mayo 13, 2025

Correr me salvó la vida

 Antes siempre fui un alumno deportista, no tengo por qué empecinarme a decir que solo era el fumador del colegio, también jugaba mis pichangas, algunos pocos partidos de básquet, con mi primo Alonso nos reuníamos a jugar fútbol entre otros primos y, de forma imprescindible, las bicicletas eran para el verano. Y ya cuando entré a estudiar finanzas a ESAN, me daba mis partidas de tennis con mi primo Nicolás, seguía jugando mucho fútbol con el primo Alonso y también continuaba siendo el fumador del grupo. Es que en verdad, ya lo he aceptado, no voy a dejar de fumar y en ese tiempo, el fumar solo era un vicio que se acercaba de a pocos, pero que, sin darme cuenta, me iba venciendo con mucha fuerza.

Pasaron dos años y las cosas habían cambiado radicalmente, me había vuelto un fumador empedernido y mis fines de semana estaban entregados a las fiestas, a los bares, a las reuniones y a las tertulias que terminaban de madrugada, todo esto acompañado de dos paquetes de cigarrillos que devoraba enteros y que, incluso, en la semana iba devorando de tres a cuatro paquetes más que me acompañaban mientras caminaba, mientras leía, escribía o conversaba, prácticamente todas las actividades de mi rutina eran acompañadas por tabaco y antes de incrustar las llaves en la cerradura de la puerta de mi casa, pisaba una colilla de Lucky Strike para cerrar el día.

Cuando me hice el examen médico para el seguro contra accidentes, me sacaron placas pulmonares y el doctor se escandalizó cuando le dije que tenía dieciocho años y fumaba como chino en quiebra. Me trató de convencer con diferentes métodos que dejara de fumar porque no solo iba a tener problemas respiratorios, me advirtió que podría generar problemas cardiacos, problemas gastrointestinales, cerebrales y lo que sí me dio un poco de miedo, problemas en los genitales. Pero un poco escéptico de tanta ciencia, le dije que podría reducir la dosis, pero que iba a ser muy difícil que logre dejar de fumar. El doctor, indignado por mi altanería, me recomendó, entonces, hacer algún deporte. Di una carcajada y me fui.

A los cuatro años de haber generado este hábito de fumador (y ocho años de mi primer cigarrillo) mi cuerpo empezó a cobrar la factura. Primero era un ataque de tos que llegaba en cualquier momento, luego era la falta de aire en las madrugadas y ese horrible dolor que sentía en el los pulmones cuando tomaba la primera bocanada de aire. Pasé un mes y no dije nada a nadie por miedo, pero apenas pude, fui corriendo a la clínica y el doctor me dijo que dejara de fumar, que en verdad me estaba haciendo mal y ese día me prometí dejar de fumar hasta tener un estado físico aceptable. Pero, como dejé de fumar y no hice deporte, mi cuerpo desarrolló otros dos problemas, subí de peso en un abrir y cerrar de ojos, y empecé a padecer de ataques de ansiedad que, inconscientemente, hacía que me devore las uñas y las cutículas con los dientes. Y lo peor de todo, cuando descubrí que ya podía fumar, volví a la nicotina sin pensarlo dos veces y sumé un problema más a la lista.

El séptimo año de fumador, fue el peor. Los problemas que tenía los esquivaba yéndome de fiesta todos los días y, entre las cervezas, whiskys y demás tragos que no paraban de servirme, siempre acompañaba mis noches con un desfiladero interminable de cigarrillos. Llegó el punto donde era normal despertar con la garganta destrozada, desde ese momento (y se mantiene hasta hoy) no he vuelto a toser de la misma forma, toso como si tuviera distemper canino y los dolores pulmonares se volvieron parte de mis mañanas que los calmaba respirando con fuerza hasta que el dolor cedía y podía empezar el día. Al final de ese año, el doctor me dijo que la cosa era simple, o dejaba de fumar o me iba a dar cáncer al pulmón. Y me recomendó, obviamente, hacer ejercicio.

No debo de quitarle mérito a mi papá, él desperdició cuatro años de su vida incitándome volver al deporte o por lo menos salir a caminar para tener algo de físico, porque la verdad, las veces que volví a hacer fútbol, hacía el ridículo y ni hablar del tennis.

Una mañana no aguanté más y me puse zapatillas de deporte, short, una camiseta y salí a correr a cualquier lado. Cuando llegué a un parque, vi a un flaquito calentando y me dio un poco de risa su calamitoso cuerpecito, mi muslo era hasta cuatro veces más grueso que el suyo, pero la verdad se vio cinco minutos después, cuando yo estaba con mareos y a punto de arrojar mi estómago por la boca. Sentía que mis piernas aún podían seguir corriendo, pero mis pulmones no daban ni un segundo más, la falta de entrada de oxígeno saboteó toda mi carrera del día y volví a casa amargo o, como decimos lo arequipeños, con la nevada encima. Sentía impotencia y estaba furioso de no poder andar más de cinco minutos corriendo, así que se lo conté a mi papá (deportista militar que hasta ahora conserva su musculatura) y me dijo que no parara, que tenía que seguir saliendo hasta coger ritmo. Pero al día siguiente vino lo peor, las pantorrillas me ardían y al tratar de caminar mi cuerpo temblaba tanto, que sentía que me iba a desplomar en cualquier momento, aun así, con todo el aburrimiento y la pereza del mundo, volví a correr mis cinco minutos.

Han pasado dos años y mentiría si digo que no he dejado de correr. Pero puedo asegurar que mis temporadas de hacer deporte son las mejores, no solo he desarrollado en mí un estado de salud aceptable y un estado físico un poco más fuerte, sino que mis hábitos diarios se han organizado en función al deporte. Mi horario de trabajo, mis horas de sueño e incluso no tuve que probar una sola dieta para bajar de peso. Además, ahora juego fútbol los lunes en la noche y no hago el ridículo, correteo toda la cancha durante una hora en diferente posiciones sin sentir morir e incluso, he hecho caminatas de cuatro horas cuesta arriba con una pendiente empinada que logré hacerla con mucho esfuerzo pero con una resistencia que solo he adquirido gracias al deporte.

También me ayudó a darme ese tiempo y espacio que necesito para pensar en mis problemas personales, para ir descifrando las soluciones más salomónicas a mis desventuras diarias y a desfogar mi ira retenida porque mi hermana, Nataly, en un test psicológico me determinó que soy un violento o agresivo reprimido, pero supongo que es un nivel bajo ya que nunca he desatado mi locura, pero de todas formas, me ayuda a desfogar mis rabietas y mis malestares. A nivel macro, es la mejor solución contra el estrés.

El estado saludable predomina en mi vida de tal forma que me ha ayudado a practicar otros deportes, unos tranquilos y otros un poco más extremos, desde la natación que es un santo remedio contra el tabaco, hasta el surf que me ensanchó la espalda e hizo que desaparezca mi abultada barriga ya que la técnica del braceo genera un trabajo sistemático con los abdominales. Han sido largas temporadas y largas horas que he pasado en medio del mar conversando con amigos y buscando olas para deslizarme y sentirme parte de la naturaleza, vivir en armonía con el medio ambiente.

Para este año estoy planteando la rutina semanal perfecta que consiste en correr todas las mañanas como ya lo voy haciendo hace tiempo, jugar fútbol los lunes y correr tabla los sábados o domingos. Sin duda, va a ser toda una rutina que me contará trabajo, pero pienso hacerlo de todas formas. Con mi papá estamos planeando algo más fuerte, quizá el famoso Camino del Inca así que entrenaremos, primero, en San Jerónimo de Surco o en Rupac.

Ahora bien, el tabaquismo sigue siendo mi hábito por definición, pero ya no fumo las cantidades de antes y mi cuerpo es impermeable a sus efectos, incluso a los Marlboro rojo que sigo fumando en estos tiempos.

Hoy por hoy, cualquier persona que me dice que quiere bajar de peso, le cuento mi testimonio casi dogmático de conversión, de que el correr es un estilo de vida que hace que uno adquiera no solo una vida más saludable, sino una vida más ordenada y una energía que ayuda a mantenerte más activo en el día a día. Tampoco puedo decir que mi cuerpo luce como el de un modelo, eso nunca se logra solo corriendo, pero la estabilidad energética es suficiente para convertir este acto en una constante irreversible en la existencia de una persona. Tanta es mi devoción a correr en las mañanas que en Río de Janeiro caminaba algunas cuadras bordeando la UERJ por la Rua Francisco Xavier y la Rua Waldir Amaral para correr por la Rua Professor Eurico Rabelo, la calle aledaña al estadio Maracaná. En Sao Paulo daba vueltas corriendo la Santa Casa del barrio de Santa Cecilia (Hospital Santa Isabel). En Petrópolis corro en la laguna que está en frente del Palacio de Quitandinha. En Arequipa corro en la plaza de Yanahuara y algunas veces hago el trayecto por la Calle Cuesta del Ángel hasta el Club Internacional y en Lima, corro la Avenida Melgarejo. Todo, naturalmente, acompañado de mi iPod y toda la música que me pone a pensar en todo lo que haré en el día y en todo lo que, también, pienso escribir.

Sin duda, correr me salvó la vida.

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