abril 30, 2011

El señor papá

Fue esa navidad la que marcó y desató demasiadas emociones para mí. A pesar de mi indiferencia con la familia, había decidido que los pequeños inconvenientes que se seguirían dando en casa, no debían afectarme. Sin embargo, llegó, esa noche donde sucedió todo y la mañana en cómo me enteré.
Había amanecido en la casa de un amigo después de una reunión. Fue la llamada de Romina que me devolvió a la realidad.
-Hola ¿Gonzalo?-Escuché al otro lado del auricular.
-Romina ¿Qué pasó?
-¿Cómo está tu papá?- Me dijo algo preocupada. Cosa que me extrañó.
-Supongo que bien, en la casa.
-¿No te enteraste no?
-¿Qué pasó?-Dije algo alarmado
-Tu papá tuvo un accidente- La noticia me cayó como bomba y no sabía si las nauseas que empecé a sentir eran producto del alcohol o de lo que me imaginaba.
Colgué algo desesperado y miré a Jorge.
-¿Todo bien?-Me preguntó y sospecho que ya sabía por mis reacciones que no se trataba de algo bueno.
-Es papá, acaba de tener un accidente.
Salimos de su casa y el sol nos dio el primer impacto. Era un veinticuatro de diciembre normal, la gente salía de sus casas, tomaba taxis y se movilizaba porque iba a esperar navidad esa noche y yo trataba de buscar alguna lógica absoluta a lo que estaba pasando.
Así que empecé a analizar qué era lo que pudo haber pasado y llegué a la siguiente conclusión, mientras trataba de acomodarme el cabello. Primero, papá no pudo haber tenido un accidente grande, me hubieran llamado en la noche para ir a verlo, incluso mamá o mi hermana me pudieron haber pagado el taxi. Segundo, era más probable que haya tenido un accidente un tanto más pequeño, quizá en su afán de la limpieza, el orden y la estética de la casa, estuvo moviendo algunas cosas y quizá tuvo un accidente menor.
Me convencí de eso y se lo conté a Jorge, el me dio la razón y seguimos con el camino a encontrar algún móvil que se digne a llevarme a mi casa y pasar una navidad con pavo, champagne y un árbol familiar. A pesar de mi trato indiferente y limitado con la familia, siempre fui fiel creyente en el núcleo de la sociedad y esas cosas que me enseñaron en la primaria. Porque, mal que mal, siempre soñé (sueño) con una cena familiar de domingo con los hijos, nietos, tíos, primos, abuelos y todos reunidos en una suerte de carnaval en donde las diferencias de edades hacen actuar a los nietos. Y las conversaciones de adultos terminan en risas y las tías y abuelas y madres sirvan la comida y todos se peleen por comer primero y las fotos que se toman y los recuerdos que nunca se olvidan.
La llamada de mi tío hizo que terminara de pensar.
-¿Gonzalo? – Era la segunda vez que sentía ese tono al hablarme, ese tono tristón, como si fueran a darme una mala noticia.- Estoy con tu papá, tuvo un accidente, chocó contra un auto de la policía, pero nada, está todo bien, ahora está conmigo en el hospital y lo están viendo.
Sentí un escalofrío en la espalda, mi mente se nubló por un momento y solo aceptaba todo lo que escuchaba. Trataba de asimilar todo lo que entendía, mi papá había chocado, estaba en el hospital y por suerte todo estaba bien ¿Qué habría pasa? La respuesta me dejaría peor de lo que creí.
Llegué a mi casa, cansado y me recosté en mi cama. Me quedé pensando un largo rato en mí y en mi papá, en nuestras distancias y en el momento en que nunca supe que se había roto un lazo entre los dos.
Cuando era niño y me preguntaban qué era lo que quería ser de grande, siempre respondía que quería ser un cadete de la Escuela de Oficiales de la Marina y sabía que la respuesta estaba vinculada directamente con mi papá, con su vocación militar y la forma en cómo lo admiraba desde lejos ¿Cómo habían cambiado las cosas? No me dejaba de preguntar ¿En qué momento se rompió ese lazo? ¿En qué momento me empecé a decepcionar?
Me quedé dormido sin ninguna respuesta.
Después de algunas horas me desperté y mamá recién había llegado, me sorprendí cuando la vi tranquila haciendo llamadas y tomando apuntes, todo giraba en torno al accidente y lo que el seguro cubriría o no. Después de un rato, ella entró a mi cuarto y empezamos a conversar.
Yo le pregunté qué es lo que había pasado y ella se echó a llorar en mi cama.
Me contó todo, desde el comienzo hasta el final, había salido, él, a reunirse con unos amigos, pero terminó en la casa de Raffaella, su amiga, y tomaron algunas copas. Terminó por perder la noción del tiempo y cuando Raffaella le decía que ya era suficiente, que en ese estado no podría conducir, él no escuchaba y le contestaba que yo iría a recogerlo. Fue cuando, en un descuido de ella, tomó las llaves y se fue rumbo a casa. En el camino chocaría con el patrullero.
Mi mamá, desde la casa, reventaba el teléfono de mi papá con llamadas para saber de él, para saber dónde estaba. Obviamente, él, no respondía. A las dos de la mañana, mi mamá llamó por última vez y cuando el, por fin, respondió, le contó sobre el accidente que acababa de tener. Ella lo ayudaría con todo.
En cada instante que me contó lo sucedido, mi expresión y mi forma de ver lo que estaba pasando, cambió. Yo conocía muy bien a Raffaella, incluso un par de veces la tuve en frente mío.
La primera vez que vi a Raffaella, fue un sábado en la oficina de mi papá. Ella estaba en la fotocopiadora y yo pasé, la saludé y me fui al escritorio de mi papá. De salida, mi papá la llevó a su casa y yo me aislé de la conversación.
Pero la segunda vez que supe algo de ella, fue cuando, por casualidad, encontré un mensaje en el teléfono de mi papá. Claro, para esas épocas, los problemas en casa era interminables, no me imagino como sobrevivía a ese infierno a diario, el tener que cargar con esos problemas a la universidad y escapar cuando podía de ese lugar. Eran épocas en las que papá salía mucho y no decía a dónde. Se desaparecía y volvía en la madrugada. El mensaje decía “Gonzalo, tu no me puedes dar la estabilidad que yo estoy buscando. Necesito a alguien que pueda darme lo que yo deseo, la seguridad que anhelo en esta vida. De todas formas yo te amo.” Al terminar de leer mi papá se acercó y yo me hice el despistado (actitud que tomaría con todas las cosas, en adelante)
Y la tercera vez que supe de Raffaella, fue en el invierno, yo salía de clases y mi papá me llamó para que lo recoja a una reunión a la que había asistido. Tomé un taxi para ir a recogerlo y cuando el camino se tornaba conocido me asusté. Sentí un temblor desagradable en las piernas y lo vi a mi papá esperándome en una esquina. Bajé, pagué y le dije pregunté qué hacía ahí. Esquivo la pregunta como pudo.
Entré en la casa y el olor a cerveza, la inmensa masa de humo que emanaba de los cigarrillos me hizo acordar a mis conversaciones interminables con viejos amigos. Un señor gordo, con la camisa entreabierta me atendió, me cedió un sitio y empezó a hacerme miles de preguntas. Todavía me temblaban las piernas y era incapaz de responder con certeza a todo lo que me preguntaba.
A los pocos minutos, como por arte de magia, salió Raffaella, me levanté a saludarla y me besó en la mejilla, cuando se puso en frente mío, bajo la mirada con vergüenza. Volví a mi sitio y mientras mi papá hablaba de mi vocación literaria, yo interrumpí para comentar algo. Prendí un cigarrillo.
-He leído muchas novelas tristes, he visto miles de películas con finales amargos, pero nunca los he sentido tan cercanos como cuando una tarde, al salir de clases, me sentí defraudado por mi propia familia. Yo he tenido muchas enamoradas y acepto que más de una vez he sido infiel, pero a diferencia de los hombres casados que tienen una familia, yo no he destrozado familias enteras, no tengo hijos de por medio y el psicólogo me dijo que es parte de crecer y la locura juvenil ¿No es, acaso, una aberración el tratar de ser joven a los cincuenta y tantos años?
El señor gordo, me escuchaba atónito, era el padre de Raffaella, él, por supuesto, no sabía nada de la relación que tenía mi padre con ella. Me preguntó a qué llegaba ese análisis, mientras, Raffaella, a mis espaldas, ordenaba algo y lograba sentir su incomodad. Mi papá, por otro lado, lo vi con la cabeza metida en su vaso de cerveza.
Fue raro verlo a mi papá con un vaso de cerveza en la mano, por lo general yo era el que llegaba con aliento a cerveza y él me decía que era la bebida más despreciable que podía haber en una reunión. Él, con su encanto europeo que heredó de mi abuela, tomaba whisky a las rocas.
Le mentí, al señor gordo, que estaba escribiendo sobre un tema parecido y me felicitó. La conversación duró un par de horas más y negaba, después de mil invitaciones, a brindar.
En un momento pedí ir al baño, me dirigieron a lo lejos y me volví frente a frente con Raffaella, me miró y se escondió donde pudo, muerta vergüenza, yo, en mi cabeza, me imaginaba besándola con toda mi furia y que mi papá se rompa la cabeza con esa escena.
Volvimos a casa y el silencio entre los dos fue eterno, no recuerdo cuando fue el día en que volvimos a hablarnos.
Y esa mañana. Era la cuarta vez que escuchaba algo sobre ella.
Me quedé dormido con mi mamá y cuando desperté, ella seguía haciendo llamadas, yo estaba con miles de dudas en la cabeza que poco a poco trataba de aclarar, desde la vez que rompí ese lazo fuerte con mi papá hasta el día del accidente, pasando, obviamente, por el día en que tuve que verlo hacer el ridículo frente a todos, habiendo bebido con el señor gordo y con Raffaella.
En la noche, como una suerte de huérfanos, de inválidos, mis tíos nos acobijaron en su casa y pasamos la navidad ahí, ningún regalo me hizo sentir nada en especial, mi papá me llamó y no atendí su llamada. Mamá se entristeció aún más.
La hospitalización de mi papá duró una semana, mi hermana estuvo al lado de él todos los días y en las noches ella me contaba que no dejaba de mencionarme, de que quería verme, pero yo no quería saber nada de él, es más, estaba seguro de que no lo hablaría nunca más en mi vida. Sentí esa traición como una de las que, hasta ahora, no logró recobrarme por completo.
Ahora que pienso y escribo sobre todo esto me doy cuenta de lo más importante, de que ese lazo tan estrecho, tan cercano, tan íntimo que tenía con mi papá, se rompió cuando empezaron los problemas en casa, que no era en la época de Raffaella, no, había sido mucho antes, cuando tenía apenas cinco o seis años.
Mamá, decidió no hacerle caso a papá y hacerse la de la vista gorda. Pero se dedicó por completo a sus hijos (A Érika y a mí) a entregarnos el todo por el todo, a engreírnos por completo y con mi papá, solo limitarse a cumplir sus deberes de acompañante más por cuestiones de status quo que por convicción propia. Esto trajo todos los problemas, porque mi papá (joven que creció con una ausencia materna muy rígida y especial, en mi mamá vio a una persona maternal y que lo cuidaba y protegía muy bien) empezó a sentir replegado, a sentirse aislado, por más que yo, en las noches, me acercaba a él, empezó a protestar de una manera indirecta, pensando que yo le robaba su papel de engreído. El problema creció cuando yo crecí, cuando él empezó a hacerme la vida a cuadritos dándome infinidad de responsabilidades para que yo pudiera salir. Recuerdo que una vez perdí una aguja y él quiso que yo la encontrara para poder salir a jugar fútbol.
La decepción inconsciente que sentí por él fue tan grande, que hasta ahora me persigue, siempre encuentro un defecto en sus actitudes, en sus opiniones y por lo general, encontrarme con esos errores son el darme cuenta de que esa decepción hasta ahora me atormenta, hasta ahora me deja atónito saber que en algún momento pude haber terminado como él. No solo creo que nos separamos, creo que empecé a odiar su vida, hasta el día de hoy me siento tranquilo de no haber sido un militar, de esa manera no hubiera tenido amor a las letras, estaría lustrando botas a los oficiales de mayor rango, tendría la mente estrecha, al nivel de no conocer todo lo que conozco gracias a mis libros.
Empezaron los golpes, los odios, las diferencias y por último, la indiferencia. En mis últimos años de la secundaria, detestaba mi dedicación continua a los libros y al escribir desenfrenadamente, cosa que, en público, decía sentirse orgulloso de eso. Se enervaba al escucharme decir que yo quería estudiar literatura, e incluso, ya en mis años cuando me preparaba para ser estudiante de letras, amenazó con denunciarme para quitarme los estudios porque yo ya era mayor de edad y no quería estudiar. Para esa época, lamentablemente yo no quería ser el profesional en Finanzas que el tanto añoraba.
Siempre se burlaba de mis opiniones, de mi posición frente a lo que opinaba, cosa que mi tío Alberto celebraba por mi admiración a las letras y a la sensibilidad artística. Y ver que sus amigos quedaban admirados de lo que yo creía, lo que hacía y opinaba, lo fastidiaba demasiado y solo tenía como recurso, darme la razón y reírse, pero en el fondo no lo quería hacer.
Creo que el respeto llegó a los diecinueve años, cuando por fin el se mantenía a la distancia y respetaba mi oficio, mis tiempos siempre y cuando cumpla algo que él me decía.
Hoy, por más que seguimos bromeándonos, por más que nos saludemos con un beso en la mejilla, por más que, cuando hablo de mi papá hablo de un buen amigo, creo que todavía siento en las entrañas esa sensación que me dejó el incidente de la navidad. Es un tema del que no se ha vuelto a hablar en casa, pero es algo de lo que todavía no logro unir más piezas, no porque me falte información, porque, al igual que mi mamá, estoy dispuesto a no enterarme más de lo que sé para no sentir más impotencia de la que ya puedo sentir al escribir estas líneas.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay desasones en la vida, Luis, que tardan una eternidad en supearlos. Detrás de cada hombre, hay una historia, un mito... una leyenda.

Anónimo dijo...

Los seres humanos somos impredecibles, Luis creo que nunca se debe dejar de tender la mano, hazlo y lo entenderás; la satisfacción de esos resultados no se pueden describir, aún yo los vivo los buenos y los malos, si así se puede describir.
Desde hoy seré tu seguidor de tu blog
Sinceramente, te felicito

Anónimo dijo...

PROFUNDO...

Nataly dijo...

...Luis me hiciste recordar muchas cosas...las lagrimas se me vinieron pero son cosas del pasado que solo nos queda mirar adelante. Erk

Nataly dijo...

Luis...se me salieron las lagrimas....pero ahora queda mirar haci adelante y pensar que despues de todo ahora las cosas estan mejor...tkm

Erika

Anónimo dijo...

Adoro tu sensibilidad, la forma en la que vez la vida y el como afrontas y superas el dia a dia, aunque de vez en cuando nos resulte mas dificil de lo que esperabamos. Me dejaste atonita! Senti aquella historia como mia y al terminar de leer, aun con un nudo en la garganta, derrame una lagrima sin saber muy bien el porque, pero creo que tu sensibilidad la logras transmitir a la perfeccion a nosotros, tus fieles lectores, debo confesarte que soy una ferviente admiradora de tu blog desde aquel dia que a tu lado lei aquellas publicaciones tuyas que sinceramente me fascinaron!; desde aquella noche visito tu blog cada vez que puedo cn la certeza de encontrar algo aun mejor que lo anterior y recien hoy que leo algo tan profundo m atrevo a comentarlo.. Espero algun dia que cuando escudriñe entre libros y encuentre una historia que llame mi atencion, busque el autor de tan buena obra y vea en el tu nombre... una vieja amiga.