noviembre 02, 2013

Alegrías, nunca más

24

Estoy manejando el carro de mi papá a noventa kilómetros por hora en la Costa Verde, el sol irradia con mucha fuerza porque el verano está tardando mucho en irse. Es un domingo de fines de mayo, estoy yendo a correr tabla con unos amigos que me están esperando para entrar al mar y quedarnos ahí hasta la tarde, cuando el sol ya se vaya despidiendo. Han pasado dos años y a veces me cuesta comprender todo lo que pasó en ese tiempo, qué sucedió conmigo mismo. Me resisto a convencerme que todo fue real, que me ardió la piel, que el dolor no me es ajeno bajo ninguna circunstancia, así haya sido un problema minúsculo ahora que pienso en ello. Algunas veces pensándolo bien me río con bastante facilidad porque en todos los casos fue suficientemente bueno que pasara por ese infierno ya que el problema nunca fue el problema que yo creía que era, era yo mismo y desde esa perspectiva se entendía mejor todo.
Al fin y al cabo el querer cambiar fue una decisión muy difícil, una lucha furiosa conmigo mismo, con mis malos hábitos porque uno se acostumbra a vivir de un modo agreste y cuando quieres dar los primeros pasos la frase “No vas a sobrevivir” te invade ya que eres lo suficientemente consciente de que existe un gran margen de error en tu siguiente movimiento. Pero llega el momento en donde tú mismo te impones una pisca de respeto. Tampoco se trata de dejar de ser lo que uno es, porque en el fondo sé que busco instintivamente los lugares a los que pertenezco y los amigos llegan para recorrer tugurios, ir a la zona negra donde dejo de ser el plebeyo y soy un príncipe donde me esperan las puertas abiertas de las noches que se alargan. Es el llamado de la naturaleza, el sello que uno lleva impreso.
Después de esa reunión con Diana, Gustavo y Ximena, celebramos el año nuevo en San Bartolo en la casa de Diana y esa misma noche planeamos un viaje al sur del país, donde yo conocía un poco de diversión y a la primera semana de enero nos enrumbamos a Cuzco, luego a Puno y finalmente Arequipa, una luna de miel que fue el último recuerdo que tengo con Diana. Existen miles de fotos, pero después de que me robaron la lap top, nunca más supe de esas imágenes que captamos juntos. Yo supongo que Diana las tiene, pero con el tiempo dejamos de vernos cada vez más, cada vez más y llegó el momento en que desaparecimos. Es una duda qué sucedió con nosotros para alejarnos definitivamente. Lo último que supe es que se fue a estudiar a Argentina y no he vuelto a saber nada de ella. Gustavo se fue a vivir a Estados Unidos y Ximena aún sigue en Lima, a ella algunas veces la veo. Recuerdo que después de año nuevo nos fuimos a Ancón y subimos al velero del papá de Gustavo y Diana me prometió que nunca nos alejaríamos ¿Dónde quedaban ahora esas palabras?
Mónica apareció algunas veces, pero nunca más fue lo mismo. A veces la veía con pena, me imaginaba lo difícil que era para ella haber crecido sola, con un padre que la dejó y ahora tenía una familia conformada aparte, una madre que se sacrificaba para darle todo lo que ella necesitaba y la pobre de Mónica hundida en su necesidad de tapar sus vacios emocionales. No dejaba de quererme, de necesitarme y cada  vez que nos veíamos volvía a ilusionarse como si yo siga siendo el mismo de antes. Todo terminó con una pelea como para no perder la costumbre y dejamos de vernos hasta ahora ¿Será feliz? A estas alturas espero que sí y si es así, si logró superar todo, quisiera verla y escuchar que todo anda en orden, que tiene proyectos e ideas para seguir adelante. Me gustaría darle un abrazo y felicitarla porque eso es lo primordial que necesita para seguir adelante, tener un norte fijo, eso que me costó mucho encontrar en mí. Sí, suena perfecto, sonrío, unos cigarrillos como empezó nuestra amistad y escuchar esas viejas canciones recordando que sí hubo un momento en los que éramos buenos amigos, sobre todo.
Alejandro en una fiesta lloró para pedirme perdón por todo y lo abracé para decirle que todo estaba bien ¿Para qué necesitábamos más problemas? Y zanjamos el tema con unas cervezas en la casa de un amigo. Hasta ahora nos vemos, salimos a los mismos bares, nos reímos con la misma frecuencia y él está enamorado de una chica que todavía no se atreve a presentar públicamente. Tiempo al tiempo, le dije la semana pasada mientras caminábamos a jugar billar como cuando éramos estudiantes de secundaria.
Acabo de estacionar el carro y llego una hora retrasado. Mis amigos me saludan ya con los trajes térmicos puestos y me piden que me apure. Me estoy cambiando y cuando termino de ponerme el traje, me pongo de cuclillas mirando el mar, está perfecto.
-¡Date prisa, Gonzalo! – Me grita el gordo.- Nosotros vamos entrando.
-Sí, ya voy.- digo sonriendo.
Me pongo a pensar en mi novela que ya va acabando, me falta solo un par de capítulos ¿Cómo resolvería una frase final que impacte totalmente al que se atreva a leerla? Pienso en algo singular, que diga explícitamente que esto ha sido real, que no es un juego. Un diálogo final estaría perfecto, algo que diga “Comprendí, entonces, que para escribir, es mejor haber vivido en carne propia la historia.” Algo por el estilo.
Por otro lado a Violeta le veo más seguido, a veces paso a saludarla, salimos a tomar un café, a hablar de nuestras cosas. El año pasado se graduó como psicóloga y mi familia fue la familia que la acompañó en el evento. Fuimos a cenar y ella brindó muy emocionada con unas lágrimas derramándose por las mejillas y yo fui a abrazarla.
-Gracias, Violeta, gracias por devolverme donde estoy. Gracias por darme esta amistad real. Pero sobre todo me diste el valor para tener fe en mí mismo, me has ayudado a crecer un poco y no hablo del aspecto físico.- se río.- hablo de que ya no tengo miedo.
Y la cena se prolongó en mi casa donde celebramos con amigas de su universidad.
En casa la felicidad duró muy poco. Al comienzo todo era un paraíso, mamá y papá hablaban todos los días con mucho cariño. Yo llegaba contento de clases, donde hice nuevos amigos con los que conseguí una fuerte disciplina para estudiar, y ni bien introducía la llave a la cerradura, mi corazón latía intensamente porque iba a ver a mis padres juntos, abrazados en su cama mirando televisión riéndose. Mi hermana llegaba unas horas después y cenábamos juntos en la mesa. Pero, no sé, supongo que todo era muy perfecto para ser real y poco a poco papá de nuevo empezó a distanciarse, a desaparecer los fines de semana y cuando menos creía, las discusiones volvieron a despertarme en las mañanas hasta que las cosas no dieron para más. Papá se fue de nuevo de la casa en definitiva.
¿Y yo? No, yo ya no soy el mismo.


Lima, primavera de 2013

noviembre 01, 2013

Alegrías, nunca más

23

-¿Aló? ¿Gonzalo? – Me despertó la llamada de Diana esa mañana- ¿Podemos vernos?
Y a las tres horas Diana apareció en su automóvil.
Faltaban dos días para año nuevo y me sentía más tranquilo. Lo primero que había hecho después de hablar con Violeta fue llamar a mamá y contarle todo, bueno, no todo, solo lo que ella necesitaba saber sobre lo que sucedió y al enterarse pegó un grito al cielo y llegó a Lima en el primer vuelo. Por lo menos mis desbarates lograron que mis padres se volvieran a hablar y definitivamente quedaba castigado a partir de nuevo año, debía de ir buscando trabajo y solucionar los problemas  porque con el dinero que iba a ganar con el sudor de mi frente, iba a devolver el dinero despilfarrado. Me parecía lo más correcto, así que alisté un currículo que dejaba mucho que desear y recorría todo Lima haciendo entrevistas de trabajo, entregando mi hoja de experiencia laboral y reventaba con correos electrónicos a toda empresa sin importarme exactamente en qué podría aportar con mis capacidades tan limitadas. También empecé a hacer ejercicio en las mañanas y, como consecuencia principal, iba dejando de fumar, aunque realmente lo atribuyo a que mis padres dejaron de darme dinero. Pero lo bueno fue que devolví el tiempo necesario a escribir esa novela que contaba explícitamente todo lo que me iba sucediendo desde que me enteré lo de Mónica con Alejandro, iba cuatro capítulos y aún corregía varias partes, que era la parte más tediosa y a todo ese trabajo, sumé el volver a leer los libros que me habían vencido y los que había dejado a media lectura.
Para navidad no quise salir de mi habitación, iba a ser demasiado para mí que ya me reconocía como todo un llorón, celebrar en esas condiciones personales tan paupérrimas. Y sin embargo, salí a saludar a la familia que, en un mal tino, decidió celebrar en mi casa. Naturalmente, recibí regalos, aunque yo sentía no merecer ninguno. Luego siguieron los días y seguía con la rutina que tanto me costaba cambiar, pero tenía que tragarme mis malos hábitos, ponerle cara a mis desbandes y ser responsable y exactamente eso era lo que más me molestaba porque nunca me sentí responsable por nada y, la verdad, todavía no quería tener una responsabilidad, pero ya no podía quejarme. Solo quedaba seguir.
-¿Cómo has estado? – me preguntó Diana encendiendo el motor.
-Mal- dije en mi ráfaga de sinceridad y ella soltó una carcajada divertida.
-¿Y ahora, Gonzalito? ¿Qué es lo que debo de saber?
Salíamos de La Molina y al ritmo de Fito Páez como para ponerme lo suficientemente nostálgico y empezar a narrar la travesía de ese año que no me trato tan bien. Pero ¡Qué va! Ya estaba más tranquilo, hay gente que la pasa peor, Diana, le decía, no sé por qué me toca ser tan débil, cuando yo era ese muchacho tan seguro de sí mismo. Me sacaron del círculo de comodidad que era mi reino sin horizontes, hasta que me du cuenta que el dolor invade sin tocar la puerta, arrinconándome sin dejarme un lugar por donde escapar ¿Escapar? Sí, aunque sonaba bastante tocada esa palabra, mis noches no eran un escape de nada, era ensimismarme porque cuando despertaba sobrio, me daba cuenta que seguía en el mismo lugar donde empezaba.
-¡Vaya, Gonzalo! Vas a tener que profundizar en ciertos temas, pero no por ahora. Ya lo estás escribiendo en esa novela ¿No?- y ambos nos reímos un poco.
Llegamos a su casa y me senté en el sofá donde meses atrás ella aspiraba cocaína.
-¿Qué deseas hacer?- Ya era de tarde.
-¿Vamos a comer? – me dolió responder porque seguía siendo un desempleado que no traía ni un centavo en el bolsillo.
Entre vergüenzas, tuve que decirle que no traía nada de dinero y, como era de esperarme, ella me dijo que no preocupara, que todo corría a la cuenta de la casa. Entonces fuimos a almorzar a un restaurante en Miraflores, cerca a su casa y nos pasamos la tarde caminando por el malecón mientras ella me contaba qué tantas cosas habían sucedido y otra vez volvía a extender sus brazos emocionándose de las cosas nuevas que había visto desde su regreso a Lima. Ella era así, una chica con roce social que intentaba ser chabacana, pero su educación le brotaba de los poros y al fin y al cabo no era como quería ser, por más que lo intentaba y eso me daba más ternura de ella.
-Mañana hay un evento en una nueva tienda que van a abrir ¿Me acompañas?
-No sé si pueda, ya te expliqué mi condición.
Al final me convenció y me convenció de pasar la noche en su casa. Llamé a mamá y le dije la última mentira del año, que había sido aceptado en un centro de llamadas telefónicas en turno noche y que empezaba con las pruebas esa misma noche y luego ya verían si me contratarían. Contra todo pronóstico me creyó y fuimos camino a su casa a descansar aunque tan cansado no estaba. Ni bien llegamos, ella sacó una bolsa de marihuana y me ofreció un poco, cogí la bolsa y la tiré en algún lugar de la casa y le dije que dejara eso para otra ocasión, fui a la nevera y saqué unas cervezas para seguir conversando. Y mientras se acumulaban las botellas vacías y nos poníamos cada vez más alegres, pasó lo inevitable, nos besamos y llegamos a su habitación casi desnudos. Hicimos el amor y nos quedamos dormidos abrazados uno del otro hasta la mañana siguiente que nos despertamos sonriendo ¿Estaba bien todo eso? Por lo menos no lo creía mal y fuimos a la cocina a comer algo.
-¿Vamos a la playa? – me dijo.
Cuando menos lo creía, yo estaba al volante corriendo la panamericana sur, camino a San Bartolo como una pareja feliz que me costaba creer porque no pensé que volvería a saber de ella ya que precisamente esa era nuestra relación, un dejar de vernos un buen tiempo para volver a ser enamorados un buen puñado de días o semanas y nada más. Pasando el primer peaje, ya estaba hablando con mucha fluidez, no me recordaba hablando tanto acerca de mí, de mi infancia en Arequipa, de lo que era crecer en Huaraz a tres kilómetros de la ciudad, de mi familia y hasta le conté el pasaje de Violeta en mi vida, algo que no se lo había dicho hasta ese momento. No era raro que haya repetido algunas historias, pero yo era así, volvía a contar lo mismo y cada vez con más alegría y a Diana no parecía incomodarle, al contrario, ella me sonreía y me decía que ya le había contado esa anécdota.
Llegamos a San Bartolo y estacionamos el carro en su casa, ni si quiera entramos, fuimos a caminar descalzos en la arena mientras veíamos extrañados que la playa no se poblaba todavía, entonces nos tiramos en la arena y nos quedamos dormidos un par de horas. Me desperté antes que ella y empecé a observarla, Diana era realmente bella, sus cabello rubio y las pecas que se dejaban ver en su escote hacía que sea una escena de lo más sensual que podía ver. Comprendía que lo más importante de nuestra relación era la honestidad, la valentía que ambos teníamos de mostrarnos tal cual éramos, yo un simple chico casi clase mediero que invertía sus días en escribir, visitar bares para conversar con amigos y escuchar música todo el tiempo posible y ella era una réplica imperfecta de mí por una simple razón, era víctima de sus costumbres ¿Cómo ella podía sentir cierta admiración por mí? Yo que había detestado todo lo que encontraba en frente mío cuando me miraba en el espejo. Pero ahí estaba, empezó a leer ni bien me conoció, a ver mis películas favoritas y a frecuentar mis bares porque quería tener un poco de mí, una gota de la esencia que hacía que me moviera de tal manera. Por otro lado, bajo las perspectiva de sus amiguitas que nunca me simpatizaron por más que me sonreían en las fiestas, yo era un arribista que la conquistaba solo para tener ese roce que yo nunca iba a tener, un caza fortunas para gozar su dinero como fuera mío y a pesar de que en verdad ella era totalmente generosa conmigo, nunca se me vino a la cabeza esa idea, pero era lo más lógico que piensen eso ¿Cómo explicar su generosidad al regalarme libros, llevarme a sus reuniones y darme la potestad de manejar su automóvil? Era totalmente irónico cómo funcionaban los prejuicios de la gente que habla por hablar. Diana me decía que era envidia y yo prefería ignorar todas esas cosas porque era mi ángel, la que daba todo por rescatarme de donde estaba. Yo no era más que una buena definición de una doble vida.
Al poco tiempo ella se despertó y me miró raro cuando me sorprendió observándola con tanto detenimiento.
-¿Vamos a comer? – sí, ella iba a pagar todo y me sentía el caza fortunas que sus amigas tanto hablaban de mí. Después de todo ¿Podía reclamar algo de dignidad?
Comimos unos piqueos de langostinos con unas cervezas mientras ella me hablaba del evento que tenía en la noche y yo me iba desanimando, pero ya estaba comprometido a ir con ella. Terminamos y nos levantamos de la mesa después de que ella pase su interminable tarjeta de crédito y yo buscaba donde esconder la cara de la ridícula escena.
Volví al volante y nos enrumbamos a Miraflores a alistarnos para dicho evento que era elegante.
-¿Y de dónde voy a sacar un terno? Yo no pienso volver a mi casa.
-Bueno, mi familia no es tan alta. Tengo una idea.
Llegamos a su casa y sacó un traje Hugo Boss, unos zapatos Pierre Cardin y una corbata Armani, me probé ese disfraz y lucía bien. Un poco de perfume Polo Ralph Lauren en el cuello y estaba listo para lucir como un verdadero galán. Toda la parafernalia era de su papá que no llegaba todavía de un viaje de negocios. Me sentía un estafador de primera clase, por lo menos eso último sonaba genial, primera clase. Diana hizo un par de llamadas para confirmar su asistencia y que iba con una pareja. Luego llamó a Gustavo para decirle que yo me había animado a ir y, por último, Ximena se alegró con esa noticia.
-¿No te falta un buen reloj? – me dijo y ya tenía un Bvlgari en mi muñeca.
Subimos al auto y fuimos a dicho evento donde Gustavo vestía un traje con zapatillas, la camisa afuera y el cabello revuelto con sus infaltables gafas de piloto. Ximena estaba más decente y después de saludarnos, llegaron los de sociales a tomar fotos por todo lado. Tanto flash me iba a dejar ciego y visitamos la tienda que era de ropa, los mozos no paraban de servir tragos que fue un gran error con mi debilidad por las elixir del olvido. Al quinto whisky tuve que sentarme y todavía no había salido el anfitrión a presentar la tienda. Bajo ninguna circunstancia pertenecía a ese mundo y Gustavo me repetía la misma pregunta “¿Estás bien? Después de esto nos vamos a otro lado.” Eso último era lo que me tenía más animado, ir a otro lado, que en el idioma de Gustavo era una fiesta.
Diana siempre me presentaba como su enamorado y las señoras me veían extrañadas porque todos creían que Dianita iba a ser pareja de Gustavo. Pero la diplomacia reinaba en ese mundo y me trataban como uno de ellos. Lo más difícil era esquivar sus preguntas ¿Qué hacía por la vida? ¿Cómo conocí a Diana? ¿Trabajaba? ¿Dónde vivía?
-Sí, Gonzalo, lo mejor es irse a estudiar fuera de Perú, sea lo que sea te da un peso mayor el saber que has estudiado fuera.- una risita fingida, yo también daba una sonrisa fingida y un sorbo más al whisky con hielo.
-On the rocks.- me decía Ximena y otra vez mi falsa sonrisa.
Personalmente, fui un fiasco, aunque Diana me daba ánimos en el auto diciéndome que estuve bien para ser mi primer evento social ¿Saldría en sociales de las revistas más glamorosas del país? Eso me lo iba a decir Gustavo una semana después cuando le llegaron las revistas a su casa.
Íbamos detrás del auto de Gustavo cuando Diana soltó esa pregunta que hasta ahora me cuestiono cada vez que recuerdo esa escena.
-¿Qué somos, Gonzalo?
Y tras mi respuesta imprecisa, forzada, que en el fondo solo hacía florecer mi duda sobre esa relación onírica de la que no me atrevía a creer que era real, su silencio sentenció el inicio del final, un final que tardó en llegar, pero finalmente llegó varios meses después.
La fiesta fue igual que el evento, no sé si mi incomodidad era porque nunca me gustó el bullicio ficticio que te brinda la diplomacia o era que las palabras de Violeta repercutían en un momento tan real que ella había descrito, lo cierto es que ya estaba asqueado y le pedí a Gustavo que me lleve a casa tratando de producir una excusa creíble que ni yo podía convencerme porque hasta mentir me empezó a saber asqueroso en mi paladar. Así es la conciencia, una vez que toma tu cuerpo, se te cuelga en cada momento, en cada expresión sensorial que haces, no te deja tranquilo nunca y es el juez que va determinando cada momento, cada decisión que tomas al tratar de hacer algo. En definitiva, la conciencia echaba a perder esa versión tétrica de mí mismo y me volvía más auténtico aunque algunas veces me niegue a aceptarlo.
Entré a casa y me daba con una sorpresa, papá estaba conversando con mamá, muy cariñosos escuchando un disco de Marty Balin, que era dueño del repertorio de su historia de amor. Mi papá me miró con esos ojos mansos, enrojecidos de tanto llorar y me dijo que me amaba mucho y nos abrazamos con mucha fuerza después de tanto tiempo. Mamá se sumó y nos quedamos así un buen rato.

-¿Sabes dónde está tu hermana? – me preguntó papá sacando el celular de su bolsillo para llamarla.

octubre 23, 2013

Alegrías, nunca más

22

Un chorro de agua fría en la cabeza fueron las palabras de Violeta y analizar palabra por palabra era descifrar las imperfecciones de mi filosofía estúpida de vida. Pero la verdad era que la vanidad me golpeaba creyéndome un dolor totalmente diferente, único y exclusivo, cuando en realidad mi sufrimiento no era tan diferente, ni ajeno a los demás. Solo quería lucrar a favor mío con mi consternación, para aprovechar mi condición y exhibir mi otro yo más cobarde, salvaje y enfermizo ¿Qué demonios había estado haciendo? ¿A dónde iba a llegar con todo? Recordé, entonces esos tiempo donde todo funcionaba de mejor manera, esos recuerdos que debemos de sacar de vez en cuando para encontrarle sentido a nuestro andar.
Jorge ¿Dónde estaría? Nos reuníamos con buenos amigos alrededor de una mesa después de algún evento cultural a conversar y disfrutar ese momento donde nos sentíamos cómodos porque esa era nuestro estado más natural. ¿Qué estaría haciendo Diana? A ella le debía la vida porque intentaba ayudarme con todo lo que estaba dentro de sus posibilidades ¿Por qué la alejaba? ¿Qué culpa tenía ella? Si nunca la hubiera conocido, hubiera estado más solo de lo que ya me sentía y gracias a sus conversaciones, a que me sacara de mi habitación, poco a poco iba recobrando la fe en mí mismo. ¿Dónde estaba mamá? ¿Dónde había quedado mi hermana? Eran las mujeres con las que mejor comunicación yo tenía, a las que sorprendía en las mañanas con un saludo efusivo, dándoles una nalgada y abrazándolas por la espalda y repetirles lo mucho que las quiero, ellas se reían y hasta me empujaban porque les resultaba muy hostigoso, pero en el fondo sabían que despertaba con buen humor, con una energía fulminante que nadie podía parar, con las pupilas vivas y curiosas en saber qué de deparará cada día. ¿Qué habrá sido de papá? Desde que se había ido simplemente le corté la comunicación ¿Era justo? ¿Acaso tenía que olvidarme que él me hubiera perdonado todo? Me ayudó cuando tuve mi primer quinceañero y estaba castigado, nos escapamos a comprar un terno, una camisa y una corbata, me enseñó a hacer el nudo de corbata con paciencia y se le venían las lágrimas a los ojos.  Recuerdo el día que me enseñó a manejar, lo alegre que yo regresaba a casa saltando a decirle a mamá que había movido el carro. Los fines de semana en Huaraz íbamos donde un amigo suyo a montar caballo y en el trayecto él me hablaba y a mi corta edad no lo entendía bien, pero padre e hijo, en caballos perdiéndonos en la naturaleza, estaban más juntos que nadie ¿Por qué era tan cruel de golpear a mi padre con mi indiferencia? Yo también debería de darle la mano. Finalmente, Mónica ¿Qué podía hacer con ella? Había sido mi compañera, la mujer que debí aceptar desde el primer momento que me gustaba mucho ¿Por qué me esforzaba tanto en negarlo? Como si, entre amigos, enamorarse fuera un pecado y el más hombre no tiene pareja. La quise tanto y fui tan idiota con ella ¿Por qué me costaba tanto quererla bien, como un verdadero hombre debe de querer a una mujer? ¿Por qué le fallé todas las veces que le prometía cambiar? Y ella que fue tan paciente conmigo, me perdonó una y otra vez sin perder la confianza en mí. Y todavía recordaba los momentos más alegres de nuestra relación, los cigarros que compartíamos en un parque mientras escuchábamos música, las conversaciones hasta la madrugada por teléfono, los días que ella me podía acompañar hasta el fin del mundo si yo se lo proponía y las fiestas a las que íbamos juntos, alegres compartiendo cervezas y bailando de tanto en tanto. Nuestra conexión era tan perfecta porque ambos no podíamos para de reírnos en todos los casos ¿Y ese fin de semana que me dejaron solo en casa? Fue nuestra luna de miel, ella vino a dormir a casa y pedíamos comida, veíamos películas, dormíamos juntos y abrazados y nos despertábamos tarde a ver televisión para luego repetir el proceso.
¿Por qué me empeñaba en desperdiciar todo eso? ¿Acaso tenía que seguir esperando un milagro, otra charla de Violeta para entender lo tonto que es actuar como estoy actuando? ¿O, por defecto, decidía de una buena vez terminar con esta secuencia de fracasos, frustraciones cuando yo quiera, como yo quiera y el día que yo quiera?
Me quedé el resto de la mañana y gran parte de la tarde mirando el techo de mi habitación y tratando de entender el sentido de la existencia, mientras en cada momento sonreía y soltaba unas carcajadas, porque recordaba a esas personas y lo bueno que era compartir tiempo con ellas.
A las seis de la tarde pegué un salto de mi cama y salí disparado de mi casa. Fui hasta la avenida principal y tomé un taxi que me llevara, urgente, donde se encontraba Violeta, me abrió la misma monja y me miró muy amarga porque me parece que estaba incomodando, pero al notar mi desesperación entendió mi pedido y llamó a Violeta que ni bien se asomó salté a abrazarla con fuerzas y ella sin entender bien qué hacía yo, un tipo el cual recordaba haciendo esfuerzos sobrehumanos, la estaba abrazando con tanta efusividad.
-Gracias, Violeta, muchas gracias- repetía por quinta vez y aunque otra vez me querían vencer las lágrimas, no les di paso aunque sentía que esta vez era alegría.
-Ya, Gonzalo- acariciaba mi espalda- todo va a estar mejor.-

Nos quedamos un buen momento abrazados en la puerta y me invitó a pasar, ellas estaban rezando y me invitaron a acompañarlas a hacerlo. Me extrañé, pero Violeta me había hecho un favor y ya que ella me estaba pidiendo algo, iba a retribuirle.

septiembre 25, 2013

Alegrías, nunca más

21

¿Qué podía aportar Violeta a mi vida? Si ya estaba en el último fondo. Sí, había estado en momentos muy alegres, pero ¿Realmente noches de risas lograban calmar la turbulencia en cómo andaba?
Dicen que la vida es un karma, un equilibrio entre todo lo bueno y lo malo. Es decir, si haces un infierno, el infierno vuelve a ti en esta vida, en la misma existencia, la factura se te cobra acá, sin creces ni intereses, simplemente lo que haces, lo pagas. Una ley de equilibrio vital ¿En verdad existía? Pues a esas alturas ya estaba convencido de eso, pues el cúmulo de perradas hechas y por hacer que le había hecho a Mónica, volvía a mí con la misma fuerza impactante de la que me costaba reponerme ¿Cómo habría resuelto todo eso Mónica? ¿O al igual que yo soportaba todo, mostrando una careta el mundo entero, pero en silencio, a solas en su habitación, el dolor de lo inevitable se asomaba de a pocos, pero con violencia? Pensaba mientras cerraba el cierre de la misma casaca azul que vestí todo ese año, mientras rociaba el mismo perfume en mi cuello.
Mauricio llegó con el carro y mientras abrochaba mi cinturón me iba bombardeando de preguntas acerca de cómo andaba yo y por qué estaba tan desesperado por saber de esa chica. Pero yo no respondía nada ¿Para qué? ¿Entendería tanto a la vez? Ya suficiente tenía como para vivirlo ¿Sería capaz de contarlo? Era mejor mentir y pegar mi cabeza a la ventana y hacerme el loco. Ya bastante estaba haciendo con salir de mi habitación ¿Por qué siempre me ganaba el caos?
-Gonzalo, ella ahora vive en La Victoria con unas monjas o hermanas de alguna congregación, no lo sé, pero está en el medio eclesiástico ¿En serio ahora enamoras a ese tipo de chicas? Bueno, es tu problema. Por cierto, es estudiante de Psicología.
-¿Psicología? Era de sospecharlo.
Mauricio me miró raro y a eso le siguió un cigarrillo que ya lo ansiaba con muchas ganas.
Llegamos y no era un lugar muy recomendable, basura derramada en la pista, acumulada con un ferviente olor a inmundicia. Mauricio titubeo en dejar o no su auto a la vista de tanto carroñero que acechaba su Honda Accord 2000 edición LX que no era el más moderno, pero de seguro eso no importaba. En el mejor de los casos una desmantelada les daba de vivir unos meses a esas aves de rapiña que dejaban con el alma pendiendo de un hilo al pobre de Mauricio.
-Yo me quedo esperándote.- Me dijo Mauricio y se encerró en el carro.
Crucé la pista y me acerqué a la puerta y ni bien terminé de tocarla, efectivamente, una monja o hermana de alguna congregación me atendió y me vio vestido de forma decente, sospecho que por ese lado no causaba mucho peligro a primera vista, entonces pregunté por Violeta y ahí cambió la situación porque, luego entendí, que cualquier intruso que se acerque a preguntar por Violeta, si causaba mucho peligro. La cuidaban como un tesoro.
-¿De parte de quién?- Esa iba a ser, sin duda, la pregunta más difícil de explicar.
Juro que trataba y trabaja de explicar que sí la conocía, pero no la veía hace mucho tiempo, que solo quería saber un poco de ella. Y esta monja o hermana de alguna congregación cerraba el paso de una forma más fuerte. No, joven, ella está estudiando y no va a salir. Y otra vez le explicaba que yo la conocí en Huaraz, en el orfanato donde la habían dejado siendo una niña, aún. Pero, no, luego tuve que explicarlo que yo no era un niño abandonado. Fue una batalla ardua hasta que en un momento, escuché una voz que decía “¿Quién es, hermana?” y se acercó una muchacha alta, más alta que yo y era es mirada que yo recordaba, aún conservaba esa forma de peinarse y saltó mi corazón
-Hola ¿Qué desea?- Dijo ella.
-Este joven dice que te conoce ¿Tú lo conoces?- Dijo la hermana de alguna congregación.
Violeta me miró extrañada, frunciendo el entrecejo y con toda la desconfianza que merecía la situación.
-Soy Gonzalo del Solar ¿Me recuerdas?- Dije con esperanzas.
-No, disculpa, estás equivocado.- Dijo ella y cuando la hermana de alguna congregación estaba cerrando la puerta, grité dando mi último manotazo de ahogado.
-Soy el hijo del director de la Aldea Infantil, nosotros te llevamos a Chiquián.- Y la puerta se abrió.
Ella tardó un poco de reponerse de esa frase, yo traté de estar menos nervioso, la hermana me había dejado pasar y nos estábamos instalando en el comedor de esa comunidad donde vivían las hermanas entregadas a las labores de la caridad. No era común aceptar la compañía de un hombre en ese lugar, pero era la excepción porque era amigo de Violeta. Ella aún seguía pasmada. Me miraba tratando de reconocerme, de encontrar algún recuerdo de quién era en mis ojos, en mis mejillas o en la forma de mi boca. Ella sabía quién era, pero no me recordaba en lo absoluto, lo notaba en la expresión que soltaba. Yo tuve que controlar la tembladera de mi pie izquierdo y trataba de expresar menos desesperación, miedo e inquietud. Violeta estaba ahí.
Empecé a hablar como una metralleta, ese artilugio al que estaba acostumbrado a recurrir en caso de nerviosismo extremo. Le conté que el trabajo de mi papá acabó en Huaraz y nos quedamos un tiempo más ahí, tanteando suerte si papá lograba conseguir algo estable, pero ya nada era lo mismo. Tuvimos que volver a Arequipa y al final mi papá se lanzó solo a Lima, pasamos un par de años separados, hablando a diario solo por teléfono mientras él se encontraba solo en la ciudad que me sonaba a mucho peligro porque eso es el primer miedo que te meten de Lima en cualquier provincia, que es una ciudad horrible, que hay muchos robo y que ya no se puede vivir en este país. Pero mira, le dije, viajamos tanto que acostumbrarnos al medio no nos fue difícil. Solo fue una navidad que vinimos a pasar con mi papá y al final nos quedamos a vivir, porque mi papá creía que la familia debía de estar junta para siempre (“Creía”, tiempo pasado, pasado perfecto, no gramaticalmente, pasado perfecto porque esa forma de pensar de mi papá en algún momento cambió y ahora todo era un desperfecto, un desperfecto continuo, me atrevería a agregar) y hace tiempo que estamos acá.  Esa pequeña historia la conté en una hora dando más detalles y matices, haciendo algunas bromas y sorteando a que ella también opinara. A pesar de que ella aún guardaba la imagen de no creer lo que tenía en frente suyo, dio la cordialidad y la confianza necesaria para hacerme algunas preguntas acerca de lo que le conté.
Ella me explicó que su situación fue más simple, terminó el colegio en Chiquián, en ese pueblito recóndito donde la civilización parecía que nunca iba a llegar. Estuvo un año estudiando para postular a la universidad y cuando se le presentó la oportunidad de estudiar en Lima, no lo pensó dos veces, tomó sus cosas y ahí estaba, estudiando y ayudando a las hermanas en los quehaceres de la comunidad, ganándose la habitación donde estaba. A pesar de que no narraba buenas aventuras, su historia tenía mayor solidez que la mía, quizá era la actitud con la que tomó las cosas ¡Claro! Era una persona que había perdido todo y rehízo todo. Cuando una persona sabe que es capaz de pararse de una fuerte caída, en este caso su disfunción familiar, le pierde temor a las cosas, no vuelve a temerle a las caídas y por eso ella no dejaba de mirarme a los ojos, no con altanería, ni provocándome, simplemente con esa convicción con la que se dice algo de lo que alguien está totalmente convencido.
-Y ¿Cómo te va ahora?- Me dijo ella
-Bastante bien.- empecé con las mentiras.- ¿Y tú?
-Sí, bien, también.- No, ni hablar, ella lo decía de una forma diferente, ella realmente estaba bien, no le pesaba la palabra. La verdad tiene un sonido diferente, una expresión natural. Era obvio que yo estaba fingiendo.
Era obvio, sí, y en ese momento me di cuenta de lo más obvio ¿Qué hacía yo ahí? ¿Por qué recién me dignaba a buscar alguna noticia de ella si ya estaba instalado en Lima hacía mucho tiempo? Porque me sentía solo, y los que se sienten solos van en busca de su pasado para encontrar la compañía de lo que fue en su momento para huir, para escapar de un presente que los tortura con su presencia. Estaba claro que yo la buscaba porque necesitaba de alguien y al no tener alternativa en quién descargar todo lo que se me venía en peso, hurgaba en mi pasado personas que podrían ayudarme a cargar con ese peso, contándolo todo y entonces, cuando una taza de té apareció en la mesa y me dijeron que no se podía fumar en ese lugar, ella ya había razonado eso que yo todavía lo llevaba analizando en mi cabeza. También lo noté en su expresión y no pude evitar la vergüenza, tuve que mirar un buen rato al suelo.
-¿Cómo están tus papás? Nunca les agradecí por todo lo que hicieron por mí.
-Ellos están bastante bien. Incluso querían venir.- No, por más que lo intentaba, fingir ya no me salía tan natural como estaba acostumbrado. La vergüenza me atacaba de nuevo y el nudo se iba formando en la garganta. No era momento para llorar, lo sabía muy bien, pero ¿Qué podía hacer? ¡Todo estaba mal! Me equivoqué en venir, pensé, ni si quiera debí de haber llamado a Mauricio para tal tontería.
-Mándales mis saludos cuando llegues a tu casa.- Ella me estaba persuadiendo, porque me limpié una lágrima con la manga de la casaca y aspiré los mocos. Ella sabía perfectamente lo que estaba buscando ahí.
Tomé mi casaca que la había colgado en el espaldar de la silla y me la puse parándome, haciendo un ademán de que debía de retirarme y excusándome que tenía cosas que hacer. Ella quedó un poco extrañada por mi actitud. Le di un beso en la mejilla y le pedí que me despidiera de la hermana y cuando ya estaba cruzando el umbral de la puerta ella me dijo “Gonzalo, puedes huir todo lo que quieras, pero nunca tan lejos como para escapar de ti mismo.” Y quedé petrificado. Ya por el simple hecho de estar en donde estaba, por estar como estaba y por ser como era, esa frase me ponía en jaque mate, sin salida. Era curiosamente patético cómo esa frase revelaba todo lo que era ahí, en ese presente continuo que estaba durando un año entero, un hombre escapando de sí mismo, huyendo en lo material, en lo banal y en lo carnal para estrellarse con él mismo en lo esencial, donde nada de lo que hacía por mí mismo, con mi soberbia independiente, valía en lo absoluto.
Regresé hecho un perro y con el rabo entre las piernas, ocultando las lágrimas y tragándome más mocos para esconder lo obvio e inevitable.
-Cuéntame, Gonzalo ¿Qué haces acá?
Y eso de lo que había huido de mamá, de Jorge, de mis amigos del colegio, de Diana y hasta de Mauricio hacía un par de horas en el auto, no pude hacerlo con Violeta y empecé a contar desde cero sin mentiras y exageraciones. Porque, Violeta, a mí no me van a echarme la culpa de toda esta porquería que estoy viviendo a flor de piel, en carne viva y con la navaja desenvainada en mi cuello, porque me quiero morir, Violeta y no tengo ni siquiera el valor para tomar un revolver y terminar con todo esto de una buena vez. A mí no me van a lanzar esta culpa, porque no soy yo el que decidió que mi novia se fuera con mi mejor amigo a besarse en Barranco cuando estaban bien drogados, yo no tengo la culpa que ella se acueste con el primer idiota que se cruce en su camino. Lo siento, pero ahí tienes la verdad, Violeta, mis padres, la familia feliz no existe y probablemente nunca existió, mi papá se fue de la casa y nos abandonó sin tiempo para pensar qué iba a ser de nosotros, se fue burlándose en nuestras caras, con una chica que debe ser de nuestra edad. No, Violeta, yo bastante tengo que cargar con eso, pero simplemente la vida no me da más, se me acabó la batería de la existencia y acá me tienes, bien vestido, aparentando algo que no soy porque todas las noches me sumerjo en el infierno de la noche, me entrego por completo a cosas que quizá solo lo hayas visto por televisión. No me vas a echar la culpa de nada, Violeta, nadie me va a echar la culpa de nada. Yo sé que a ti la vida, el destino, Dios o lo que sea como quieras llamarlo te dio un golpe fuerte cuando eras niña, uno de tus padres se suicidó y otro era alcohólico, te abandonaron y ahora estás dónde estás. Yo entiendo que eso es terrible, pero haz sobrevivido porque solo fue un golpe, un tiro y acá estás viva y derecha, afrontando todo porque esa es tu fortaleza ¿Pero qué hago conmigo si en vez de tener un solo golpe, tengo una tortura diaria, un calvario que me destroza al despertarme y un rito de autodestrucción que empieza cada noche y termina cada madrugada? Y cada vez es más, y cada vez es peor, porque cuando crees que no puede ser peor, cuando crees haber estado tocando fondo, te das cuenta que sí, todo puede estar peor y un nuevo fondo aparece. Yo no soy culpable de nada, Violeta, acá me tienes, me persuadiste quince minutos para esto y tú misma lo buscaste porque esto tampoco me lo vas a echar en cara.
Era una falta completa de respeto, ese era yo, un monstruo sin alma despotricando de quien se atreva a mirarme a los ojos y remover mis sentimientos, tratar de dar una mirada en lo más recóndito de mi verdad ¿Por es alejé a Mónica? ¿Mi papá estaba huyendo de él mismo? ¿Cuánto más tenía que durar ese espectáculo dramático, ridículo que me dejaba exhausto y destruido?
Violeta no dejaba de mirarme, no sentía que le había hecho daño, ella ni se había inmutado con lo que yo había dicho, quizá en el fondo sentía pena por mi persona, algo de decepción tal vez, no sé, ella solo me miraba y eso me hacía sentir peor aún, porque me hacía pisar realidad, me estaba comportando como un patán.
-¿Por dónde quieres que empiece? Gonzalo ¿Por lo fácil o lo difícil?
-Por lo difícil.
-Es la mejor opción, Gonzalo, porque tú mismo dijiste que cuando crees que cuando nada puede ser peor, te das cuenta de que todo puede estar peor y cada vez más grave de lo que piensas hasta que tú lo decides, Gonzalo y ese es el problema. Tú vienes acá con esos lentes, una montura cara y ese reloj que resplandece por dónde vas y seguro muchos envidian, pero en el fondo eres un farsante natural y a esos, la vida me enseñó, a olerlos a kilómetros de distancia.- Estaba a punto de interrumpirla, pero ella siguió.- Déjame hablar, porque por lo poco que noto de seguro que ya quieres justificarte, excusarte con lo que quieras pero yo sé que esa es una forma más cobarde de seguir huyendo, de salir corriendo hecho un maricón como ya debes estar acostumbrado. Ya te escuché y ahora te las aguantas. Vives de las apariencias y ya ni siquiera de lo material, si no de lo integral ¿Qué aparentas Gonzalo? ¿Un éxito que no tienes? ¿Una ropa de primera que te costó una eternidad conseguirla para entrar a un circulo al que no le importas? ¿Es preferible decir que estás bien, engañarte de que la familia Ingalls existe y contársela al mundo que es la tuya? ¿Crees que enamorando a un puñado de mujeres fáciles eres el más importante de tus amigos? Porque si crees que ese mundo que te rodea es lo que te define como persona, estás equivocado, Gonzalo, porque es una farsa, y así fuera verdad, vienes acá destruido porque nada de ese mundo te ha ayudado a salvarte del infierno ya que de raíz, estás destinado a seguir mintiendo para sobrevivir ¿Escuchaste? Sobrevivir, no vivir, porque la realidad es otra, la realidad es que no eres un hombre, eres un niño que aún no afronta sus problemas ¿Crees que el mundo está en deuda contigo por lo que te sucedió? ¿Crees que al mundo le importa mucho o poco lo que te está sucediendo ahora? ¿Crees que tu circulito de idiotas como tú le importa un bledo que ahora hayas venido a lloriquear acá? ¿Crees que a mí me importa algo ayudar a alguien como tú? En lo absoluto, porque ¿Qué puedo hacer con alguien que no es lo suficientemente hombre como para afrontar sus problemas? Corre, vete y échale la culpa a tu familia, a tu ex enamorada, al perro, al vecino, a los políticos, al fútbol o a la vida, grita que por ellos estás dónde estás, viviendo la vida que tienes y que, apuesto, ni si quiera te enorgullece llevar. Me dices que a mí la vida fue más fácil o quizá te refieres a la tuya como una tortura continua, pero déjame decirte que esa también es una excusa porque esto se resume a un problema de actitud, porque yo tuve que reponerme de mis problemas y estar donde estoy, yo tengo ahora el valor de mirar a alguien y decirle que le pongo el pecho a mis problemas, le hago frente a mis situaciones porque es un tema netamente de actitud, le pones frente a las cosas o no, tienes valor o no, punto, Gonzalo, no es ciencia de otro mundo ¿Crees que eres el único en el mundo con problemas fuertes? Bueno, cuando dejes de vivir en tu burbuja y salgas a enfrentar una realidad diferente te darás cuenta que dando la vuelta a la esquina, donde tienes miedo de ir para que no te roben, ahí hay problemas de los que sí hubieras cogido un revolver y te hubieras volado los sesos y no se trata de que tengas más valor al hacerlo, se trata de que serías más cobarde de lo que ya eres.
Violeta seguía hablando, no hablaba amarga, furiosa o con rencor por lo que le había dicho, hablaba con elegancia y una delicadeza que no esperaba, no perdía el encanto y no levantaba la voz al hacerlo. Naturalmente, estaba perplejo ¿Qué estaba esperando de ella? ¿Piedad? ¿Compasión? ¿Misericordia? Y tal vez por eso mismo busqué a ella y no a Diana esta vez, porque mi necesidad estaba en una persona más real, alguien que sus grandes disyuntivas en la vida no sean escoger en salir a divertirse un sábado por la noche en Barranco o Miraflores.
Estaba anonadado e inmovilizado, debí haber tenido la peor expresión al haber estado escuchando a Violeta decirme la verdad punto por punto, acelerando mi corazón porque me daba cuenta que no se equivocaba. La vergüenza, como antes, otra vez se apoderaba de mí, el fastidio y la incomodidad, son los típicos primeros síntomas de dar la razón al que te friega y refriega las cosas en la cara. Violeta me estaba parando frente a un espejo y yo achinaba los ojos y escondía la cara para no ver lo que refleja en verdad. Sentía náuseas y quería escaparme. Eso solo me recordaba que una persona no acostumbrada a la veracidad de las cosas, termina teniéndole terror a estas, prefiere seguir construyendo un artificio individual del cual solo uno mismo lo consume y lo cree. “La verdad te libera” Es un slogan muy conocido en todo mundo y entonces yo –Te apuesto que te crees una buena persona- continuaba Violeta.- que contabilizando en cifras tus actos, crees que en el fondo, eres una buena persona pero te tengo una noticia: no lo eres contigo mismo, y ahí tienes otro problema. Empieza siendo bueno contigo, porque si no estás bien contigo, no puedes hacer nada y mira como terminas, desesperado por huir de esta conversación, dolido porque tu ego, no tu orgullo ni dignidad, solo tu ego, otra fantasía a la que te aferras, está{a en el suelo. Venías acá por un mensaje, muy bien, tú llámalo destino, vida o Dios, ahora, pero tu mensaje que tanto buscabas, está precisamente acá.
El silencio invadió la habitación.
Pasaron muchos minutos hasta que rompí el silencio disculpándome y ella se acercó y me abrazó. Acarició mi espalda jorobada porque apoyaba los codos en las rodillas. Todo va a estar bien y en verdad, yo pensaba que si esas palabras de aliento, su llamada de atención no causaba algún efecto en mí, el fondo iba a ser algo que ya no quería imaginar.
No recuerdo haber hablado más después de las disculpas, solo ella me abrazaba y yo pensaba mucho ¡Cuán engañado había estado! ¿Cuándo empecé a construir esa muralla que me alejaba de lo demás? Una tormenta de miedo me atacaba porque ¿Qué iba a pasar si nada cambiaba? ¿Cuánto me iba a costar hacerlo? Ya era bastante enredo para un solo día.
Terminé mi taza de té, ya estaba frío y conversamos un poco más antes de que salga por esa puerta donde afuera me esperaba la basura acumulada y el horripilante olor a desgracia ¿quién diría que ahí encontraría a un ángel? En ese lugar donde todo parecía el final, cruzando esa puerta un mundo diferente se movía, un mundo mejor donde no existía ni una sola intención de edificar falsedades.
Me acerqué al carro de Mauricio y abrí la puerta, me gritó por haberme demorado mucho y yo le pedí disculpas. Notó mis ojos hinchados por tanto llorar pero hice bromas alegando que era marihuana de la buena, yo supongo que iba a ser mi última broma antes de querer ser ese hombre que le pone pecho a sus problemas. Mauricio no tiene nada que saber de eso ¿Iba a entender esto? No, él todavía, tendría que empezar con lo primero y ya era bastante para ese día en que yo había obtenido la revelación divina.

Era medio día y el sol empezó a brillar. El verano ya estaba empezando oficialmente.

agosto 22, 2013

Alegrías, nunca más

19

Llegué a La Molina y pagué el taxi. Desde el aeropuerto había estado pensando en Violeta, se me hacía raro haber pensado tanto en ella, con tanta intensidad, no lo había hecho en más de diez años y me reí con un poco de ironía ¿Sólo en estas situaciones más difíciles uno tiende a ser nostálgico? Me pregunté mientras entraba a casa y me sorprendía no encontrar a nadie. Algo estaba diferente en mi habitación, me resultaba un poco más pequeña. Me recosté y dormí el resto de la tarde pensando, otra vez, en Violeta ¡Qué difícil debe de haber resultado su vida en comparación a la mía! Recuerdo haber buscado su ficha social en los documentos de papá, en aquellos tiempo, cuando vivíamos en la aldea, las causas de haber estado ahí eran por abandono, su padre se suicidó y su mamá era alcohólica ¡Qué terrible! Supongo que su madre no aguantó tremendo golpe y se dedicó al vicio ¿Me estaría pasando lo mismo a mí? Haciendo las sumas y restas respectivas del caso, me di cuenta que últimamente había estado bebiendo muy seguido ¿Eran síntomas de ser alcohólico? Me asusté y luego me convencí de que era muy exagerado pensar eso. Un alcohólico se embriaga solos, yo no, yo solo bebía en reuniones lo cual me catalogaba como un bebedor social. Me olvidé del asunto y esta vez sí logré dormir tranquilo.
Ni si quiera tengo motivos para inventar hipocresía, desde el momento en que me enteré que Mónica se había acostado con Diego y luego había estado besándose con mi mejor amigo, yo decidí cobrar venganza ¿Por qué? Pues porque me gusta dar el último golpe, la estocada final de la batalla y sí, sentía que Mónica me había declarado la guerra. Soy Aries y eso me pone en la línea de “Es fácil ofender a los Aries y, cuando se sienten ofendidos, es difícil hacer las paces con ellos.” Y hasta quizá suene un poco extremista, pero quebrar la confianza conmigo es desatar la furia de Aquiles ¿También no fue Menelao el que desató la guerra de Troya por una traición? ¡Tremenda venganza! Pero, si hablamos de venganzas, Edmundo Dantés fue un artista de la venganza. A lo mejor no estaba tan equivocado con esa decisión, pero de algo estaba seguro, soy capaz de engañarme a mí mismo y convencerme de cosas que no son, si yo mismo quiero que sea así. Entonces debía devolverle el golpe del mismo calibre, la misma dimensión, buscar a su mejor amiga y hacerla caer en la trampa, pero ¿Quién era la mejor amiga de Mónica? Dependió de cada época en la que la conocí, fue Cielo su primera buena amiga que me presentó una noche al poco tiempo de conocernos. Luego me presentó a Ángela, una muchacha de la universidad, si no me equivoco era de su carrera. Luego era Grecia, una amiga mía con la que la veía arriba y abajo, juntas desde que las presenté ¿Ahora quién ocuparía esa plaza donde rotaban cabeza como si fueran funcionarios públicos? Ni se me ocurría.
A la mañana siguiente, me desperté bastante tranquilo, volví a sentarme en mi escritorio y empecé a redactar otro capítulo de la novela que estaba empezando, no tenía un rumbo fijo, le daba al teclado contando explícitamente lo que había estado sucediendo, ni siquiera sabía si era una novela, solo quería contar lo que me sucedía, mi versión de los hechos desde mi trinchera. La imagen que proyectaba era la peor en la que alguien me podía conocer, el cabello grasoso desde la raíz hasta la punta, los ojos rojos, aún con legañas, el cigarrillo en la boca, humeando mientras sonaba la música perfecta de mis dedos, dando su propio ritmo, contra el teclado. Con mi pijama y con casaca cualquiera por el frio que aún hacía en la ciudad. Tanto café iba a matarme, pensaba cada vez que paraba a leer un poco de lo que iba avanzando y daba un sorbo largo a la taza de café frio. Me alegraba trabajar en ese estado casi neurótico, me hacía entender que estaba a un buen nivel de concentración.
Mamá estaba de viaje por trabajo y el resto también trabajaba. Yo también trabajaba, por lo menos a mi estilo, así que pedí comida por teléfono y seguí trabajando, al mismo ritmo hasta la noche, donde por fin me bañé y fui a buscar a Mónica a su trabajo, decidido a hacer una sola cosa, averiguar quién era su mejor amiga de ese momento e ir preparando mi propio tiro de gracia.
Me gusta el invierno de Lima, el color gris le asienta tan bien, que soy capaz de escapar de la ciudad porque mucho calor me molesta. Pero, en cambio, la brisa dispersa por las calles, respirar la humedad, sumado todo eso al paisaje de La Molina, es toda una escena de película. Por eso ni me esfuerzo en buscar algún transporte para movilizarme por los lugares, así tenga que caminar una hora entera, la disfruto con el paisaje y el clima. Mamá me dice que es muy extraño que me gusta el clima que casi toda la ciudad detesta, pero no me incomoda.
Mónica estaba ahí y la encontré distinta, me abrazó con fuerza y me dijo que no esperaba verme. Estaba un poco triste y mientras me hablaba, mi cabeza entraba en razón ¿Le podía hacer eso a Mónica? ¿Sería capaz de hacerle algo peor? Yo ya le había hecho todo el daño que se le puede hacer a una persona y encima creía poder hacer algo peor ¿Ya no era suficiente para mí? Una parte me convencía de que no, que su carencia emocional, su forma de querer llenar sus propios vacíos hacía que ella haya estado andando con uno y con otro, hasta llegar a Alejandro. Pero otra parte volvía al principio, era un tema de orgullo, al fin sabría que conmigo no se juega, el que lo hace, lo paga caro.
-¿Mañana podemos vernos? Va a venir Mayra, mi mejor amiga. Hace tiempo que dejé de verla y ahora estamos retomando el contacto ¿Quieres acompañarnos a almorzar?
Listo, pensé, ya tenía todo lo que estaba buscando.
Nos despedimos con un fuerte abrazo, un beso en la mejilla y una mirada intensa, de esas miradas que te quieren decir ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Cómo hicimos para llegar a este punto? Porque la verdad nos destruimos a una velocidad increíble, sin pensar en las consecuencias, sin pensar de que en algún momento, los dos tendríamos que vernos con pena, la nostalgia de lo que no pudo ser. Sí, era pena la que ambos sentíamos por nosotros.
Regresando a casa hice una llamada a Mauricio, aquel amigo con el que compartía mi afición a la música, en un buen gusto a la vida él escogió periodismo y lo veía contento, alegre de hacer algo que realmente lo llene de energía, lo anime a continuar por el ritmo de vida que quería tener.
Nos saludamos, con mucho cariño, hablamos unos minutos sobre cómo nos estaba yendo, una mentira grosera de mi parte, la hipocresía en su máxima expresión. Le dije que me iba muy bien, que estaba esperando una oferta de trabajo para desarrollarme en el área que deseaba, que, por suerte, la vida o el azar ¡Llámalo cómo quieras! Me iba muy bien, hermano ¡Qué falso! Pero no me importaba, ya estaba muy bien acostumbrado a las mentiras, yo mismo podía creerme una.
-Dime, compadre ¿Qué puedo hacer por ti?- me dijo Mauricio, sospechando que esa llamada, después de tanto tiempo no era gratitud.
Le expliqué lo que sucedía, estaba buscando a una chica de la cual no recordaba casi nada. Supongo que le pareció algo estúpido cuando le dije eso, pero continué, tratando de no sonar ridículo, casi obsesivo con el asunto. Pero era imposible, me exaltaba, me emocionaba con la idea de que estaba la esperanza de que Mauricio, recurriendo a sus contactos, lograría decirme dónde estaba ella. Al final quedamos en que me llamaría y nos prometimos unas cervezas para ponernos al día. Sí, claro y colgué de un golpe.
Me sentía cansado y volví a casa para dormir temprano.
A la mañana siguiente me desperté relativamente tarde y me alisté, ese día le vería la cara a Mayra y tendría que ser lo suficientemente simpático para conversar con ella después de ese almuerzo. Un poco de perfume, una sonrisa de propaganda de pasta dental y un podo de desinterés son la receta para simpatizar a alguien, no soltarle la bola por completo, hacer entender que su presencia no es necesaria, pero tampoco estaría mal. Es decir, hacer sentir que tu amistad es abrir una puerta en la que te puedes divertir, el que la quiera abrir, que lo haga.
Llegué quince minutos tarde para que mi presencia sea notable y la vi sentada, sonriendo, mientras que Mónica estaba furiosa porque si algo le molestaba mucho, era mi impuntualidad. Me senté y empecé a hablar, no sabía de qué tanto hablaba, contaba historias y hacía algunas bromas, por lo menos le había devuelto la sonrisa a Mónica y todo estaba correcto. En esa única hora que Mónica tenía para almorzar, descargué lo mejor de mis encantos e incluso, yo, me quedé sorprendido de hacer tanta alharaca. Al final, Mónica volvió al trabajo y yo tuve que acompañar a Mayra a tomar el carro. Cambio de planes, solo me dediqué a escucharla y así nos quedamos media hora más conversando. Me parecía lo más correcto.
En la noche, empezamos a chatear muy seguido. Se volvió un hábito que ambos teníamos, empezábamos a las diez de la noche y terminábamos a las tres de la mañana, algunas veces un poco más. Coincidimos en un hobbie, el billar, en realidad no era mucho de ir, pero sí, cuando lo hacía, jugaba mucho y llegué a dominar el juego. Ese fue mi primer ademán, invitarla, aunque le expliqué que no jugaba hacía mucho tiempo.
-¿Mónica no se molestará si salgo contigo?-dijo ella.
-Ella siempre se molesta conmigo, yo estoy acostumbrado.
-¿Y si termino peleada con ella?
-Bueno, si te peleas con ella, podríamos ir a jugar billar, tranquilos.
Ella se rió y al final quedamos en salir a jugar sin que Mónica se entere. Al final ella añadió “Solo jugaremos ¿No? ¿No haremos nada malo?” Y el demonio iba aflorando en mí. Sí, pensé, nada malo.
Así fue la historia, no tan diferente a la de Galy, Claudia o Romina. Empezamos a salir juntos y clasificamos nuestra amistad como “clandestina” pero en algún momento las cosas se iban saliendo de las manos, dejamos de chatear por las noches y en vez de eso, hablábamos por teléfono hasta las cinco de la mañana, nos dejábamos mensajes al celular y la coquetería empezó a emerger en silencio, sin que ella y yo nos pudiéramos dar cuenta.
Una noche salimos a conversar, nada diferente a lo que ya estaba acostumbrado, fue muy normal, encendimos los cigarrillos y empezaron las risas y las indirectas. Más tarde, ella iba a ver a Mónica y antes de irse la tomé por la cintura y apretamos nuestros labios.
-Esto está mal, Gonzalo, Mónica es mi amiga y…
No dejé que terminara la frase y volví a besarla con más fuerza, pero en mi cabeza solo existía una sola cosa “Ya está, acá empieza” Y sí, ahí empezaba la verdadera historia, salíamos muchas veces y entre besos ella me preguntaba cómo podríamos llevar esa relación que era tan clandestina, tan furtiva, tan atractiva para los dos, porque corríamos el riesgo de ser vistos en cualquier momento.
Muchas tardes ella llegaba a mi habitación y un beso y otro nos llevaba a desnudarnos y acariciarnos antes de acostarnos. Nos quedábamos dormidos, tibios, aún, después de la pasión. Acariciaba su cabello y lo besaba la frente mientras ella se quedaba dormida en mi hombro o en mi pecho. Olía con mucha profundidad su cabello y volvía a besarla antes de dormir. Algunas veces Mónica la llamaba a ella o a mí y teníamos que guardar silencio porque la risa nos ganaba. Era horrible su cargo de conciencia que descargaba conmigo, me decía que se sentía mal por todo, pero ella tampoco era hipócrita, porque sabía que era lo mejor que estaba sucediendo y me devoraba a besos hasta hacer sangrar mis labios.
Todo eso se juntaba a un ritmo de vida muy distorsionada, todas las noches salía con amigos y bebíamos más de la cuenta, fumábamos marihuana en los parques y con otros amigos entrábamos a los burdeles donde se nos habrían las puertas del infierno y nosotros, felices, pagábamos lo que sea para que nunca acabaran esas fiestas donde nos despojábamos y tratábamos de olvidar las propias porquerías que nos ahogaban en nuestra estúpida existencia.
También me cansé de la universidad, ya ni me dignaba a asistir a alguna materia, simplemente me desaparecí y el dinero lo dividía entre Mayra y fiestas. Ni más ni menos. Ya había perdido a mi familia, a mi novia, a mi mejor amigo ¿Quedaba algo más que perder? Y si la respuesta era negativa, no me importaba porque ya estaba muy ebrio para seguir analizando los dimes y diretes que te vende la autosuperación o la psicología. A la mierda, si alguien no está tan jodido como uno, que no quiera vender comprensión y consejos de momentos que nunca ha vivido.
Pero yo no sabía que un vacío no podía llenar otro vacío y una tarde estaba en mi cama con Mayra, ella jugaba con mi cabello y yo tocaba su cintura. Una de mis tantas resacas despedía de mi cuerpo un olor a perdición en la madrugada y ella no se incomodaba. No sé de lo que hablábamos y ella dijo “¿Cómo le vamos a decir a Mónica que estamos juntos?” y esa fue la frase donde me di cuenta que era el inicio del final, no me molestaba que Mónica se entere, a decir verdad, yo quería que Mónica se entere para que le duela, pero no existía un “estamos juntos” Mayra estaba muy confundida sobre la situación y esa tarde no dije nada, pero tenía que hacer algo por el asunto.
Sin darme cuenta cómo iban pasando los días, pasaron semanas y algunos meses en que yo realmente no hacía nada salvo escribir, estar con Mayra e irme de parranda. Pero Mayra desequilibró el status quo de la ecuación de mi ritmo y tenía que ponerle un final.
A la mañana siguiente fui donde Mónica, me acerqué como un buen amigo y cuando me fui al baño, dejé mi celular en su cara para que lo revise. Obviamente, cuando volví, tenía un vacío en la mirada, una expresión que ella no podía controlar, estaba paralizada, no podía creer lo que había encontrado y yo solo cogí mi celular, le di un beso en la mejilla y di una carcajada , me estaba yendo porque Mónica empezó a llamarme, me pedía que no me vaya, que me quede para conversar y ya era muy tarde, porque no había nada que conversar.
Llegué a mi casa y esa misma noche tenía una fiesta, cuando salí Mónica estaba esperándome en la puerta de mi casa, ni le tomé importancia y ella me empezó a perseguir, me pedía que me detenga, que quería hablar conmigo y cuando por fin me detuve y le pregunte qué quería, empezó el espectáculo, empezó a llorar y a gritarme, a maldecirme y a decirme que era una basura, una mierda, una porquería de persona, que yo las iba a pagar porque una persona como yo, un idiota como yo no merecía nada y que al final iba a estar solo. Yo me reía y disfrutaba todo eso ¿Eso querías? Le dije, ahora te acordarás de mí el resto de tu vida, sabrás que conmigo no se juega. Dime ¿Qué se siente que te hagan mierda con tu mejor amigo? Llora lo que quieras, Mónica, sufre las veces que quieras hacerlo. Pero no calculé su mano izquierda y en un momento ya estaba impactando contra mi rostro. Mis lentes saltaron hasta el medio de la pista y fui a recogerlos ¿Eso querías? Golpearme y cuando me fui, ella me llamó de nuevo. No te vayas, por favor y le decía ¿Qué es lo que quieres? No me arrepiento de nada, dime ¿Cómo te sientes? Y ella sentía que había un placer entero en lo que decía, una excitación enfermiza en verla tan mal como yo lo estuve en algún momento.
-No se juega conmigo, Mónica, espero que se te quede bien grabado.-fue lo último que dije y esta vez me atacó con su derecha.
-Vete a la mierda, Gonzalo.- me gritó.
-No te imaginas hace cuánto tiempo estoy ahí.- Recogí mis lentes de nuevo y prendí un cigarro camino a la fiesta.
A esa fiesta, le siguieron miles de fiestas más y el asunto era lo mismo. Drogas derramadas y esparcidas en todos los lugares, conocía gente que nunca más volvía a ver y me embriagaba hasta perder la cordura, besaba a desconocidas y cuando salíamos de las fiestas, volvíamos al mismo burdel a pagar por más diversión. Llegaba a casa a las siete u ocho de la mañana y dormía hasta las cinco o seis de la tarde para volver a hacer lo mismo. Sin darme cuenta había dejado de escribir, había dejado de leer, de ver películas o ir al cine, me dejaba consumir en por las tinieblas de lo mundano y yo, ciego y débil, asistía a mi ritual diario de autodestrucción.
Por el lado de Mayra, nos vimos un par de veces más, algunas en mi cuarto, otras en un hotel y una sola vez en la calle. Su propia conciencia la venció y decidió alejarse. Se fue sin decir adiós y yo no me preocupé en seguirla y pedirle explicaciones. No me quise enterar si arregló sus asuntos pendientes con Mónica, porque a Mónica le perdí el rastro.
Una madrugada de diciembre llegaba a casa en un estado patético, ebrio hasta la punta del cabello y no sé cómo abrí la puerta, me caí tres veces en la sala y entré a mi habitación arrastrándome. No logré subir a la cama y empecé a vomitar por el vértigo que me había ganado, fueron casi  treinta minutos mientras duraba la penitencia, vomité sin parar, eliminando todo el alcohol consumido, la comida y hasta la bilis salía por mis fosas nasales. Sentía que iba a morir y no recuerdo más.
Me desperté esa misma noche con el cuerpo demolido, al lado del vómito que había llegado a ensuciarme la ropa y sentía más nauseas y volví vomitar ahí mismo, incapaz de moverme, como si mi cuerpo no fuera capaz de hacerme caso y me puse a llorar ¿Cómo había llegado a esto en mi vida? Lloraba y lloraba, recordé todos los planes que tenía para mí antes de entrar en esta porquería de vida, recordé a mi mamá y a mi papá ¿Por qué me era tan difícil tener una vida tranquila? ¿Por qué a mí me tenía que suceder tantas cosas que me dejaban derrotado, me dejaban sin energía para resolverlo? Estaba arrastrándome en el suelo y seguía llorando ¿Qué me hacía falta para estar bien? Me preguntaba ¿Qué necesitaba para volver a ser el Gonzalo que era alumno estrella, hijo responsable, aquel hombre que valoraba a las mujeres y las respetaba? Yo era consciente de que tenía todo lo que necesitaba para ser el hombre que yo esperaba de mí, pero no contaba con tantas cosas que me iban a suceder y me destrozaron hasta el orgullo de poder pararme en frente de alguien y decir “Mi nombres es Gonzalo, mucho gusto” porque ya ni siquiera podía mirarme al espejo y verme a los ojos sabiendo todo lo que había estado haciendo y creo que ese era el problema fundamental, tenía vergüenza de la vida que llevaba y no tenía paz interior. Se acercaba navidad y me encontraba en el peor estado de mi vida, en ese último piso de mi vida, solo quería morir y que todos queden tranquilos para que nadie se preocupes de la falta de agallas de un hombre que pudo hacer mucho y despilfarró el talento en lo más terrenal.
Sonó mi celular y contesté limpiándome las lágrimas. Mi voz estaba destrozada por el alcohol, el frío de dormir desabrigado y el piso tan frio, el desfiladero de cigarrillos que devoraba por paquetes.

-Gonzalo, te habla Mauricio ¡La encontré!

junio 11, 2013

Alegrías, nunca más

18

En diciembre de 1999, sin terminar los exámenes finales de la primaria, sin poder despedirme de mis amigos del colegio, llegué a Huaraz, en el norte del país. Resultaba totalmente irónico que justo ese año, me habían enseñado las capitales de los departamentos del Perú, solo así lograba ubicarme en el plano geográfico. No entendí, y probablemente nunca llegue a entender, cómo apareció esa oferta de trabajo para mi papá y mi mamá, alguno de los buenos amigos de mi papá, seguro, debe ser, es lo más lógico, pero lo cierto es que un día ya había dejado mi habitación en la casa de Arequipa, llevando solamente lo necesario, allá nos esperaba una casa amoblada y entendí que todos los muebles se quedaban en esa casa.
Llegué una mañana soleada y fría, se veía el nevado Huascarán con toda su omnipotencia, con ese corte perfecto que da la sensación de que es la cresta de una ola a punto de formarse y que, según cuenta la historia, ese pedazo de nevado se cayó como consecuencia del terremoto en 1970, formando una avalancha, un alud que llevaba consigo rocas, barro y, obviamente, el hielo del propio nevado. El desastre dejó como cicatriz perpetua la sepultura de la ciudad de Yungay, eso me lo contaron semanas después unos niños en la puerta de ese gran camposanto que es Yungay, donde vi lo que dejó tremenda catástrofe. Me imagino que es lo primero que uno logra enterarse al llegar a Huaraz, el famoso terremoto del 70 y el alud, porque no hay persona que no se quede perpleja al ver el nevado.
Pero si algo me dejó más perplejo que el nevado y su historia, no fue que mi papá trabaje como director en un orfanato, en una “Aldea Infantil” diría claramente, sino que iba a vivir en la misma aldea, a tres kilómetros de la ciudad, con los niños abandonados. No sabía qué pensar, no sabía qué decir, no le tenía miedo a conocer gente nueva, ya tenía la experiencia de mi papá cuando trabajó en un albergue en Arequipa, pero tenía un horario de entrada y de salida, y algunas veces lo iba a visitar, tenía el mundo bifurcado, por un lado estaban los amigos del colegio y del barrio, el medio que casi todos llegan a conocer, pero por otro lado estaban los amigos del albergue, a los que visitaba cuando iba, esporádicamente, a visitar a mi papá. Esto era totalmente diferente.
Sí, recuerdo muy bien la primera vez que entré a la Aldea Infantil, un camino de pura tierra, con una escena de eucaliptos gigantes, que en la copa son estirados por el viento, de un lado por el otro, las casas de barro, las mujeres, ancianas, caminando en polleras, con ojotas de caucho, un mundo diferente y me quedaba perplejo, realmente perplejo, no concebía la idea concreta de que ahí iba a estar el tiempo que tenga que estar trabajando mi papá ahí. Por fin un portón azul daba la bienvenida a esa Aldea que era exactamente eso, una Aldea, con una habitación de casi setenta niños divididos en catorce casas, cada uno con una madre sustituta a cargo y una casa aparte que funcionaba como dirección también, donde viviríamos mi hermana, mi mamá, mi papá y yo. Así estaban las cosas y ni bien bajé del carro un niño de mi edad apareció, se llamaba Luis Calixto, Luchito le decían algunos otros que iban apareciendo, era muy alegre, aunque me comentaron que así como lo veía de alegre, cuando se amargaba, se le salía el diablo y me reía. Mi papá tuvo la certeza de presentarnos casa por casa, a cada uno de los integrantes de cada casa en compañía de este tal Luchito que era para no parar de reírse con sus ocurrencias. Y fue en una de esas casitas donde la vi por primera vez, era un año mayor que yo, así que suponía que tenía diez, quizá once si su cumpleaños era ese mismo año, aunque era un poco difícil porque ya se acababa el año, se llamaba Violetta y su hermana mayor era Paula, dos gemas perdidas en ese lugar. Era simple reconocer sus ojos caramelos en toda esa vorágine y no pude quedar más prendido de ella.
Mi problema era básico o por lo menos yo lo atribuyo a mi hermana, vi tantas telenovelas mexicanas con ella, ya que ella controlaba el control remoto, que me creí las historias de amor, entonces desde los siete años yo ya podía entender qué era todo ese asunto.
Y así fue como Violetta había llegado y a mi inocente edad, en esa aldea que quedaba a tres kilómetros de la ciudad, en medio de un bosque, al lado de un rio, todo lo que había por ver alrededor, era una escenografía de naturaleza pura y por eso jugar con mis nuevos hermanos (todos llamaban papá a mi papá y mamá a mi mamá) fue una aventura que duró los dos largos años que estuve ahí. No es difícil hacer amigos a esa edad, simplemente lo haces, no tienes ninguna barrera para conocer a alguien. Y nos perdíamos entre los árboles, cruzábamos el rio, era verano y granizaba y no parábamos de jugar. De ese lugar, aprendí a usar la creatividad, hacer cometas con papel crepé, laberintos con cartulina y billitas que conseguíamos en las ferreterías. Íbamos a la carpintería de esa aldea para robar maderas y hacer nuestras armas de batalla, cortábamos los árboles de eucaliptos y el palo lo dejábamos secando sobre el horno inmenso que había en la panadería, porque cualquiera que ha vivido en medio de un bosque sabe que las ramas de un eucalipto son demasiado húmedas y que hay que ponerlas a secar algunos días para ponerle un anzuelo y bajar corriendo al rio y pescar truchas en grupo, conversando, riéndonos todos porque hice mi grupo de amigos. Los martes corríamos a la panadería porque Don Julián hacía pan para toda la aldea y le rogábamos que nos dejara ayudarlo. Él nos enseñaba a hacer la masa, dejarla fermentar un par de horas y volver para amasar y hacer los panes para todos.  Algunas veces se daba cuenta que le robábamos algo de masa para hacer pan a escondidas y comérnoslo en ese instante, calentito, recién salido del horno. No creo que haya conocido a nadie con esa infancia sin televisión, robando frutas en las pocas haciendas que había al costado, bañándonos en el rio, tiritando de frio todos juntos compartiendo una caña de azúcar recién cortada ¿Dónde estarán los hermanos Alexander y Junior? ¿Dónde estará Michael? ¿Dónde estará Beto, mi hermano mayor José Luis que se fue al poco tiempo por cumplir la mayoría de edad? ¿Qué será de Elvis y Martín? Tantos nombres, rostros y voces vuelven a mi memoria.
Siempre tendré que reconocer que mi papá hizo un trajo excelente, organizó esa aldea que, según él, la encontró de cabeza. Ni si quiera puedo explicar bien todos los cambios que vi, pero ver cómo tantos niños e incluso las madres sustitutas sentían mucha comodidad de estar ahí, me hacía entender que mi padre era totalmente diferente, porque fue él quien hizo el gran cambio, lo sé, yo lo sé porque lo vi. Cuando él llegó encontró las cuentas financieras de cabeza, había dinero solicitado al estado para algunas renovaciones infraestructurales que nunca se hicieron, los chicos tenían enfermedades que no habían sido atendidas y no estaban bien vestidos. El almacén era un infierno, la mañana que mamá entró por primera vez, encontró ratas merodeando por ahí, entre la comida. No era difícil darse cuenta que lo anteriores directores robaban el dinero y se olvidaban de todo. Mi papá tenía la experiencia de haber trabajado en el albergue en Arequipa, entonces entendía la dinámica del funcionamiento del sistema, por eso no se le hizo tan difícil, en los primeros días ubicó los problemas y luego, poco a poco, fue arreglando cada uno de ellos. No fue raro que para la primera navidad, a las pocas semanas de haber llegado, mi papá regale bicicletas a cada uno, haya refrigeradoras y cocina a gas en cada casa, porque antes de eso, se cocinaba en briquetas, una suerte de carbón en forma de ladrillos, que dejaba el ambiente de las casas llenas de humo. Pero el trabajo más difícil para mi papá, sería ganarse a los chicos, sobre todo, a los que tenían entre quince y diecisiete años.
Mientras eso sucedía, yo espiaba a Violetta desde mi ventana, la veía corriendo, jugando con sus amigas, también. Y Don Julián me veía y se me acercaba, riéndose porque se me notaba a gritos que me gustaba más de la cuenta, no solo él lo notaba, no solo los chicos y las madres sustitutas lo notaban, mis padres también lo notaban y eso hacía comprender una sola cosa, todo el mundo lo notaba y yo era el único que no sabía que todo el mundo lo sabía. Era la primera vez que sentía eso por una chica, Violetta era mi primer amor y yo no entendía por qué me escondía al verla si lo que más quería era poder estar a su lado. No sabía por qué la espiaba tanto, desde mi ventana o desde la peña, un pedregal que estaba cerca al rio y desde ahí la observaba jugar con sus amigas.
No iba a dejar de estudiar solo porque mis padres trabajaban ahí, pero mi mamá tampoco me iba a dejar estudiar en un colegio nacional con los chicos, así que cuando acabó el verano ya estaba matriculado en un nuevo colegio y tenía que empezar a forrar mis cuadernos, tomar mis bolígrafos y ponerlos en mi mochila porque ya se acercaba en lunes y todos empezábamos clases. No fue complicado que todo Huaraz sepa quién era, uno de los cargos más reconocidos en ese lugar era el de mis papás, y como Huaraz es un lugar demasiado chico, todos sabían de la llegada de los nuevos directores. Es extraño cómo funcionaba la lógica de la gente de Huaraz, un pensamiento casi obtuso, donde no hay un espacio para que pueda llegar un nuevo pensamiento, ser de Arequipa, en ese lugar, era un pecado capital, nunca supe por qué, pero para el Consejo Transitorio de Administración Regional de Ancash (el famoso CTAR Ancash) mis padres eran la peste que había llegado para robarles un lugar, no fue en vano que lleguen a fiscalizarlos casi todos los día para encontrarles un error, por suerte papá tuvo todo en regla. Y los hijos de los trabajadores del Gobierno Regional estudiaban en el colegio, entonces yo era un apestadito social en ese lugar donde también tomó su tiempo hacer amigos. Nunca me quejé, nunca me ha costado adaptarme, mi papá siempre dijo “Al lugar donde fueres, has lo que vieres” y en mi rincón del nuevo colegio, en silencio, tuve que ser paciente para hacer nuevos amigos. Aprendí a dividir mi mundo, de ocho a dos de la tarde, era el colegio, el quiosco, la cancha de futbol y los amigos con quienes jugaba trompo o canicas, y de tres hasta las ocho de la noche, era la Aldea y todo el bosque que se abría para llegar cada vez más lejos en compañía de los que se me unieran.
Y otra vez, en las mañanas antes de ir al colegio, la espiaba desde mi ventana, estaba ahí, uniformada con su media cola y una cinta guinda, el color del uniforme de su colegio, recogiendo el castaño de su cabello, era una escena de lo más ridícula porque yo había aprendido a aguantar los golpes más fuertes que me daba el bosque, las heridas en las rodillas y los codos, los cortes en los muslos, los moretones en los pectorales y lo primero que debías aprender es a caer, todo eso sumado al futbol que jugaba en el colegio, era realmente una máquina que explotaba en energía y fuerza, y no era capaz de acercarme a hablar con Violetta.
Pero hubo un momento en todo ese tiempo en el que pude hacerlo, mi hermana se encargó de hablar con la hermana de Violetta para complotar a mis espaldas y llevarme entre juegos y juegos, a un jardín que había detrás de la carpintería de la aldea, donde me encontraría con ella y tendría que suceder el milagro del amor. Y entonces ahí estaba ella y yo, nos habían llevado con puros engaños y ninguno se animaba a decir nada, yo miraba al suelo, ella miraba al suelo y cuando nuestras miradas se cruzaban de casualidad, nos sonrojábamos, nos reíamos y volvíamos a mirar al suelo. Y entonces, en un momento, volví a mirarla y sonreí tímido, ella sonrió un poco y salí disparado del lugar, corriendo a mi habitación a esconderme amargo porque nunca iba a ser capaz de soltar una palabra frente a ella, me sentía tan estúpido.
¡Pobre de mí! Don Julián me hablaba como si tuviera su edad, se sentaba a mi costado y me decía que me dé tiempo, que ya entendería de qué se trataba todo ese asunto. Pero yo lo miraba y me sentía más perdido aún y me acariciaba el cabello diciéndome “Tranquilo, Gonzalito, ya verás a lo que me refiero.”
Yo me di el tiempo, lo sé, pero creo que me di demasiado tiempo porque para las vacaciones de medio año, una mañana, mi papá me despertó y me dijo que se llevarían a Violetta y a su hermana, a un orfanato a un pueblo a siete  horas de Huaraz. La noticia me cayó como una bomba y no sabía qué hacer, cómo reaccionar, solo recuerdo haberme puesto las zapatillas y correr don de Don Julián y preguntarle donde quedaba Chiquián, ese pueblo a donde se la llevarían a Violetta y me puse a llorar, y Don Julián me abrazaba y me pedía tranquilidad, me llevó a la carpintería donde había un mapa de todo el departamento de Ancash y me señaló dónde quedaba. No recuerdo más de ese día, se supone que las subieron al bus y se las llevaron las madres de ese orfanato católico, donde, supuestamente, tendrían mejores condiciones. Era mi primer golpe al corazón, mi primera decepción amorosa, lo sentía de esa forma porque los días ya no eran los mismos si ya no la espiaba desde mi ventana, ya no la veía con su falda de uniforme, lista para ir al colegio. Maldecía a mi papá y mamá me tranquilizaba, pero yo no entendí por qué lo hicieron. No salí a jugar por varias semanas, a pesar de que mis amigos tocaban la ventana de mi habitación yo les pedía que se fueran, que no tenía ganas de nada y en el colegio ya no jugaba fútbol, en clase andaba ido, mi mente estaba en cualquier otro lado menos en los cursos. Yo supongo que poco a poco me fui reponiendo de esa angustia, supongo, porque es lo único que me quedaba, el tiempo se encargaba de devolverme a mis amigos y al bosque, tenía que volver a nadar al rio y hacer las cometas con papel crepé, a volarlas lo más alto posible. Sacar las ramas de eucalipto y pescar la trucha más grande, haciendo un trabajo sobre exigido por la corriente del rio. Saltar los muros de las Haciendas de las que robábamos frutas. Tenía que volver, era lo único que me quedaba.
Nunca supe más de Violetta, aunque me lo pregunté dos veces más el año más que me quedaba de estadía en Huaraz, la primera vez fue cuando mi papá logró un permiso para llevarnos a todos a la playa y cuando llegamos, los chicos corrieron a tomar agua de la playa y se dieron con la sorpresa de que estaba salada, yo me reía porque eso yo sí lo sabía y corrí a abrazar a mis amigos y explicarles por qué era salada. Nos divertimos tanto esa semana en Tuquillo, esa playa sin olas cerca a Huarmey, en la costa del departamento, cazamos cangrejos, encontramos caballitos de mar y aplicamos todo lo aprendido para seguir pescando. Pero en un atardecer me pregunté qué habría hecho ahí Violetta con sus amigas ¿Se hubieran divertido mucho aprendiendo a nadar? Porque casi nadie sabía hacerlo ¿Hubiera hecho un collar como todas las chicas hacían? Sí, Violetta se veía divertida, supongo que también lo hubiera hecho.
La segunda vez que volví a preguntarme por ella, fue el último día que estuvimos en la aldea, fue la primera vez que vi a mi papá llorando. El Gobierno de Fujimori había acabado, Valentín Paniagua ya había cedido ante la elección democrática y Alejandro Toledo había entrado a ser presidente, con eso, reformó desde los ministros, como cualquier movimiento lógico de la política, hasta los presidentes de cada Consejo Regional, mi papá siempre fue consciente de que trabajaba para el gobierno, las cabezas rotan en esos lugares y ante la presión política del gobierno de Toledo por meter a su gente en cualquier puesto, trataron de hallar irregularidades en el trabajo de mi papá, no las encontraron y metieron a prensa amarillista para vender patrañas en los periódicos, pero ni si quiera eso resultaba, porque mis papá había logrado ganarse el respeto de todo Huaraz, haciendo un trabajo excelente, haciendo algo que nadie había logrado hasta ese entonces, ganarse la confianza de los chicos, de los más rebeldes de ese entonces, los chico que están entre los quince y diecisiete años, logró llevar a los chicos a la playa en un pasea inolvidable de la que aún conservamos fotos, hizo torneos de fútbol entre Aldeas de todo el departamento y cualquiera que lograba leer esas noticias, sabía que era mentira y todo era un trabajo sucio del gobierno de turno.
Pero era demasiada presión política, mi papá tiene demasiado orgullo como para estar en un lugar donde no lo quieren y las cabezas del gobierno no lo querían ahí. Una semana antes de irnos nos dio la noticia y volvimos a empacar todo. Para el día en que nos fuimos, se hizo una despedida y producto del gobierno de turno, hubo apagón solo en aldea, algo realmente extraño. Entre velas mi papá dio un discurso de despedida y para no llorar, daba sorbos largos a un vaso con agua. Vi a todos mis amigos, mis nuevos hermanos, llorar porque no querían que nos vayamos y cuando subimos al carro, todos los chicos se pusieron en el portón, haciendo una barrera humana para que no nos vayamos. Todos volvimos a llorar y la despedida se prolongó un par de horas. Fue en ese momento en que me pregunté por qué nunca le pude hablar, me arrepentí de no poder haberme acercado a Violetta. Me iba a ir de ese lugar y ella no se iba a enterar nunca.
Pero aún así, no nos fuimos de Huaraz, vivimos como una especie de refugiados en un rincón de la ciudad, hasta que mi papá encuentre trabajo en algún lugar, vivimos de los ahorros escasos y algunas veces volvimos a visitarlos a escondidas. Fueron unos meses en los que creí vivir en un paréntesis, suspendido. La casa era prestada de una amiga de mi mamá, era una casa muy grande para una familia que salía de una casa amoblada por el estado y no había llevado más que ropa. Solo había una mesa pequeña en el centro de la sala-comedor y tres colchones repartidos en dos cuartos, uno en el que yo dormía junto a mi hermana. La cocina también era muy grande para una cocina eléctrica y un par de reposteros vacíos. No había sido tan feliz como en esos momentos donde demostramos que la familia, a pesar de esa angustia de no saber si mi papá volvería a trabajar, estábamos juntos, cenando alegres en esa mesa diminuta donde comer era todo un arte porque nos golpeábamos los codos y nos reíamos porque sabíamos que a donde vayamos y en donde estemos, los cuatro siempre estaríamos juntos.

mayo 27, 2013

Alegrías, nunca más

17

Lucié y Diego se conocieron en un museo de París o Madrid, no me acuerdo bien la historia, para esas épocas ella tenía un novio catalán que la tenía hasta el tuétano con sus costumbres europeas, por eso, al conocer a Diego en aquel museo, le recordó lo bien que sentía encontrarse con un peruano y recordar que allá, a miles de kilómetros, cruzando el gran charco, estaba el país, la patria de uno. Mejor aún que Diego sea Arequipeño, eso le dio más gusto y entre palabrería, entre un café y otro, y más citas para despejarse, terminaron siendo enamorados.Esa era su historia de amor. Diego había partido a Francia a trabajar por un convenio en la universidad y como le fue tan bien, la empresa terminó contratándolo y dándole una beca para que terminara su carrera en la Universidad de La Rochelle, aunque su proyecto de vida no era quedarse en Francia, se quedó el tiempo suficiente para ahorrar y regresar a Arequipa junto a su mamá, darle todo lo que ella merecía y poner un bar que le dé una vida tranquila.Era, irremediablemente, un hijo ejemplar que no tenía papá y ese era muchas veces el problema, me contaba Lucié en su nueva casa, que es difícil que un hombre haya crecido sin un modelo masculino a seguir y por eso a veces era como un niño, entonces no me sorprendió ver una planta de marihuana en su jardín y un Play Station 3 en su sala.
Lucié era mi hermana por el primer matrimonio de mi papá, nos llevábamos muy bien, siempre sentí que era la única que me entendía porque era muy loca. Me acuerdo la primera vez que la vi, ella estaba con uniforme de colegio paseándose por las calles de Arequipa, se había escapado del colegio con unas amigas y cuando mi papá la vio desde el carro, la hizo entrar y empezó a llamarle la atención, yo la veía relajada y nos presentaron, me miró con ternura y me dio un beso en la mejilla diciendo que era igualito a nuestro papá. A penas vio la oportunidad de irse a Madrid, lo hizo sin pensarlo tanto y eso me encantaba de ella, era una chica convencida de sí que se tomaba la vida de golpe, sin pensarlo y cuando toda la familia se enteró que Lucié pensaba irse a Europa, ya era muy tarde reaccionar porque ya había tomado sus maletas y estaba sentada en un avión rumbo al viejo continente. Era así, dinamita para cualquiera que la veía y me encantó que no dejara de enviarme correos, fotos con sus amigos que conocía en el barrio de Lavapiés, Tirso de Molina o Malasaña y entendí que esa beca no tenía nada que ver con que ella quería ser una gran profesional.
Siempre me sorprendió esa velocidad en la que trascurría su vida, era una mujer segura, independiente y aventurera, no le tenía miedo a nada y por eso, hacía un par de años, cuando llamé para su cumpleaños y me decían que la línea estaba suspendida, le envié un correo pidiéndole su nuevo número por si lo había cambiado, a los minutos me llamó de un número extraño y me contó que estaba en Bueno Aires, viviendo la fiebre del mundial porque todos los argentinos estaban felices de que Maradona sea el director técnico y me dijo, entre su ebriedad y alegría que me amaba, que era el segundo hombre más importante en su vida, porque el primero era nuestro papá y el tercero su novio de turno y a eso le siguió nuestras carcajadas juntas ¡Cómo amaba a esa mujer! Pensaba cuando entramos a su casa inmensa, de cinco pisos y a mí me dio todo el segundo piso, las llaves de un Toyota Auris y las llaves de la casa.
Lucié se despidió, esa noche la pasaría en casa de su mama, entré mi nueva habitación, me senté en la cama y recibí una llamada de Mónica.
-¿En verdad haz terminado conmigo?
Ni si quiera tuve que responder esa pregunta, colgué de un tiro y me recosté, Mónica lograba eso sin esforzarse mucho, ponerme de un humor terrible si lo quería, arruinarme la paciencia en un dos por tres y ella lo sabía, lo sabíamuy bien porque mi debilidad era caer en su juego de una forma estúpida, detestaba sus ganas de controlar todo de mí, o peor aún, detestaba mi forma tan infantil de terminar siendo parte de su jueguito.
¿Quería regresar conmigo? Sí, estoy seguro que ella era incapaz de darse cuenta que nuestra relación era enfermiza, casi tóxica, deteriorándonos el uno al otro, dando y devolviéndonos los golpes como una guerra de nunca acabar, donde el orgullo dictaba indiferencia, el que se ponía celoso perdía y el que daba el último golpe iba un punto arriba del otro. Éramos realmente terribles, incapaces de reconciliar nuestras barbaridades, pedirnos perdón y llevar una relación en paz ¡No! Nada que ver, incluso sacándonos celos éramos los mejores con tal de sacarnos algo de ventaja.
Traté de olvidarme del asunto, profundizar en Mónica era olvidar que estaba en Arequipa exactamente para dejar de lado eso en lo que pensaba, entonces tomé mi lap top, las llaves del auto y fui a tomar un café en el Mall a escribir. A noventa kilómetros por hora, en un par de cuadras, la ciudad solo es una fuga de mi existencia, lo sabes por la velocidad y porque todas las imágenes son fugaces. Siempre tuve esa extraña manía de pisar a fondo el acelerador cuando estaba harto de cualquier situación, sí, también tengo que aceptar que soy más emotivo de lo que creo.
Estacioné en el parqueo y entré en busca de un café, me sorprendió ver tremenda construcción y entre tienda y tienda, encontré el café y me senté a escribir un poco esa novela que podía decir lo que sentía, lo que debía contarse, contar un poco de Diana, pero sobre todo, contar lo que era Mónica en mi vida, claro, le cambiaría de nombre ¿Cómo la llamaría? ¿Alexandra? ¡Quién sabe! Esas cosas ya se me ocurrirían mientras tecleaba con más fuerza y velocidad. Y entonces.
-¿Gonzalo? ¿Eres tú?
Sí, reconocía bien esa voz, Renata, porque Arequipa solo significaba su nombre, un nombre impregnado en mi memoria y en mis labios. Di la vuelta y ahí estaba, reluciente como era de esperarse, con esa sonrisa tan hermosa, acercándose a saludarme con un saco negro y una bufanda que la hacían ver preciosa. La abracé con fuerza, había pasado un año sin verla y la invité a sentarse conmigo. Había ido con unas amigas a comprar algunas cosas y a pasear, pero ella se estaba aburriendo y me empezó a llamar la atención por no avisarle que había llegado a Arequipa, porque hace tiempo que no brindábamos como aquellos tiempos, cuando la conocí y recién teníamos catorce o quince años y cada vez que llegaba a Arequipa buscaba a mis amigos del colegio donde estudié cuando viví ahí. Exactamente fue uno de esos amigos que me la presentó y bailamos casi toda la noche y al año siguiente, cuando volví a Arequipa para las vacaciones de verano, la busqué solo y exclusivamente a ella para conversar y perdernos por las calles de Yanahuara. No sé qué había entre los dos que no queríamos separarnos en ningún momento. Ya teníamos dieciséis años y fumábamos a escondidas entre las callejuelas y nos besábamos a cada tanto, nos sentábamos en una banqueta y veíamos a los tunos cantarle a alguna novia que se casaba y nos íbamos al mirador, era de noche y la besaba una vez más, abrazados, perdiendo la paciencia de que solo estaría una semana y luego tendría que esperar un año más para verla. Tengo que aceptar que siempre me dolía dejar Arequipa, no solo porque siempre me puso sentimental alejarme de ese lugar donde quise vivir más de lo que pude, sino porque mi relación con Renata nunca podía concretarse hasta que ella vaya a Lima o yo me quede ahí para conversar como lo estábamos haciendo en ese café, y volvía a mirar ese saco y esa bufanda que le daban un aire a que el tiempo había pasado y ya no teníamos catorce o quince.
-¿Vamos por unas cervezas? – Me dijo y acepté, al rato pagaba la cuenta, tomaba la computadora e íbamos camino al estacionamiento mientras ella me ponía al día de lo que había pasado con nuestros amigos.
No sabíamos a dónde ir a tomar unas cervezas y como yo estaba en el carro, no podía tomar, así que no se nos ocurrió mejor idea que comprar dos six pack de Cusqueñas y tomarlas en el carro estacionados en la puerta de la casa de mi hermana al ritmo del único cd que estaba a la mano y que sonó durante toda la noche en medio de nuestra conversación.
Me contó de su anterior relación, que fue un desastre total, que los celos de él terminaron hartándola y rompieron con un montón de lágrimas de ella, que siempre la trató mal y para olvidar todo ella se fue a Santiago, en Chile, para un tiempo despejarse. Yo no le dije que estaba en Arequipa por los mismos motivos, solo le dije que también había terminado de una relación y me limité a no decir más.
Se terminaron las cervezas y queríamos más, me negué porque no iba a manejar con seis cervezas en la cabeza, de hecho ya estaba sobre el límite de alcohol permitido en la sangre.
-¡Vamos! No va a pasar nada.- Dijo ella riéndose.
-No pues, va contra la ley.
-No seas maricón.- Dijo desafiándome y grave error por parte de ella, eso no me va a decir a mí. No, no, no ¡Vamos! Gonzalo no soporta que lo desafíen y encendí el motor con un rugido feroz, puse primera y solté el embrague de un tirón y las llantas salieron rechinando rumbo a el mismo lugar donde habíamos comprado las primeras.
Volvimos al mismo lugar, dentro del auto para seguir la conversación, esta vez más coquetos, más dispuestos. La verdad es que no había pensado en besarla, no quería que piense que solo la buscaba para eso, pero ya estábamos avanzados y siempre era la misma atracción que terminaba por traicionarnos y nos devolvía a donde pertenecían nuestros labios, junto a los del otro. Sí, la estaba besando y me preguntaba por qué, al besar a Mónica, no sentía que entraba al paraíso.
Nos quedamos hasta las cuatro de la mañana dentro de ese Toyota Auris, en la última hora nos recostamos cada uno en su asiento, mirándonos el uno al otro con esos ojos que se miran solo un par de enamorados, ella se quejaba y se preguntaba por qué las cosas estaba como estaban, por qué yo no estaba ahí, en Arequipa para poder estar juntos de una vez por todas e intentar ser la pareja que éramos frente a todos los amigos que teníamos.
Llamó a un taxi y se fue a su casa, antes de despedirnos quedamos en hacer algo juntos ese fin de semana y le dije que no se preocupara y que me llamara cuando llegue a su casa para saber si había llegado bien.
No sé cómo metí el carro a la cochera, solo recuerdo que me llamó y nos quedamos chateando un par de horas más hasta que veía cómo amanecía Arequipa y me quedé dormido con la lap top en mis faldas.
Al día siguiente me desperté y fui a la sala a ver las noticias, pero ya era demasiado tarde y solo encontraba programas de espectáculos. Lucié llegó y me dijo que almorzaríamos juntos con mi primo Daniel, en el Café y vinos, el mismo café-bar en las mañanas era un bistrot, sí, usó la palabra bistrot y me reí, pero luego me dijo que no me riera porque François, el dueño, era francés y que ya me vaya a la ducha que ya se nos hacía tarde.
Estaba muy alegre, llamé a Renata para decirle que en la noche podíamos ir a dar una vuelta y me dijo que estaría por el Mall, así que no había problema. Salí de la ducha, mientras me vestía seguía pensando en ella y lo bien que la habíamos pasado ocho horas atrás.
Salimos con el auto directo al centro, Lucié me contaba que junto a Diego habían puesto un bar, que les iba bastante bien y que le gustaba la vida que tenía, sin muchas preocupaciones y con mucho amor. Pero si de algo estaba segura, es que no se iba a casar, siempre le había tenido un pavor exorbitante a una boda, ni si quiera ella sabía por qué, pero yo sospechaba que era porque quizá le habría dolido tanto la separación de nuestro padre con su madre ¿Cómo habría vivido eso? Si yo ya estaba hasta el cuello luchando con la misma situación que ella vivió hace veintitantos años.
Me olvidé del asunto y estacionamos el auto en una playa, salimos y el sol seguía radiante, caminábamos abrazados, nadie podía confundirnos como enamorados, no solo porque no la abrazaba por la cintura, si no porque todo los que nos conoce, deduce al instante que somos hermanos porque dicen que somos idénticos, pero yo solo sé que tenemos el mismo faz. La besaba en la frente de tanto en tanto y ella se pegaba más a mí.
Llegamos a los Claustros de la Compañía, al segundo piso donde quedaba el café-bar-restaurante, a veces solo restaurante o a veces solo café-bar, dependiendo de la hora y los clientes. Daniel ya estaba ahí, se alegró de vernos tan contentos y cariñosos. Pedimos todos lo mismo, pollo al romero con ensalada española y de entrada algo que tenía prosciutto y albahaca. El almuerzo se prolongo muchas horas hasta que ellos se ponían a brindar con unos pisco sour y yo me moría de envidia porque yo era el chofer de ese día. Nos reímos todo el tiempo, contando las anécdotas que ya habíamos olvidado y recordando a todos los primos, tíos y familiares que teníamos en común, brindando de nuevo y yo solo con vaso de agua porque, me repetían a cada rato, tú eres el chofer pues Gonzalo y la risa general hasta de Françoise, el dueño del café-bar-restaurante, que era muy amigo de Daniel.
Salimos de ahí cuando ya era las seis o siete, me despedí de Daniel, en unas noches volaba a New York, a visitar a la familia de su papá que, irónicamente, también se había separado de su mamá ¿Coincidencia de que nosotros tres, tengamos básicamente el mismo problema en diferentes etapas? A lo mejor, no sé, no soy de los que cree en el destino o en los signos del zodiaco, y en esas épocas tampoco creía que había un Dios, esa palabra que se me hacía tan lejana o tan grande para mí, como si solo fuera un eco de lo que dicen los demás a lo lejos y yo, junto a mis problemas, estuviera en otra órbita, otro mundo donde Dios no era una solución a todo.
Llegamos a la casa y Diego estaba con un amigo suyo en la sala, jugando Play Station, Lucié se sorprendió porque se suponía que Diego estaba en Cuzco y no iba a llegar tan pronto, pero la sorpresa fue grata porque Diego era un tipo genial y mejor aún su amigo de dreads hasta la cintura, lástima que solo me quedé un rato porque Renata me esperaba en el Mall. Me sorprendió enterarme que el carro era de Diego, pensé que era de Lucié, pero Diego me dijo que no me preocupara, que él había tenido un par de accidentes y que ya no le gustaba movilizarse en el auto, que solo lo tenía por si había una emergencia, que normalmente se movía en taxi, Lucié me decía que sí, que no me haga problemas, pero que tampoco haga tonterías. Entonces volví al carro y fui en busca de Renata.
Me estaba esperando en el Mall y me dijo que podíamos ir a visitar a los Renzos, unos amigos que tenían el mismo nombre y que eran como hermanos, siempre juntos de arriba para abajo, desde el colegio ¿Cuál “Desde el colegio”? dirían ellos, desde la cuna. Los sacamos de sus casas y nos fuimos a la plaza de Yanahuara, frente al mirador a fumar y conversar un poco, lo suficiente para que me inviten a una fiesta en el bar que había puesto una amiga en común. No sabría decir si realmente disfrutaban de mi compañía, yo podría jurar y re jurar que sí, porque cuando estaba en Arequipa salía con ellos junto a otros amigos y a veces se unía Renata, también. Me dejaban saludos por mi cumpleaños en mi correo y a veces me preguntaban cuando iría para salir a celebrar. Sí, no habría por qué dudar, tenía buenos amigos y me gustaba que sepan que entre Renata y yo había algo, que no era raro que la abrace por la cintura cuando estábamos los cuatro conversando y ella me tome de la mano.
Nos despedimos y fui a dejar a Renata y en el camino me pregunté que estaría haciendo mi primo mayor, ese loco de la familia, por parte de mi mamá que se atrevió a estudiar filosofía, le di unas llamadas y me dijo que estaba en su bar, en Santa Catalina, que vaya porque había un concierto. Busqué un estacionamiento y ubiqué el lugar muy rápido. Entré y me encontré con mi primo y sus amigos. El bar se llamaba “La Nona Loca” Y era como esos bares que hay en el centro de Lima, donde hay conciertos, una barra y mesas. Entré y me pasaron la voz, tocaba el vocalista de No Recomendable al que luego me lo presentaron y se animó a tomar un par de tragos con nosotros y se reían de mí porque tiritaba de frio a pesar de que traía una polera debajo de la casaca y una bufanda.
-Tomate otro trago, hermano, para que te calientes.- Me decía mi primo y yo le hacía caso.
Si hay algo que uno debe de saber por cultura etílica, es que nunca, repito: nunca, se toma en altura, la misma cantidad que tomas en Lima, no sé si es ciencia exacta, pero las copas te pasan de vueltas en menos del tiempo que vas calculando  y yo no sé en qué momento estaba colorado, con los ojos adormecidos, sonriendo porque estaba un poco mal, todos se reían y yo los acompañaba ¿Qué otra cosa podía hacer?
En un momento ya éramos cuatro en la barra, sentados y mi primo al otro lado, sirviendo más tragos para los invitados especiales de la noche. Y en otro momento ya estábamos cerrando el bar y entrábamos a un taxi con un rumbo al que no conocía, me olvidé del Auris, me olvidé de llamar a mi hermana y ya estábamos entrando a un burdel, compramos más cervezas y solo recuerdo espasmos, es como si todo hubiera sido un sueño, yo hablaba mucho, el espectáculo de las diferentes chicas estaba a mi costado y se nos acercaban otras tantas a conversar con nosotros y yo seguía hablando, de libros, películas y de la novela que pensaba escribir, una novela muy personal. Mi primo me dijo que estaba loco, que no se puede escribir con tanta realidad, que eso es peligroso, que terminaría comprometiendo a muchas personas y alejando a otras personas de mí. Debí haber estado muy ebrio para contarlo todo sin ningún prejuicio en mi cabeza, generalmente el alcohol ocasionaba ese irremediable efecto colateral, hablar de todo sin un solo pelo en la lengua ¿Era la mejor parte de mí que estaba tan acostumbrado a las medias verdades? No sé qué tanto tiempo estuvimos ahí, cuando salí, ya había salido el sol y empecé a vomitar en un poste, mi primo se reía y me pedía tranquilidad, que me iba a dejar en mi casa y entonces recordé que no tenía el carro, que estaba en el centro de la ciudad. Me di por muerto entonces recién me tranquilicé, porque las cosas no podían estar peor, ya que mi hermana tampoco sabía mi paradero.
Llegué a la casa en condiciones deplorables, subir la escalera fue un infierno y volví a vomitar en el baño del segundo piso, sentía todo ese desastre que dura el infierno que es vomitar, las arcadas en el estómago, los ojos llorosos, ese sabor amargo que se queda en el paladar y solo volví a mi habitación y me acosté con lo que tenía puesto, jurando, como tantas veces lo hice, que no volvería a tomar hasta perder el control.
A la mañana siguiente me desperté con un dolor de cabeza endemoniado, el mundo me seguía dando vueltas y mi ropa apestaba a la perdición de la noche anterior. Tenía un sentimiento de culpa terrible y ni si quiera quería ver a mi hermana y menos a Diego, me iban a matar y justo la noche anterior Lucié me dijo que no haga tonterías, como si presagiara lo que iba a venir, todo estaba bonito, por lo menos para ellos había sido responsable, aunque no sabían que había estado con Renata tomando en el Auris, que lo había manejado un poco mareado y como loco, haciendo rechinar las llantas, peor aún que de pura amargura reventaba el tacómetro acelerando hasta noventa kilómetros por hora en una callecita. Pero justo cuando Lucié me advirtió, hice tremenda estupidez.
Tenía sed, hambre y ganas de bañarme, pero en ese estado no podía mover ni un dedo, el simple hecho de mover la cabeza para acomodarme en la almohada, me daba dolor de cabeza y nauseas, como si quisiera vomitar de nuevo. Entonces entró Lucié a mi habitación y yo ya creí que me iba a botar de su casa como un perro, mi corazón latía a mil por hora porque todos sabemos cómo es Lucié cuando realmente se amarga. Pero no, para mi sorpresa se acercó y besó mi frente, me dijo buenos días y qué quería desayunar. Lo que sea, dije sin pensarlo y luego agregó que mi primo la había llamado, le dijo que habíamos estado tomando y que el carro lo iba a dejar en una playa para no ocasionar ningún problema y luego volvió a besarme diciéndome que le gustaba que fuera tan responsable, que era lo mejor que podía hacer. Sí, era mi día de suerte.
Levantarme me costó tres horas más y de desayuno me dieron un almuerzo entero por la hora y porque sospechaban que con esa resaca estaría dispuesto a comerme un elefante entero sin titubear. Me acabé una Coca-Cola de tres litros entera y ya me sentía mejor. Diego apareció y me dijo que había traído el auto, me agradeció por haberlo cuidado tan bien y me felicitó porque era un chico responsable, me entregó las llaves de nuevo y yo asentí con la cabeza diciendo gracias, que no se preocupara. Pero de algo estaba seguro, no iba a volver a tocar ese carro.
Toda la tarde me la pasé tirado en el quinto piso, donde tenían una suerte de terraza con vista a toda Arequipa y, por supuesto, al volcán Misti, estaba escuchando música, acabándome las gaseosas y botellas de agua que encontraba en el refrigerador hasta que Mónica apareció de nuevo.
-Gonzalo ¿Qué tal?
-Bien, todo bien.- No sé con qué voz lo dije, a lo mejor dije todo normal, pero Mónica tenía una capacidad admirable de deducir todo por y empezó la guerra de nuevo.
-¿Es en serio que has salido anoche? Seguro te la has pegado con tus amigos de Arequipa y has conocido a un montón de chicas y has hecho de las tuyas ¿Crees que no te conozco? ¿Crees que me vas a engañar? Eres un idiota, Gonzalo, ya sé por qué querías terminar conmigo, porque quieres estar libre para darte la vida de soltero que tanto te gusta…
No sé en qué terminó todo, sólo colgué el teléfono y subí el volumen al iPod para seguir escuchando el álbum Radiolina de Manu Chao. Al rato otra vez el celular y ya estaba a punto de gritar porque pensé que era Mónica, pero era Renata, haciéndome recordar que en la noche era la fiesta en el bar Qochamama, que quedaba en San Francisco, apunté la dirección y le dije que llegaría tarde, porque estaría en el bar de mi hermana un rato conversando con ella y su enamorado.
Vi el cómo el sol se dormía por un lado, apagándose y dándole un color morado al volcán, un espectáculo inigualable que iba saboreando con un cigarro en los labios. Me pregunté cómo hubiera sido mi vida si me hubiera quedado a vivir en Arequipa, es decir, si nunca hubiera viajado demasiado con mi familia ¿Habría conocido a Renata? ¿Habría despertado mi vocación a las letras? ¿Habrían ocurrido los mismos problemas de ahora? Daba vueltas en mi cabeza.
Cuando el frio empezó a golpear, volví a mi habitación a vestirme para ir al Qochamama, me pareció gracioso el nombre, habría que ir para saber cómo era ese bar del que tanto me hablaron la última vez que estuve con Renata y los Renzos, pero primero daría una pasada por el bar de mi hermana que tenía un nombre seductor “Deja  Vu” donde podías tomar unas cervezas, unos tragos preparados, fumar de una narguila o hookah, como quieran llamarlo, y también fumar unos cigarrillos traídos de la India que tenían un sabor bastante agradable, todo eso al ritmo de canciones perfectas para conversar, el bar estaba perfecto. Sólo me pedí un par de cervezas mientras fumaba mis infaltables Marlboro rojo y seguía conversando con el tipo de dreads hasta la cintura, que me contaba que viajaba tirando dedo desde hace tres años por todo Sudamérica y que había conocido a Diego en Camaná, la muy concurrida playa Arequipeña.
Entonces sonó mi celular y era un Renzo, me dijo que ya vaya, que todos estaban esperándome, así que cogí mi casaca, recogí mis cigarrillos y le dije a Lucié que estaría ahí, a un par de cuadras con unos amigos. Me dijo que todo estaba bien, que no se preocupaba porque sabía que yo era un chico responsable. Me fui dando una carcajada irónica.
Llegué al famoso Qochamama, la verdad es que era un encanto de bar, era parecido al Mochileros de Barranco, o por lo menos tenía ese aire, muy diferente al Café y Vinos, que más se parecía a la Posada del Ángel, también en Barranco. Fue genial encontrarme con todos mis amigos que me conoces desde los seis años ¡Cómo había pasado el tiempo! Se repetía la frase cada vez que chocábamos las copas y Renata me besaba una vez más. Era una escena de película, lo que realmente cualquiera podría ansiar toda su vida, una chica a la que quieres mucho, delante de tus amigos divirtiéndote, pero todo era una burbuja temporal, en unos días ya no estaría en Arequipa y despedirme de ella sería arrancarme el corazón en silencio.
En un momento Renata y yo salimos a tomar aire, una excusa típica para estar solos, abrazarnos y decirnos lo mucho que nos queremos. Me preguntó qué es lo que pasaba, no entendía por qué siempre volvíamos a lo mismo sabiendo que al final era peor para nosotros porque despedirnos nos costaba mucho y ella se ponía muy triste y yo sentía morir, peor aún si eso iba a suceder al día siguiente. Solo me quedé en silencio, no iba a mentirle, la abracé y dije que no me gustaba que las cosas fueran así, hizo un puchero y la besé en la frente, le dije que la quería, lo dije de corazón porque en verdad eso sentía, me dijo que también me quería y me palmeó el trasero y nos reímos juntos, nos volvimos a besar.
Regresamos al bar y la diversión estaba en su máximo esplendor, todos bailaban y seguíamos brindado por lo que sea, ya nada importaba. De esa noche hay varias fotos, de algunos abrazados, de las chicas bailando y uno que otro que terminaron ebrios. Pero hay una foto que guardo hasta ahora, la de ella y yo besándonos en medio de la multitud, el resto sigue en lo suyo, pero nosotros dos somos la escena principal de esa foto.
La fiesta duró hasta las tres de la mañana y luego un Renzo nos invitó a su casa a hacer el After-Party, solo un grupo pequeño iría a esa terraza donde vimos el amanecer de Arequipa y yo ya sabía que en unas horas regresaba a Lima, que tendría que pasar un año para volver a ver a Renata otra vez, a menos que ella vaya a Lima. La dejé en su casa y el mismo taxi me devolvió a la casa de mi hermana, cuando llegué no pude dormir, me la pasé pensando en Renata.
A la mañana siguiente hice mi maleta en una hora y Diego me llevó al aeropuerto en el Toyota Auris, me reí en el camino porque recordaba todo lo fuera de lugar que fue tener ese carro a mis disposición y él se creía que me reía de sus bromas, Lucié se despidió de mí en su casa, tenía que almorzar con su mamá, así que no tenía mucho tiempo y cuando llegué al Aeropuerto, Renata me estaba esperando para despedirse. Diego nos dejó solo y me prometió cuidar de Lucié, porque le dije que la quería demasiado y quería que haya alguien que me de la seguridad. Renata se sorprendió al escuchar eso de mí y cuando se fue me preguntó si ese no era el carro que yo tenía y nos reímos porque nos acordamos de la primera noche que nos encontramos en el café del Mall y nos fuimos a tomar unas cervezas a ese carro.
No paramos de decirnos que nos íbamos a extrañar, que nos queríamos mucho y, naturalmente, no dejábamos de besarnos a cada tanto. Compré un par de revistas para el camino y un periódico para informarme qué había estado sucediendo mientras yo iba tocando fondo de las formas más deplorables. Renata me entregó una carta y me dijo que tenía que irse. Ella lloraba y yo trataba de explicarle que no era el fin del mundo, que las cosas se iban a dar como se tengan que dar, pero igual no podíamos perder el vínculo, ella aceptaba lo que le decía con la cabeza y llorando un poco menos, limpiándose las lágrimas con mi casaca.
Subí al avión y partí casi al instante, vi a Renata hacerme adiós desde el aeropuerto y me puse triste, porque recordaba esa frase de Joaquín Sabina que decía que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver y creo que entendía mucho de esa frase o por lo menos lo entendía a mi manera, la manera que me hacía romperme la cabeza, incapaz de alejar la imagen de ella fumando conmigo una noche, cuando teníamos quince o catorce, besándonos en el mirador de Yanahuara, con las luces dicroicas en el piso iluminando nuestros rostros, haciendo una escena perfecta de un cuento de hadas.
Leí y releí su carta en todo el viaje que duraba un poco más de una hora. Entré a esa Lima de cielo gris, ensimismada, con un frio diferente, con un aire diferente por respirar. La aerolínea tuvo problemas para que bajemos del avión porque todas las mangas estaban ocupadas y mientras solucionaban eso, cogí el periódico y leí una noticia sobre un caso de violación de unos niños del orfanato de Huaraz, en el norte del país, una noticia que me iba a devolver al pasado, a reencontrarme con un fantasma que iba a devolverme algo que yo mismo había perdido.