junio 13, 2012

Alegrías, nunca más

8

Pero como toda historia de amor, Romina y yo nos envolvimos en un huracán de deseo y pasión.

Me había matriculado en un curso de inglés en las noches, lo cual coincidía perfectamente con que, en las tardes, podía estar con Mónica después de la Universidad, y, en las noches, saliendo del instituto, ver por algunas horas a Romina.

Fue una noche en una reunión de la promoción que Romina y sus amigas se encargaron de organizar. Aquella noche, llegué a casa del instituto, me vestí y pasé por la casa de Romina para ir a la fiesta en la casa de Carlos, que cedió la casa para tan ansiado evento.

Llegamos y cada uno se fue por su lado en busca de sus propios amigos. Como era de esperarse me encontré con aquellos amigos de cuando tenía diez u once años. Conversamos de más, recordamos algunas historias y a cada tanto volvía mi mirada a Romina, que entre sus amigas también lograba divisarme y sonreír.

Sospecho que ambos buscábamos lo inevitable esa noche. A pesar e que no nos habíamos vuelto a besar hacía mucho tiempo, nos hartamos de los amigos y salimos a bailar. No me excedí en ningún momento, solo le contaba y le ponía al tanto de las cosas nuevas de los antiguos amigos.

-Hasta ahora no he dejado de leer tu carta.- Soltó Romina de repente sin mirarme a los ojos, sin ninguna vergüenza. Lo dijo como si se tratara de algo banal, como si solo hubiera pedido otro vaso de vodka.

Recordé, entonces, que para su cumpleaños (Pocos días después del mío), ella fue a mi casa y celebramos solos. Fue ese día en que le escribí una carta que decía más de lo que debía de decir. Lo escribí de un tirón, recordando lo inocentes que éramos cuando teníamos once años y poniendo en peso el amor (¿Amor?) que volvíamos a sentir. Jorge estuvo a mi costado mientras la escribí, y cuando la terminé se la pasé para que de un visto bueno.

-Eres un hijo de puta.- Me dijo, sabiendo que esa carta bastaba y sobraba para deshacerla y que caiga rendida a mis labios (“Besar a una mujer, es vencerla.” Recordé.)

Le seguí mirando y me desesperaba la forma tan natural de decir las cosas, sin mirarme a los ojos. Me hice el desentendido y seguí bailando lento, la abracé y posó su cabeza sobre mis hombros. Algunos amigos nos volvieron a molestar, como en aquellos tiempos, a fines de primaria, nos decían que la pareja ahí estaba de nuevo, recordando el pasado. Les seguí la corriente y Romina también.

Un moreno alto, delgado, de sonrisa amplia, mostrando el alba de sus dientes, entró y Romina quedó petrificada. Se aferró a mi pecho y me dijo “Él fue mi enamorado hace algunos años, se llama Christian. No me dejes sola, por favor.” Le di una vuelta y la llevé a la cocina para poder estar solos.

-Aún me busca.- Me dijo algo incómoda- no le importa si Fernando está, el llama, me llena de mensajes al celular y en verdad estoy harta, no sé cómo pararlo. No me dejes sola, por favor.

Le di un beso, abracé su cuerpo delgado contra mí, me sentí bien, sentí que podía protegerla de cualquier cosa y con toda esa confianza volvimos donde la fiesta continuaba. No faltó el que vomitó de tanto beber, el que se quitó el polo, los que se pelearon por alguna tontería y Romina y yo nos encargamos de besarnos a escondidas, separándonos a la fuerza si es que notábamos que alguien iba a descubrirnos ¡Qué tal fiesta! Y yo recordaba que Mónica me pidió que la llamara para saber si todo estaba bien. Me olvidé del asunto y cuando quise volver a Romina, aquel moreno la tenía cogida de la cintura, forzándola a bailar y ella se notaba realmente incómoda, con una risita exigida. No lo pensé dos veces, dejé mi vaso en la mesa y antes de acercarme a detener el ridículo espectáculo José me detuvo y me llevó a jalones a la cocina.

-¿Qué pasa contigo y con Romina?

-Suéltame, ese imbécil está incomodándola.

-No te metas, tú no sabes quién es él. Tranquilo, yo me encargo.

-¿Qué le pasa a ese pobre huevón? – Grité. No me reconocí tan amargo, tan violento. José me tranquilizaba, pero igual no estaba tranquilo.

-Los veo muy juntos, Gonzalo, sospecho que sabes que tiene enamorado. No te metas donde no et corresponde, huevón, te puede ir mal. Quédate acá, yo me encargo de Christian.

Se fue y me quedé sentado, alimentando mi vaso de whisky que iba vaciando casi al instante. En eso Romina entro a la cocina y me pidió que nos fuéramos de ahí, que no quería estar en el mismo lugar que Christian y que podríamos quedarnos conversando por el parque, quizá con algunas cervezas. Tomé su mano y salimos de la cocina. Le dije a Carlitos que por favor me perdonara, que tenía que dejarla a Romina en su casa y que ya nos íbamos. Nos fuimos despidiendo de los amigos. Algunos se juntaron con nosotros para irnos en grupo ya que todos vivíamos relativamente cerca.

-Yo también voy por allá.- Dijo una voz gruesa, no tuve que cerciorarme de quien era, sin duda era Christian.

-Vamos, pues, yo también voy.- Dijo José mirándome. Sobreentendí que lo hacía para encargarse de que nada se saliera de control.

Salimos y eran las dos de la mañana. Me parecía muy temprano tomando en cuenta que normalmente a esa hora empezaba la diversión para mí. Yo iba con Romina, adelante del grupo, seguidos por José y unas amigas más, atrás se escuchaban las risas, los gritos y sin duda alguna era el grupo de ese tal Christian.

Caminamos lento, íbamos dejando a la personas en su casa, nos despedíamos con mucha efusividad y quedábamos en volver a vernos en otra ocasión. “Debemos hacer esto más seguido.” Decía la mayoría de amigos que se iban.

-Christian vive a dos cuadras de la casa.- Me dijo Romina, como presagiando lo inevitable, los tres juntos al final.

No se equivocaba, cuando despedimos a José, que por cierto me dijo que me cuidara y que esté tranquilo, los tres íbamos caminando bajo un silencio incómodo que nadie quería romper. Christian no era tonto, estaba más que convencido de que no era casualidad de que Romina y yo estemos tan juntos toda la noche, que bailáramos seguido y que de tanto en tanto estemos abrazados, como un gesto que expresaba algo más que amistad.

Llegamos a la casa de Romina y pasó lo más irónico, nos quedamos los tres mirándonos las caras. Todo estaba obvio, Christian esperaba a que yo me fuera para dejarlos solos. Por otra parte, Romina y yo esperábamos que él se fuera y nos dejara en paz. Pero todo estaba amarrando. Para mi mala suerte, mi celular empezó a sonar y cuando vi el nombre de Mónica en la pantalla, me hice a un costado para conversar con ella.

-¿Dónde estás?- Me dijo Mónica, con esa vocesita que siempre me había molestado, como si tuviera que rendirle cuentas, como si tuviera que darle explicaciones precisas de lo que tengo que hacer.

-Ya llegué a mi casa, creo que voy a dormir.- Dije y tuve que cortar y al mismo instante recibí un mensaje de Romina, diciéndome que volviera.

Cuando estuve de nuevo con ellos, el silencio volvió. Ya harto de la situación, escribí un mensaje para Romina, diciéndole que solo me siguiera la corriente.

-Bueno, me tengo que ir.- Dije y vi otra vez esa sonrisa albísima- acompáñame Romina, creo que dejaste una polera en mi casa, vamos y de paso te la entrego.

-Vamos.- Dijo Romina y el moreno puso una mueca.

-Mejor saca la polera acá.- Interrumpió.

-No, Christian, aparte quiero saludar a mi tía.- Dijo refiriéndose a mi mamá.

“Piña, moreno, regresa por donde viniste.” Pensé y fui camino a mi casa con Romina.

-¿Y ahora?- Me dijo Romina.

-Entremos.

-Pero ya todos deben estar durmiendo en tu casa.

-Vamos al último piso pues, ahí podemos conversar.- Dije mientras iba abriendo la puerta y veía a Christian cabizbajo caminando.

Subimos sin contener la risa, Romina me decía que habíamos sido muy crueles. Yo le dije que no se preocupe, que se lo merecía por jodido y nos quedamos en silencio. Nos empezamos a abrazar con fuerza y cuando busqué sus labios, me rechazó girando la cabeza.

-Gonzalo, tengo enamorado y en verdad no creo que esté bien lo que estamos haciendo. Aparte, tú también tienes enamorada ¿No te parece que es injusto? Deberíamos, por lo menos, terminar con nuestros enamorados para empezar algo.

Me dejó perplejo, nunca me había negado un beso y ahora me decía eso. Recordé las palabras de Jorge: “Es una jugadora ¿Estarías con una mentirosa como ella? Incluso su mamá se encama con otro hombre ¿Crees que ella dejaría a Fernandito por ti?”

-Ambos sabemos que tú no terminarías con Fernando para estar conmigo. No tienes que mentirme, pero no me incomoda, me basta y me sobra lo que recibo de ti.

Se quedó pensando un momento y cuando volví a buscar sus labios no lo negó y nos besamos un largo rato. Luego se quedó en silencio.

-¿Cómo va todo con Mónica?

-¿Qué?- Dije algo molesto.

-¿Cómo va todo con Mónica?

-Romina, yo estoy harto de Mónica, cuando no estoy con ella solo quiero olvidarme de que existe y tú me preguntas acerca de ella ¿Acaso yo te pregunto de Fernando? ¿Acaso te pregunto cómo te va con él? Ni si quiera menciono su nombre porque sé que te incomodaría hablar de él mientras estás conmigo.- Estaba gritando y Romina tomo su bolso y abrió paso para irse.

-¿Sabes qué Gonzalo? Eres un imbécil.- Me dijo con una violencia que nunca hubiera esperado de ella.

Cerré su paso y me miró desafiante, me dijo que la dejara en paz y la acerqué con todas mis fuerzas y nos empezamos a besar con todo el frenesí que teníamos cargados de tanto amargura.

Nos besábamos con fuerza, las lenguas se enredabas y se volvían a desenredar, iba acariciando todo su cuerpo y ella iba haciendo lo mismo con el mio. Empecé a besarle el cuello, quiso detenerme, pero ya era tarde. Bajo la inmensidad de la noche desabroché los botones de su jean y fui bajándolo lentamente. Ella también se encargó de desabrocharme el pantalón, de abrir mi camisa y besarme el pecho. Se dio la media vuelta y fui besando de a pocos su cuello, su espalda tan blanca, tan tersa. Tome sus muslos con fuerza y los estrellé contra los míos, podía sentir sus gemidos y sus gritos entre cada embestida que daba contra su cuerpo, sus brazo estaban extendidos, se apoyaba contra el muro y tenía la cabeza agachada.

-¡Está mal lo que estamos haciendo!- Decía aun gimoteando. Pero al rato me pedía que no me detuviera.

Luego ella volvió a mirarme y me empujó.

-Échate.- Me dijo seria y le hice caso.

Terminó de deshacerse de su jean, abrió las piernas y se sentó sobre mí. Se movía con mucha fuerza, cerraba los ojos y respiraba con furia, con exacerbación y otra me decía que lo que estábamos haciendo, estaba mal. Pero al rato, otra vez volvía a arrepentirse.

Ella terminó, pero yo no, consecuencias de no tener un preservativo cerca. Pero no me importó. Eso sería el comienzo.

Nos volvimos a vestir, eran las seis de la mañana y nos besábamos aun con un poco de sudor en el cuerpo. Nos quedamos abrazados por un largo rato y nos despedimos.

Llegué a mi casa y papá ya se había despertado, estaba mirando televisión. Me miro y no me dijo nada. Entré a mi habitación pensando en qué excusa le iba dar a Mónica por no haberla llamado.

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