junio 26, 2012

Alegrías, nunca más

9

Era martes, “No soy indispensable en la universidad.” Pensé y volví a dormir.

A pesar de que aquel fin de semana fue, sin lugar a duda, completamente alegre, yo no estaba bien. Todas las mañanas despertaba con las punzadas en el pecho, con la imagen de Mónica y Diego.

Se me dio por conseguir unas pastillas para dormir que me las robaba de mi tío que era médico. Una era suficiente para tumbarme por completo, en mi cuerpo, las drogas tenían una ventaja de surgir un efecto instantáneo.

Dormí por dos horas más y ya era la una de la tarde. Me levanté y vi mi cuarto en completo desorden, botellas de Coca Cola por doquier, cajetillas y filtros de cigarros regados por el suelo, junto a ropa interior y zapatillas. Ese no podía ser mi cuarto, iba pensando, siempre había tenido la neurosis por el orden y ahora no podía ni tender mi cama. Eso me desalentaba aún más, hacía que recuerde que estaba hecho un desastre emocional, y que ese desastre me iba venciendo, ahogándome, dejándome sin fuerza para poder hacer algo. Ya no leía, ya no escribía ¿Acaso salía de mi habitación? Realmente me sentía abatido. Todos los golpes se habían acumulado en un solo momento para darme el tiro de gracia. Y llegaron de pronto sin darme oportunidad alguna de defenderme. La huida de papá, la tristeza de mi hermana y de mama, la traición de Mónica. Todo esto me arremetía una y otra vez y no me dejaba pensar en nada.

Ya era suficiente, si no tenía los cojones para conseguir un revolver y acabar con todos los problemas, por lo menos tenía que poner un poco de orden en el caos y empezar por corte de cabello y buscar una chica que me haga olvidar la imagen de Mónica encamándose con otro.

Cogí el celular y busqué nombre tras nombre, descartando y eligiendo quien podía servir para lo que buscaba. Entonces di con el nombre de ella, aquel ángel nocturno. María Fernanda. No lo dudé, marqué su número sin vacilar, ningún otro nombre me importó y mientras iba escuchando las timbradas en el auricular iba pensando en ella.

María Fernanda me salvó sin que ella lo supiera, fue una noche que me encontraba pensativo, esa misma tarde había salido con Natalia, una ex enamorada, y me mando a la misma mierda diciéndome que todo había acabado por mi culpa, por andarme besuqueando a Brenda en esa discoteca. Que yo era una mierda y merecía estar solos porque nunca iba a cambiar. Que no la vuelva a buscar porque ella estaba tranquila y no quería estar llorando, preocupada por mí que estaba haciendo quién sabe qué con quién sabe quién. Y sus palabras retumbaron con fuerza dentro de mí. Iba acordándome no solo de Natalia, si no de todas las chicas con las que estuve y no supe valorar. Iba pensando si mi destino iba a ser estar solo para siempre por no saber valorar lo sentimientos de los que me querían. Y entre toda la duda existencial que se iba desarrollando en mi cabeza, apareció Alejandro con todas sus ganas de salir de fiesta, yo me estaba tratando de poner alguna excusa, pero era imposible ganarle a Alejandro.

-Anímate, huevón, vamos a Barranco, esta noche tengo una fiesta.

-¡A la mierda!- Dije y me duché, me cambié y en menos de quince minutos íbamos rumbo a la casa deuna amiga de Alejandro que esa noche quería acompañarnos.

-¡¿Aló?!

-Mafer, soy Gonzalo.

-¡Ingrato! Hasta que apareciste.- Me dijo sorprendida por la llamada.

Quedamos en salir esa tarde, comer juntos y en la noche ella tenía que entrar a clases, lo cual era perfecto porque esa misma noche tenía que ver a Mónica porque quería hablar conmigo.

Y así conocí a Mafer, llegamos a su casa y nos recibió todavía en toalla. No la saludé, entré sin que me invitara a pasar, prendí el equipo de sonido y me puse a leer el periódico. “Ni creas que voy a decir perdón, niña, que ni siquiera tengo ganas de estar acá.” Pensaba mientras ella me miraba sorprendida y yo le devolvía la mirada altanera.

-¿Sabes algo Gonzalo? Ella es diferente, es mi amiga, me escucha, me comprende y me gusta demasiado.- Iba diciendo Alejandro y mientras iba sonriendo, volvía a mi periódico.

-¿Así estoy bien para esta noche?- Salió Mafer con una minifalda que dejaba mucho para la imaginación. Creo que exclamamos “Perfecto” al mismo tiempo, obviamente, Alejandro con más fervor, yo con desinterés mientras quería seguir leyendo el periódico.

-¿Aló?- Contesté mi celular.

-Gonzalo, soy Mónica ¿Esta noche nos vamos a ver de todas maneras?

-Sí, claro.

-Bueno, entonces nos vemos. No estés tan amargo conmigo, por favor.

-No te preocupes.

-Un beso, te amo.

Colgué y sentí una fuerza eléctrica por todo el cuerpo. Me quedaba poco tiempo para pasar por la universidad de Mafer. Así que me cambié rápido y fui caminando.

Cuando esa noche llegamos a Barranco, Mafer me preguntaba por qué andaba tan callado y yo no le decía nada. Alejandro le iba diciendo algunas cosas, nada certero e incluso creo que se formaba un ambiente de incomodidad.

Pedimos cervezas, nos sentamos y poco a poco me fui soltando, se me iba pasando esa mezcla de tristeza y enojo que desencadena ráfagas de desinterés por todo.

Empezamos a bailar y cuando entramos en calor Mafer me abrió el cierre de la casaca, la sacó y nos empezamos a reír ¿Había cierta coquetería? Pues todo indicaba que sí, pero para ese momento yo ya no pensaba en lo que Alejandro me había dicho algunas horas antes, de que le gustaba y que era diferente a las demás. Yo solo tenía una chica con la que bailaba demasiado, me reía y de cada tanto en tanto nos acercábamos más de la cuenta.

A las tres de la mañana salimos de ahí. Caminamos por algunas calles de Barranco, llegamos al boulevard, bajamos hasta la pequeña iglesia que esta por ahí, cruzamos Pedro de Osma y dimos al Puente de los Suspiros y en vez de cruzarlo, bajamos por el costado y nos sentamos en una banqueta que estaba ahí.

Alejandro sacó una bolsa pequeñísima donde guardaba algo de marihuana.

-¿Armamos un porrito?- Dijo con una cara de pícaro que ni él terminaba de convencerse.

-Como quieras.- Dije y Mafer me preguntó si Alejandro no se ponía jodido cuando fumaba. Le contesté que nunca había fumado con él y si tenía miedo, que no se preocupara, que yo no iba a fumar para que no se incomodara y de paso yo lo podía cuidar.

Así que empezó a fumar, tranquilo bajo el puente. Todo estaba tranquilo, poca gente pasaba por ahí. Alejandro se paró y dijo que ya volvía, que iría a caminar un rato.

-¿Todo bien?- Le pregunté y el asintió con la cabeza.

Me quedé solo con Mafer, envueltos en un silencio absoluto que ninguno de los dos era capaz de romper. Y en verdad, a pesar de que sí, me había divertido, aún guardaba mis ráfagas de amargura y me daba todo por igual y si en ese momento ella no iba a hablar, que no me joda porque yo tampoco iba a romper el hielo y si no le gustaba que se vaya sola a su casa que suficiente viaje era para mí ir desde Barranco hasta La Molina y no me convencía la idea de ir a dejar a la amiguita de Alejandro solo por hacernos lo caballeros.

-Así que por fin conocí a Gonzalo.- Me dijo Mafer.- Alejandro me ha contado mucho de ti.

-Espero que no sea nada malo.

-Yo creo que ya era hora de conocernos.

-Perdón.- Dije y busqué su mirada.

-¿Perdón por qué?

Y me fui contra ella en busca de sus labios. Fue raro sentir sus labios tan fríos, tan secos. A decir verdad nunca había sentido unos besos tan frígidos como los sentí esa noche de Mafer. Todo fue lento y duró demasiado. No la abracé, ni tomé de su mano como se supone que debía hacerlo. Solo cuando volví para mi sitio, vi que Alejandro había notado toda la escena. Me quedé un poco nervioso, pero me hice el relajado, a pesar de saber que lo que estaba haciendo era una traición, una puñalada por la espalda a un amigo. ¿Amigo? Por favor Gonzalo, no te mientas, sabes que aquel tipo nunca podrá ser tu amigo, pensé. Tú, mejor que nadie, sabes que ese tipo es un hipócrita, que cuando terminaste con Eliana, con Lorena y con todas tus enamoradas, él les contaba de las aventuras que hiciste o ibas haciendo, para luego volver a ti como si nunca hubiera hecho nada ¿Eso es amigo? No jodas, Gonzalo, bien que sabes que ese tipo solo te sirve para conocer chicas o ir a fiestas. Y sin más remordimiento la volví a besar para asegurarme de que Alejandro vea bien la escena y que no haya duda de que lo que estaba viendo, era la verdad pura.

Como era de esperarse, Alejandro y sus celos, su amargura, hicieron un espectáculo. Cuando María Fernanda quería acercarse a él, respondía con un “Vete a la mierda” y me miraba como si me quisiera matar.

Aquella noche fui a dejarla a su casa, la besé en cada esquina y ella me recordó que la llamara, que sería bueno salir a conversar, que no había nadie en su casa y que la busque un día de esos. Nunca le dije que sí o que no y cuando estuve de nuevo con Alejandro, él trataba de no hablar, pero sabía que en el juego del silencio solo había un vencedor y me miró.

-Supongo que ya no piensas en Natalia.

Asentí con la cabeza, di la última bocanada, eran las seis de la mañana y amanecimos en la avenida Arequipa, sentados en una banqueta. Esperamos que venga un bus que nos devuelva a La Molina.

-¡Hola! – Me dijo María Fernanda, abrazándome con fuerza.

La saludé y fuimos en busca de un lugar para almorzar. Íbamos conversando, poniéndonos al día de los últimos sucesos. Como era de esperarse, ninguno hablo de Alejandro, pero ambos sabíamos que era un tema pendiente.

-¿Acá esta bien?- Me preguntó.

-Perfecto.- Dije y abrí la puerta para que ella entrara.

Pedimos la carta y mientras escogíamos qué comer, ella preguntó por él.

-No he sabido de él hace mucho tiempo.- Dije.

-¿Estuvo bien lo que hiciste con él?

-Ya es tarde para hablar de esto, Mafer.

-Mejor para ti ¿No? Evitas todo el problema.

-Mafer, por favor, contrólate.

-No, Gonzalo, tú debiste de controlarte y no hacer todo lo que hiciste ¿Crees que no sabía que aquella noche en Barranco tú tenía enamorada, novia, agarre, no sé, pero esa tal Mónica era algo tuyo? ¿Incluso crees que no sabía que meses después, en el cumpleaños de Alejandro, también seguías con ella? Por favor Gonzalo, no te mientas, me utilizaste.

-Yo no te utilicé, Mafer, fue de ambos ¿Vas a venir con que crees en el amor a primera vista?

-Gonzalo, nosotros nos besamos hasta hace dos meses y nunca me dijiste que querías ser mi enamorado, ni nada ¿Para qué salíamos entonces? ¿También tengo que ser como Mónica para ti? ¿Por qué fuiste tan malo con Alejandro? ¿Eso hace un amigo?

-¡Basta!- Grité – Tú no sabes nada de Alejandro, no sabes nada de Mónica, no sabes nada de mí, la verdad no sé qué hago acá con una niña como tú. Me largo, pierdo el tiempo tratando de ponerte una cara bonita, cuando tu también sabías que Alejandro estaba muerto por ti.

-Gonzalo ¡Vete a la mierda!

-Mafer, por si no sabes, Alejandro también hizo lo mismo después de lo de nosotros.

Abrí la puerta y la tire con fuerza. Di a la calle principal y fui rumbo a mi casa.

¿Qué podía pensar? Mafer no se equivocaba en nada, esa vez que Alejandro nos invitó a su cumpleaños, nos bastó diez minutos para empezar a besarnos en la barra y que Alejandro vuelva a la misma estupidez. Y por si fuera poco, fueron tres meses más que iba a su casa a buscarla, que salíamos y terminábamos en su habitación.

Sonó mi celular y vi que era Mónica. Contesté y dijo que si podríamos vernos ahora mismo. No lo dudé y acepté.

junio 13, 2012

Alegrías, nunca más

8

Pero como toda historia de amor, Romina y yo nos envolvimos en un huracán de deseo y pasión.

Me había matriculado en un curso de inglés en las noches, lo cual coincidía perfectamente con que, en las tardes, podía estar con Mónica después de la Universidad, y, en las noches, saliendo del instituto, ver por algunas horas a Romina.

Fue una noche en una reunión de la promoción que Romina y sus amigas se encargaron de organizar. Aquella noche, llegué a casa del instituto, me vestí y pasé por la casa de Romina para ir a la fiesta en la casa de Carlos, que cedió la casa para tan ansiado evento.

Llegamos y cada uno se fue por su lado en busca de sus propios amigos. Como era de esperarse me encontré con aquellos amigos de cuando tenía diez u once años. Conversamos de más, recordamos algunas historias y a cada tanto volvía mi mirada a Romina, que entre sus amigas también lograba divisarme y sonreír.

Sospecho que ambos buscábamos lo inevitable esa noche. A pesar e que no nos habíamos vuelto a besar hacía mucho tiempo, nos hartamos de los amigos y salimos a bailar. No me excedí en ningún momento, solo le contaba y le ponía al tanto de las cosas nuevas de los antiguos amigos.

-Hasta ahora no he dejado de leer tu carta.- Soltó Romina de repente sin mirarme a los ojos, sin ninguna vergüenza. Lo dijo como si se tratara de algo banal, como si solo hubiera pedido otro vaso de vodka.

Recordé, entonces, que para su cumpleaños (Pocos días después del mío), ella fue a mi casa y celebramos solos. Fue ese día en que le escribí una carta que decía más de lo que debía de decir. Lo escribí de un tirón, recordando lo inocentes que éramos cuando teníamos once años y poniendo en peso el amor (¿Amor?) que volvíamos a sentir. Jorge estuvo a mi costado mientras la escribí, y cuando la terminé se la pasé para que de un visto bueno.

-Eres un hijo de puta.- Me dijo, sabiendo que esa carta bastaba y sobraba para deshacerla y que caiga rendida a mis labios (“Besar a una mujer, es vencerla.” Recordé.)

Le seguí mirando y me desesperaba la forma tan natural de decir las cosas, sin mirarme a los ojos. Me hice el desentendido y seguí bailando lento, la abracé y posó su cabeza sobre mis hombros. Algunos amigos nos volvieron a molestar, como en aquellos tiempos, a fines de primaria, nos decían que la pareja ahí estaba de nuevo, recordando el pasado. Les seguí la corriente y Romina también.

Un moreno alto, delgado, de sonrisa amplia, mostrando el alba de sus dientes, entró y Romina quedó petrificada. Se aferró a mi pecho y me dijo “Él fue mi enamorado hace algunos años, se llama Christian. No me dejes sola, por favor.” Le di una vuelta y la llevé a la cocina para poder estar solos.

-Aún me busca.- Me dijo algo incómoda- no le importa si Fernando está, el llama, me llena de mensajes al celular y en verdad estoy harta, no sé cómo pararlo. No me dejes sola, por favor.

Le di un beso, abracé su cuerpo delgado contra mí, me sentí bien, sentí que podía protegerla de cualquier cosa y con toda esa confianza volvimos donde la fiesta continuaba. No faltó el que vomitó de tanto beber, el que se quitó el polo, los que se pelearon por alguna tontería y Romina y yo nos encargamos de besarnos a escondidas, separándonos a la fuerza si es que notábamos que alguien iba a descubrirnos ¡Qué tal fiesta! Y yo recordaba que Mónica me pidió que la llamara para saber si todo estaba bien. Me olvidé del asunto y cuando quise volver a Romina, aquel moreno la tenía cogida de la cintura, forzándola a bailar y ella se notaba realmente incómoda, con una risita exigida. No lo pensé dos veces, dejé mi vaso en la mesa y antes de acercarme a detener el ridículo espectáculo José me detuvo y me llevó a jalones a la cocina.

-¿Qué pasa contigo y con Romina?

-Suéltame, ese imbécil está incomodándola.

-No te metas, tú no sabes quién es él. Tranquilo, yo me encargo.

-¿Qué le pasa a ese pobre huevón? – Grité. No me reconocí tan amargo, tan violento. José me tranquilizaba, pero igual no estaba tranquilo.

-Los veo muy juntos, Gonzalo, sospecho que sabes que tiene enamorado. No te metas donde no et corresponde, huevón, te puede ir mal. Quédate acá, yo me encargo de Christian.

Se fue y me quedé sentado, alimentando mi vaso de whisky que iba vaciando casi al instante. En eso Romina entro a la cocina y me pidió que nos fuéramos de ahí, que no quería estar en el mismo lugar que Christian y que podríamos quedarnos conversando por el parque, quizá con algunas cervezas. Tomé su mano y salimos de la cocina. Le dije a Carlitos que por favor me perdonara, que tenía que dejarla a Romina en su casa y que ya nos íbamos. Nos fuimos despidiendo de los amigos. Algunos se juntaron con nosotros para irnos en grupo ya que todos vivíamos relativamente cerca.

-Yo también voy por allá.- Dijo una voz gruesa, no tuve que cerciorarme de quien era, sin duda era Christian.

-Vamos, pues, yo también voy.- Dijo José mirándome. Sobreentendí que lo hacía para encargarse de que nada se saliera de control.

Salimos y eran las dos de la mañana. Me parecía muy temprano tomando en cuenta que normalmente a esa hora empezaba la diversión para mí. Yo iba con Romina, adelante del grupo, seguidos por José y unas amigas más, atrás se escuchaban las risas, los gritos y sin duda alguna era el grupo de ese tal Christian.

Caminamos lento, íbamos dejando a la personas en su casa, nos despedíamos con mucha efusividad y quedábamos en volver a vernos en otra ocasión. “Debemos hacer esto más seguido.” Decía la mayoría de amigos que se iban.

-Christian vive a dos cuadras de la casa.- Me dijo Romina, como presagiando lo inevitable, los tres juntos al final.

No se equivocaba, cuando despedimos a José, que por cierto me dijo que me cuidara y que esté tranquilo, los tres íbamos caminando bajo un silencio incómodo que nadie quería romper. Christian no era tonto, estaba más que convencido de que no era casualidad de que Romina y yo estemos tan juntos toda la noche, que bailáramos seguido y que de tanto en tanto estemos abrazados, como un gesto que expresaba algo más que amistad.

Llegamos a la casa de Romina y pasó lo más irónico, nos quedamos los tres mirándonos las caras. Todo estaba obvio, Christian esperaba a que yo me fuera para dejarlos solos. Por otra parte, Romina y yo esperábamos que él se fuera y nos dejara en paz. Pero todo estaba amarrando. Para mi mala suerte, mi celular empezó a sonar y cuando vi el nombre de Mónica en la pantalla, me hice a un costado para conversar con ella.

-¿Dónde estás?- Me dijo Mónica, con esa vocesita que siempre me había molestado, como si tuviera que rendirle cuentas, como si tuviera que darle explicaciones precisas de lo que tengo que hacer.

-Ya llegué a mi casa, creo que voy a dormir.- Dije y tuve que cortar y al mismo instante recibí un mensaje de Romina, diciéndome que volviera.

Cuando estuve de nuevo con ellos, el silencio volvió. Ya harto de la situación, escribí un mensaje para Romina, diciéndole que solo me siguiera la corriente.

-Bueno, me tengo que ir.- Dije y vi otra vez esa sonrisa albísima- acompáñame Romina, creo que dejaste una polera en mi casa, vamos y de paso te la entrego.

-Vamos.- Dijo Romina y el moreno puso una mueca.

-Mejor saca la polera acá.- Interrumpió.

-No, Christian, aparte quiero saludar a mi tía.- Dijo refiriéndose a mi mamá.

“Piña, moreno, regresa por donde viniste.” Pensé y fui camino a mi casa con Romina.

-¿Y ahora?- Me dijo Romina.

-Entremos.

-Pero ya todos deben estar durmiendo en tu casa.

-Vamos al último piso pues, ahí podemos conversar.- Dije mientras iba abriendo la puerta y veía a Christian cabizbajo caminando.

Subimos sin contener la risa, Romina me decía que habíamos sido muy crueles. Yo le dije que no se preocupe, que se lo merecía por jodido y nos quedamos en silencio. Nos empezamos a abrazar con fuerza y cuando busqué sus labios, me rechazó girando la cabeza.

-Gonzalo, tengo enamorado y en verdad no creo que esté bien lo que estamos haciendo. Aparte, tú también tienes enamorada ¿No te parece que es injusto? Deberíamos, por lo menos, terminar con nuestros enamorados para empezar algo.

Me dejó perplejo, nunca me había negado un beso y ahora me decía eso. Recordé las palabras de Jorge: “Es una jugadora ¿Estarías con una mentirosa como ella? Incluso su mamá se encama con otro hombre ¿Crees que ella dejaría a Fernandito por ti?”

-Ambos sabemos que tú no terminarías con Fernando para estar conmigo. No tienes que mentirme, pero no me incomoda, me basta y me sobra lo que recibo de ti.

Se quedó pensando un momento y cuando volví a buscar sus labios no lo negó y nos besamos un largo rato. Luego se quedó en silencio.

-¿Cómo va todo con Mónica?

-¿Qué?- Dije algo molesto.

-¿Cómo va todo con Mónica?

-Romina, yo estoy harto de Mónica, cuando no estoy con ella solo quiero olvidarme de que existe y tú me preguntas acerca de ella ¿Acaso yo te pregunto de Fernando? ¿Acaso te pregunto cómo te va con él? Ni si quiera menciono su nombre porque sé que te incomodaría hablar de él mientras estás conmigo.- Estaba gritando y Romina tomo su bolso y abrió paso para irse.

-¿Sabes qué Gonzalo? Eres un imbécil.- Me dijo con una violencia que nunca hubiera esperado de ella.

Cerré su paso y me miró desafiante, me dijo que la dejara en paz y la acerqué con todas mis fuerzas y nos empezamos a besar con todo el frenesí que teníamos cargados de tanto amargura.

Nos besábamos con fuerza, las lenguas se enredabas y se volvían a desenredar, iba acariciando todo su cuerpo y ella iba haciendo lo mismo con el mio. Empecé a besarle el cuello, quiso detenerme, pero ya era tarde. Bajo la inmensidad de la noche desabroché los botones de su jean y fui bajándolo lentamente. Ella también se encargó de desabrocharme el pantalón, de abrir mi camisa y besarme el pecho. Se dio la media vuelta y fui besando de a pocos su cuello, su espalda tan blanca, tan tersa. Tome sus muslos con fuerza y los estrellé contra los míos, podía sentir sus gemidos y sus gritos entre cada embestida que daba contra su cuerpo, sus brazo estaban extendidos, se apoyaba contra el muro y tenía la cabeza agachada.

-¡Está mal lo que estamos haciendo!- Decía aun gimoteando. Pero al rato me pedía que no me detuviera.

Luego ella volvió a mirarme y me empujó.

-Échate.- Me dijo seria y le hice caso.

Terminó de deshacerse de su jean, abrió las piernas y se sentó sobre mí. Se movía con mucha fuerza, cerraba los ojos y respiraba con furia, con exacerbación y otra me decía que lo que estábamos haciendo, estaba mal. Pero al rato, otra vez volvía a arrepentirse.

Ella terminó, pero yo no, consecuencias de no tener un preservativo cerca. Pero no me importó. Eso sería el comienzo.

Nos volvimos a vestir, eran las seis de la mañana y nos besábamos aun con un poco de sudor en el cuerpo. Nos quedamos abrazados por un largo rato y nos despedimos.

Llegué a mi casa y papá ya se había despertado, estaba mirando televisión. Me miro y no me dijo nada. Entré a mi habitación pensando en qué excusa le iba dar a Mónica por no haberla llamado.