mayo 27, 2013

Alegrías, nunca más

17

Lucié y Diego se conocieron en un museo de París o Madrid, no me acuerdo bien la historia, para esas épocas ella tenía un novio catalán que la tenía hasta el tuétano con sus costumbres europeas, por eso, al conocer a Diego en aquel museo, le recordó lo bien que sentía encontrarse con un peruano y recordar que allá, a miles de kilómetros, cruzando el gran charco, estaba el país, la patria de uno. Mejor aún que Diego sea Arequipeño, eso le dio más gusto y entre palabrería, entre un café y otro, y más citas para despejarse, terminaron siendo enamorados.Esa era su historia de amor. Diego había partido a Francia a trabajar por un convenio en la universidad y como le fue tan bien, la empresa terminó contratándolo y dándole una beca para que terminara su carrera en la Universidad de La Rochelle, aunque su proyecto de vida no era quedarse en Francia, se quedó el tiempo suficiente para ahorrar y regresar a Arequipa junto a su mamá, darle todo lo que ella merecía y poner un bar que le dé una vida tranquila.Era, irremediablemente, un hijo ejemplar que no tenía papá y ese era muchas veces el problema, me contaba Lucié en su nueva casa, que es difícil que un hombre haya crecido sin un modelo masculino a seguir y por eso a veces era como un niño, entonces no me sorprendió ver una planta de marihuana en su jardín y un Play Station 3 en su sala.
Lucié era mi hermana por el primer matrimonio de mi papá, nos llevábamos muy bien, siempre sentí que era la única que me entendía porque era muy loca. Me acuerdo la primera vez que la vi, ella estaba con uniforme de colegio paseándose por las calles de Arequipa, se había escapado del colegio con unas amigas y cuando mi papá la vio desde el carro, la hizo entrar y empezó a llamarle la atención, yo la veía relajada y nos presentaron, me miró con ternura y me dio un beso en la mejilla diciendo que era igualito a nuestro papá. A penas vio la oportunidad de irse a Madrid, lo hizo sin pensarlo tanto y eso me encantaba de ella, era una chica convencida de sí que se tomaba la vida de golpe, sin pensarlo y cuando toda la familia se enteró que Lucié pensaba irse a Europa, ya era muy tarde reaccionar porque ya había tomado sus maletas y estaba sentada en un avión rumbo al viejo continente. Era así, dinamita para cualquiera que la veía y me encantó que no dejara de enviarme correos, fotos con sus amigos que conocía en el barrio de Lavapiés, Tirso de Molina o Malasaña y entendí que esa beca no tenía nada que ver con que ella quería ser una gran profesional.
Siempre me sorprendió esa velocidad en la que trascurría su vida, era una mujer segura, independiente y aventurera, no le tenía miedo a nada y por eso, hacía un par de años, cuando llamé para su cumpleaños y me decían que la línea estaba suspendida, le envié un correo pidiéndole su nuevo número por si lo había cambiado, a los minutos me llamó de un número extraño y me contó que estaba en Bueno Aires, viviendo la fiebre del mundial porque todos los argentinos estaban felices de que Maradona sea el director técnico y me dijo, entre su ebriedad y alegría que me amaba, que era el segundo hombre más importante en su vida, porque el primero era nuestro papá y el tercero su novio de turno y a eso le siguió nuestras carcajadas juntas ¡Cómo amaba a esa mujer! Pensaba cuando entramos a su casa inmensa, de cinco pisos y a mí me dio todo el segundo piso, las llaves de un Toyota Auris y las llaves de la casa.
Lucié se despidió, esa noche la pasaría en casa de su mama, entré mi nueva habitación, me senté en la cama y recibí una llamada de Mónica.
-¿En verdad haz terminado conmigo?
Ni si quiera tuve que responder esa pregunta, colgué de un tiro y me recosté, Mónica lograba eso sin esforzarse mucho, ponerme de un humor terrible si lo quería, arruinarme la paciencia en un dos por tres y ella lo sabía, lo sabíamuy bien porque mi debilidad era caer en su juego de una forma estúpida, detestaba sus ganas de controlar todo de mí, o peor aún, detestaba mi forma tan infantil de terminar siendo parte de su jueguito.
¿Quería regresar conmigo? Sí, estoy seguro que ella era incapaz de darse cuenta que nuestra relación era enfermiza, casi tóxica, deteriorándonos el uno al otro, dando y devolviéndonos los golpes como una guerra de nunca acabar, donde el orgullo dictaba indiferencia, el que se ponía celoso perdía y el que daba el último golpe iba un punto arriba del otro. Éramos realmente terribles, incapaces de reconciliar nuestras barbaridades, pedirnos perdón y llevar una relación en paz ¡No! Nada que ver, incluso sacándonos celos éramos los mejores con tal de sacarnos algo de ventaja.
Traté de olvidarme del asunto, profundizar en Mónica era olvidar que estaba en Arequipa exactamente para dejar de lado eso en lo que pensaba, entonces tomé mi lap top, las llaves del auto y fui a tomar un café en el Mall a escribir. A noventa kilómetros por hora, en un par de cuadras, la ciudad solo es una fuga de mi existencia, lo sabes por la velocidad y porque todas las imágenes son fugaces. Siempre tuve esa extraña manía de pisar a fondo el acelerador cuando estaba harto de cualquier situación, sí, también tengo que aceptar que soy más emotivo de lo que creo.
Estacioné en el parqueo y entré en busca de un café, me sorprendió ver tremenda construcción y entre tienda y tienda, encontré el café y me senté a escribir un poco esa novela que podía decir lo que sentía, lo que debía contarse, contar un poco de Diana, pero sobre todo, contar lo que era Mónica en mi vida, claro, le cambiaría de nombre ¿Cómo la llamaría? ¿Alexandra? ¡Quién sabe! Esas cosas ya se me ocurrirían mientras tecleaba con más fuerza y velocidad. Y entonces.
-¿Gonzalo? ¿Eres tú?
Sí, reconocía bien esa voz, Renata, porque Arequipa solo significaba su nombre, un nombre impregnado en mi memoria y en mis labios. Di la vuelta y ahí estaba, reluciente como era de esperarse, con esa sonrisa tan hermosa, acercándose a saludarme con un saco negro y una bufanda que la hacían ver preciosa. La abracé con fuerza, había pasado un año sin verla y la invité a sentarse conmigo. Había ido con unas amigas a comprar algunas cosas y a pasear, pero ella se estaba aburriendo y me empezó a llamar la atención por no avisarle que había llegado a Arequipa, porque hace tiempo que no brindábamos como aquellos tiempos, cuando la conocí y recién teníamos catorce o quince años y cada vez que llegaba a Arequipa buscaba a mis amigos del colegio donde estudié cuando viví ahí. Exactamente fue uno de esos amigos que me la presentó y bailamos casi toda la noche y al año siguiente, cuando volví a Arequipa para las vacaciones de verano, la busqué solo y exclusivamente a ella para conversar y perdernos por las calles de Yanahuara. No sé qué había entre los dos que no queríamos separarnos en ningún momento. Ya teníamos dieciséis años y fumábamos a escondidas entre las callejuelas y nos besábamos a cada tanto, nos sentábamos en una banqueta y veíamos a los tunos cantarle a alguna novia que se casaba y nos íbamos al mirador, era de noche y la besaba una vez más, abrazados, perdiendo la paciencia de que solo estaría una semana y luego tendría que esperar un año más para verla. Tengo que aceptar que siempre me dolía dejar Arequipa, no solo porque siempre me puso sentimental alejarme de ese lugar donde quise vivir más de lo que pude, sino porque mi relación con Renata nunca podía concretarse hasta que ella vaya a Lima o yo me quede ahí para conversar como lo estábamos haciendo en ese café, y volvía a mirar ese saco y esa bufanda que le daban un aire a que el tiempo había pasado y ya no teníamos catorce o quince.
-¿Vamos por unas cervezas? – Me dijo y acepté, al rato pagaba la cuenta, tomaba la computadora e íbamos camino al estacionamiento mientras ella me ponía al día de lo que había pasado con nuestros amigos.
No sabíamos a dónde ir a tomar unas cervezas y como yo estaba en el carro, no podía tomar, así que no se nos ocurrió mejor idea que comprar dos six pack de Cusqueñas y tomarlas en el carro estacionados en la puerta de la casa de mi hermana al ritmo del único cd que estaba a la mano y que sonó durante toda la noche en medio de nuestra conversación.
Me contó de su anterior relación, que fue un desastre total, que los celos de él terminaron hartándola y rompieron con un montón de lágrimas de ella, que siempre la trató mal y para olvidar todo ella se fue a Santiago, en Chile, para un tiempo despejarse. Yo no le dije que estaba en Arequipa por los mismos motivos, solo le dije que también había terminado de una relación y me limité a no decir más.
Se terminaron las cervezas y queríamos más, me negué porque no iba a manejar con seis cervezas en la cabeza, de hecho ya estaba sobre el límite de alcohol permitido en la sangre.
-¡Vamos! No va a pasar nada.- Dijo ella riéndose.
-No pues, va contra la ley.
-No seas maricón.- Dijo desafiándome y grave error por parte de ella, eso no me va a decir a mí. No, no, no ¡Vamos! Gonzalo no soporta que lo desafíen y encendí el motor con un rugido feroz, puse primera y solté el embrague de un tirón y las llantas salieron rechinando rumbo a el mismo lugar donde habíamos comprado las primeras.
Volvimos al mismo lugar, dentro del auto para seguir la conversación, esta vez más coquetos, más dispuestos. La verdad es que no había pensado en besarla, no quería que piense que solo la buscaba para eso, pero ya estábamos avanzados y siempre era la misma atracción que terminaba por traicionarnos y nos devolvía a donde pertenecían nuestros labios, junto a los del otro. Sí, la estaba besando y me preguntaba por qué, al besar a Mónica, no sentía que entraba al paraíso.
Nos quedamos hasta las cuatro de la mañana dentro de ese Toyota Auris, en la última hora nos recostamos cada uno en su asiento, mirándonos el uno al otro con esos ojos que se miran solo un par de enamorados, ella se quejaba y se preguntaba por qué las cosas estaba como estaban, por qué yo no estaba ahí, en Arequipa para poder estar juntos de una vez por todas e intentar ser la pareja que éramos frente a todos los amigos que teníamos.
Llamó a un taxi y se fue a su casa, antes de despedirnos quedamos en hacer algo juntos ese fin de semana y le dije que no se preocupara y que me llamara cuando llegue a su casa para saber si había llegado bien.
No sé cómo metí el carro a la cochera, solo recuerdo que me llamó y nos quedamos chateando un par de horas más hasta que veía cómo amanecía Arequipa y me quedé dormido con la lap top en mis faldas.
Al día siguiente me desperté y fui a la sala a ver las noticias, pero ya era demasiado tarde y solo encontraba programas de espectáculos. Lucié llegó y me dijo que almorzaríamos juntos con mi primo Daniel, en el Café y vinos, el mismo café-bar en las mañanas era un bistrot, sí, usó la palabra bistrot y me reí, pero luego me dijo que no me riera porque François, el dueño, era francés y que ya me vaya a la ducha que ya se nos hacía tarde.
Estaba muy alegre, llamé a Renata para decirle que en la noche podíamos ir a dar una vuelta y me dijo que estaría por el Mall, así que no había problema. Salí de la ducha, mientras me vestía seguía pensando en ella y lo bien que la habíamos pasado ocho horas atrás.
Salimos con el auto directo al centro, Lucié me contaba que junto a Diego habían puesto un bar, que les iba bastante bien y que le gustaba la vida que tenía, sin muchas preocupaciones y con mucho amor. Pero si de algo estaba segura, es que no se iba a casar, siempre le había tenido un pavor exorbitante a una boda, ni si quiera ella sabía por qué, pero yo sospechaba que era porque quizá le habría dolido tanto la separación de nuestro padre con su madre ¿Cómo habría vivido eso? Si yo ya estaba hasta el cuello luchando con la misma situación que ella vivió hace veintitantos años.
Me olvidé del asunto y estacionamos el auto en una playa, salimos y el sol seguía radiante, caminábamos abrazados, nadie podía confundirnos como enamorados, no solo porque no la abrazaba por la cintura, si no porque todo los que nos conoce, deduce al instante que somos hermanos porque dicen que somos idénticos, pero yo solo sé que tenemos el mismo faz. La besaba en la frente de tanto en tanto y ella se pegaba más a mí.
Llegamos a los Claustros de la Compañía, al segundo piso donde quedaba el café-bar-restaurante, a veces solo restaurante o a veces solo café-bar, dependiendo de la hora y los clientes. Daniel ya estaba ahí, se alegró de vernos tan contentos y cariñosos. Pedimos todos lo mismo, pollo al romero con ensalada española y de entrada algo que tenía prosciutto y albahaca. El almuerzo se prolongo muchas horas hasta que ellos se ponían a brindar con unos pisco sour y yo me moría de envidia porque yo era el chofer de ese día. Nos reímos todo el tiempo, contando las anécdotas que ya habíamos olvidado y recordando a todos los primos, tíos y familiares que teníamos en común, brindando de nuevo y yo solo con vaso de agua porque, me repetían a cada rato, tú eres el chofer pues Gonzalo y la risa general hasta de Françoise, el dueño del café-bar-restaurante, que era muy amigo de Daniel.
Salimos de ahí cuando ya era las seis o siete, me despedí de Daniel, en unas noches volaba a New York, a visitar a la familia de su papá que, irónicamente, también se había separado de su mamá ¿Coincidencia de que nosotros tres, tengamos básicamente el mismo problema en diferentes etapas? A lo mejor, no sé, no soy de los que cree en el destino o en los signos del zodiaco, y en esas épocas tampoco creía que había un Dios, esa palabra que se me hacía tan lejana o tan grande para mí, como si solo fuera un eco de lo que dicen los demás a lo lejos y yo, junto a mis problemas, estuviera en otra órbita, otro mundo donde Dios no era una solución a todo.
Llegamos a la casa y Diego estaba con un amigo suyo en la sala, jugando Play Station, Lucié se sorprendió porque se suponía que Diego estaba en Cuzco y no iba a llegar tan pronto, pero la sorpresa fue grata porque Diego era un tipo genial y mejor aún su amigo de dreads hasta la cintura, lástima que solo me quedé un rato porque Renata me esperaba en el Mall. Me sorprendió enterarme que el carro era de Diego, pensé que era de Lucié, pero Diego me dijo que no me preocupara, que él había tenido un par de accidentes y que ya no le gustaba movilizarse en el auto, que solo lo tenía por si había una emergencia, que normalmente se movía en taxi, Lucié me decía que sí, que no me haga problemas, pero que tampoco haga tonterías. Entonces volví al carro y fui en busca de Renata.
Me estaba esperando en el Mall y me dijo que podíamos ir a visitar a los Renzos, unos amigos que tenían el mismo nombre y que eran como hermanos, siempre juntos de arriba para abajo, desde el colegio ¿Cuál “Desde el colegio”? dirían ellos, desde la cuna. Los sacamos de sus casas y nos fuimos a la plaza de Yanahuara, frente al mirador a fumar y conversar un poco, lo suficiente para que me inviten a una fiesta en el bar que había puesto una amiga en común. No sabría decir si realmente disfrutaban de mi compañía, yo podría jurar y re jurar que sí, porque cuando estaba en Arequipa salía con ellos junto a otros amigos y a veces se unía Renata, también. Me dejaban saludos por mi cumpleaños en mi correo y a veces me preguntaban cuando iría para salir a celebrar. Sí, no habría por qué dudar, tenía buenos amigos y me gustaba que sepan que entre Renata y yo había algo, que no era raro que la abrace por la cintura cuando estábamos los cuatro conversando y ella me tome de la mano.
Nos despedimos y fui a dejar a Renata y en el camino me pregunté que estaría haciendo mi primo mayor, ese loco de la familia, por parte de mi mamá que se atrevió a estudiar filosofía, le di unas llamadas y me dijo que estaba en su bar, en Santa Catalina, que vaya porque había un concierto. Busqué un estacionamiento y ubiqué el lugar muy rápido. Entré y me encontré con mi primo y sus amigos. El bar se llamaba “La Nona Loca” Y era como esos bares que hay en el centro de Lima, donde hay conciertos, una barra y mesas. Entré y me pasaron la voz, tocaba el vocalista de No Recomendable al que luego me lo presentaron y se animó a tomar un par de tragos con nosotros y se reían de mí porque tiritaba de frio a pesar de que traía una polera debajo de la casaca y una bufanda.
-Tomate otro trago, hermano, para que te calientes.- Me decía mi primo y yo le hacía caso.
Si hay algo que uno debe de saber por cultura etílica, es que nunca, repito: nunca, se toma en altura, la misma cantidad que tomas en Lima, no sé si es ciencia exacta, pero las copas te pasan de vueltas en menos del tiempo que vas calculando  y yo no sé en qué momento estaba colorado, con los ojos adormecidos, sonriendo porque estaba un poco mal, todos se reían y yo los acompañaba ¿Qué otra cosa podía hacer?
En un momento ya éramos cuatro en la barra, sentados y mi primo al otro lado, sirviendo más tragos para los invitados especiales de la noche. Y en otro momento ya estábamos cerrando el bar y entrábamos a un taxi con un rumbo al que no conocía, me olvidé del Auris, me olvidé de llamar a mi hermana y ya estábamos entrando a un burdel, compramos más cervezas y solo recuerdo espasmos, es como si todo hubiera sido un sueño, yo hablaba mucho, el espectáculo de las diferentes chicas estaba a mi costado y se nos acercaban otras tantas a conversar con nosotros y yo seguía hablando, de libros, películas y de la novela que pensaba escribir, una novela muy personal. Mi primo me dijo que estaba loco, que no se puede escribir con tanta realidad, que eso es peligroso, que terminaría comprometiendo a muchas personas y alejando a otras personas de mí. Debí haber estado muy ebrio para contarlo todo sin ningún prejuicio en mi cabeza, generalmente el alcohol ocasionaba ese irremediable efecto colateral, hablar de todo sin un solo pelo en la lengua ¿Era la mejor parte de mí que estaba tan acostumbrado a las medias verdades? No sé qué tanto tiempo estuvimos ahí, cuando salí, ya había salido el sol y empecé a vomitar en un poste, mi primo se reía y me pedía tranquilidad, que me iba a dejar en mi casa y entonces recordé que no tenía el carro, que estaba en el centro de la ciudad. Me di por muerto entonces recién me tranquilicé, porque las cosas no podían estar peor, ya que mi hermana tampoco sabía mi paradero.
Llegué a la casa en condiciones deplorables, subir la escalera fue un infierno y volví a vomitar en el baño del segundo piso, sentía todo ese desastre que dura el infierno que es vomitar, las arcadas en el estómago, los ojos llorosos, ese sabor amargo que se queda en el paladar y solo volví a mi habitación y me acosté con lo que tenía puesto, jurando, como tantas veces lo hice, que no volvería a tomar hasta perder el control.
A la mañana siguiente me desperté con un dolor de cabeza endemoniado, el mundo me seguía dando vueltas y mi ropa apestaba a la perdición de la noche anterior. Tenía un sentimiento de culpa terrible y ni si quiera quería ver a mi hermana y menos a Diego, me iban a matar y justo la noche anterior Lucié me dijo que no haga tonterías, como si presagiara lo que iba a venir, todo estaba bonito, por lo menos para ellos había sido responsable, aunque no sabían que había estado con Renata tomando en el Auris, que lo había manejado un poco mareado y como loco, haciendo rechinar las llantas, peor aún que de pura amargura reventaba el tacómetro acelerando hasta noventa kilómetros por hora en una callecita. Pero justo cuando Lucié me advirtió, hice tremenda estupidez.
Tenía sed, hambre y ganas de bañarme, pero en ese estado no podía mover ni un dedo, el simple hecho de mover la cabeza para acomodarme en la almohada, me daba dolor de cabeza y nauseas, como si quisiera vomitar de nuevo. Entonces entró Lucié a mi habitación y yo ya creí que me iba a botar de su casa como un perro, mi corazón latía a mil por hora porque todos sabemos cómo es Lucié cuando realmente se amarga. Pero no, para mi sorpresa se acercó y besó mi frente, me dijo buenos días y qué quería desayunar. Lo que sea, dije sin pensarlo y luego agregó que mi primo la había llamado, le dijo que habíamos estado tomando y que el carro lo iba a dejar en una playa para no ocasionar ningún problema y luego volvió a besarme diciéndome que le gustaba que fuera tan responsable, que era lo mejor que podía hacer. Sí, era mi día de suerte.
Levantarme me costó tres horas más y de desayuno me dieron un almuerzo entero por la hora y porque sospechaban que con esa resaca estaría dispuesto a comerme un elefante entero sin titubear. Me acabé una Coca-Cola de tres litros entera y ya me sentía mejor. Diego apareció y me dijo que había traído el auto, me agradeció por haberlo cuidado tan bien y me felicitó porque era un chico responsable, me entregó las llaves de nuevo y yo asentí con la cabeza diciendo gracias, que no se preocupara. Pero de algo estaba seguro, no iba a volver a tocar ese carro.
Toda la tarde me la pasé tirado en el quinto piso, donde tenían una suerte de terraza con vista a toda Arequipa y, por supuesto, al volcán Misti, estaba escuchando música, acabándome las gaseosas y botellas de agua que encontraba en el refrigerador hasta que Mónica apareció de nuevo.
-Gonzalo ¿Qué tal?
-Bien, todo bien.- No sé con qué voz lo dije, a lo mejor dije todo normal, pero Mónica tenía una capacidad admirable de deducir todo por y empezó la guerra de nuevo.
-¿Es en serio que has salido anoche? Seguro te la has pegado con tus amigos de Arequipa y has conocido a un montón de chicas y has hecho de las tuyas ¿Crees que no te conozco? ¿Crees que me vas a engañar? Eres un idiota, Gonzalo, ya sé por qué querías terminar conmigo, porque quieres estar libre para darte la vida de soltero que tanto te gusta…
No sé en qué terminó todo, sólo colgué el teléfono y subí el volumen al iPod para seguir escuchando el álbum Radiolina de Manu Chao. Al rato otra vez el celular y ya estaba a punto de gritar porque pensé que era Mónica, pero era Renata, haciéndome recordar que en la noche era la fiesta en el bar Qochamama, que quedaba en San Francisco, apunté la dirección y le dije que llegaría tarde, porque estaría en el bar de mi hermana un rato conversando con ella y su enamorado.
Vi el cómo el sol se dormía por un lado, apagándose y dándole un color morado al volcán, un espectáculo inigualable que iba saboreando con un cigarro en los labios. Me pregunté cómo hubiera sido mi vida si me hubiera quedado a vivir en Arequipa, es decir, si nunca hubiera viajado demasiado con mi familia ¿Habría conocido a Renata? ¿Habría despertado mi vocación a las letras? ¿Habrían ocurrido los mismos problemas de ahora? Daba vueltas en mi cabeza.
Cuando el frio empezó a golpear, volví a mi habitación a vestirme para ir al Qochamama, me pareció gracioso el nombre, habría que ir para saber cómo era ese bar del que tanto me hablaron la última vez que estuve con Renata y los Renzos, pero primero daría una pasada por el bar de mi hermana que tenía un nombre seductor “Deja  Vu” donde podías tomar unas cervezas, unos tragos preparados, fumar de una narguila o hookah, como quieran llamarlo, y también fumar unos cigarrillos traídos de la India que tenían un sabor bastante agradable, todo eso al ritmo de canciones perfectas para conversar, el bar estaba perfecto. Sólo me pedí un par de cervezas mientras fumaba mis infaltables Marlboro rojo y seguía conversando con el tipo de dreads hasta la cintura, que me contaba que viajaba tirando dedo desde hace tres años por todo Sudamérica y que había conocido a Diego en Camaná, la muy concurrida playa Arequipeña.
Entonces sonó mi celular y era un Renzo, me dijo que ya vaya, que todos estaban esperándome, así que cogí mi casaca, recogí mis cigarrillos y le dije a Lucié que estaría ahí, a un par de cuadras con unos amigos. Me dijo que todo estaba bien, que no se preocupaba porque sabía que yo era un chico responsable. Me fui dando una carcajada irónica.
Llegué al famoso Qochamama, la verdad es que era un encanto de bar, era parecido al Mochileros de Barranco, o por lo menos tenía ese aire, muy diferente al Café y Vinos, que más se parecía a la Posada del Ángel, también en Barranco. Fue genial encontrarme con todos mis amigos que me conoces desde los seis años ¡Cómo había pasado el tiempo! Se repetía la frase cada vez que chocábamos las copas y Renata me besaba una vez más. Era una escena de película, lo que realmente cualquiera podría ansiar toda su vida, una chica a la que quieres mucho, delante de tus amigos divirtiéndote, pero todo era una burbuja temporal, en unos días ya no estaría en Arequipa y despedirme de ella sería arrancarme el corazón en silencio.
En un momento Renata y yo salimos a tomar aire, una excusa típica para estar solos, abrazarnos y decirnos lo mucho que nos queremos. Me preguntó qué es lo que pasaba, no entendía por qué siempre volvíamos a lo mismo sabiendo que al final era peor para nosotros porque despedirnos nos costaba mucho y ella se ponía muy triste y yo sentía morir, peor aún si eso iba a suceder al día siguiente. Solo me quedé en silencio, no iba a mentirle, la abracé y dije que no me gustaba que las cosas fueran así, hizo un puchero y la besé en la frente, le dije que la quería, lo dije de corazón porque en verdad eso sentía, me dijo que también me quería y me palmeó el trasero y nos reímos juntos, nos volvimos a besar.
Regresamos al bar y la diversión estaba en su máximo esplendor, todos bailaban y seguíamos brindado por lo que sea, ya nada importaba. De esa noche hay varias fotos, de algunos abrazados, de las chicas bailando y uno que otro que terminaron ebrios. Pero hay una foto que guardo hasta ahora, la de ella y yo besándonos en medio de la multitud, el resto sigue en lo suyo, pero nosotros dos somos la escena principal de esa foto.
La fiesta duró hasta las tres de la mañana y luego un Renzo nos invitó a su casa a hacer el After-Party, solo un grupo pequeño iría a esa terraza donde vimos el amanecer de Arequipa y yo ya sabía que en unas horas regresaba a Lima, que tendría que pasar un año para volver a ver a Renata otra vez, a menos que ella vaya a Lima. La dejé en su casa y el mismo taxi me devolvió a la casa de mi hermana, cuando llegué no pude dormir, me la pasé pensando en Renata.
A la mañana siguiente hice mi maleta en una hora y Diego me llevó al aeropuerto en el Toyota Auris, me reí en el camino porque recordaba todo lo fuera de lugar que fue tener ese carro a mis disposición y él se creía que me reía de sus bromas, Lucié se despidió de mí en su casa, tenía que almorzar con su mamá, así que no tenía mucho tiempo y cuando llegué al Aeropuerto, Renata me estaba esperando para despedirse. Diego nos dejó solo y me prometió cuidar de Lucié, porque le dije que la quería demasiado y quería que haya alguien que me de la seguridad. Renata se sorprendió al escuchar eso de mí y cuando se fue me preguntó si ese no era el carro que yo tenía y nos reímos porque nos acordamos de la primera noche que nos encontramos en el café del Mall y nos fuimos a tomar unas cervezas a ese carro.
No paramos de decirnos que nos íbamos a extrañar, que nos queríamos mucho y, naturalmente, no dejábamos de besarnos a cada tanto. Compré un par de revistas para el camino y un periódico para informarme qué había estado sucediendo mientras yo iba tocando fondo de las formas más deplorables. Renata me entregó una carta y me dijo que tenía que irse. Ella lloraba y yo trataba de explicarle que no era el fin del mundo, que las cosas se iban a dar como se tengan que dar, pero igual no podíamos perder el vínculo, ella aceptaba lo que le decía con la cabeza y llorando un poco menos, limpiándose las lágrimas con mi casaca.
Subí al avión y partí casi al instante, vi a Renata hacerme adiós desde el aeropuerto y me puse triste, porque recordaba esa frase de Joaquín Sabina que decía que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver y creo que entendía mucho de esa frase o por lo menos lo entendía a mi manera, la manera que me hacía romperme la cabeza, incapaz de alejar la imagen de ella fumando conmigo una noche, cuando teníamos quince o catorce, besándonos en el mirador de Yanahuara, con las luces dicroicas en el piso iluminando nuestros rostros, haciendo una escena perfecta de un cuento de hadas.
Leí y releí su carta en todo el viaje que duraba un poco más de una hora. Entré a esa Lima de cielo gris, ensimismada, con un frio diferente, con un aire diferente por respirar. La aerolínea tuvo problemas para que bajemos del avión porque todas las mangas estaban ocupadas y mientras solucionaban eso, cogí el periódico y leí una noticia sobre un caso de violación de unos niños del orfanato de Huaraz, en el norte del país, una noticia que me iba a devolver al pasado, a reencontrarme con un fantasma que iba a devolverme algo que yo mismo había perdido.










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