máxima expresión. Le dije que me iba muy bien, que estaba esperando una oferta de trabajo para desarrollarme en el área que deseaba, que, por suerte, la vida o el azar ¡Llámalo cómo quieras! Me iba muy bien, hermano ¡Qué falso! Pero no me importaba, ya estaba muy bien acostumbrado a las mentiras, yo mismo podía creerme una.
-Dime, compadre ¿Qué puedo hacer por ti?- me dijo Mauricio, sospechando que esa llamada, después de tanto tiempo no era gratitud.
Le expliqué lo que sucedía, estaba buscando a una chica de la cual no recordaba casi nada. Supongo que le pareció algo estúpido cuando le dije eso, pero continué, tratando de no sonar ridículo, casi obsesivo con el asunto. Pero era imposible, me exaltaba, me emocionaba con la idea de que estaba la esperanza de que Mauricio, recurriendo a sus contactos, lograría decirme dónde estaba ella. Al final quedamos en que me llamaría y nos prometimos unas cervezas para ponernos al día. Sí, claro y colgué de un golpe.
Me sentía cansado y volví a casa para dormir temprano.
A la mañana siguiente me desperté relativamente tarde y me alisté, ese día le vería la cara a Mayra y tendría que ser lo suficientemente simpático para conversar con ella después de ese almuerzo. Un poco de perfume, una sonrisa de propaganda de pasta dental y un podo de desinterés son la receta para simpatizar a alguien, no soltarle la bola por completo, hacer entender que su presencia no es necesaria, pero tampoco estaría mal. Es decir, hacer sentir que tu amistad es abrir una puerta en la que te puedes divertir, el que la quiera abrir, que lo haga.
Llegué quince minutos tarde para que mi presencia sea notable y la vi sentada, sonriendo, mientras que Mónica estaba furiosa porque si algo le molestaba mucho, era mi impuntualidad. Me senté y empecé a hablar, no sabía de qué tanto hablaba, contaba historias y hacía algunas bromas, por lo menos le había devuelto la sonrisa a Mónica y todo estaba correcto. En esa única hora que Mónica tenía para almorzar, descargué lo mejor de mis encantos e incluso, yo, me quedé sorprendido de hacer tanta alharaca. Al final, Mónica volvió al trabajo y yo tuve que acompañar a Mayra a tomar el carro. Cambio de planes, solo me dediqué a escucharla y así nos quedamos media hora más conversando. Me parecía lo más correcto.
En la noche, empezamos a chatear muy seguido. Se volvió un hábito que ambos teníamos, empezábamos a las diez de la noche y terminábamos a las tres de la mañana, algunas veces un poco más. Coincidimos en un hobbie, el billar, en realidad no era mucho de ir, pero sí, cuando lo hacía, jugaba mucho y llegué a dominar el juego. Ese fue mi primer ademán, invitarla, aunque le expliqué que no jugaba hacía mucho tiempo.
-¿Mónica no se molestará si salgo contigo?-dijo ella.
-Ella siempre se molesta conmigo, yo estoy acostumbrado.
-¿Y si termino peleada con ella?
-Bueno, si te peleas con ella, podríamos ir a jugar billar, tranquilos.
Ella se rió y al final quedamos en salir a jugar sin que Mónica se entere. Al final ella añadió “Solo jugaremos ¿No? ¿No haremos nada malo?” Y el demonio iba aflorando en mí. Sí, pensé, nada malo.
Así fue la historia, no tan diferente a la de Galy, Claudia o Romina. Empezamos a salir juntos y clasificamos nuestra amistad como “clandestina” pero en algún momento las cosas se iban saliendo de las manos, dejamos de chatear por las noches y en vez de eso, hablábamos por teléfono hasta las cinco de la mañana, nos dejábamos mensajes al celular y la coquetería empezó a emerger en silencio, sin que ella y yo nos pudiéramos dar cuenta.
Una noche salimos a conversar, nada diferente a lo que ya estaba acostumbrado, fue muy normal, encendimos los cigarrillos y empezaron las risas y las indirectas. Más tarde, ella iba a ver a Mónica y antes de irse la tomé por la cintura y apretamos nuestros labios.
-Esto está mal, Gonzalo, Mónica es mi amiga y…
No dejé que terminara la frase y volví a besarla con más fuerza, pero en mi cabeza solo existía una sola cosa “Ya está, acá empieza” Y sí, ahí empezaba la verdadera historia, salíamos muchas veces y entre besos ella me preguntaba cómo podríamos llevar esa relación que era tan clandestina, tan furtiva, tan atractiva para los dos, porque corríamos el riesgo de ser vistos en cualquier momento.
Muchas tardes ella llegaba a mi habitación y un beso y otro nos llevaba a desnudarnos y acariciarnos antes de acostarnos. Nos quedábamos dormidos, tibios, aún, después de la pasión. Acariciaba su cabello y lo besaba la frente mientras ella se quedaba dormida en mi hombro o en mi pecho. Olía con mucha profundidad su cabello y volvía a besarla antes de dormir. Algunas veces Mónica la llamaba a ella o a mí y teníamos que guardar silencio porque la risa nos ganaba. Era horrible su cargo de conciencia que descargaba conmigo, me decía que se sentía mal por todo, pero ella tampoco era hipócrita, porque sabía que era lo mejor que estaba sucediendo y me devoraba a besos hasta hacer sangrar mis labios.
Todo eso se juntaba a un ritmo de vida muy distorsionada, todas las noches salía con amigos y bebíamos más de la cuenta, fumábamos marihuana en los parques y con otros amigos entrábamos a los burdeles donde se nos habrían las puertas del infierno y nosotros, felices, pagábamos lo que sea para que nunca acabaran esas fiestas donde nos despojábamos y tratábamos de olvidar las propias porquerías que nos ahogaban en nuestra estúpida existencia.
También me cansé de la universidad, ya ni me dignaba a asistir a alguna materia, simplemente me desaparecí y el dinero lo dividía entre Mayra y fiestas. Ni más ni menos. Ya había perdido a mi familia, a mi novia, a mi mejor amigo ¿Quedaba algo más que perder? Y si la respuesta era negativa, no me importaba porque ya estaba muy ebrio para seguir analizando los dimes y diretes que te vende la autosuperación o la psicología. A la mierda, si alguien no está tan jodido como uno, que no quiera vender comprensión y consejos de momentos que nunca ha vivido.
Pero yo no sabía que un vacío no podía llenar otro vacío y una tarde estaba en mi cama con Mayra, ella jugaba con mi cabello y yo tocaba su cintura. Una de mis tantas resacas despedía de mi cuerpo un olor a perdición en la madrugada y ella no se incomodaba. No sé de lo que hablábamos y ella dijo “¿Cómo le vamos a decir a Mónica que estamos juntos?” y esa fue la frase donde me di cuenta que era el inicio del final, no me molestaba que Mónica se entere, a decir verdad, yo quería que Mónica se entere para que le duela, pero no existía un “estamos juntos” Mayra estaba muy confundida sobre la situación y esa tarde no dije nada, pero tenía que hacer algo por el asunto.
Sin darme cuenta cómo iban pasando los días, pasaron semanas y algunos meses en que yo realmente no hacía nada salvo escribir, estar con Mayra e irme de parranda. Pero Mayra desequilibró el status quo de la ecuación de mi ritmo y tenía que ponerle un final.
A la mañana siguiente fui donde Mónica, me acerqué como un buen amigo y cuando me fui al baño, dejé mi celular en su cara para que lo revise. Obviamente, cuando volví, tenía un vacío en la mirada, una expresión que ella no podía controlar, estaba paralizada, no podía creer lo que había encontrado y yo solo cogí mi celular, le di un beso en la mejilla y di una carcajada , me estaba yendo porque Mónica empezó a llamarme, me pedía que no me vaya, que me quede para conversar y ya era muy tarde, porque no había nada que conversar.
Llegué a mi casa y esa misma noche tenía una fiesta, cuando salí Mónica estaba esperándome en la puerta de mi casa, ni le tomé importancia y ella me empezó a perseguir, me pedía que me detenga, que quería hablar conmigo y cuando por fin me detuve y le pregunte qué quería, empezó el espectáculo, empezó a llorar y a gritarme, a maldecirme y a decirme que era una basura, una mierda, una porquería de persona, que yo las iba a pagar porque una persona como yo, un idiota como yo no merecía nada y que al final iba a estar solo. Yo me reía y disfrutaba todo eso ¿Eso querías? Le dije, ahora te acordarás de mí el resto de tu vida, sabrás que conmigo no se juega. Dime ¿Qué se siente que te hagan mierda con tu mejor amigo? Llora lo que quieras, Mónica, sufre las veces que quieras hacerlo. Pero no calculé su mano izquierda y en un momento ya estaba impactando contra mi rostro. Mis lentes saltaron hasta el medio de la pista y fui a recogerlos ¿Eso querías? Golpearme y cuando me fui, ella me llamó de nuevo. No te vayas, por favor y le decía ¿Qué es lo que quieres? No me arrepiento de nada, dime ¿Cómo te sientes? Y ella sentía que había un placer entero en lo que decía, una excitación enfermiza en verla tan mal como yo lo estuve en algún momento.
-No se juega conmigo, Mónica, espero que se te quede bien grabado.-fue lo último que dije y esta vez me atacó con su derecha.
-Vete a la mierda, Gonzalo.- me gritó.
-No te imaginas hace cuánto tiempo estoy ahí.- Recogí mis lentes de nuevo y prendí un cigarro camino a la fiesta.
A esa fiesta, le siguieron miles de fiestas más y el asunto era lo mismo. Drogas derramadas y esparcidas en todos los lugares, conocía gente que nunca más volvía a ver y me embriagaba hasta perder la cordura, besaba a desconocidas y cuando salíamos de las fiestas, volvíamos al mismo burdel a pagar por más diversión. Llegaba a casa a las siete u ocho de la mañana y dormía hasta las cinco o seis de la tarde para volver a hacer lo mismo. Sin darme cuenta había dejado de escribir, había dejado de leer, de ver películas o ir al cine, me dejaba consumir en por las tinieblas de lo mundano y yo, ciego y débil, asistía a mi ritual diario de autodestrucción.
Por el lado de Mayra, nos vimos un par de veces más, algunas en mi cuarto, otras en un hotel y una sola vez en la calle. Su propia conciencia la venció y decidió alejarse. Se fue sin decir adiós y yo no me preocupé en seguirla y pedirle explicaciones. No me quise enterar si arregló sus asuntos pendientes con Mónica, porque a Mónica le perdí el rastro.
Una madrugada de diciembre llegaba a casa en un estado patético, ebrio hasta la punta del cabello y no sé cómo abrí la puerta, me caí tres veces en la sala y entré a mi habitación arrastrándome. No logré subir a la cama y empecé a vomitar por el vértigo que me había ganado, fueron casi  treinta minutos mientras duraba la penitencia, vomité sin parar, eliminando todo el alcohol consumido, la comida y hasta la bilis salía por mis fosas nasales. Sentía que iba a morir y no recuerdo más.
Me desperté esa misma noche con el cuerpo demolido, al lado del vómito que había llegado a ensuciarme la ropa y sentía más nauseas y volví vomitar ahí mismo, incapaz de moverme, como si mi cuerpo no fuera capaz de hacerme caso y me puse a llorar ¿Cómo había llegado a esto en mi vida? Lloraba y lloraba, recordé todos los planes que tenía para mí antes de entrar en esta porquería de vida, recordé a mi mamá y a mi papá ¿Por qué me era tan difícil tener una vida tranquila? ¿Por qué a mí me tenía que suceder tantas cosas que me dejaban derrotado, me dejaban sin energía para resolverlo? Estaba arrastrándome en el suelo y seguía llorando ¿Qué me hacía falta para estar bien? Me preguntaba ¿Qué necesitaba para volver a ser el Gonzalo que era alumno estrella, hijo responsable, aquel hombre que valoraba a las mujeres y las respetaba? Yo era consciente de que tenía todo lo que necesitaba para ser el hombre que yo esperaba de mí, pero no contaba con tantas cosas que me iban a suceder y me destrozaron hasta el orgullo de poder pararme en frente de alguien y decir “Mi nombres es Gonzalo, mucho gusto” porque ya ni siquiera podía mirarme al espejo y verme a los ojos sabiendo todo lo que había estado haciendo y creo que ese era el problema fundamental, tenía vergüenza de la vida que llevaba y no tenía paz interior. Se acercaba navidad y me encontraba en el peor estado de mi vida, en ese último piso de mi vida, solo quería morir y que todos queden tranquilos para que nadie se preocupes de la falta de agallas de un hombre que pudo hacer mucho y despilfarró el talento en lo más terrenal.
Sonó mi celular y contesté limpiándome las lágrimas. Mi voz estaba destrozada por el alcohol, el frío de dormir desabrigado y el piso tan frio, el desfiladero de cigarrillos que devoraba por paquetes.

-Gonzalo, te habla Mauricio ¡La encontré!