diciembre 21, 2008

Amador González Parra

Me levando en este dormitorio viejo en el cual vivo, al final de una quinta sin salida. La brisa cruda de la ciudad me abraza entre la humedad y la soledad. El café nutre la inspiración, el lapicero agota su tinta, las hojas empiezan a llenarse de ideas e historias y las notas musicales solas empiezan a producirse de mi guitarra. Es una rutina mañanera un tanto motivadora, pero tengo que seguir el curso de la monotonía que me toca vivir, a veces es bueno seguir tus propios parámetros.
Entre Si bemoles, Do menores, frases románticas, historias desgarradoras y demás, preparo mis nuevas canciones para tocarlas en la cantina que está en el centro de la ciudad, ahí me gano un par de centavos para sobrevivir en este mundo donde el arte es menospreciado.
Llegada la tarde, el sol da su último vistazo a la ciudad, el rojizo tiñe el cielo y las nubes, me pongo mi mejor traje, peino mi cabello, me arreglo la barba, pongo mi guitarra al hombro y salgo hacia esa vieja cantina donde he cantado desde muy temprana edad. Ahí empezó un inicio sin progresos, la desgracia ya impregnada en mi vida, la felicidad mediocre que me hace sonreir.
Camino a la cantina con la guitarra al hombro, una mano en el bolsillo y silbando esas viejas trovas. Las muchachas pasan por mi costado, las señoras bien arregladas, los viejos llenando cantinas y yo solo tengo un rumbo.
Arribando la cantina leo el cartel, entro y por última vez deslizo mi mano por mi cabeza. Pido un whisky a las rocas, lo bebo sin dudarlo, es propicio para la presentación, es motivador, ahogo los miedos.
Amo esta cantina, desde muy joven venia a ganarme unos centavos tocando para eso señores (que ya no existen) que venían a escuchar música, conversar y pasar un rato agradable, en esos tiempos todo era diferente… no estaba tan solo.
La gente me está mirando, ya he tocado canciones conocidas, esas que, cada vez que uno toca, hace que la gente se entusiasme. Entonces un acorde expande su sonido, mi voz rasposa, ronca un poco gruesa empieza a decir metáforas, versos, rimas, todo sobre aquella mujer que un día se digno a amarme tan locamente como yo lo hice con varias.
He bebido de más, canté y fue un éxito rotundo, pero bajando de ese escenario solo hice tres cosas: me arrepentí, bebí y fui a morir al final de esa quinta, a ese cuartucho lleno de sueños, promesas, amores, ilusiones que solo cruzan por esta cabeza.
Soy Amador González Parra, para mí amanecer en la ciudad bañada por la brisa, acostumbrarme a la soledad, escribir canciones y tocar mi guitarra... lo es todo.

No hay comentarios: