mayo 19, 2013

Alegrías, nunca más

16


He pensado mucho en el día en que papá se fue de casa, demasiado diría yo o peor aún, seguido. Incluso algunas veces he tenido pesadillas con ese día tan trascendental, es como si todo se hubiera dividido en un antes y después de su partida, no solo como un hecho catatónico en mi vida, en la de mi hermana o mi mamá, que nos dejó sin piso, suspendidos, sin tener el tiempo necesario para entender qué pasaba, sino como un remezón en nuestras personalidades que cambiarían por completo. Tampoco se me hizo raro que papá se vaya de la casa, es como si presagiara el destino de mi familia, pero como uno nunca sabe cuándo exactamente sucederán estas cosas, me sorprendió la velocidad en cómo se dio todo.
Fue esa navidad la que me hizo entender todo lo mal que estaban las cosas en casa. Yo solo tenía un motivo profundo para ser indiferente en mi hogar, había decidido que no quería que me afecte nada. Y ahí llegó el día en que te das cuenta que ya no puedes seguir viviendo de espaldas con la realidad.
Amanecí en la casa de Jorge, después de haber estado en una fiesta. Fue la llamada de Romina el primer empujón.
-Hola ¿Gonzalo?-Escuché al otro lado del auricular.
-Romina ¿Qué pasó?
-¿Cómo está tu papá?- Me dijo algo preocupada. Cosa que me extrañó.
-Supongo que bien, en la casa.
-¿No te enteraste no?
-¿Qué pasó?-Dije algo alarmado
Me contó que había tenido un accidente, la noticia me cayó como bomba y no sabía si las nauseas que empecé a sentir eran producto del alcohol o de la gravedad de las cosas cómo imaginaba.
Colgué algo desesperado y miré a Jorge.
-¿Todo bien?-Me preguntó y sospecho que ya sabía por mis reacciones que no se trataba de algo bueno.
-Es papá, acaba de tener un accidente.
Salimos de su casa y el sol nos dio el primer impacto entendiendo que ya empezaba el verano. Era un veinticuatro de diciembre normal, la gente salía de sus casas, tomaba taxis y se movilizaba porque iba a esperar navidad esa noche y yo trataba de buscar alguna lógica absoluta a lo que estaba pasando ¿Qué accidente pudo haber tenido? A lo mejor ninguno tan grave como me estaba imaginando, quizá solo algo leve, muy probable que, por su afición al orden, se haya cortado, caído o quién sabe, ya me enteraría cuando llegue a casa.
Me convencí de eso y se lo conté a Jorge, él me dio la razón y seguimos con el camino a encontrar un taxi que me devolviera, lo más pronto posible a mi casa a ayudar con todos los preparativos navideños una cena exquisita, un árbol lleno de regalos, puras mentiras como si fuéramos realmente una familia funcional. A pesar de mi trato indiferente y limitado con la familia, siempre fui un fiel creyente en el núcleo de la sociedad, me fascina esa idea de una mesa familiar enorme con tíos, tías, abuelos, abuelas, primos, primas, hermanos y hermanas, todos reunidos en una suerte de carnaval, la bulla de los niños, las conversaciones entre los adultos y la música de fondo, todos sonriendo para las fotos familiares.
Cuando bajé del taxi, antes de entrar a casa, contesté la llamada de mi tío.
-¿Gonzalo?- Era la segunda vez que sentía ese tono al hablarme, ese tono tristón que amortiza una mala noticia.- Estoy con tu papá, tuvo un accidente, chocó un auto de la policía, pero todo está bien, está conmigo en el hospital y le están haciendo exámenes.- Sentí un escalofrío en la espalda, mi mente se nubló por un momento y solo aceptaba todo lo que escuchaba. Trataba de asimilar todo lo que entendía, mi papá había chocado, estaba en el hospital y por suerte todo estaba bien ¿Qué había pasado?  La respuesta me dejaría peor de lo que creí.
Entré a casa, estaba cansado y como no había nadie, me recosté en mi cama. Me quedé pensando un largo rato en el vínculo que tenía con mi papá, en nuestra distancia y en el momento en que nunca supe que se había roto un lazo.
Cuando era niño y me preguntaban qué era lo que quería hacer de grande, siempre respondía que iba a ser exactamente como mi papá, la vocación militar. Siempre lo admiraba, no miento, de pequeño siempre esperaba a que el llegara para contarle cómo me había ido en el colegio, para mirar juntos televisión, lo que sea con tal de estar junto a mi superhéroe ¡Cómo habían cambiado las cosas! ¿En qué momento se rompió ese lazo? ¿En qué momento me empecé a decepcionar? Me quedé dormido sin respuesta alguna.
Después de algunas horas me desperté y mamá recién había llegado, me sorprendí cuando la vi tranquila haciendo llamadas y tomando apuntes, todo giraba en torno al accidente, lo que el seguro cubriría o no y cómo se encontraba mi papá en la clínica. Después de un rato, ella entró a mi habitación y empezamos a conversar, le pregunté qué había sucedido y se echó a llorar, la abrazaba con fuerza y acariciaba su cabello, trataba de tranquilizarla y ya más tranquila me contó lo que había sucedido.
Había salido, él, a reunirse con unos amigos de su promoción, pero terminó en la casa de Elizabeth, su amiga (¿Amiga?), y tomaron algunas copas. Fue pasando las horas y mi papá empezó a perder la noción del tiempo y del espacio. Al despiste de ella, mi papá tomó las llaves, subió al auto y se fue por la costa verde ¿Rebasando la velocidad límite? Sí ¿Por qué no? Y se dio el impacto contra el auto de la policía.
Por otro lado, desde casa, mi mamá llamaba a mi papá una y otra vez, desesperada sin saber dónde se encontraba él. Obviamente, él no le respondía y a las dos de la mañana, resignada dio la última llamada cuando por fin mi papá se dignó a contestar y le contó sobre el accidente que acababa de tener. Ella lo ayudó con todo lo necesario porque mi mamá era así, un ángel de la guardia que cuida y ayuda sin esperar nada a cambio y esta vez no fue la excepción, a pesar de lo que hizo mi papá, a pesar de que mi mamá se enteró, lo ayudó porque antes de ser esposa, era una persona que tenía la capacidad de ayudar y no iba a negarse.
Conforme iba contándome, mi expresión y mi forma de ver lo que estaba pasando, cambió. Yo conocía muy bien quién era Elizabeth, incluso la tuve en frente mío
La primera vez que vi a Elizabeth, fue un sábado en la oficina de mi papá. Ella estaba en la fotocopiadora y yo pasé, la saludé y me fui al escritorio de mi papá. De salida, mi papá la llevó a su casa y yo me aislé de la conversación. Para ese entonces mi papá era un hombre al que nunca se le veía en casa, simplemente se desaparecía los fines de semana, no hablaba con nadie en casa y su malhumor era pan de cada día.
Pero la segunda vez que supe algo de ella, fue cuando, por casualidad, encontré un mensaje en el teléfono de mi papá. Claro, para esas épocas, los problemas en casa era interminables, no me imagino como sobrevivía a ese infierno a diario, el tener que cargar con esos problemas a la universidad y escapar cuando podía de ese lugar. Eran épocas en las que papá salía mucho y no decía a dónde. Se desaparecía y volvía en la madrugada. El mensaje decía “Gonzalo- increíble que mi papá se llame igual a mí- tú no me puedes dar la estabilidad que yo estoy buscando. Necesito a alguien que pueda darme lo que yo deseo, la seguridad que anhelo en esta vida. De todas formas yo te amo.” Al terminar de leer mi papá se acercó y yo me hice el despistado.
Esa era la tercera vez que Elizabeth se pronunciaba en mi familia, como siempre, derrumbándome por completo.
Esa noche, como si fuera un huérfano o un inválido social, mis tíos nos acobijaron para pasar la navidad. Ningún regalo me hizo sentir nada especial, ni si quiera el libro que tanto había deseado. Y para cuando papá llamó para saludarme, no quise atender la llamada porque yo soy así y no veo nada de malo en tener un fragmento de dignidad en la cabeza, la suficiente como para no volverte involucrar con las personas que te tocan el orgullo. Al igual que Alejandro, yo no iba a volver a hablarle, él podía hacerlo y yo quizá le responda algo, pero nunca más volvería a hacerlo sentir tan cercan a mí y por otro lado, Mónica pagaría con creces el  haberme jodido con mi mejor amigo, de eso también estaba seguro.
La hospitalización de mi papá duró una semana, mi hermana estuvo al lado de él todos los días y en las noches, ella me contaba que no dejaba de mencionarme, de que quería verme, pero yo no quería saber nada de él, es más, estaba seguro de que no quería hablar con él nunca más en mi vida. Sentí esa traición como una de las que, hasta ahora, no logró recobrarme por completo.
Pensándolo bien, a lo mejor ese lazo tan estrecho que había tenido con mi papá, se rompí el mismo día que se rompió el vínculo que tenía con mi mamá, no con Elizabeth, ambos sabemos que no es la única, que nunca fue la única, entre gitanos no vamos a leernos las manos, yo podía oler sus mentiras. Ese lazo se rompió en una escena parecida cuando yo tenía seis o siete años.
Pero mi mamá decidió no hacerle caso a papá y por eso se dedicó por completo a sus hijos (A Érika y a mí) a entregarnos el todo por el todo, a engreírnos por completo y con mi papá, solo limitarse a cumplir sus deberes de acompañante más por cuestiones de status quo que por convicción propia. Esto trajo todos los problemas, porque mi papá empezó a sentirse replegado, a sentirse aislado, por más que yo, en las noches, me acercaba a él, empezó a protestar de una manera indirecta, pensando que yo le robaba su papel de engreído.
La decepción inconsciente que sentí por él fue tan grande, que hasta ahora me persigue, siempre encuentro un defecto en sus actitudes, en sus opiniones y por lo general, encontrarme con esos errores son el darme cuenta de que esa decepción hasta ahora me atormenta, hasta ahora me deja atónito saber que en algún momento pude haber terminado como él. No solo creo que nos separamos, creo que empecé a odiar su vida, me siento tranquilo de no haber sido un militar ¿Habría sido igual que él?
Empezaron los golpes, los odios, las diferencias y por último, la indiferencia. En mis últimos años de la secundaria, detestaba mi dedicación continua a los libros y al escribir desenfrenadamente, cosa que, en público, decía sentirse orgulloso de eso. Se enervaba al escucharme decir que yo quería estudiar literatura, e incluso, ya en mis años cuando me preparaba para ser estudiante de letras, amenazó con denunciarme para quitarme los estudios porque yo ya era mayor de edad y no quería estudiar. Para esa época, lamentablemente yo no quería ser el Ingeniero que el tanto añoraba.
Siempre se burlaba de mis opiniones, de mi posición frente a lo que opinaba, cosa que algunos tíos celebraban con admiración. Y ver que sus amigos quedaban admirados de lo que yo creía, lo que hacía y opinaba, le fastidiaba demasiado y solo tenía como recurso, darme la razón y reírse, pero en el fondo no lo quería hacer.
No sé cuánto tiempo duró las réplicas emocionales y no quiero volver a pensar en ese infierno donde lo veía a mi padre con sentimiento encontrados ¿Sería dueño de un pasado terrible? ¿Los suficientes traumas como para ser la bestia que era ahora? ME dolía sentir pena y odio por ese personaje que era mi padre y que tenía la necesidad de ir corriendo tras él para disculparlo y decirle todos los “Te amo” que nunca me atreví a decirle. Pero ese mismo hombre es el que se olvidó de su familia y no merecía ni el más mínimo respeto de mi parte ¡Qué difícil era convivir con eso! Y por eso siempre prefería la calle, los amigos, la diversión banal que tanto cubría momentáneamente los vacíos que se iban formando en mi vida. Sí, momentáneos, porque todas las noches tenía que volver a cas y enfrentarme conmigo mismo en ese sentimiento amor-odio-pena con lo que desgraciadamente me tocaba vivir.
Pero no le bastó estrellar el carro, hacernos quedar en ridículo, tenía que estropearnos por completo ¿La venganza indirecta para hacernos doler lo que él habría sufrido? ¡Quién sabe! Lo cierto es que esa maldita tarde tuve que ver el celular de Elizabeth en el auto de papá y cuando se lo quité de un solo tirón, vi el nombre de ella en la pantalla ¿Por qué tendría el celular de ella? Era obvio, se seguían viendo y estallé y empecé a gritar, mi mamá también entendió todo y cuando llegamos a casa, vi cómo sacó sus cosas de la casa y en ese preciso momento me daba cuenta que no tenía familia, solo podía amar y encargarme de dos mujeres, mi mamá y mi hermana, punto final, no había nadie más por quién preocuparme y entregar todo lo que tenía para dar. De repente ya tenía que asumir responsabilidades que antes me eran indiferentes y ahora entendía que solo había un hombre en la casa ¿Acaso los momentos tan cruciales hacen que uno saque lo mejor de sí mismo? ¿O es solo un instinto salvaje de supervivencia? A lo mejor lo segundo es lo más probable, quizá todo se daba de esa forma porque no quería morir ahogado en mi propia desesperación, en el terror al que siempre le había temido, no ver a mi familia junta.
Si alguien tenía que asumir el papel de fuerte, era yo y tragarme mi febrilidad, tirarla a un costado o metérmela al bolsillo y poner esa actitud de tipo duro, diciendo que todo estaba bien , que no se preocupen por mi y que en el fondo quería saltar al vacío y olvidarme de todo. Pero no, tenía que esbozar la sonrisa todas las mañanas y salir de mi habitación con una energía fulminante que hiciera entender a mi hermana y a mi mamá que aún estábamos vivos, que seguíamos juntos y sólo era cuestión de seguir adelante. Me empecé a esforzar en la universidad y procuraba quedarme en familia los fines de semana mirando películas juntos o conversando. Moví toda mi voluntad y capacidad para que nada se desmorone, es como ser un malabarista, tratando de obtener el equilibrio de algo que está a punto de desmoronarse, era todo un sacrificio humano para mí, porque en el fondo, muy en el fondo, entraba solo a mi cuarto y antes de dormir me atacaba la tristeza, todo lo que trataba de ocultar en mi día a día. Siempre dije que estábamos solos y no debíamos de estar mal por eso, porque lo único que importaba era estar con la frente en alto porque para los arequipeños el tema del orgullo es fundamental y trascendental, quien no lo tiene, no pertenece a esta casta, la cosas era muy simple.
Pero yo no contaba con las traiciones de Mónica y como no soy de acero, se agotó la fuerza, se terminó el tipo duro y ya no había energía. Se acabó el agua mansa y empecé a irme cuesta abajo, ya nada podía remediar, se me era imposible lidiar con todo junto y el mundo entero se me venía encima. Dos golpes tan fuertes me devolvieron a la realidad y entendí que era menos fuerte de lo que creía.

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