diciembre 24, 2008

En Navidad, a veces nace el niño Diablo

[El título de la siguiente entrada, refiere a la primera parte del libro "Mi planta naranja-lima" de Jose Mauro de Vasconcelos.]

Es veinticuatro de diciembre, falta algunas horas para las doce y recibir la navidad. No es que sea fanático de la navidad, pero tengo ciertas quejas con Jesús respecto a su cumpleaños.
Desde muy pequeño he sentido una especie de remordimiento al saber que recibiría regalos, un remordimiento que llenaba esa sensación de vacío (que irónico, llenar el vacío). Ver a los niños vendiendo sus juguetes para llevar algo a su casa, ayudar en las campañas y ver que muchos niños se quedan afuera con la mirada colmada de esperanza, ver a las madres vendiendo cosas de su casa, niños que no tienen regalos y mucho menos un árbol donde colocarlos.
Son las 7:25 de una navidad que solo trae nostalgia junto con regalos que prefiero no abrir. Esta navidad será un poco diferente, Nico y Piera (mis primos) están en Arequipa y eso me ha hecho recordar las navidades con la familia, en la casa de los abuelos, donde todos los primos (ocho en total) nos reuníamos, abríamos los regalos y compartíamos los juguetes, reventábamos cohetes y jugábamos en la plaza que está en frente a la casa de los abuelos.
Javier, Evert, Sebastián, Nicolás, Piera y Gabriela (Nataly y yo completamos los ocho) han tomado rumbos diferentes para esta navidad y yo la pasare postrado frente a la pantalla de la lap top, destrozando mis dedos en algún juego, tal vez póker, mirando tele o tal vez escuchando música y leyendo alguna de mis novelas pendientes, eso ya se verá, lo único que está definido es que esta navidad ya está perdida.
Con eso de reventar cohetes he recordado mis navidades acá en Lima, recuerdo que todas las navidades (vísperas) sacábamos las bicicletas con Alonso y un par de amigos mas (Eduardo y Daniel) y salíamos en busca de cohetes, después del accidente de mesa redonda empezó a escasear el producto pirotécnico. Y así nos pasábamos las primeras semanas de vacaciones, buscando pirotecnia, descubriendo nuevos huecos donde conseguir sartas, rata blanca, silbadores, etc. todo ese arsenal que nos conducía a una noche de adrenalina.
Accidentes hubo: vidrios rotos, un atentado accidental contra la iglesia y muchos polos con huecos por las chispas, pero todo eso se olvidaba, la navidad, la familia, el pasarla bien nos hacían olvidar esas pequeñas estupideces que se extrañan en momentos como este.
Siempre he vivido cerca de campañas navideñas, pero la más dolorosa fue la última.
Hacer una campaña desde adentro es un tanto más motivador, solo (únicamente) te dedicas a animar un grupo de niños, les hablas, les das panetón y leche chocolatada. Es el trabajo un poco más fácil, pero cuando estás en la puerta revisando tickets todo es diferente; niños que no pueden entras, niños que trepan por el muro de atrás con tal de recibir un regalo, niños que se quedan afuera llorando por no poder entrar ni siquiera a ver el show… en pocas palabras… niños que lloran con motivo.
Todas estas cosas han ido formando una personalidad en vísperas navideñas, han hecho que llegue a sentirme mal en cada navidad (o natividad, aun no se la diferencia, si es que existe alguna) aunque crean en Santa Claus (un héroe) la emoción nunca ha sido la misma.
A veces suelo salir a caminar, mirar las lucecitas de los adornos, los regalos, los niños pidiendo algo de ropa, las guirnaldas y todas esas emociones combinadas: las tristezas, la soledad, el abandono, la melancolía y la nostalgia... son las cosas que más siento cuando Jesús cumple un año más de vida.

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