agosto 08, 2009

Fumando el humo mientras todo pasa.

[El título del siguiente escrito hace referencia a la cancion de Fito Páez- Al lado del camino.]

Hace poco volví a ver el poster del “Che” Guevara: un hombre barbón, con la mirada en alto y un habano en la boca. Esa imagen la había visto cuando tenía seis años en la habitación de mi tío. Lo que más me llamaba la atención de esa imagen no era la frase de abajo (“El mejor entre los buenos”) sino ese objeto cilíndrico que colgaba de su boca.

Mi primer cigarrillo fue a los once años. Mamá había salido de viaje y papá trabajaba hasta tarde. Ese día invité a dos amigos a mi casa para hacer cualquier cosa, en realidad eso de prender un cigarro no se me había ocurrido, pero José fue quien llevo una cajetilla de Montana.
José trajo, junto a su cajetilla, dos amigas muy peculiares: Sandra y Roxana. Sandra, al igual que Roxana, era mayor que nosotros. Sin embargo, en la sala de mi casa, esas diferencias se perdían.

Entonces nos aventuramos a prender un cigarro, el arte de tragar y emanar humo de la boca. Esa tarde no solo fume mi primer cigarro, sino que también di mi primer beso. Sandra era una de esas chicas de piel clara, de sonrisa plena y una mirada muy tierna y seductora. Ella tenía trece años y ya cursaba el segundo de secundaria. Yo era un joven torpe y soñador, no sé si ese beso fue un éxtasis de romance o solo un impulso de un juego llamado “La botella borracha”.
Lo cierto es que esa tarde quedó grabada en mi memoria para siempre, no solo porque una muchacha mayor que yo me regalaba un beso, sino que mi primer cigarrillo también toco mis labios. En realidad fue una experiencia un tanto repugnante, me sentí mareado casi al instante, pero ese pequeño afán de sentirme mayor en frente de Sandra, que me veía exhalar el humo con mucha masculinidad, era muy fuerte.
Pensé que esa vez seria la ultima, sin embargo, tres años después la historia cambiaria mis expectativas.

Cuando llegué a tercero de secundaria empecé a rondar billares junto a mis amigos. Todos esperábamos ansiosos las salidas para huir por la avenida y caminar cuatro cuadras hacia ese sótano donde había varias mesas de billar. Dejábamos los bolsos de lado, nos remangábamos las camisas y empezábamos a jugar.
Un día de esos Paul se apareció con una cajetilla de Lucky Strike en las manos. Paul no iba al billar a jugar, como los demás, él solo nos acompañaba para conversar y matar sus tardes de soledad. Y entonces fue así como vi, en el borde de la mesa, un cigarro prendido, esperando ser tomado por alguno de nosotros. Y entonces lo tome con los dedos, lo llevè a mis labios y tragué el humo.
Después, ya en las fiestas y en las reuniones, siempre me aparecía con un cigarrillo en los dedos que, de eventualidad, me daba más seguridad al momento de hablar con mis amigas.

Cuando entré al cuarto de secundaria, a pesar de no tener el hábito de fumar muy seguido, fumaba de vez en cuando, camino al colegio, saliendo de clases, camino a ensayar con mi primera banda de rock.
Para esas épocas fumaba una marca que reconocí en uno de los cuentos magistrales de Ribeyro: los Pall Mall. Después de leer “Solo para fumadores” del mismo, me volví loco. Buscaba diferentes marcas y sabores para encontrar el tabaco perfecto, pero los Pall Mall ya me tenían amarrados a su sabor. Después de eso, no volví a leer nada interesante sobre el hábito de fumar.
Fueron los Pall Mall los que me llevaron a la gloria. Leía con un filtro entre los dedos cuando subía al techo de mi casa a buscar tranquilidad, fumaba cuando redactaba mis primeros ejercicios literarios, fumaba cuando Ingrid me desafiaba en una discusión sobre un libro o una banda o una canción. Sea lo que sea, fumaba para sentir esa seguridad de que las palabras fluyan y caigan por su propio peso.
Mi dosis era mínima ya que solo fumaba en esas ocasiones. Me compraba un paquete sólo para esos momentos y la cajetilla la tenía guardada hasta que vuelva a hacer lo mismo.

El siguiente verano me hice fiel compañero de Carlos, un fumador más experto en el asunto. Mi verano fue maravilloso, recorríamos el malecón fumando mientras me contaba sus anécdotas, sus secretos, mientras me presentaba a sus amigas y se unían al grupo. Probé distintas marcas con él y mi paladar se volvía más selecto para reconocer el tipo de tabaco que surcaba mi garganta.
Ya en quinto de secundaria, me di cuenta que no estaba solo en el mundo. Mis escritores preferidos, los grandiosos músicos que escuchaba, los genios que componían versos y canciones también gozaban del mismo hábito, lo cual me hacía sentir como un pez en el agua.

Creo que el vicio no es tan hereditario que digamos. Mamá fuma ocasionalmente, mi papá dejo de fumar cuando se dio cuenta que lo hacía por pura pose, mi hermana también dejo de fumar cuando entró a la iglesia y sólo uno de mis primos me hacia compañía afuera de las reuniones para acabarnos un asqueroso Hamilton que nos calmaba la ansiedad. A mi abuelo lo vi fumar la última vez que fui a su casa, y no es exactamente el tipo de fumador que pensé que podría ser. Pero la excepción, el punto aparte de la familia es mi tío Beto. Fumador empedernido, siempre (repito SIEMPRE) en las reuniones, manejando su camioneta, escuchando música, enseñándome a estacionar un auto, hablándome de sus viajes, lo he visto con una cajetilla en el bolsillo de su camisa y un cigarro entre dedos. Con los bigotes un poco marrones de tanto tabaco y los dientes medio amarillentos.

Era indispensable, ya instalado en la universidad, llegar a la facultad con un cigarro entre los dedos. Muchas veces, cuando tenía clases muy temprano, iba al cafetín y tomaba un café… desde ese momento la combinación de café mas tabaco se volvió la más completa y agradable de todas.
No solo fui (soy) un fumador, también inculqué el arte a mis amigos, amigos que nunca habían probado lo bien que se sentía caminar con un cilíndrico entre los dedos, llevárselo a la boca y sentir fluir el humo. Jorge fue una de las víctimas de este (no sé si mal o buen) hábito. Cuando salíamos con Melissa a caminar, Melissa y yo fumábamos cuando conversábamos y Jorge siempre nos miraba un tanto angustiado por la escena que presenciaba. Hasta que un día decidió hacerlo. Y ahora cada vez que nos reunimos a jugar poker, a celebrar una fiesta o solamente conversar… abre una cajetilla… saca un cigarro… coge el encendedor… y fuma.
Pero no solo él fue víctima de este vicio, varios nombres cruzan por mi cabeza cuando empiezo a redactar esta parte. Adriano, Anderson, Diego, Victor, Omar… el mismo Omar Utrilla Ramírez que era la excelencia en las clases de Realidad Nacional. Cuando salíamos a sentarnos al cafetín y debatir algún tema aprendido, me veía sacando un cigarrillo y él un poco ansioso me pedía uno y conversaba con más tranquilidad.

Otro caso aparte de los fumadores que conocí fue Christiam. A Christiam lo conocí cuando ya estaba en el segundo ciclo de la universidad, cuando ya la idea de estudiar literatura iba tomando forma y cuando había dejado los Winston de lado para reemplazarlos por los imponentes Lucky Strike. Todas nuestras conversaciones, mis ensayos con mi segunda banda de rock, mis partidos de poker en un salón de la universidad… todo fue acompañado de Christiam y sus infaltables Lucky Strike. Recuerdo que Christiam era un fiel consumista de esa marca, tanto que un día vi que colgaba un medallón en su cuello y le pedí que me lo mostrara, cuando leí lo que decía solo atine a reírme… decía “LUCKY STRIKE”.

Un día saliendo de la biblioteca, después de estudiar, me encontré con Susana y me vio fumando.
-Deberías de dejar de fumar- me dijo un tanto preocupada- te puede hacer mal.
Pero en realidad nunca me había preocupado por eso. Mis partidos de tennis seguían siendo buenos y reñidos, cuando jugaba futbol también… no sentía agitación rápida como ella me lo había descrito, por el contrario, siempre que jugaba futbol, o salía a correr me sentía mejor.
Pero ahí empezó mi preocupación. Para esas épocas Rosa también me hizo prometer que dejaría de fumar drásticamente o por lo menos que reduzca mi dosis de tabaco y sobre todo que no fume en frente de ella. A pesar de que rompí esa promesa dos veces, deje de fumar dos meses y medio, los cuales no fueron tan difíciles ya que salía con Rosa muy seguido y casi no pensaba en fumar.
Despues de esos dos meses y medio, cuando volví a coger un cigarro de los de Christiam, me dio un poco de nauseas, así que decidí cambiar de marca, una marca más suave. Fue así como conocí a los no tan milagrosos Kent cuyo sabor nunca me terminaron de convencer. Eran muy suaves, era como tragar aire puro y no sentía el sabor exacto del tabaco ya que a veces se confundía con los diferentes aromas regados por el ambiente.

Si Susana me dijo que el tabaquismo me llevaría a tener problemas, pues fue cierto. Un día saliendo de la facultad, prendí un cigarro y entonces vi una llama que no se apagaba, cuando miré lo que estaba haciendo, había prendido el cigarro por el lado equivocado. También me quemé, mas de una vez, las cejas, las pestañas e incluso un poco de cabello. Pero el problema más grande fue en una fiesta cuando me agache a recoger mi encendedor y Jazmín me quemó la frente con su cigarro ardiendo.

Decepcionado de los Kent, que no solo eran feos, sino que también me costaban los mismo que me costaba un paquete de Lucky Strike y pagar los mismo por algo peor no valía la pena. Así que tuve que volver al régimen de los Lucky Strike.

Obviamente he probado otras marcas que son buenas, pero de alguna manera no llegan a mi hábito todavía y que tal vez esperan ser elegidas entre la multitud. Marlboro con sabor a Ribeyro, Premier, Inca que los fumé en la soledad cuando salí a trabajar, El Che (con Carlos en el malecón), Romeo y Julieta que me regalo Silvia y me saben a rosas, Capri (siempre tan femenino), loa grotescos Camel, etc. Solo por nombrar algunas marcas.

Este recuerdo ha vuelto a mi cabeza no solo porque volví a ver aquella imagen de aquel personaje tan inspirador, sino que hace una semana desperté y me dolía el pecho y sentía un ligero cosquilleo al respirar. He tratado de convencerme de que es producto de este invierno tan crudo pero la mayoría de amigos me dicen que es poco probable.
Al fin y al cabo, fumar siempre me ha traído buenas y malas pasadas. Millares de cigarrillos han sido testigos de toma de decisiones fundamentales, han sido espectadores de conversaciones interminables y también han leído textos como este… ya que siempre que me han acompañado y nunca me han defraudado. Y como dice Melissa “¿Qué sería de la vida sin un cigarro?”.

2 comentarios:

Rose dijo...

Yo estoy empezando mi vida como fumadora. Una a las quinientas.




Gracias por no haber fumado delante mio muchas veces.

Ay, se qe no te gusta qe te comenten, pero tenia qe hacerlo xd

Anónimo dijo...

=)

Debes dejar de fumar, porque el mundo no debe perderte =) y quedarse sin tus rimas :)

La pluma va a seguir cargada sin el tabaco...

Yo casi fumo aquel día, antes del examen...porque mi padre lo recomendo y mis primos lo reafirmaron.
Sali al parque, cerca de mi casa y vi a mucha gente fumar...
Yo me limite a caminar, a pensar en todo, a no pensar en nada. A dedicarme al cielo y a ver estrellas tácitas.

Y no fume...
Porque no va conmigo.

Ya no fumes, por favor.

Aleha!...