junio 11, 2013

Alegrías, nunca más

18

En diciembre de 1999, sin terminar los exámenes finales de la primaria, sin poder despedirme de mis amigos del colegio, llegué a Huaraz, en el norte del país. Resultaba totalmente irónico que justo ese año, me habían enseñado las capitales de los departamentos del Perú, solo así lograba ubicarme en el plano geográfico. No entendí, y probablemente nunca llegue a entender, cómo apareció esa oferta de trabajo para mi papá y mi mamá, alguno de los buenos amigos de mi papá, seguro, debe ser, es lo más lógico, pero lo cierto es que un día ya había dejado mi habitación en la casa de Arequipa, llevando solamente lo necesario, allá nos esperaba una casa amoblada y entendí que todos los muebles se quedaban en esa casa.
Llegué una mañana soleada y fría, se veía el nevado Huascarán con toda su omnipotencia, con ese corte perfecto que da la sensación de que es la cresta de una ola a punto de formarse y que, según cuenta la historia, ese pedazo de nevado se cayó como consecuencia del terremoto en 1970, formando una avalancha, un alud que llevaba consigo rocas, barro y, obviamente, el hielo del propio nevado. El desastre dejó como cicatriz perpetua la sepultura de la ciudad de Yungay, eso me lo contaron semanas después unos niños en la puerta de ese gran camposanto que es Yungay, donde vi lo que dejó tremenda catástrofe. Me imagino que es lo primero que uno logra enterarse al llegar a Huaraz, el famoso terremoto del 70 y el alud, porque no hay persona que no se quede perpleja al ver el nevado.
Pero si algo me dejó más perplejo que el nevado y su historia, no fue que mi papá trabaje como director en un orfanato, en una “Aldea Infantil” diría claramente, sino que iba a vivir en la misma aldea, a tres kilómetros de la ciudad, con los niños abandonados. No sabía qué pensar, no sabía qué decir, no le tenía miedo a conocer gente nueva, ya tenía la experiencia de mi papá cuando trabajó en un albergue en Arequipa, pero tenía un horario de entrada y de salida, y algunas veces lo iba a visitar, tenía el mundo bifurcado, por un lado estaban los amigos del colegio y del barrio, el medio que casi todos llegan a conocer, pero por otro lado estaban los amigos del albergue, a los que visitaba cuando iba, esporádicamente, a visitar a mi papá. Esto era totalmente diferente.
Sí, recuerdo muy bien la primera vez que entré a la Aldea Infantil, un camino de pura tierra, con una escena de eucaliptos gigantes, que en la copa son estirados por el viento, de un lado por el otro, las casas de barro, las mujeres, ancianas, caminando en polleras, con ojotas de caucho, un mundo diferente y me quedaba perplejo, realmente perplejo, no concebía la idea concreta de que ahí iba a estar el tiempo que tenga que estar trabajando mi papá ahí. Por fin un portón azul daba la bienvenida a esa Aldea que era exactamente eso, una Aldea, con una habitación de casi setenta niños divididos en catorce casas, cada uno con una madre sustituta a cargo y una casa aparte que funcionaba como dirección también, donde viviríamos mi hermana, mi mamá, mi papá y yo. Así estaban las cosas y ni bien bajé del carro un niño de mi edad apareció, se llamaba Luis Calixto, Luchito le decían algunos otros que iban apareciendo, era muy alegre, aunque me comentaron que así como lo veía de alegre, cuando se amargaba, se le salía el diablo y me reía. Mi papá tuvo la certeza de presentarnos casa por casa, a cada uno de los integrantes de cada casa en compañía de este tal Luchito que era para no parar de reírse con sus ocurrencias. Y fue en una de esas casitas donde la vi por primera vez, era un año mayor que yo, así que suponía que tenía diez, quizá once si su cumpleaños era ese mismo año, aunque era un poco difícil porque ya se acababa el año, se llamaba Violetta y su hermana mayor era Paula, dos gemas perdidas en ese lugar. Era simple reconocer sus ojos caramelos en toda esa vorágine y no pude quedar más prendido de ella.
Mi problema era básico o por lo menos yo lo atribuyo a mi hermana, vi tantas telenovelas mexicanas con ella, ya que ella controlaba el control remoto, que me creí las historias de amor, entonces desde los siete años yo ya podía entender qué era todo ese asunto.
Y así fue como Violetta había llegado y a mi inocente edad, en esa aldea que quedaba a tres kilómetros de la ciudad, en medio de un bosque, al lado de un rio, todo lo que había por ver alrededor, era una escenografía de naturaleza pura y por eso jugar con mis nuevos hermanos (todos llamaban papá a mi papá y mamá a mi mamá) fue una aventura que duró los dos largos años que estuve ahí. No es difícil hacer amigos a esa edad, simplemente lo haces, no tienes ninguna barrera para conocer a alguien. Y nos perdíamos entre los árboles, cruzábamos el rio, era verano y granizaba y no parábamos de jugar. De ese lugar, aprendí a usar la creatividad, hacer cometas con papel crepé, laberintos con cartulina y billitas que conseguíamos en las ferreterías. Íbamos a la carpintería de esa aldea para robar maderas y hacer nuestras armas de batalla, cortábamos los árboles de eucaliptos y el palo lo dejábamos secando sobre el horno inmenso que había en la panadería, porque cualquiera que ha vivido en medio de un bosque sabe que las ramas de un eucalipto son demasiado húmedas y que hay que ponerlas a secar algunos días para ponerle un anzuelo y bajar corriendo al rio y pescar truchas en grupo, conversando, riéndonos todos porque hice mi grupo de amigos. Los martes corríamos a la panadería porque Don Julián hacía pan para toda la aldea y le rogábamos que nos dejara ayudarlo. Él nos enseñaba a hacer la masa, dejarla fermentar un par de horas y volver para amasar y hacer los panes para todos.  Algunas veces se daba cuenta que le robábamos algo de masa para hacer pan a escondidas y comérnoslo en ese instante, calentito, recién salido del horno. No creo que haya conocido a nadie con esa infancia sin televisión, robando frutas en las pocas haciendas que había al costado, bañándonos en el rio, tiritando de frio todos juntos compartiendo una caña de azúcar recién cortada ¿Dónde estarán los hermanos Alexander y Junior? ¿Dónde estará Michael? ¿Dónde estará Beto, mi hermano mayor José Luis que se fue al poco tiempo por cumplir la mayoría de edad? ¿Qué será de Elvis y Martín? Tantos nombres, rostros y voces vuelven a mi memoria.
Siempre tendré que reconocer que mi papá hizo un trajo excelente, organizó esa aldea que, según él, la encontró de cabeza. Ni si quiera puedo explicar bien todos los cambios que vi, pero ver cómo tantos niños e incluso las madres sustitutas sentían mucha comodidad de estar ahí, me hacía entender que mi padre era totalmente diferente, porque fue él quien hizo el gran cambio, lo sé, yo lo sé porque lo vi. Cuando él llegó encontró las cuentas financieras de cabeza, había dinero solicitado al estado para algunas renovaciones infraestructurales que nunca se hicieron, los chicos tenían enfermedades que no habían sido atendidas y no estaban bien vestidos. El almacén era un infierno, la mañana que mamá entró por primera vez, encontró ratas merodeando por ahí, entre la comida. No era difícil darse cuenta que lo anteriores directores robaban el dinero y se olvidaban de todo. Mi papá tenía la experiencia de haber trabajado en el albergue en Arequipa, entonces entendía la dinámica del funcionamiento del sistema, por eso no se le hizo tan difícil, en los primeros días ubicó los problemas y luego, poco a poco, fue arreglando cada uno de ellos. No fue raro que para la primera navidad, a las pocas semanas de haber llegado, mi papá regale bicicletas a cada uno, haya refrigeradoras y cocina a gas en cada casa, porque antes de eso, se cocinaba en briquetas, una suerte de carbón en forma de ladrillos, que dejaba el ambiente de las casas llenas de humo. Pero el trabajo más difícil para mi papá, sería ganarse a los chicos, sobre todo, a los que tenían entre quince y diecisiete años.
Mientras eso sucedía, yo espiaba a Violetta desde mi ventana, la veía corriendo, jugando con sus amigas, también. Y Don Julián me veía y se me acercaba, riéndose porque se me notaba a gritos que me gustaba más de la cuenta, no solo él lo notaba, no solo los chicos y las madres sustitutas lo notaban, mis padres también lo notaban y eso hacía comprender una sola cosa, todo el mundo lo notaba y yo era el único que no sabía que todo el mundo lo sabía. Era la primera vez que sentía eso por una chica, Violetta era mi primer amor y yo no entendía por qué me escondía al verla si lo que más quería era poder estar a su lado. No sabía por qué la espiaba tanto, desde mi ventana o desde la peña, un pedregal que estaba cerca al rio y desde ahí la observaba jugar con sus amigas.
No iba a dejar de estudiar solo porque mis padres trabajaban ahí, pero mi mamá tampoco me iba a dejar estudiar en un colegio nacional con los chicos, así que cuando acabó el verano ya estaba matriculado en un nuevo colegio y tenía que empezar a forrar mis cuadernos, tomar mis bolígrafos y ponerlos en mi mochila porque ya se acercaba en lunes y todos empezábamos clases. No fue complicado que todo Huaraz sepa quién era, uno de los cargos más reconocidos en ese lugar era el de mis papás, y como Huaraz es un lugar demasiado chico, todos sabían de la llegada de los nuevos directores. Es extraño cómo funcionaba la lógica de la gente de Huaraz, un pensamiento casi obtuso, donde no hay un espacio para que pueda llegar un nuevo pensamiento, ser de Arequipa, en ese lugar, era un pecado capital, nunca supe por qué, pero para el Consejo Transitorio de Administración Regional de Ancash (el famoso CTAR Ancash) mis padres eran la peste que había llegado para robarles un lugar, no fue en vano que lleguen a fiscalizarlos casi todos los día para encontrarles un error, por suerte papá tuvo todo en regla. Y los hijos de los trabajadores del Gobierno Regional estudiaban en el colegio, entonces yo era un apestadito social en ese lugar donde también tomó su tiempo hacer amigos. Nunca me quejé, nunca me ha costado adaptarme, mi papá siempre dijo “Al lugar donde fueres, has lo que vieres” y en mi rincón del nuevo colegio, en silencio, tuve que ser paciente para hacer nuevos amigos. Aprendí a dividir mi mundo, de ocho a dos de la tarde, era el colegio, el quiosco, la cancha de futbol y los amigos con quienes jugaba trompo o canicas, y de tres hasta las ocho de la noche, era la Aldea y todo el bosque que se abría para llegar cada vez más lejos en compañía de los que se me unieran.
Y otra vez, en las mañanas antes de ir al colegio, la espiaba desde mi ventana, estaba ahí, uniformada con su media cola y una cinta guinda, el color del uniforme de su colegio, recogiendo el castaño de su cabello, era una escena de lo más ridícula porque yo había aprendido a aguantar los golpes más fuertes que me daba el bosque, las heridas en las rodillas y los codos, los cortes en los muslos, los moretones en los pectorales y lo primero que debías aprender es a caer, todo eso sumado al futbol que jugaba en el colegio, era realmente una máquina que explotaba en energía y fuerza, y no era capaz de acercarme a hablar con Violetta.
Pero hubo un momento en todo ese tiempo en el que pude hacerlo, mi hermana se encargó de hablar con la hermana de Violetta para complotar a mis espaldas y llevarme entre juegos y juegos, a un jardín que había detrás de la carpintería de la aldea, donde me encontraría con ella y tendría que suceder el milagro del amor. Y entonces ahí estaba ella y yo, nos habían llevado con puros engaños y ninguno se animaba a decir nada, yo miraba al suelo, ella miraba al suelo y cuando nuestras miradas se cruzaban de casualidad, nos sonrojábamos, nos reíamos y volvíamos a mirar al suelo. Y entonces, en un momento, volví a mirarla y sonreí tímido, ella sonrió un poco y salí disparado del lugar, corriendo a mi habitación a esconderme amargo porque nunca iba a ser capaz de soltar una palabra frente a ella, me sentía tan estúpido.
¡Pobre de mí! Don Julián me hablaba como si tuviera su edad, se sentaba a mi costado y me decía que me dé tiempo, que ya entendería de qué se trataba todo ese asunto. Pero yo lo miraba y me sentía más perdido aún y me acariciaba el cabello diciéndome “Tranquilo, Gonzalito, ya verás a lo que me refiero.”
Yo me di el tiempo, lo sé, pero creo que me di demasiado tiempo porque para las vacaciones de medio año, una mañana, mi papá me despertó y me dijo que se llevarían a Violetta y a su hermana, a un orfanato a un pueblo a siete  horas de Huaraz. La noticia me cayó como una bomba y no sabía qué hacer, cómo reaccionar, solo recuerdo haberme puesto las zapatillas y correr don de Don Julián y preguntarle donde quedaba Chiquián, ese pueblo a donde se la llevarían a Violetta y me puse a llorar, y Don Julián me abrazaba y me pedía tranquilidad, me llevó a la carpintería donde había un mapa de todo el departamento de Ancash y me señaló dónde quedaba. No recuerdo más de ese día, se supone que las subieron al bus y se las llevaron las madres de ese orfanato católico, donde, supuestamente, tendrían mejores condiciones. Era mi primer golpe al corazón, mi primera decepción amorosa, lo sentía de esa forma porque los días ya no eran los mismos si ya no la espiaba desde mi ventana, ya no la veía con su falda de uniforme, lista para ir al colegio. Maldecía a mi papá y mamá me tranquilizaba, pero yo no entendí por qué lo hicieron. No salí a jugar por varias semanas, a pesar de que mis amigos tocaban la ventana de mi habitación yo les pedía que se fueran, que no tenía ganas de nada y en el colegio ya no jugaba fútbol, en clase andaba ido, mi mente estaba en cualquier otro lado menos en los cursos. Yo supongo que poco a poco me fui reponiendo de esa angustia, supongo, porque es lo único que me quedaba, el tiempo se encargaba de devolverme a mis amigos y al bosque, tenía que volver a nadar al rio y hacer las cometas con papel crepé, a volarlas lo más alto posible. Sacar las ramas de eucalipto y pescar la trucha más grande, haciendo un trabajo sobre exigido por la corriente del rio. Saltar los muros de las Haciendas de las que robábamos frutas. Tenía que volver, era lo único que me quedaba.
Nunca supe más de Violetta, aunque me lo pregunté dos veces más el año más que me quedaba de estadía en Huaraz, la primera vez fue cuando mi papá logró un permiso para llevarnos a todos a la playa y cuando llegamos, los chicos corrieron a tomar agua de la playa y se dieron con la sorpresa de que estaba salada, yo me reía porque eso yo sí lo sabía y corrí a abrazar a mis amigos y explicarles por qué era salada. Nos divertimos tanto esa semana en Tuquillo, esa playa sin olas cerca a Huarmey, en la costa del departamento, cazamos cangrejos, encontramos caballitos de mar y aplicamos todo lo aprendido para seguir pescando. Pero en un atardecer me pregunté qué habría hecho ahí Violetta con sus amigas ¿Se hubieran divertido mucho aprendiendo a nadar? Porque casi nadie sabía hacerlo ¿Hubiera hecho un collar como todas las chicas hacían? Sí, Violetta se veía divertida, supongo que también lo hubiera hecho.
La segunda vez que volví a preguntarme por ella, fue el último día que estuvimos en la aldea, fue la primera vez que vi a mi papá llorando. El Gobierno de Fujimori había acabado, Valentín Paniagua ya había cedido ante la elección democrática y Alejandro Toledo había entrado a ser presidente, con eso, reformó desde los ministros, como cualquier movimiento lógico de la política, hasta los presidentes de cada Consejo Regional, mi papá siempre fue consciente de que trabajaba para el gobierno, las cabezas rotan en esos lugares y ante la presión política del gobierno de Toledo por meter a su gente en cualquier puesto, trataron de hallar irregularidades en el trabajo de mi papá, no las encontraron y metieron a prensa amarillista para vender patrañas en los periódicos, pero ni si quiera eso resultaba, porque mis papá había logrado ganarse el respeto de todo Huaraz, haciendo un trabajo excelente, haciendo algo que nadie había logrado hasta ese entonces, ganarse la confianza de los chicos, de los más rebeldes de ese entonces, los chico que están entre los quince y diecisiete años, logró llevar a los chicos a la playa en un pasea inolvidable de la que aún conservamos fotos, hizo torneos de fútbol entre Aldeas de todo el departamento y cualquiera que lograba leer esas noticias, sabía que era mentira y todo era un trabajo sucio del gobierno de turno.
Pero era demasiada presión política, mi papá tiene demasiado orgullo como para estar en un lugar donde no lo quieren y las cabezas del gobierno no lo querían ahí. Una semana antes de irnos nos dio la noticia y volvimos a empacar todo. Para el día en que nos fuimos, se hizo una despedida y producto del gobierno de turno, hubo apagón solo en aldea, algo realmente extraño. Entre velas mi papá dio un discurso de despedida y para no llorar, daba sorbos largos a un vaso con agua. Vi a todos mis amigos, mis nuevos hermanos, llorar porque no querían que nos vayamos y cuando subimos al carro, todos los chicos se pusieron en el portón, haciendo una barrera humana para que no nos vayamos. Todos volvimos a llorar y la despedida se prolongó un par de horas. Fue en ese momento en que me pregunté por qué nunca le pude hablar, me arrepentí de no poder haberme acercado a Violetta. Me iba a ir de ese lugar y ella no se iba a enterar nunca.
Pero aún así, no nos fuimos de Huaraz, vivimos como una especie de refugiados en un rincón de la ciudad, hasta que mi papá encuentre trabajo en algún lugar, vivimos de los ahorros escasos y algunas veces volvimos a visitarlos a escondidas. Fueron unos meses en los que creí vivir en un paréntesis, suspendido. La casa era prestada de una amiga de mi mamá, era una casa muy grande para una familia que salía de una casa amoblada por el estado y no había llevado más que ropa. Solo había una mesa pequeña en el centro de la sala-comedor y tres colchones repartidos en dos cuartos, uno en el que yo dormía junto a mi hermana. La cocina también era muy grande para una cocina eléctrica y un par de reposteros vacíos. No había sido tan feliz como en esos momentos donde demostramos que la familia, a pesar de esa angustia de no saber si mi papá volvería a trabajar, estábamos juntos, cenando alegres en esa mesa diminuta donde comer era todo un arte porque nos golpeábamos los codos y nos reíamos porque sabíamos que a donde vayamos y en donde estemos, los cuatro siempre estaríamos juntos.

1 comentario:

Unknown dijo...

Que cosas no pasamos amigo! en nuestros recuerdos siempre quedaran aquellas épocas vividas!
.....
Y allí estaba Él, un niño bien puesto con una sonrisa transformando en hoyitos sus mejillas,su Karma que te invita a caminar y reír, los ojos achinados, acompañado de una Joven muy Guapa, era la hermana; la Madre de imagen cautivante, el papá de corte republicano muy Arequipeños ellos.