septiembre 17, 2012

Alegrías, nunca más

10

Fue tan ficticia mi relación con Romina, que, como tratar de llenar un vacío con más vacíos, nos hartamos el uno del otro.

Una noche más que caminábamos de la mano rumbo a un hotel, ella y yo, en silencio, sin mirarnos. Ya era obvio que nos empezábamos a enfermar con tanta hipocresía. Solo esperábamos entrar en un cuarto de hotel, acostarnos e irnos sin hablar mucho, mintiendo al teléfono con nuestras parejas.

No iba a negarlo, ella sabía complacerme, me había hecho cosas que nunca imaginé que ella, sobre todo ella, la muchacha tierna, de mirada inocente sería capaz de hacer en la cama.

Y sin embargo, ambos nos asqueamos de nuestras propias mentiras. Jorge no se equivocaba, nunca se equivocó, Romina nunca iba a terminar con Fernando para estar conmigo y yo solo iba a pagar deudas pendientes del pasado. Eso era todo, tan simple, tan vano, tan trivial. El problema es que alargamos la relación y nos empezamos a compenetrar esperando encontrar algo que ya no éramos.

Llegamos al hotel, pagué la habitación sin saber que iba a ser la última. Dentro del cuarto nos desvestimos mientras no paraba de besarla. Volvimos a hacer el amor con toda esa furia que nos caracterizaba y cuando terminamos, jadeando rápido y profundo, ella me miró y tembló de frio. La abracé y besé su frente. Siempre fui tan romántico a la hora del sexo, podía ser capaz de decir “Te amo” a una prostituta bien pagada con la misma intensidad que podía decírselo a Mónica.

Prendí un cigarro recostando en la cama, entre la oscuridad y el humo, distinguía la silueta de su cuerpo. No podía negarlo, tenía un cuerpo increíble, los muslos firmes y los senos bien formados. La ropa interior siempre le asentó tan sensual.

Vi como se acercaba a mí, modelando por la habitación, caminando como en una pasarela, me quitó el cigarro de los labios y me regaló un beso, sin coquetería, sin cariño… sin amor. Volvió a terminar de vestirse con una mueca en la cara y yo eliminaba las cenizas de mi cigarro mientras lanzaba una bocanada que volvía a formar un ambiente vampírico.

Salimos del hotel a hurtadillas, ella me había contado que en ese mismo hotel, ella se acostaba con Fernando. Yo le dije que también algunas veces estuve con Mónica ahí.

-¿Cómo puedes estar tan tranquilo?- Dijo algo furiosa al verme caminando sin remordimiento alguno, con mucha serenidad. Me di cuenta que era el final, el mejor sexo de mi vida se iba por un ataque de “buena conciencia” por parte de ella.

No la detuve, no la convencí de nada ¿Quién podría aguantar sumergirse en tantas mentiras? Ella no vivía tranquila con la doble vida que llevaba, siendo la linda Rominita, la enamorada que encajaba perfectamente con Fernando, y luego siendo Romina, la complaciente amante que complacía su capricho, porque siempre fui eso para ella, un capricho que ella se animaba a tener ¿Empezó a sentir algo por mí? Nunca lo sabré, pero sospecho que sí ¿Cómo no iba a sentir algo? Nos involucramos demasiado el uno con el otro, tanto que nuestro amor furtivo se salió de control y ahí estaban las consecuencias, dilatadas a su máxima expresión. Pero con ella cortando de forma radical. No lo había dicho, pero eso ya lo entendía.

Al despedirnos no la besé, solo me alejé y le dije “Adiós, cuídate” a la distancia, como si volviera a verla en cualquier otro momento que nos den ganas de encontrar un abrazo ajeno. Ella no respondió, solo se entró a su casa, apurada, como quien tiene ganas de desahogar la impotencia de su debilidad. Creo que encontramos nuestros propios defectos en el otro y fue momento de hartarnos.

Nunca más volvimos a hablar, la veía por las calles, eso era inevitable, éramos vecinos. Incluso nunca más hablé con su mamá, mi querida tía. A su hermano lo veía montando skate por el barrio, me miraba y reconocía cierto odio hacia mi, ese odio que antes era admiración ¿Qué le habría contado? Compadrito, si supieras que tu hermana no es tan buena como crees y yo no soy tan admirable como creías, no me odiarías tanto y no querrías tanto a tu hermana.

En las cartas que ella me escribía, que empecé a releerlas, ella hablaba de que esperaba que nunca dejáramos de ser amigos ¡Frágil promesa! Y ahí estábamos, cruzándonos de vez en cuando, ella de la mano, esta vez con Fernando, seguro que siéndole infiel con otro y poniendo su careta de buena enamorada.

Yo los miraba, me convencía de que era fácil ser tan mierda sin que nadie se de cuenta y Mónica se encargó de confirmarlo, aunque yo terminé por darme cuenta.

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