octubre 23, 2013

Alegrías, nunca más

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Un chorro de agua fría en la cabeza fueron las palabras de Violeta y analizar palabra por palabra era descifrar las imperfecciones de mi filosofía estúpida de vida. Pero la verdad era que la vanidad me golpeaba creyéndome un dolor totalmente diferente, único y exclusivo, cuando en realidad mi sufrimiento no era tan diferente, ni ajeno a los demás. Solo quería lucrar a favor mío con mi consternación, para aprovechar mi condición y exhibir mi otro yo más cobarde, salvaje y enfermizo ¿Qué demonios había estado haciendo? ¿A dónde iba a llegar con todo? Recordé, entonces esos tiempo donde todo funcionaba de mejor manera, esos recuerdos que debemos de sacar de vez en cuando para encontrarle sentido a nuestro andar.
Jorge ¿Dónde estaría? Nos reuníamos con buenos amigos alrededor de una mesa después de algún evento cultural a conversar y disfrutar ese momento donde nos sentíamos cómodos porque esa era nuestro estado más natural. ¿Qué estaría haciendo Diana? A ella le debía la vida porque intentaba ayudarme con todo lo que estaba dentro de sus posibilidades ¿Por qué la alejaba? ¿Qué culpa tenía ella? Si nunca la hubiera conocido, hubiera estado más solo de lo que ya me sentía y gracias a sus conversaciones, a que me sacara de mi habitación, poco a poco iba recobrando la fe en mí mismo. ¿Dónde estaba mamá? ¿Dónde había quedado mi hermana? Eran las mujeres con las que mejor comunicación yo tenía, a las que sorprendía en las mañanas con un saludo efusivo, dándoles una nalgada y abrazándolas por la espalda y repetirles lo mucho que las quiero, ellas se reían y hasta me empujaban porque les resultaba muy hostigoso, pero en el fondo sabían que despertaba con buen humor, con una energía fulminante que nadie podía parar, con las pupilas vivas y curiosas en saber qué de deparará cada día. ¿Qué habrá sido de papá? Desde que se había ido simplemente le corté la comunicación ¿Era justo? ¿Acaso tenía que olvidarme que él me hubiera perdonado todo? Me ayudó cuando tuve mi primer quinceañero y estaba castigado, nos escapamos a comprar un terno, una camisa y una corbata, me enseñó a hacer el nudo de corbata con paciencia y se le venían las lágrimas a los ojos.  Recuerdo el día que me enseñó a manejar, lo alegre que yo regresaba a casa saltando a decirle a mamá que había movido el carro. Los fines de semana en Huaraz íbamos donde un amigo suyo a montar caballo y en el trayecto él me hablaba y a mi corta edad no lo entendía bien, pero padre e hijo, en caballos perdiéndonos en la naturaleza, estaban más juntos que nadie ¿Por qué era tan cruel de golpear a mi padre con mi indiferencia? Yo también debería de darle la mano. Finalmente, Mónica ¿Qué podía hacer con ella? Había sido mi compañera, la mujer que debí aceptar desde el primer momento que me gustaba mucho ¿Por qué me esforzaba tanto en negarlo? Como si, entre amigos, enamorarse fuera un pecado y el más hombre no tiene pareja. La quise tanto y fui tan idiota con ella ¿Por qué me costaba tanto quererla bien, como un verdadero hombre debe de querer a una mujer? ¿Por qué le fallé todas las veces que le prometía cambiar? Y ella que fue tan paciente conmigo, me perdonó una y otra vez sin perder la confianza en mí. Y todavía recordaba los momentos más alegres de nuestra relación, los cigarros que compartíamos en un parque mientras escuchábamos música, las conversaciones hasta la madrugada por teléfono, los días que ella me podía acompañar hasta el fin del mundo si yo se lo proponía y las fiestas a las que íbamos juntos, alegres compartiendo cervezas y bailando de tanto en tanto. Nuestra conexión era tan perfecta porque ambos no podíamos para de reírnos en todos los casos ¿Y ese fin de semana que me dejaron solo en casa? Fue nuestra luna de miel, ella vino a dormir a casa y pedíamos comida, veíamos películas, dormíamos juntos y abrazados y nos despertábamos tarde a ver televisión para luego repetir el proceso.
¿Por qué me empeñaba en desperdiciar todo eso? ¿Acaso tenía que seguir esperando un milagro, otra charla de Violeta para entender lo tonto que es actuar como estoy actuando? ¿O, por defecto, decidía de una buena vez terminar con esta secuencia de fracasos, frustraciones cuando yo quiera, como yo quiera y el día que yo quiera?
Me quedé el resto de la mañana y gran parte de la tarde mirando el techo de mi habitación y tratando de entender el sentido de la existencia, mientras en cada momento sonreía y soltaba unas carcajadas, porque recordaba a esas personas y lo bueno que era compartir tiempo con ellas.
A las seis de la tarde pegué un salto de mi cama y salí disparado de mi casa. Fui hasta la avenida principal y tomé un taxi que me llevara, urgente, donde se encontraba Violeta, me abrió la misma monja y me miró muy amarga porque me parece que estaba incomodando, pero al notar mi desesperación entendió mi pedido y llamó a Violeta que ni bien se asomó salté a abrazarla con fuerzas y ella sin entender bien qué hacía yo, un tipo el cual recordaba haciendo esfuerzos sobrehumanos, la estaba abrazando con tanta efusividad.
-Gracias, Violeta, muchas gracias- repetía por quinta vez y aunque otra vez me querían vencer las lágrimas, no les di paso aunque sentía que esta vez era alegría.
-Ya, Gonzalo- acariciaba mi espalda- todo va a estar mejor.-

Nos quedamos un buen momento abrazados en la puerta y me invitó a pasar, ellas estaban rezando y me invitaron a acompañarlas a hacerlo. Me extrañé, pero Violeta me había hecho un favor y ya que ella me estaba pidiendo algo, iba a retribuirle.

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