julio 17, 2011

Alegrías, nunca más

1


Nunca se me cruzó por la cabeza el tener que haber lidiado con el engaño, el estar triste, decepcionado y con toda la impotencia de una persona. Jorge, mientras le daba un sorbo largo a su cerveza, me veía cabizbajo y con ganas de morir.
-Tranquilo, una puta así no te merece – me dijo.
-Lo que ella tiene de puta, a mí me sobra de pendejo.
-Sí, pero tú querías cambiar ¿No? Ya estabas cambiando.
-Eso ya no tiene importancia ahora, no puedo engañarme más, dudo que vuelva a confiar en ella.
Mi cabeza volvió a mirar la cerveza, el brazo se extendía para eliminar el exceso de cenizas ¿Quién me manda a enamorarme? Pensé.
Toda la noche conversamos sobre Mónica y acerca de lo que iba angustiándome. Por suerte Jorge también tenía su propio desamor como para acompañarme y en él veía reflejada mis tristezas y desengaños.
Conversamos lento, tratando de cambiar de tema, pero siempre volvíamos a lo mismo. No sé cuántas horas nos quedamos ahí, buscando resolver nuestras penas con tontas esperanzas, con cosas que podrían hacernos sentir mejor, engañándonos.
-Me voy – dije aún con algo de dolor.
Tomé mis cosas, Jorge me ofreció lo último que quedaba de cerveza y fui rumbo a mi casa.
Recorrí las calles un par de horas en toda la noche, no tenía un rumbo fijo, pero lo que tenía era esa intranquilidad, ese desazón que me consumía de apoco. Sentía ese vacío en el pecho, ese ahogo que ataca antes de llorar, pero no podía (quería) llorar. Y sobre todo, sentí ese asco profundo por ella, esa es la palabra: asco de ella, del malestar que todo esto me estaba causando y los destellos de pena que me estaba generando. Pero aún no lloraba, no lo concebía, no quería aceptarlo por completo y el vacío, el ahogo, el desazón, el dolor me iban haciendo daño.
A lo lejos distinguí a un amigo que no veía hace tiempo, un amigo que, obviamente, también había tenido un encuentro con Mónica.
-¡Gonzalo! – ya era muy tarde para esquivarlo.
-Hola Alberto ¿Cómo estás?
-Bien, bastante bien, esperando a unas amigas. – “¡Qué bueno!” pensé “Justo lo que ahora me haría falta, alguna compañía.”
-Que bien, que bien.
-¿Qué sabes de Mónica?
-Nada, no sé nada de ella hace mucho. – mentí, la había visto esa tarde para querer terminar todo de una buena vez. También sabía que ya no podía confiar en ella.
-¿Sabes que entre ella y yo hubo algo? – Lo tenía que decir y me hizo recordar que ella se iba besando con cualquiera, acostándose con alguien con quien también jugaba. Veía a Alberto reírse y golpearse el pecho estando orgulloso de una gran conquista “¿De qué andas orgulloso? Imbécil” pensé “Tú no eres nada especial para ella, fuiste uno más de su lista, una lista grande por cierto. Fuiste uno más, como tantos otros que, en algún momento, creyeron lo mismo que tú.”
-Lo sé – fingí una normalidad.
-Bueno, Gonzalo, me tengo que ir con estas chicas a dar una vuelta. – Cuando me fijé y vi bien a las chicas, logré reconocer a una de ellas, logré recordar algo que ella una noche me entregó. Todas eran iguales de fáciles que Mónica, salvo que ellas podían aceptarlo.
Volví a lo mío, caminar mientras las imágenes se cruzaban por mi cabeza. Ella teniendo sexo con otro, gimiendo de placer, gritando y él muy feliz deslizándose en la fricción de los cuerpos. Otro con el que, también, volvió a jugar.
Ya estaba harto de este día. Estaba harto de pensar y volver a pensar en lo mismo: Mónica y Diego, ambos encamándose y ella negándomelo, para que después, como por arte de magia, me entere que me mentía y se haga la víctima de todo esto. Sólo quería dormir para olvidarme y no volver a recordar esto, obviar el proceso de tristeza por el que estaba pasando.
-¿Aló? – contesté antes de que el teléfono dejara de sonar, no me había dado cuenta de que estaba sonando.
-Gonzalito ¿Qué tal? – La voz me sonó conocida – soy yo, Diana.
-¡Qué sorpresa! ¿Cómo has estado?
-Bien, llegué de viaje en la mañana ¿Estás ocupado?
-No, estoy camino a casa.
-¿Tan temprano? No puede ser ¿Vamos a dar una vuelta? – no me sonó a un pedido, me sonó a una obligación, pero no tenía nada que perder esa noche.
No encontramos después de un rato y fuimos a un bar que quedaba por una universidad cerca de mi casa. Un lugar tranquilo, rojizo, con una pequeña terraza en el segundo piso y el ambiente universitario de lunes a viernes, pero los sábados era algo más general.
Pidió dos cervezas, le expliqué mi situación financiera, no tenía mucho dinero para gastar en la noche.
-¡Ay, Gonzalo! Yo te invito, tú serás el invitado especial.
Subimos a la terraza después de golpearme con la multitud, un poco de cerveza me cayó en la casaca y nos instalamos mirando el cielo sin estrellas de Lima.
-¿Hoy llegaste? – traté de forzar la conversación.
-Claro pues ¿Ya no te lo dije?
-Cierto.
-¿Estás bien? – siempre había odiado esa pregunta, pero cuando vi sus ojos y recordé lo que Diana significó en su momento, decidí contarle mi historia con Mónica, toda la tormenta hecha vida.
Fue una confesión que duró algunas horas, no me interrumpió en ningún momento, no recuerdo en qué momento aparecieron más botellas y las colillas iban arrimándose, de a pocos, en el cenicero. No sé en qué momento se me quebró la voz, tampoco sé en qué momento empecé a aguantarme las ganas de llorar, pero su silencio hizo que le cuente todos los detalles que sucedieron y las cosas que se me cruzaban por la cabeza.
-¡Increíble! – Me miró y sonrió con algo de pena - ¡Qué intenso!
-Así es pues, cada uno tiene su historia.
-¿No pensaste que, si ella era tan fácil, no sería tan fácil siempre?
-No.
-¿Te puedo decir algo?
-Dime
-Es una puta.- dijo y me miró con algo de vergüenza.
Me volví a ella, noté su rostro rojo, di un sorbo a mi cerveza y nos empezamos a reír como locos. Me abrazó muy fuerte y me dijo el oído que me había extrañado todo este tiempo fuera del país.
-Yo también, Diana, yo también te he extrañado después de todo. Me sentí realmente solo.
Noté algo raro cuando nos separamos.
-Pero así es, Gonzalo, todo se paga y a ti te las cobraron con intereses.- de repente ya no estaba alegre, había cambiado de expresión.
Recordé que alguna vez tuvimos algo casual, algo que para ella significó mucho. Quizá eso pasó entre Mónica y Diego, para él quizá sí significó algo intenso, porque él estaba totalmente enamorado de Mónica, pero ella lo hizo de una forma muy casual.
-Lo siento si te hice sentir mal.- dije y ya no quería estar ahí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

fascinante...

norman dijo...

tienes razon cada uno tiene una historia.

Alguien... dijo...

Magnífico post, recargado de sentimentalismo y sinceridad. Interesante el estilo tuyo de decir lo que uno siente al mismo tiempo de narrar la historia.
Tan sólo queda esperar la segunda parte pues :)