17
Lucié y Diego se conocieron en un museo de
París o Madrid, no me acuerdo bien la historia, para esas épocas ella tenía un
novio catalán que la tenía hasta el tuétano con sus costumbres europeas, por
eso, al conocer a Diego en aquel museo, le recordó lo bien que sentía
encontrarse con un peruano y recordar que allá, a miles de kilómetros, cruzando
el gran charco, estaba el país, la patria de uno. Mejor aún que Diego sea
Arequipeño, eso le dio más gusto y entre palabrería, entre un café y otro, y
más citas para despejarse, terminaron siendo enamorados.Esa era su historia de
amor. Diego había partido a Francia a trabajar por un convenio en la
universidad y como le fue tan bien, la empresa terminó contratándolo y dándole
una beca para que terminara su carrera en la Universidad de La Rochelle, aunque
su proyecto de vida no era quedarse en Francia, se quedó el tiempo suficiente
para ahorrar y regresar a Arequipa junto a su mamá, darle todo lo que ella
merecía y poner un bar que le dé una vida tranquila.Era, irremediablemente, un
hijo ejemplar que no tenía papá y ese era muchas veces el problema, me contaba
Lucié en su nueva casa, que es difícil que un hombre haya crecido sin un modelo
masculino a seguir y por eso a veces era como un niño, entonces no me
sorprendió ver una planta de marihuana en su jardín y un Play Station 3 en su
sala.
Lucié era mi hermana por el primer matrimonio
de mi papá, nos llevábamos muy bien, siempre sentí que era la única que me
entendía porque era muy loca. Me acuerdo la primera vez que la vi, ella estaba
con uniforme de colegio paseándose por las calles de Arequipa, se había
escapado del colegio con unas amigas y cuando mi papá la vio desde el carro, la
hizo entrar y empezó a llamarle la atención, yo la veía relajada y nos
presentaron, me miró con ternura y me dio un beso en la mejilla diciendo que
era igualito a nuestro papá. A penas vio la oportunidad de irse a Madrid, lo
hizo sin pensarlo tanto y eso me encantaba de ella, era una chica convencida de
sí que se tomaba la vida de golpe, sin pensarlo y cuando toda la familia se
enteró que Lucié pensaba irse a Europa, ya era muy tarde reaccionar porque ya
había tomado sus maletas y estaba sentada en un avión rumbo al viejo
continente. Era así, dinamita para cualquiera que la veía y me encantó que no
dejara de enviarme correos, fotos con sus amigos que conocía en el barrio de Lavapiés,
Tirso de Molina o Malasaña y entendí que esa beca no tenía nada que ver con que
ella quería ser una gran profesional.
Siempre me sorprendió esa velocidad en la que trascurría
su vida, era una mujer segura, independiente y aventurera, no le tenía miedo a
nada y por eso, hacía un par de años, cuando llamé para su cumpleaños y me
decían que la línea estaba suspendida, le envié un correo pidiéndole su nuevo
número por si lo había cambiado, a los minutos me llamó de un número extraño y
me contó que estaba en Bueno Aires, viviendo la fiebre del mundial porque todos
los argentinos estaban felices de que Maradona sea el director técnico y me
dijo, entre su ebriedad y alegría que me amaba, que era el segundo hombre más
importante en su vida, porque el primero era nuestro papá y el tercero su novio
de turno y a eso le siguió nuestras carcajadas juntas ¡Cómo amaba a esa mujer!
Pensaba cuando entramos a su casa inmensa, de cinco pisos y a mí me dio todo el
segundo piso, las llaves de un Toyota Auris y las llaves de la casa.
Lucié se despidió, esa noche la pasaría en
casa de su mama, entré mi nueva habitación, me senté en la cama y recibí una
llamada de Mónica.
-¿En verdad haz terminado conmigo?
Ni si quiera tuve que responder esa pregunta,
colgué de un tiro y me recosté, Mónica lograba eso sin esforzarse mucho,
ponerme de un humor terrible si lo quería, arruinarme la paciencia en un dos
por tres y ella lo sabía, lo sabíamuy bien porque mi debilidad era caer en su
juego de una forma estúpida, detestaba sus ganas de controlar todo de mí, o
peor aún, detestaba mi forma tan infantil de terminar siendo parte de su
jueguito.
¿Quería regresar conmigo? Sí, estoy seguro que
ella era incapaz de darse cuenta que nuestra relación era enfermiza, casi
tóxica, deteriorándonos el uno al otro, dando y devolviéndonos los golpes como
una guerra de nunca acabar, donde el orgullo dictaba indiferencia, el que se
ponía celoso perdía y el que daba el último golpe iba un punto arriba del otro.
Éramos realmente terribles, incapaces de reconciliar nuestras barbaridades,
pedirnos perdón y llevar una relación en paz ¡No! Nada que ver, incluso
sacándonos celos éramos los mejores con tal de sacarnos algo de ventaja.
Traté de olvidarme del asunto, profundizar en
Mónica era olvidar que estaba en Arequipa exactamente para dejar de lado eso en
lo que pensaba, entonces tomé mi lap top, las llaves del auto y fui a tomar un
café en el Mall a escribir. A noventa kilómetros por hora, en un par de
cuadras, la ciudad solo es una fuga de mi existencia, lo sabes por la velocidad
y porque todas las imágenes son fugaces. Siempre tuve esa extraña manía de
pisar a fondo el acelerador cuando estaba harto de cualquier situación, sí,
también tengo que aceptar que soy más emotivo de lo que creo.
Estacioné en el parqueo y entré en busca de un
café, me sorprendió ver tremenda construcción y entre tienda y tienda, encontré
el café y me senté a escribir un poco esa novela que podía decir lo que sentía,
lo que debía contarse, contar un poco de Diana, pero sobre todo, contar lo que
era Mónica en mi vida, claro, le cambiaría de nombre ¿Cómo la llamaría?
¿Alexandra? ¡Quién sabe! Esas cosas ya se me ocurrirían mientras tecleaba con
más fuerza y velocidad. Y entonces.
-¿Gonzalo? ¿Eres tú?
Sí, reconocía bien esa voz, Renata, porque
Arequipa solo significaba su nombre, un nombre impregnado en mi memoria y en
mis labios. Di la vuelta y ahí estaba, reluciente como era de esperarse, con
esa sonrisa tan hermosa, acercándose a saludarme con un saco negro y una
bufanda que la hacían ver preciosa. La abracé con fuerza, había pasado un año
sin verla y la invité a sentarse conmigo. Había ido con unas amigas a comprar
algunas cosas y a pasear, pero ella se estaba aburriendo y me empezó a llamar
la atención por no avisarle que había llegado a Arequipa, porque hace tiempo
que no brindábamos como aquellos tiempos, cuando la conocí y recién teníamos
catorce o quince años y cada vez que llegaba a Arequipa buscaba a mis amigos
del colegio donde estudié cuando viví ahí. Exactamente fue uno de esos amigos
que me la presentó y bailamos casi toda la noche y al año siguiente, cuando
volví a Arequipa para las vacaciones de verano, la busqué solo y exclusivamente
a ella para conversar y perdernos por las calles de Yanahuara. No sé qué había
entre los dos que no queríamos separarnos en ningún momento. Ya teníamos
dieciséis años y fumábamos a escondidas entre las callejuelas y nos besábamos a
cada tanto, nos sentábamos en una banqueta y veíamos a los tunos cantarle a
alguna novia que se casaba y nos íbamos al mirador, era de noche y la besaba
una vez más, abrazados, perdiendo la paciencia de que solo estaría una semana y
luego tendría que esperar un año más para verla. Tengo que aceptar que siempre
me dolía dejar Arequipa, no solo porque siempre me puso sentimental alejarme de
ese lugar donde quise vivir más de lo que pude, sino porque mi relación con
Renata nunca podía concretarse hasta que ella vaya a Lima o yo me quede ahí
para conversar como lo estábamos haciendo en ese café, y volvía a mirar ese
saco y esa bufanda que le daban un aire a que el tiempo había pasado y ya no
teníamos catorce o quince.
-¿Vamos por unas cervezas? – Me dijo y acepté,
al rato pagaba la cuenta, tomaba la computadora e íbamos camino al
estacionamiento mientras ella me ponía al día de lo que había pasado con
nuestros amigos.
No sabíamos a dónde ir a tomar unas cervezas y
como yo estaba en el carro, no podía tomar, así que no se nos ocurrió mejor
idea que comprar dos six pack de Cusqueñas y tomarlas en el carro estacionados
en la puerta de la casa de mi hermana al ritmo del único cd que estaba a la
mano y que sonó durante toda la noche en medio de nuestra conversación.
Me contó de su anterior relación, que fue un
desastre total, que los celos de él terminaron hartándola y rompieron con un
montón de lágrimas de ella, que siempre la trató mal y para olvidar todo ella
se fue a Santiago, en Chile, para un tiempo despejarse. Yo no le dije que
estaba en Arequipa por los mismos motivos, solo le dije que también había
terminado de una relación y me limité a no decir más.
Se terminaron las cervezas y queríamos más, me
negué porque no iba a manejar con seis cervezas en la cabeza, de hecho ya
estaba sobre el límite de alcohol permitido en la sangre.
-¡Vamos! No va a pasar nada.- Dijo ella
riéndose.
-No pues, va contra la ley.
-No seas maricón.- Dijo desafiándome y grave
error por parte de ella, eso no me va a decir a mí. No, no, no ¡Vamos! Gonzalo
no soporta que lo desafíen y encendí el motor con un rugido feroz, puse primera
y solté el embrague de un tirón y las llantas salieron rechinando rumbo a el
mismo lugar donde habíamos comprado las primeras.
Volvimos al mismo lugar, dentro del auto para
seguir la conversación, esta vez más coquetos, más dispuestos. La verdad es que
no había pensado en besarla, no quería que piense que solo la buscaba para eso,
pero ya estábamos avanzados y siempre era la misma atracción que terminaba por
traicionarnos y nos devolvía a donde pertenecían nuestros labios, junto a los
del otro. Sí, la estaba besando y me preguntaba por qué, al besar a Mónica, no
sentía que entraba al paraíso.
Nos quedamos hasta las cuatro de la mañana
dentro de ese Toyota Auris, en la última hora nos recostamos cada uno en su
asiento, mirándonos el uno al otro con esos ojos que se miran solo un par de
enamorados, ella se quejaba y se preguntaba por qué las cosas estaba como
estaban, por qué yo no estaba ahí, en Arequipa para poder estar juntos de una
vez por todas e intentar ser la pareja que éramos frente a todos los amigos que
teníamos.
Llamó a un taxi y se fue a su casa, antes de
despedirnos quedamos en hacer algo juntos ese fin de semana y le dije que no se
preocupara y que me llamara cuando llegue a su casa para saber si había llegado
bien.
No sé cómo metí el carro a la cochera, solo
recuerdo que me llamó y nos quedamos chateando un par de horas más hasta que
veía cómo amanecía Arequipa y me quedé dormido con la lap top en mis faldas.
Al día siguiente me desperté y fui a la sala a
ver las noticias, pero ya era demasiado tarde y solo encontraba programas de
espectáculos. Lucié llegó y me dijo que almorzaríamos juntos con mi primo
Daniel, en el Café y vinos, el mismo café-bar en las mañanas era un bistrot,
sí, usó la palabra bistrot y me reí, pero luego me dijo que no me riera porque
François, el dueño, era francés y que ya me vaya a la ducha que ya se nos hacía
tarde.
Estaba muy alegre, llamé a Renata para decirle
que en la noche podíamos ir a dar una vuelta y me dijo que estaría por el Mall,
así que no había problema. Salí de la ducha, mientras me vestía seguía pensando
en ella y lo bien que la habíamos pasado ocho horas atrás.
Salimos con el auto directo al centro, Lucié
me contaba que junto a Diego habían puesto un bar, que les iba bastante bien y
que le gustaba la vida que tenía, sin muchas preocupaciones y con mucho amor.
Pero si de algo estaba segura, es que no se iba a casar, siempre le había
tenido un pavor exorbitante a una boda, ni si quiera ella sabía por qué, pero
yo sospechaba que era porque quizá le habría dolido tanto la separación de
nuestro padre con su madre ¿Cómo habría vivido eso? Si yo ya estaba hasta el
cuello luchando con la misma situación que ella vivió hace veintitantos años.
Me olvidé del asunto y estacionamos el auto en
una playa, salimos y el sol seguía radiante, caminábamos abrazados, nadie podía
confundirnos como enamorados, no solo porque no la abrazaba por la cintura, si
no porque todo los que nos conoce, deduce al instante que somos hermanos porque
dicen que somos idénticos, pero yo solo sé que tenemos el mismo faz. La besaba
en la frente de tanto en tanto y ella se pegaba más a mí.
Llegamos a los Claustros de la Compañía, al
segundo piso donde quedaba el café-bar-restaurante, a veces solo restaurante o
a veces solo café-bar, dependiendo de la hora y los clientes. Daniel ya estaba
ahí, se alegró de vernos tan contentos y cariñosos. Pedimos todos lo mismo,
pollo al romero con ensalada española y de entrada algo que tenía prosciutto y
albahaca. El almuerzo se prolongo muchas horas hasta que ellos se ponían a
brindar con unos pisco sour y yo me moría de envidia porque yo era el chofer de
ese día. Nos reímos todo el tiempo, contando las anécdotas que ya habíamos
olvidado y recordando a todos los primos, tíos y familiares que teníamos en
común, brindando de nuevo y yo solo con vaso de agua porque, me repetían a cada
rato, tú eres el chofer pues Gonzalo y la risa general hasta de Françoise, el
dueño del café-bar-restaurante, que era muy amigo de Daniel.
Salimos de ahí cuando ya era las seis o siete,
me despedí de Daniel, en unas noches volaba a New York, a visitar a la familia
de su papá que, irónicamente, también se había separado de su mamá ¿Coincidencia
de que nosotros tres, tengamos básicamente el mismo problema en diferentes
etapas? A lo mejor, no sé, no soy de los que cree en el destino o en los signos
del zodiaco, y en esas épocas tampoco creía que había un Dios, esa palabra que
se me hacía tan lejana o tan grande para mí, como si solo fuera un eco de lo
que dicen los demás a lo lejos y yo, junto a mis problemas, estuviera en otra
órbita, otro mundo donde Dios no era una solución a todo.
Llegamos a la casa y Diego estaba con un amigo
suyo en la sala, jugando Play Station, Lucié se sorprendió porque se suponía
que Diego estaba en Cuzco y no iba a llegar tan pronto, pero la sorpresa fue
grata porque Diego era un tipo genial y mejor aún su amigo de dreads hasta la
cintura, lástima que solo me quedé un rato porque Renata me esperaba en el
Mall. Me sorprendió enterarme que el carro era de Diego, pensé que era de
Lucié, pero Diego me dijo que no me preocupara, que él había tenido un par de
accidentes y que ya no le gustaba movilizarse en el auto, que solo lo tenía por
si había una emergencia, que normalmente se movía en taxi, Lucié me decía que
sí, que no me haga problemas, pero que tampoco haga tonterías. Entonces volví
al carro y fui en busca de Renata.
Me estaba esperando en el Mall y me dijo que
podíamos ir a visitar a los Renzos, unos amigos que tenían el mismo nombre y
que eran como hermanos, siempre juntos de arriba para abajo, desde el colegio
¿Cuál “Desde el colegio”? dirían ellos, desde la cuna. Los sacamos de sus casas
y nos fuimos a la plaza de Yanahuara, frente al mirador a fumar y conversar un
poco, lo suficiente para que me inviten a una fiesta en el bar que había puesto
una amiga en común. No sabría decir si realmente disfrutaban de mi compañía, yo
podría jurar y re jurar que sí, porque cuando estaba en Arequipa salía con
ellos junto a otros amigos y a veces se unía Renata, también. Me dejaban
saludos por mi cumpleaños en mi correo y a veces me preguntaban cuando iría
para salir a celebrar. Sí, no habría por qué dudar, tenía buenos amigos y me
gustaba que sepan que entre Renata y yo había algo, que no era raro que la
abrace por la cintura cuando estábamos los cuatro conversando y ella me tome de
la mano.
Nos despedimos y fui a dejar a Renata y en el
camino me pregunté que estaría haciendo mi primo mayor, ese loco de la familia,
por parte de mi mamá que se atrevió a estudiar filosofía, le di unas llamadas y
me dijo que estaba en su bar, en Santa Catalina, que vaya porque había un
concierto. Busqué un estacionamiento y ubiqué el lugar muy rápido. Entré y me
encontré con mi primo y sus amigos. El bar se llamaba “La Nona Loca” Y era como
esos bares que hay en el centro de Lima, donde hay conciertos, una barra y
mesas. Entré y me pasaron la voz, tocaba el vocalista de No Recomendable al que
luego me lo presentaron y se animó a tomar un par de tragos con nosotros y se
reían de mí porque tiritaba de frio a pesar de que traía una polera debajo de
la casaca y una bufanda.
-Tomate otro trago, hermano, para que te
calientes.- Me decía mi primo y yo le hacía caso.
Si hay algo que uno debe de saber por cultura
etílica, es que nunca, repito: nunca, se toma en altura, la misma cantidad que
tomas en Lima, no sé si es ciencia exacta, pero las copas te pasan de vueltas
en menos del tiempo que vas calculando y
yo no sé en qué momento estaba colorado, con los ojos adormecidos, sonriendo
porque estaba un poco mal, todos se reían y yo los acompañaba ¿Qué otra cosa
podía hacer?
En un momento ya éramos cuatro en la barra,
sentados y mi primo al otro lado, sirviendo más tragos para los invitados especiales
de la noche. Y en otro momento ya estábamos cerrando el bar y entrábamos a un
taxi con un rumbo al que no conocía, me olvidé del Auris, me olvidé de llamar a
mi hermana y ya estábamos entrando a un burdel, compramos más cervezas y solo
recuerdo espasmos, es como si todo hubiera sido un sueño, yo hablaba mucho, el
espectáculo de las diferentes chicas estaba a mi costado y se nos acercaban
otras tantas a conversar con nosotros y yo seguía hablando, de libros,
películas y de la novela que pensaba escribir, una novela muy personal. Mi
primo me dijo que estaba loco, que no se puede escribir con tanta realidad, que
eso es peligroso, que terminaría comprometiendo a muchas personas y alejando a
otras personas de mí. Debí haber estado muy ebrio para contarlo todo sin ningún
prejuicio en mi cabeza, generalmente el alcohol ocasionaba ese irremediable
efecto colateral, hablar de todo sin un solo pelo en la lengua ¿Era la mejor
parte de mí que estaba tan acostumbrado a las medias verdades? No sé qué tanto
tiempo estuvimos ahí, cuando salí, ya había salido el sol y empecé a vomitar en
un poste, mi primo se reía y me pedía tranquilidad, que me iba a dejar en mi
casa y entonces recordé que no tenía el carro, que estaba en el centro de la
ciudad. Me di por muerto entonces recién me tranquilicé, porque las cosas no
podían estar peor, ya que mi hermana tampoco sabía mi paradero.
Llegué a la casa en condiciones deplorables,
subir la escalera fue un infierno y volví a vomitar en el baño del segundo
piso, sentía todo ese desastre que dura el infierno que es vomitar, las arcadas
en el estómago, los ojos llorosos, ese sabor amargo que se queda en el paladar
y solo volví a mi habitación y me acosté con lo que tenía puesto, jurando, como
tantas veces lo hice, que no volvería a tomar hasta perder el control.
A la mañana siguiente me desperté con un dolor
de cabeza endemoniado, el mundo me seguía dando vueltas y mi ropa apestaba a la
perdición de la noche anterior. Tenía un sentimiento de culpa terrible y ni si
quiera quería ver a mi hermana y menos a Diego, me iban a matar y justo la
noche anterior Lucié me dijo que no haga tonterías, como si presagiara lo que
iba a venir, todo estaba bonito, por lo menos para ellos había sido
responsable, aunque no sabían que había estado con Renata tomando en el Auris,
que lo había manejado un poco mareado y como loco, haciendo rechinar las
llantas, peor aún que de pura amargura reventaba el tacómetro acelerando hasta
noventa kilómetros por hora en una callecita. Pero justo cuando Lucié me advirtió,
hice tremenda estupidez.
Tenía sed, hambre y ganas de bañarme, pero en
ese estado no podía mover ni un dedo, el simple hecho de mover la cabeza para
acomodarme en la almohada, me daba dolor de cabeza y nauseas, como si quisiera
vomitar de nuevo. Entonces entró Lucié a mi habitación y yo ya creí que me iba
a botar de su casa como un perro, mi corazón latía a mil por hora porque todos
sabemos cómo es Lucié cuando realmente se amarga. Pero no, para mi sorpresa se
acercó y besó mi frente, me dijo buenos días y qué quería desayunar. Lo que
sea, dije sin pensarlo y luego agregó que mi primo la había llamado, le dijo
que habíamos estado tomando y que el carro lo iba a dejar en una playa para no
ocasionar ningún problema y luego volvió a besarme diciéndome que le gustaba
que fuera tan responsable, que era lo mejor que podía hacer. Sí, era mi día de
suerte.
Levantarme me costó tres horas más y de
desayuno me dieron un almuerzo entero por la hora y porque sospechaban que con
esa resaca estaría dispuesto a comerme un elefante entero sin titubear. Me
acabé una Coca-Cola de tres litros entera y ya me sentía mejor. Diego apareció
y me dijo que había traído el auto, me agradeció por haberlo cuidado tan bien y
me felicitó porque era un chico responsable, me entregó las llaves de nuevo y
yo asentí con la cabeza diciendo gracias, que no se preocupara. Pero de algo
estaba seguro, no iba a volver a tocar ese carro.
Toda la tarde me la pasé tirado en el quinto
piso, donde tenían una suerte de terraza con vista a toda Arequipa y, por
supuesto, al volcán Misti, estaba escuchando música, acabándome las gaseosas y
botellas de agua que encontraba en el refrigerador hasta que Mónica apareció de
nuevo.
-Gonzalo ¿Qué tal?
-Bien, todo bien.- No sé con qué voz lo dije,
a lo mejor dije todo normal, pero Mónica tenía una capacidad admirable de
deducir todo por y empezó la guerra de nuevo.
-¿Es en serio que has salido anoche? Seguro te
la has pegado con tus amigos de Arequipa y has conocido a un montón de chicas y
has hecho de las tuyas ¿Crees que no te conozco? ¿Crees que me vas a engañar?
Eres un idiota, Gonzalo, ya sé por qué querías terminar conmigo, porque quieres
estar libre para darte la vida de soltero que tanto te gusta…
No sé en qué terminó todo, sólo colgué el
teléfono y subí el volumen al iPod para seguir escuchando el álbum Radiolina de
Manu Chao. Al rato otra vez el celular y ya estaba a punto de gritar porque
pensé que era Mónica, pero era Renata, haciéndome recordar que en la noche era
la fiesta en el bar Qochamama, que quedaba en San Francisco, apunté la
dirección y le dije que llegaría tarde, porque estaría en el bar de mi hermana
un rato conversando con ella y su enamorado.
Vi el cómo el sol se dormía por un lado,
apagándose y dándole un color morado al volcán, un espectáculo inigualable que
iba saboreando con un cigarro en los labios. Me pregunté cómo hubiera sido mi
vida si me hubiera quedado a vivir en Arequipa, es decir, si nunca hubiera
viajado demasiado con mi familia ¿Habría conocido a Renata? ¿Habría despertado
mi vocación a las letras? ¿Habrían ocurrido los mismos problemas de ahora? Daba
vueltas en mi cabeza.
Cuando el frio empezó a golpear, volví a mi
habitación a vestirme para ir al Qochamama, me pareció gracioso el nombre,
habría que ir para saber cómo era ese bar del que tanto me hablaron la última
vez que estuve con Renata y los Renzos, pero primero daría una pasada por el
bar de mi hermana que tenía un nombre seductor “Deja Vu” donde podías tomar unas cervezas, unos
tragos preparados, fumar de una narguila o hookah, como quieran llamarlo, y
también fumar unos cigarrillos traídos de la India que tenían un sabor bastante
agradable, todo eso al ritmo de canciones perfectas para conversar, el bar
estaba perfecto. Sólo me pedí un par de cervezas mientras fumaba mis infaltables
Marlboro rojo y seguía conversando con el tipo de dreads hasta la cintura, que
me contaba que viajaba tirando dedo desde hace tres años por todo Sudamérica y
que había conocido a Diego en Camaná, la muy concurrida playa Arequipeña.
Entonces sonó mi celular y era un Renzo, me
dijo que ya vaya, que todos estaban esperándome, así que cogí mi casaca, recogí
mis cigarrillos y le dije a Lucié que estaría ahí, a un par de cuadras con unos
amigos. Me dijo que todo estaba bien, que no se preocupaba porque sabía que yo
era un chico responsable. Me fui dando una carcajada irónica.
Llegué al famoso Qochamama, la verdad es que
era un encanto de bar, era parecido al Mochileros de Barranco, o por lo menos
tenía ese aire, muy diferente al Café y Vinos, que más se parecía a la Posada
del Ángel, también en Barranco. Fue genial encontrarme con todos mis amigos que
me conoces desde los seis años ¡Cómo había pasado el tiempo! Se repetía la
frase cada vez que chocábamos las copas y Renata me besaba una vez más. Era una
escena de película, lo que realmente cualquiera podría ansiar toda su vida, una
chica a la que quieres mucho, delante de tus amigos divirtiéndote, pero todo
era una burbuja temporal, en unos días ya no estaría en Arequipa y despedirme
de ella sería arrancarme el corazón en silencio.
En un momento Renata y yo salimos a tomar
aire, una excusa típica para estar solos, abrazarnos y decirnos lo mucho que
nos queremos. Me preguntó qué es lo que pasaba, no entendía por qué siempre
volvíamos a lo mismo sabiendo que al final era peor para nosotros porque
despedirnos nos costaba mucho y ella se ponía muy triste y yo sentía morir,
peor aún si eso iba a suceder al día siguiente. Solo me quedé en silencio, no
iba a mentirle, la abracé y dije que no me gustaba que las cosas fueran así,
hizo un puchero y la besé en la frente, le dije que la quería, lo dije de
corazón porque en verdad eso sentía, me dijo que también me quería y me palmeó
el trasero y nos reímos juntos, nos volvimos a besar.
Regresamos al bar y la diversión estaba en su
máximo esplendor, todos bailaban y seguíamos brindado por lo que sea, ya nada
importaba. De esa noche hay varias fotos, de algunos abrazados, de las chicas
bailando y uno que otro que terminaron ebrios. Pero hay una foto que guardo
hasta ahora, la de ella y yo besándonos en medio de la multitud, el resto sigue
en lo suyo, pero nosotros dos somos la escena principal de esa foto.
La fiesta duró hasta las tres de la mañana y
luego un Renzo nos invitó a su casa a hacer el After-Party, solo un grupo pequeño
iría a esa terraza donde vimos el amanecer de Arequipa y yo ya sabía que en
unas horas regresaba a Lima, que tendría que pasar un año para volver a ver a
Renata otra vez, a menos que ella vaya a Lima. La dejé en su casa y el mismo
taxi me devolvió a la casa de mi hermana, cuando llegué no pude dormir, me la
pasé pensando en Renata.
A la mañana siguiente hice mi maleta en una
hora y Diego me llevó al aeropuerto en el Toyota Auris, me reí en el camino
porque recordaba todo lo fuera de lugar que fue tener ese carro a mis
disposición y él se creía que me reía de sus bromas, Lucié se despidió de mí en
su casa, tenía que almorzar con su mamá, así que no tenía mucho tiempo y cuando
llegué al Aeropuerto, Renata me estaba esperando para despedirse. Diego nos
dejó solo y me prometió cuidar de Lucié, porque le dije que la quería demasiado
y quería que haya alguien que me de la seguridad. Renata se sorprendió al
escuchar eso de mí y cuando se fue me preguntó si ese no era el carro que yo
tenía y nos reímos porque nos acordamos de la primera noche que nos encontramos
en el café del Mall y nos fuimos a tomar unas cervezas a ese carro.
No paramos de decirnos que nos íbamos a
extrañar, que nos queríamos mucho y, naturalmente, no dejábamos de besarnos a
cada tanto. Compré un par de revistas para el camino y un periódico para informarme
qué había estado sucediendo mientras yo iba tocando fondo de las formas más
deplorables. Renata me entregó una carta y me dijo que tenía que irse. Ella
lloraba y yo trataba de explicarle que no era el fin del mundo, que las cosas
se iban a dar como se tengan que dar, pero igual no podíamos perder el vínculo,
ella aceptaba lo que le decía con la cabeza y llorando un poco menos,
limpiándose las lágrimas con mi casaca.
Subí al avión y partí casi al instante, vi a
Renata hacerme adiós desde el aeropuerto y me puse triste, porque recordaba esa
frase de Joaquín Sabina que decía que al lugar donde has sido feliz no debieras
tratar de volver y creo que entendía mucho de esa frase o por lo menos lo
entendía a mi manera, la manera que me hacía romperme la cabeza, incapaz de
alejar la imagen de ella fumando conmigo una noche, cuando teníamos quince o
catorce, besándonos en el mirador de Yanahuara, con las luces dicroicas en el
piso iluminando nuestros rostros, haciendo una escena perfecta de un cuento de
hadas.
Leí y releí su carta en todo el viaje que
duraba un poco más de una hora. Entré a esa Lima de cielo gris, ensimismada,
con un frio diferente, con un aire diferente por respirar. La aerolínea tuvo
problemas para que bajemos del avión porque todas las mangas estaban ocupadas y
mientras solucionaban eso, cogí el periódico y leí una noticia sobre un caso de
violación de unos niños del orfanato de Huaraz, en el norte del país, una
noticia que me iba a devolver al pasado, a reencontrarme con un fantasma que
iba a devolverme algo que yo mismo había perdido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario