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¿Qué podía aportar Violeta a mi vida? Si ya estaba en el
último fondo. Sí, había estado en momentos muy alegres, pero ¿Realmente noches
de risas lograban calmar la turbulencia en cómo andaba?
Dicen que la vida es un karma, un equilibrio entre todo lo bueno
y lo malo. Es decir, si haces un infierno, el infierno vuelve a ti en esta
vida, en la misma existencia, la factura se te cobra acá, sin creces ni
intereses, simplemente lo que haces, lo pagas. Una ley de equilibrio vital ¿En
verdad existía? Pues a esas alturas ya estaba convencido de eso, pues el cúmulo
de perradas hechas y por hacer que le había hecho a Mónica, volvía a mí con la
misma fuerza impactante de la que me costaba reponerme ¿Cómo habría resuelto
todo eso Mónica? ¿O al igual que yo soportaba todo, mostrando una careta el
mundo entero, pero en silencio, a solas en su habitación, el dolor de lo
inevitable se asomaba de a pocos, pero con violencia? Pensaba mientras cerraba
el cierre de la misma casaca azul que vestí todo ese año, mientras rociaba el
mismo perfume en mi cuello.
Mauricio llegó con el carro y mientras abrochaba mi cinturón
me iba bombardeando de preguntas acerca de cómo andaba yo y por qué estaba tan
desesperado por saber de esa chica. Pero yo no respondía nada ¿Para qué?
¿Entendería tanto a la vez? Ya suficiente tenía como para vivirlo ¿Sería capaz
de contarlo? Era mejor mentir y pegar mi cabeza a la ventana y hacerme el loco.
Ya bastante estaba haciendo con salir de mi habitación ¿Por qué siempre me
ganaba el caos?
-Gonzalo, ella ahora vive en La Victoria con unas monjas o
hermanas de alguna congregación, no lo sé, pero está en el medio eclesiástico
¿En serio ahora enamoras a ese tipo de chicas? Bueno, es tu problema. Por
cierto, es estudiante de Psicología.
-¿Psicología? Era de sospecharlo.
Mauricio me miró raro y a eso le siguió un cigarrillo que ya
lo ansiaba con muchas ganas.
Llegamos y no era un lugar muy recomendable, basura
derramada en la pista, acumulada con un ferviente olor a inmundicia. Mauricio
titubeo en dejar o no su auto a la vista de tanto carroñero que acechaba su
Honda Accord 2000 edición LX que no era el más moderno, pero de seguro eso no
importaba. En el mejor de los casos una desmantelada les daba de vivir unos
meses a esas aves de rapiña que dejaban con el alma pendiendo de un hilo al
pobre de Mauricio.
-Yo me quedo esperándote.- Me dijo Mauricio y se encerró en
el carro.
Crucé la pista y me acerqué a la puerta y ni bien terminé de
tocarla, efectivamente, una monja o hermana de alguna congregación me atendió y
me vio vestido de forma decente, sospecho que por ese lado no causaba mucho
peligro a primera vista, entonces pregunté por Violeta y ahí cambió la
situación porque, luego entendí, que cualquier intruso que se acerque a
preguntar por Violeta, si causaba mucho peligro. La cuidaban como un tesoro.
-¿De parte de quién?- Esa iba a ser, sin duda, la pregunta
más difícil de explicar.
Juro que trataba y trabaja de explicar que sí la conocía,
pero no la veía hace mucho tiempo, que solo quería saber un poco de ella. Y
esta monja o hermana de alguna congregación cerraba el paso de una forma más
fuerte. No, joven, ella está estudiando y no va a salir. Y otra vez le
explicaba que yo la conocí en Huaraz, en el orfanato donde la habían dejado
siendo una niña, aún. Pero, no, luego tuve que explicarlo que yo no era un niño
abandonado. Fue una batalla ardua hasta que en un momento, escuché una voz que
decía “¿Quién es, hermana?” y se acercó una muchacha alta, más alta que yo y
era es mirada que yo recordaba, aún conservaba esa forma de peinarse y saltó mi
corazón
-Hola ¿Qué desea?- Dijo ella.
-Este joven dice que te conoce ¿Tú lo conoces?- Dijo la
hermana de alguna congregación.
Violeta me miró extrañada, frunciendo el entrecejo y con
toda la desconfianza que merecía la situación.
-Soy Gonzalo del Solar ¿Me recuerdas?- Dije con esperanzas.
-No, disculpa, estás equivocado.- Dijo ella y cuando la
hermana de alguna congregación estaba cerrando la puerta, grité dando mi último
manotazo de ahogado.
-Soy el hijo del director de la Aldea Infantil, nosotros te
llevamos a Chiquián.- Y la puerta se abrió.
Ella tardó un poco de reponerse de esa frase, yo traté de
estar menos nervioso, la hermana me había dejado pasar y nos estábamos
instalando en el comedor de esa comunidad donde vivían las hermanas entregadas
a las labores de la caridad. No era común aceptar la compañía de un hombre en
ese lugar, pero era la excepción porque era amigo de Violeta. Ella aún seguía
pasmada. Me miraba tratando de reconocerme, de encontrar algún recuerdo de quién
era en mis ojos, en mis mejillas o en la forma de mi boca. Ella sabía quién
era, pero no me recordaba en lo absoluto, lo notaba en la expresión que
soltaba. Yo tuve que controlar la tembladera de mi pie izquierdo y trataba de
expresar menos desesperación, miedo e inquietud. Violeta estaba ahí.
Empecé a hablar como una metralleta, ese artilugio al que
estaba acostumbrado a recurrir en caso de nerviosismo extremo. Le conté que el
trabajo de mi papá acabó en Huaraz y nos quedamos un tiempo más ahí, tanteando
suerte si papá lograba conseguir algo estable, pero ya nada era lo mismo.
Tuvimos que volver a Arequipa y al final mi papá se lanzó solo a Lima, pasamos
un par de años separados, hablando a diario solo por teléfono mientras él se
encontraba solo en la ciudad que me sonaba a mucho peligro porque eso es el
primer miedo que te meten de Lima en cualquier provincia, que es una ciudad
horrible, que hay muchos robo y que ya no se puede vivir en este país. Pero
mira, le dije, viajamos tanto que acostumbrarnos al medio no nos fue difícil.
Solo fue una navidad que vinimos a pasar con mi papá y al final nos quedamos a
vivir, porque mi papá creía que la familia debía de estar junta para siempre
(“Creía”, tiempo pasado, pasado perfecto, no gramaticalmente, pasado perfecto
porque esa forma de pensar de mi papá en algún momento cambió y ahora todo era
un desperfecto, un desperfecto continuo, me atrevería a agregar) y hace tiempo
que estamos acá. Esa pequeña historia la
conté en una hora dando más detalles y matices, haciendo algunas bromas y
sorteando a que ella también opinara. A pesar de que ella aún guardaba la
imagen de no creer lo que tenía en frente suyo, dio la cordialidad y la
confianza necesaria para hacerme algunas preguntas acerca de lo que le conté.
Ella me explicó que su situación fue más simple, terminó el
colegio en Chiquián, en ese pueblito recóndito donde la civilización parecía
que nunca iba a llegar. Estuvo un año estudiando para postular a la universidad
y cuando se le presentó la oportunidad de estudiar en Lima, no lo pensó dos
veces, tomó sus cosas y ahí estaba, estudiando y ayudando a las hermanas en los
quehaceres de la comunidad, ganándose la habitación donde estaba. A pesar de
que no narraba buenas aventuras, su historia tenía mayor solidez que la mía,
quizá era la actitud con la que tomó las cosas ¡Claro! Era una persona que
había perdido todo y rehízo todo. Cuando una persona sabe que es capaz de
pararse de una fuerte caída, en este caso su disfunción familiar, le pierde
temor a las cosas, no vuelve a temerle a las caídas y por eso ella no dejaba de
mirarme a los ojos, no con altanería, ni provocándome, simplemente con esa
convicción con la que se dice algo de lo que alguien está totalmente convencido.
-Y ¿Cómo te va ahora?- Me dijo ella
-Bastante bien.- empecé con las mentiras.- ¿Y tú?
-Sí, bien, también.- No, ni hablar, ella lo decía de una
forma diferente, ella realmente estaba bien, no le pesaba la palabra. La verdad
tiene un sonido diferente, una expresión natural. Era obvio que yo estaba fingiendo.
Era obvio, sí, y en ese momento me di cuenta de lo más obvio
¿Qué hacía yo ahí? ¿Por qué recién me dignaba a buscar alguna noticia de ella
si ya estaba instalado en Lima hacía mucho tiempo? Porque me sentía solo, y los
que se sienten solos van en busca de su pasado para encontrar la compañía de lo
que fue en su momento para huir, para escapar de un presente que los tortura
con su presencia. Estaba claro que yo la buscaba porque necesitaba de alguien y
al no tener alternativa en quién descargar todo lo que se me venía en peso,
hurgaba en mi pasado personas que podrían ayudarme a cargar con ese peso,
contándolo todo y entonces, cuando una taza de té apareció en la mesa y me
dijeron que no se podía fumar en ese lugar, ella ya había razonado eso que yo todavía
lo llevaba analizando en mi cabeza. También lo noté en su expresión y no pude
evitar la vergüenza, tuve que mirar un buen rato al suelo.
-¿Cómo están tus papás? Nunca les agradecí por todo lo que
hicieron por mí.
-Ellos están bastante bien. Incluso querían venir.- No, por
más que lo intentaba, fingir ya no me salía tan natural como estaba
acostumbrado. La vergüenza me atacaba de nuevo y el nudo se iba formando en la
garganta. No era momento para llorar, lo sabía muy bien, pero ¿Qué podía hacer?
¡Todo estaba mal! Me equivoqué en venir, pensé, ni si quiera debí de haber
llamado a Mauricio para tal tontería.
-Mándales mis saludos cuando llegues a tu casa.- Ella me
estaba persuadiendo, porque me limpié una lágrima con la manga de la casaca y
aspiré los mocos. Ella sabía perfectamente lo que estaba buscando ahí.
Tomé mi casaca que la había colgado en el espaldar de la
silla y me la puse parándome, haciendo un ademán de que debía de retirarme y
excusándome que tenía cosas que hacer. Ella quedó un poco extrañada por mi
actitud. Le di un beso en la mejilla y le pedí que me despidiera de la hermana
y cuando ya estaba cruzando el umbral de la puerta ella me dijo “Gonzalo,
puedes huir todo lo que quieras, pero nunca tan lejos como para escapar de ti
mismo.” Y quedé petrificado. Ya por el simple hecho de estar en donde estaba,
por estar como estaba y por ser como era, esa frase me ponía en jaque mate, sin
salida. Era curiosamente patético cómo esa frase revelaba todo lo que era ahí,
en ese presente continuo que estaba durando un año entero, un hombre escapando
de sí mismo, huyendo en lo material, en lo banal y en lo carnal para
estrellarse con él mismo en lo esencial, donde nada de lo que hacía por mí
mismo, con mi soberbia independiente, valía en lo absoluto.
Regresé hecho un perro y con el rabo entre las piernas,
ocultando las lágrimas y tragándome más mocos para esconder lo obvio e
inevitable.
-Cuéntame, Gonzalo ¿Qué haces acá?
Y eso de lo que había huido de mamá, de Jorge, de mis amigos
del colegio, de Diana y hasta de Mauricio hacía un par de horas en el auto, no
pude hacerlo con Violeta y empecé a contar desde cero sin mentiras y
exageraciones. Porque, Violeta, a mí no me van a echarme la culpa de toda esta
porquería que estoy viviendo a flor de piel, en carne viva y con la navaja
desenvainada en mi cuello, porque me quiero morir, Violeta y no tengo ni
siquiera el valor para tomar un revolver y terminar con todo esto de una buena
vez. A mí no me van a lanzar esta culpa, porque no soy yo el que decidió que mi
novia se fuera con mi mejor amigo a besarse en Barranco cuando estaban bien
drogados, yo no tengo la culpa que ella se acueste con el primer idiota que se cruce
en su camino. Lo siento, pero ahí tienes la verdad, Violeta, mis padres, la
familia feliz no existe y probablemente nunca existió, mi papá se fue de la
casa y nos abandonó sin tiempo para pensar qué iba a ser de nosotros, se fue
burlándose en nuestras caras, con una chica que debe ser de nuestra edad. No,
Violeta, yo bastante tengo que cargar con eso, pero simplemente la vida no me
da más, se me acabó la batería de la existencia y acá me tienes, bien vestido,
aparentando algo que no soy porque todas las noches me sumerjo en el infierno
de la noche, me entrego por completo a cosas que quizá solo lo hayas visto por
televisión. No me vas a echar la culpa de nada, Violeta, nadie me va a echar la
culpa de nada. Yo sé que a ti la vida, el destino, Dios o lo que sea como
quieras llamarlo te dio un golpe fuerte cuando eras niña, uno de tus padres se
suicidó y otro era alcohólico, te abandonaron y ahora estás dónde estás. Yo
entiendo que eso es terrible, pero haz sobrevivido porque solo fue un golpe, un
tiro y acá estás viva y derecha, afrontando todo porque esa es tu fortaleza
¿Pero qué hago conmigo si en vez de tener un solo golpe, tengo una tortura
diaria, un calvario que me destroza al despertarme y un rito de autodestrucción
que empieza cada noche y termina cada madrugada? Y cada vez es más, y cada vez
es peor, porque cuando crees que no puede ser peor, cuando crees haber estado
tocando fondo, te das cuenta que sí, todo puede estar peor y un nuevo fondo
aparece. Yo no soy culpable de nada, Violeta, acá me tienes, me persuadiste
quince minutos para esto y tú misma lo buscaste porque esto tampoco me lo vas a
echar en cara.
Era una falta completa de respeto, ese era yo, un monstruo
sin alma despotricando de quien se atreva a mirarme a los ojos y remover mis
sentimientos, tratar de dar una mirada en lo más recóndito de mi verdad ¿Por es
alejé a Mónica? ¿Mi papá estaba huyendo de él mismo? ¿Cuánto más tenía que
durar ese espectáculo dramático, ridículo que me dejaba exhausto y destruido?
Violeta no dejaba de mirarme, no sentía que le había hecho
daño, ella ni se había inmutado con lo que yo había dicho, quizá en el fondo
sentía pena por mi persona, algo de decepción tal vez, no sé, ella solo me
miraba y eso me hacía sentir peor aún, porque me hacía pisar realidad, me
estaba comportando como un patán.
-¿Por dónde quieres que empiece? Gonzalo ¿Por lo fácil o lo
difícil?
-Por lo difícil.
-Es la mejor opción, Gonzalo, porque tú mismo dijiste que
cuando crees que cuando nada puede ser peor, te das cuenta de que todo puede
estar peor y cada vez más grave de lo que piensas hasta que tú lo decides,
Gonzalo y ese es el problema. Tú vienes acá con esos lentes, una montura cara y
ese reloj que resplandece por dónde vas y seguro muchos envidian, pero en el
fondo eres un farsante natural y a esos, la vida me enseñó, a olerlos a kilómetros
de distancia.- Estaba a punto de interrumpirla, pero ella siguió.- Déjame
hablar, porque por lo poco que noto de seguro que ya quieres justificarte,
excusarte con lo que quieras pero yo sé que esa es una forma más cobarde de
seguir huyendo, de salir corriendo hecho un maricón como ya debes estar
acostumbrado. Ya te escuché y ahora te las aguantas. Vives de las apariencias y
ya ni siquiera de lo material, si no de lo integral ¿Qué aparentas Gonzalo? ¿Un
éxito que no tienes? ¿Una ropa de primera que te costó una eternidad
conseguirla para entrar a un circulo al que no le importas? ¿Es preferible
decir que estás bien, engañarte de que la familia Ingalls existe y contársela
al mundo que es la tuya? ¿Crees que enamorando a un puñado de mujeres fáciles
eres el más importante de tus amigos? Porque si crees que ese mundo que te
rodea es lo que te define como persona, estás equivocado, Gonzalo, porque es
una farsa, y así fuera verdad, vienes acá destruido porque nada de ese mundo te
ha ayudado a salvarte del infierno ya que de raíz, estás destinado a seguir
mintiendo para sobrevivir ¿Escuchaste? Sobrevivir, no vivir, porque la realidad
es otra, la realidad es que no eres un hombre, eres un niño que aún no afronta
sus problemas ¿Crees que el mundo está en deuda contigo por lo que te sucedió?
¿Crees que al mundo le importa mucho o poco lo que te está sucediendo ahora?
¿Crees que tu circulito de idiotas como tú le importa un bledo que ahora hayas
venido a lloriquear acá? ¿Crees que a mí me importa algo ayudar a alguien como
tú? En lo absoluto, porque ¿Qué puedo hacer con alguien que no es lo
suficientemente hombre como para afrontar sus problemas? Corre, vete y échale
la culpa a tu familia, a tu ex enamorada, al perro, al vecino, a los políticos,
al fútbol o a la vida, grita que por ellos estás dónde estás, viviendo la vida
que tienes y que, apuesto, ni si quiera te enorgullece llevar. Me dices que a
mí la vida fue más fácil o quizá te refieres a la tuya como una tortura
continua, pero déjame decirte que esa también es una excusa porque esto se
resume a un problema de actitud, porque yo tuve que reponerme de mis problemas
y estar donde estoy, yo tengo ahora el valor de mirar a alguien y decirle que
le pongo el pecho a mis problemas, le hago frente a mis situaciones porque es
un tema netamente de actitud, le pones frente a las cosas o no, tienes valor o
no, punto, Gonzalo, no es ciencia de otro mundo ¿Crees que eres el único en el
mundo con problemas fuertes? Bueno, cuando dejes de vivir en tu burbuja y
salgas a enfrentar una realidad diferente te darás cuenta que dando la vuelta a
la esquina, donde tienes miedo de ir para que no te roben, ahí hay problemas de
los que sí hubieras cogido un revolver y te hubieras volado los sesos y no se
trata de que tengas más valor al hacerlo, se trata de que serías más cobarde de
lo que ya eres.
Violeta seguía hablando, no hablaba amarga, furiosa o con
rencor por lo que le había dicho, hablaba con elegancia y una delicadeza que no
esperaba, no perdía el encanto y no levantaba la voz al hacerlo. Naturalmente,
estaba perplejo ¿Qué estaba esperando de ella? ¿Piedad? ¿Compasión?
¿Misericordia? Y tal vez por eso mismo busqué a ella y no a Diana esta vez,
porque mi necesidad estaba en una persona más real, alguien que sus grandes
disyuntivas en la vida no sean escoger en salir a divertirse un sábado por la
noche en Barranco o Miraflores.
Estaba anonadado e inmovilizado, debí haber tenido la peor
expresión al haber estado escuchando a Violeta decirme la verdad punto por punto,
acelerando mi corazón porque me daba cuenta que no se equivocaba. La vergüenza,
como antes, otra vez se apoderaba de mí, el fastidio y la incomodidad, son los típicos
primeros síntomas de dar la razón al que te friega y refriega las cosas en la
cara. Violeta me estaba parando frente a un espejo y yo achinaba los ojos y escondía
la cara para no ver lo que refleja en verdad. Sentía náuseas y quería
escaparme. Eso solo me recordaba que una persona no acostumbrada a la veracidad
de las cosas, termina teniéndole terror a estas, prefiere seguir construyendo
un artificio individual del cual solo uno mismo lo consume y lo cree. “La
verdad te libera” Es un slogan muy conocido en todo mundo y entonces yo –Te apuesto
que te crees una buena persona- continuaba Violeta.- que contabilizando en
cifras tus actos, crees que en el fondo, eres una buena persona pero te tengo
una noticia: no lo eres contigo mismo, y ahí tienes otro problema. Empieza
siendo bueno contigo, porque si no estás bien contigo, no puedes hacer nada y
mira como terminas, desesperado por huir de esta conversación, dolido porque tu
ego, no tu orgullo ni dignidad, solo tu ego, otra fantasía a la que te aferras,
está{a en el suelo. Venías acá por un mensaje, muy bien, tú llámalo destino,
vida o Dios, ahora, pero tu mensaje que tanto buscabas, está precisamente acá.
El silencio invadió la habitación.
Pasaron muchos minutos hasta que rompí el silencio
disculpándome y ella se acercó y me abrazó. Acarició mi espalda jorobada porque
apoyaba los codos en las rodillas. Todo va a estar bien y en verdad, yo pensaba
que si esas palabras de aliento, su llamada de atención no causaba algún efecto
en mí, el fondo iba a ser algo que ya no quería imaginar.
No recuerdo haber hablado más después de las disculpas, solo
ella me abrazaba y yo pensaba mucho ¡Cuán engañado había estado! ¿Cuándo empecé
a construir esa muralla que me alejaba de lo demás? Una tormenta de miedo me
atacaba porque ¿Qué iba a pasar si nada cambiaba? ¿Cuánto me iba a costar
hacerlo? Ya era bastante enredo para un solo día.
Terminé mi taza de té, ya estaba frío y conversamos un poco
más antes de que salga por esa puerta donde afuera me esperaba la basura
acumulada y el horripilante olor a desgracia ¿quién diría que ahí encontraría a
un ángel? En ese lugar donde todo parecía el final, cruzando esa puerta un
mundo diferente se movía, un mundo mejor donde no existía ni una sola intención
de edificar falsedades.
Me acerqué al carro de Mauricio y abrí la puerta, me gritó
por haberme demorado mucho y yo le pedí disculpas. Notó mis ojos hinchados por
tanto llorar pero hice bromas alegando que era marihuana de la buena, yo
supongo que iba a ser mi última broma antes de querer ser ese hombre que le
pone pecho a sus problemas. Mauricio no tiene nada que saber de eso ¿Iba a
entender esto? No, él todavía, tendría que empezar con lo primero y ya era
bastante para ese día en que yo había obtenido la revelación divina.
Era medio día y el sol empezó a brillar. El verano ya estaba
empezando oficialmente.