julio 22, 2011

Alegrías, nunca más

2


A Diana la conocí una noche que estuve con amigos en un evento fuera de Lima.Entre risas, bebidas y todo, un grupo de chicas se acercaron y fue la primera vez que la vi a Diana, no estaba tan vestida para la ocasión, el cabello estaba muy revuelto y todas estaban algo subidas de copas.
Alexis tomó a una por sorpresa y la sacó a la pista. Algunos amigos se animaron a seguirlos y yo me quedé en mi lugar. Yo ya estaba con Mónica y no pensaba hacer nada que afectara la relación. Pero la avalancha de preguntas de las chicas que quedaron en mi lugar hizo que tenga que socializar.
-¿Cómo te llamas? – me preguntó una rubia.
-Gonzalo, Gonzalo del Solar.- dije con algo de miedo.
Todas recitaron su nombre, una por una y me dio risa. No voy a negarlo, estaba con unas copas por encima y mi capacidad de conversación podía mejorar en cualquier momento.
Conversamos un poco, todas estaban muy alegres, pedimos algunas cervezas, algo de whisky y Diana se paró y me jaló entre la multitud.
-¿Me acompañas a pedir un vodka? – a la propuesta le siguió una risa general.
-Claro.
Caminamos, llegamos a la barra, pidió su vodka y lo tomó ahí mismo, me jaló cuando creí que volveríamos con los demás “¿Bailas?” y asentí con la cabeza.
Cumplimos con todas las reglas para conocernos. Nos preguntamos nombres, edades, cómo habíamos llegado ahí y qué haríamos más tarde. Se sorprendió cuando, al preguntarme por lo que hacía, le dije que era escritor.
-¿Y qué escribes? – soltó la pregunta burlándose.
-Podría escribir acerca de esta noche.
-Espero que algún día puedas escribir esto.
No sé cuánto tiempo estuvimos en ese lugar, regresamos con el grupo, era una conversación general donde no se hablaba de nada interesante pero se podía reír con toda naturalidad. Todos estábamos iguales e ebrios, todos estábamos igual de alegres y Alexis se iba aprovechando de la alegría y la ebriedad.
-¿Vamos afuera? – Diana de nuevo me preguntaba.
Caminamos y me contó algunas cosas de su vida, habló de una forma muy peculiar de las relaciones y al final, a las cinco de la mañana (hora perfecta) me dijo que no quería que todo terminara ese día, que le parecía interesante las conversaciones que tuvimos y que si algún día me animaba volver a salir, que vaya a la casa de playa que tenía por ahí.
Como era de esperarse, después de unas semanas, fui.
Nos habíamos vuelto muy amigos, fumábamos juntos, iba a su casa en Lima a tomar unas cervezas y conversar. Me presentó a Gustavo y a Alexandra con los que escuchábamos música horas y horas, tirados en su sala, un poco mareados y sin parar de reírnos por la marihuana.
Sin darme cuenta, le enseñé el mundito que yo conocía, aquel rincón de mi vida que pocos podía entrar. Ella se dejó conocer por completo y en cuestión de semanas nos volvimos inseparables.
Mónica no se podía enterar de esto, sus celos podían hacer que esto terminara de la peor forma. Así que, como si fuera un vicio prohibido, oculté la amistad que tuve con Diana por un tiempo. Sin embargo, una de las primeras cosas en enterarse Diana fue la existencia de Mónica. Cosa que, con su mentalidad tan open-mind de la que se jactaba, no le interesaba.
Fueron incontables las veces que fui a su casa, todas las formas en la que disfrutamos de la compañías de Alexandra y Gustavo, horas interminables de las cuales no dejaba de sorprenderme y todo se derrumbó una noche.
Mónica y yo tuvimos una etapa de transición, a Mónica no le importaba su vida, por más que había dejado la universidad, seguía interesada en perderse algunas noches, a no dedicar tiempo a pensar qué quería hacer con su vida, a qué se quería dedicar y a mí no me gustaba eso. Le expliqué que no me cuadraba la idea, no era la primera vez que hablaba con ella acerca de su vida, siempre terminaba llorando y prometiéndome que ordenaría las cosas, pero nunca hacía nada.Yo le expliqué que no estaba mal que se divierta, pero que algunas cosas tenían prioridad.
Fueron noches tristes, días en los que su ausencia me perseguía y Diana me acobijó muchas noches en su casa. Sus padres siempre estaban de viaje, así que me podía quedar hasta tarde y en casa daba excusas sobre mis horas de llegada. Lo único que importaba era que yo necesitaba de alguien y ese alguien estaba ayudándome de una forma muy generosa.
Fue una noche que mi tío me prestó la camioneta un par de días, para que le de unas vueltas mientras su estadía fuera del país, la única condición de ese préstamo era que le ponga algo de gasolina cada vez que la use y que lo vaya a recoger al aeropuerto para su llegada. Esa misma noche, llamé a Diana.
-Hola ¿Cómo estás? – Le dije emocionado – tengo una sorpresa que te va a sacar lágrimas de alegría.
-A ver Gonzalito ¿Con qué me vas a sorprender?
-Tengo camioneta por una semana.
Escuché un grito excitado y bullicioso al otro lado del auricular y mi risa se prolongó muchos minutos, me estaba olvidando de todo el dolor que me causaba Mónica, que por cierto, me rompía la cabeza qué pudo haber estado haciendo esa noche.
Tomé algunos libros que me prestó Diana para devolvérselos, también una polera que olvidó una tarde en mi casa y algo de dinero que me había prestado en la última salida que tuvimos.
Subí a la camioneta, saqué las cosas de mis primos y de mis tíos, algunos discos de cantantes antiguos, peines, papel higiénico y algunas otras tonteras. Cambié aquellos discos por unas revistas, el papel higiénico por sus libros y eché un poco de mi perfume para ponerle un toque personal.
Subí y salí de La Molina por la avenida principal, iba pensando en Mónica, quizá estaba empezando a aceptar que me estaba enamorando o ya estaba enamorado, cualquiera de las dos cosas me hacía reconocer que Mónica ya estaba marcado algo totalmente diferente en mi vida. Sí, la amo, pero también me hacía daño amarla y torturarme pensando y dudando de ella, todo se puso peor cuando en el camino iba reconociendo las calles que recorrimos juntos, los lugares donde nos besamos de noche, las risas imparables en cualquier lugar, una lágrima salió y decidí cambiar de ruta. No podía llegar así a la casa de Diana, arruinaría toda la noche.
Estacioné la camioneta en la puerta de su casa y la llamé.
-Diana, estoy afuera.
-Voy a abrir el garaje para que te cuadres, entra un rato mientras me cambio.
Abrió la puerta y me estacioné. Bajé con los libros.
-¿Ya estás lista? – dije a penas me abrió la puerta. Me sorprendió verla en toalla.
-Me cambio y nos vamos.
-¿Y a dónde vamos? – dije mientras me acomodaba en su sala.
-No sé, ya veremos que encontramos.- logré escuchar mientras entraba a su cuarto.
Prendí la radio y seguía pensando en Mónica. Era imposible no acordarme de ella en cualquier momento. Le pregunté a Diana si podía abrir una cerveza mientras le esperaba y ella aceptó. Mientras la abría, me topé con su anuario, parecía que siempre fue la excelencia.
Cuando salió, le entregué los libros y fuimos a la camioneta, puso algo de música y vio un poco triste.
-¿Todo bien?
-Estoy un poco cansado – mentí.
-Si deseas nos quedamos.
-No te preocupes, esta noche tenemos camioneta.
Primero fuimos a Mezzaluna, un bar en la calle Las Pizzas. Pedimos unas cervezas y le dije que no iba a tomar mucho porque estaba con la camioneta y me dijo que no importaba, que ya luego encontraríamos alguna solución y esquivó el tema.
-¿Y Gustavo y Alexandra?
-Están fuera de Lima.
Tomamos y conversamos acerca de algo que iba escribiendo, extrañamente ella logró que le cuente algunas cosas que iba escribiendo, casi a nadie contaba lo que estaba escribiendo, pero esa noche le conté algunas cosas que tenía pensado escribir. Me escuchaba con mucha atención, no sé si me entendía, a veces yo paraba para cerciorar que me estuviera entendiendo y asentía con la cabeza.
Un tipo entró al bar con su guitarra, transitó todas las mesas para cantar algo, pero nadie la hacía caso. Se topó con la nuestra y le pedimos una canción y él nos pidió si teníamos alguna en especial.
-Ninguna.- dijo Diana.
-¿Qué canciones tiene en su repertorio? – dije y empezó a nombrar un sinfín de títulos que no conocíamos y que se me hacían conocidos porque las escuché, tal vez, por mi papá.
-Escoja una que crea que es buena para el momento.- dijo Diana.
-Para los enamorados.- Dijo el señor y se puso a tocar una canción. Me volví a Diana y cuando notó que la estaba observando se sonrojó, bajó la mirada y dio un trago a su cerveza.
La canción, como era de esperarse, me emocionó y pensé más de la cuenta en Mónica, sentí la turbación en el cuerpo, me estremecí y estuve a punto, de nuevo, de llorar. Falseé el dolor con unos sorbos largos para que no me echara a llorar.
El hombre se fue y le dimos algunas monedas.
-¿Te sientes bien?- me dijo Diana sin mirarme.
-Sí, todo en orden.- volví a mentir y me sentí terrible, creía que estaba malogrando la noche, que le estaba estropeando la diversión y le dije que mejor tomamos una ronda más con una sonrisa y alegría fingida.
Estuvimos horas y horas en Mezzaluna, ahora ella hablaba y quería que Diana desaparezca de ahí y que Mónica llegara y terminar la noche con ella. Me estaba portando como un traicionero.
-Este sábado esta malogrado.- me dijo.
-A mí me parece bien estar conversando contigo.
-Sí, pero mejor vamos a mi casa, de paso que seguimos conversando y ya no tienes la preocupación de pagar un garaje.
-Bueno, pero he tomado, no puedo manejar así.
-Acá tengo la solución.- dijo y sacó un una bolsita con alguna sustancia color blanca, muy blanca.
Supe que era y en esos momentos me dio igual. Me tomó del brazo y fuimos al baño. Me dio otra bolsita a mí y un cilindro de metal.
-¿Sabes cómo hacerlo?
-Sí.- dije, pero dudé, solo lo había visto en la televisión cómo inhalaban la cocaína y en una fiesta, en Arequipa, vi a un amigo aspirar en el baño.
-Bueno, jala fuerte, y espera un ratito, es rápido, no te preocupes.- y entró al baño de mujeres.
Entré al baño y puse cerrojo aunque el baño era para más de una persona, puse el cerrojo para no tener ningún problema. Tenía miedo, pero ya no tenía nada más que perder. Saqué mi brevete y peiné una línea, me miré a la cara antes de hacerlo. Era una línea medianamente larga, pero algo delgada. Cogí el cilíndrico y lo pegué a mi nariz, me agaché lentamente, aún con algo de miedo y aspiré con toda mi fuerza aquel trazo que había formado y sentí como se adormecía la cara, sentí como algo entraba y no supe explicarlo. Ya no me sentía mareado, pero me sentía muy excitado. Alguien tocó la puerta, di un salto y guardé todo en cuestión de segundos. El corazón me latía fuerte, en un momento pensé que era la policía, pero cuando abrí la puerta era un señor. Me miró raro e hizo una seña de negación. Diana ya estaba afuera y me limpió la nariz, no me había dado cuenta que estaba llena de polvo.
-¿Qué tal?- me dijo riéndose. Y ya me había olvidado de Mónica.
-Interesante.
Subimos a la camioneta y manejé hasta su casa que no quedaba muy lejos. Paramos en una licorería para comprar unas cuentas cervezas, cuando le pregunté si podíamos comprar un whisky me dijo que no, en su casa tenía algunos tragos.
Se había olvidado el control de la puerta del garaje y tuvo que bajar y abrir desde adentro. Cuando revisé mi celular, Mónica me había escrito un mensaje preguntándome dónde estaba.
Entramos a su casa y abrimos unas cervezas. Me empezó a contar cómo había iniciado su vida con las drogas, me dio opiniones totalmente distorsionadas sobre el consumo y legalidad de estas. Pero ya no podía escucharla bien, empecé a hacer unos gestos raros y ella se reía.
-No pienses, estas callado, luego llega la bajada, ten cuidado.
Tomamos algunas cervezas y ella inhalo unas rayas más. Yo ya no quería.
No sé cómo empezamos a hablar de nuestra vida sexual, no sé cómo ambos empezamos a hablar de una forma tan natural un tema que no hablaría tan ordinaria con una chica, menos con Diana. Me contó de su primera vez y yo le conté lo traumático que fue mi primera vez.
-Es una historia rara, un poca tonta.- dije prendiendo un cigarro.
-Bueno, luego yo te cuento la mía.
-Está bien, pero primero cambia esa canción.- le dije sin saber qué es lo que estaba sonando en la radio.
-Cuéntame.
-Bueno, esto es un poco raro. Yo tenía catorce años, era verano, ese año entraba a cuarto de secundaria y tenía enamorada. Como siempre, yo me juntaba con los amigos de mi primo y, obviamente, eran mayores que yo. Fabio era uno de los amigos de mi primo, él solía hacer reuniones, hasta ahora incluso, donde todo, siempre, termina en cosas increíbles y yo no pensé que esa noche iba a ser mi primera vez. Era una reunión y mi primo me dio un par de preservativos, a pesar de ser cuatro años menor que él, me dijo que tenga cuidado, que uno nunca sabe. Yo, que no lo había pensado, le hice caso por hacerle caso y guardé los preservativos. Como te dije, yo tenía enamorada, una muy simpática por cierto, y no se me cruzaba por la cabeza serle infiel, pero también no podía negar que solo se limitaba a darme un beso. Y eso, a los catorce años, edad donde te hormiguea el pantalón, era demasiado difícil conformarse con esos besos. Bueno, llegó la noche y cuando llegué me presentaron a Ann, la hermana de Miguel, una chica muy desarrollada para sus catorce años. Yo ya la había visto años atrás, cuando Miguel nos invitaba a su piscina, incluso hablamos, pero sospecho que ella no se acordaba o se hacía la que no se acordaba, lo cierto es que nos presentaron. Y nada, ella me retuvo toda la fiesta, se juntaba mucho a mí, conversaba y bailábamos cada tanto. En un momento me dijo que estaba cansada y yo pensé que ya se iba, pero me dijo que la acompañe a su cuarto. A mí me incomodó, pero tampoco voy a negar que la tentación era grande, era consciente de lo que podía o no pasar. Entonces subimos y me dijo que mejor vayamos al cuarto de sus papás y yo le seguí. Entramos y se sentó en la cama y me dijo que no tenga miedo, que también me recueste a su costado. En eso, nos miramos y empezamos a besarnos y una cosa llevó a la otra. Para mí, que no voy a negar que fue increíble, también me tuvo un poco incómodo un par de días, mi primera vez fue siendo infiel y con la hermana de mi amigo.
Diana me miraba sorprendida y le pregunté qué es lo qué pasaba.
-¡Increíble! – me dijo aún atónita por la historia, sonriendo.- ¿Y luego qué pasó?
-Nada, me vestí y la besé, la dejé dormida y volví a la fiesta donde no podía ocultar una felicidad grande, pero también me sentía avergonzado cuando Miguel me acercaba para brindar juntos. Esa misma noche conocí a una chica que luego sería mi enamorada, luego me enteraría que era la mejor amiga de Ann.
-Eres un pendejo.
-No lo creo, solo fue algo que pasó. Fue mi primera vez y eso no se olvida.
-Estoy segura que eres un pendejo.
-No, creo que simplemente pasó.
-No ¿También me vas a decir lo mismo de todas las demás de las que me contabas?
-Bueno, sí, simplemente pasó.
-Sigo creyendo que eres un pendejo.
-¡Basta con eso! No lo soy.- dije sin parar de reírme.
-Lo sé porque no me vas a detener.- y en un instante se acercó y me besó.
Nos miramos y empezamos a reírnos.
-¿Me lo vas a negar?
Y nos revolcamos en la alfombra, las cervezas quedaron derramadas y nos paramos. Un beso intenso nos seguía envolviendo, me iba despeinando el cabello y yo acariciaba su espalda. Se detuvo y me tomó de la mano, cogió un whisky con la otra y fuimos a la habitación de sus papás. “Como mi primera vez”, pensé. Y nos recostamos. Se dejó desnudar y ella me desnudó a mí. Nos besamos y volvimos a besar. Ya dentro de las sábanas empezamos a hacer el amor, me arañaba la espalda y besé toda su humanidad. Suspirábamos con fuerza y ella no dejaba de gritar.
Cuando terminó nos quedamos dormidos bajo las sábanas, desnudos y muy cerca, acaricié su cuerpo, tan delgado, tan claro, tan suave, lleno de pecas. Fui al baño y de regreso me serví un poco de whisky.
Me puse la ropa interior y un polo, me acerqué al balcón que había en el cuarto y me puse a tomar pensando en Mónica, pensando en lo que había pasado y pensando qué pasaría después. Fumé un cigarrillo mientras veía Lima amanecer, uno de los espectáculos de los que siempre disfruté.
Terminé y me acerqué a ella, se veía muy diferente mientras dormía o quizá yo, desde ese momento, la estaba empezando a ver de una forma diferente. La empecé a acariciar y en ese momento podría decirle que la quería, pero no, Mónica aún estaba en mi cabeza y no podía hacerle esto a Diana, que, creo, me quería mucho y me había recibido en su casa, todas las veces, como un amigo de años.
Se despertó y me miró echado, mirando el techo con los brazos en la nuca.
-¿Es Mónica no? Siempre es ella la que te tiene así.- me dijo, no sé si amarga o triste.
-Sí, terminamos.
-Lo sabía, lo sospeché, tú nunca estás cansado.
-Sí ¿Qué hora es?
-No sé, pero ya está amaneciendo.
-¿Lo vemos juntos?
-Primero ven.
Volvimos a hacer el amor, con un poco más de calma y con más tranquilidad, lento y totalmente diferente. Luego vimos el amanecer.
A las nueve de la mañana, mal dormido, con sueño, de bajada, como ella lo había dicho, me cambié, comimos algo en su cocina, conversamos como si nada hubiera pasado e incluso nos reímos mientras mirábamos televisión con cierta rareza, parecíamos amantes (creo que lo éramos en ese momento) que se escondían de todo. Es demasiado interesante el descubrir emociones nuevas, como cuando tiene un comportamiento con alguna persona después de haber hecho (o sentir que han hecho) algo prohibido. No es amistad, no es amor, es un término medio donde hay una confianza grande, hay un cariño grande, pero no hay etiquetas sociales.
Tomé mis cosas, ordené lo que pude en la casa mientras escuchábamos algo de música, telefoneamos a Gustavo y Alexandra para ir a la casa de playa de Diana y al final nos despedimos. Bajó hasta el garaje conmigo y me dio un beso antes de que suba a la camioneta. Me dolía un poco la cabeza como para poder defenderme.
Salí y de frente me fui a las vías grandes, ya no me sentía triste por Mónica, es más, creo que estaba dispuesto a llamarla, pero no lo hice, no sabía lo que podía pasar con Diana.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

termine

Anónimo dijo...

Xino Adoro lo q haces.. Y muchas d las cosas que escribes m dejan siempre analizando mi vida.. Te kiero

Anónimo dijo...

Eres un pendejo chino y la ctm :D