noviembre 02, 2013

Alegrías, nunca más

24

Estoy manejando el carro de mi papá a noventa kilómetros por hora en la Costa Verde, el sol irradia con mucha fuerza porque el verano está tardando mucho en irse. Es un domingo de fines de mayo, estoy yendo a correr tabla con unos amigos que me están esperando para entrar al mar y quedarnos ahí hasta la tarde, cuando el sol ya se vaya despidiendo. Han pasado dos años y a veces me cuesta comprender todo lo que pasó en ese tiempo, qué sucedió conmigo mismo. Me resisto a convencerme que todo fue real, que me ardió la piel, que el dolor no me es ajeno bajo ninguna circunstancia, así haya sido un problema minúsculo ahora que pienso en ello. Algunas veces pensándolo bien me río con bastante facilidad porque en todos los casos fue suficientemente bueno que pasara por ese infierno ya que el problema nunca fue el problema que yo creía que era, era yo mismo y desde esa perspectiva se entendía mejor todo.
Al fin y al cabo el querer cambiar fue una decisión muy difícil, una lucha furiosa conmigo mismo, con mis malos hábitos porque uno se acostumbra a vivir de un modo agreste y cuando quieres dar los primeros pasos la frase “No vas a sobrevivir” te invade ya que eres lo suficientemente consciente de que existe un gran margen de error en tu siguiente movimiento. Pero llega el momento en donde tú mismo te impones una pisca de respeto. Tampoco se trata de dejar de ser lo que uno es, porque en el fondo sé que busco instintivamente los lugares a los que pertenezco y los amigos llegan para recorrer tugurios, ir a la zona negra donde dejo de ser el plebeyo y soy un príncipe donde me esperan las puertas abiertas de las noches que se alargan. Es el llamado de la naturaleza, el sello que uno lleva impreso.
Después de esa reunión con Diana, Gustavo y Ximena, celebramos el año nuevo en San Bartolo en la casa de Diana y esa misma noche planeamos un viaje al sur del país, donde yo conocía un poco de diversión y a la primera semana de enero nos enrumbamos a Cuzco, luego a Puno y finalmente Arequipa, una luna de miel que fue el último recuerdo que tengo con Diana. Existen miles de fotos, pero después de que me robaron la lap top, nunca más supe de esas imágenes que captamos juntos. Yo supongo que Diana las tiene, pero con el tiempo dejamos de vernos cada vez más, cada vez más y llegó el momento en que desaparecimos. Es una duda qué sucedió con nosotros para alejarnos definitivamente. Lo último que supe es que se fue a estudiar a Argentina y no he vuelto a saber nada de ella. Gustavo se fue a vivir a Estados Unidos y Ximena aún sigue en Lima, a ella algunas veces la veo. Recuerdo que después de año nuevo nos fuimos a Ancón y subimos al velero del papá de Gustavo y Diana me prometió que nunca nos alejaríamos ¿Dónde quedaban ahora esas palabras?
Mónica apareció algunas veces, pero nunca más fue lo mismo. A veces la veía con pena, me imaginaba lo difícil que era para ella haber crecido sola, con un padre que la dejó y ahora tenía una familia conformada aparte, una madre que se sacrificaba para darle todo lo que ella necesitaba y la pobre de Mónica hundida en su necesidad de tapar sus vacios emocionales. No dejaba de quererme, de necesitarme y cada  vez que nos veíamos volvía a ilusionarse como si yo siga siendo el mismo de antes. Todo terminó con una pelea como para no perder la costumbre y dejamos de vernos hasta ahora ¿Será feliz? A estas alturas espero que sí y si es así, si logró superar todo, quisiera verla y escuchar que todo anda en orden, que tiene proyectos e ideas para seguir adelante. Me gustaría darle un abrazo y felicitarla porque eso es lo primordial que necesita para seguir adelante, tener un norte fijo, eso que me costó mucho encontrar en mí. Sí, suena perfecto, sonrío, unos cigarrillos como empezó nuestra amistad y escuchar esas viejas canciones recordando que sí hubo un momento en los que éramos buenos amigos, sobre todo.
Alejandro en una fiesta lloró para pedirme perdón por todo y lo abracé para decirle que todo estaba bien ¿Para qué necesitábamos más problemas? Y zanjamos el tema con unas cervezas en la casa de un amigo. Hasta ahora nos vemos, salimos a los mismos bares, nos reímos con la misma frecuencia y él está enamorado de una chica que todavía no se atreve a presentar públicamente. Tiempo al tiempo, le dije la semana pasada mientras caminábamos a jugar billar como cuando éramos estudiantes de secundaria.
Acabo de estacionar el carro y llego una hora retrasado. Mis amigos me saludan ya con los trajes térmicos puestos y me piden que me apure. Me estoy cambiando y cuando termino de ponerme el traje, me pongo de cuclillas mirando el mar, está perfecto.
-¡Date prisa, Gonzalo! – Me grita el gordo.- Nosotros vamos entrando.
-Sí, ya voy.- digo sonriendo.
Me pongo a pensar en mi novela que ya va acabando, me falta solo un par de capítulos ¿Cómo resolvería una frase final que impacte totalmente al que se atreva a leerla? Pienso en algo singular, que diga explícitamente que esto ha sido real, que no es un juego. Un diálogo final estaría perfecto, algo que diga “Comprendí, entonces, que para escribir, es mejor haber vivido en carne propia la historia.” Algo por el estilo.
Por otro lado a Violeta le veo más seguido, a veces paso a saludarla, salimos a tomar un café, a hablar de nuestras cosas. El año pasado se graduó como psicóloga y mi familia fue la familia que la acompañó en el evento. Fuimos a cenar y ella brindó muy emocionada con unas lágrimas derramándose por las mejillas y yo fui a abrazarla.
-Gracias, Violeta, gracias por devolverme donde estoy. Gracias por darme esta amistad real. Pero sobre todo me diste el valor para tener fe en mí mismo, me has ayudado a crecer un poco y no hablo del aspecto físico.- se río.- hablo de que ya no tengo miedo.
Y la cena se prolongó en mi casa donde celebramos con amigas de su universidad.
En casa la felicidad duró muy poco. Al comienzo todo era un paraíso, mamá y papá hablaban todos los días con mucho cariño. Yo llegaba contento de clases, donde hice nuevos amigos con los que conseguí una fuerte disciplina para estudiar, y ni bien introducía la llave a la cerradura, mi corazón latía intensamente porque iba a ver a mis padres juntos, abrazados en su cama mirando televisión riéndose. Mi hermana llegaba unas horas después y cenábamos juntos en la mesa. Pero, no sé, supongo que todo era muy perfecto para ser real y poco a poco papá de nuevo empezó a distanciarse, a desaparecer los fines de semana y cuando menos creía, las discusiones volvieron a despertarme en las mañanas hasta que las cosas no dieron para más. Papá se fue de nuevo de la casa en definitiva.
¿Y yo? No, yo ya no soy el mismo.


Lima, primavera de 2013

1 comentario:

Rafael dijo...

Bom texto Luis! Parabéns!