agosto 22, 2013

Alegrías, nunca más

19

Llegué a La Molina y pagué el taxi. Desde el aeropuerto había estado pensando en Violeta, se me hacía raro haber pensado tanto en ella, con tanta intensidad, no lo había hecho en más de diez años y me reí con un poco de ironía ¿Sólo en estas situaciones más difíciles uno tiende a ser nostálgico? Me pregunté mientras entraba a casa y me sorprendía no encontrar a nadie. Algo estaba diferente en mi habitación, me resultaba un poco más pequeña. Me recosté y dormí el resto de la tarde pensando, otra vez, en Violeta ¡Qué difícil debe de haber resultado su vida en comparación a la mía! Recuerdo haber buscado su ficha social en los documentos de papá, en aquellos tiempo, cuando vivíamos en la aldea, las causas de haber estado ahí eran por abandono, su padre se suicidó y su mamá era alcohólica ¡Qué terrible! Supongo que su madre no aguantó tremendo golpe y se dedicó al vicio ¿Me estaría pasando lo mismo a mí? Haciendo las sumas y restas respectivas del caso, me di cuenta que últimamente había estado bebiendo muy seguido ¿Eran síntomas de ser alcohólico? Me asusté y luego me convencí de que era muy exagerado pensar eso. Un alcohólico se embriaga solos, yo no, yo solo bebía en reuniones lo cual me catalogaba como un bebedor social. Me olvidé del asunto y esta vez sí logré dormir tranquilo.
Ni si quiera tengo motivos para inventar hipocresía, desde el momento en que me enteré que Mónica se había acostado con Diego y luego había estado besándose con mi mejor amigo, yo decidí cobrar venganza ¿Por qué? Pues porque me gusta dar el último golpe, la estocada final de la batalla y sí, sentía que Mónica me había declarado la guerra. Soy Aries y eso me pone en la línea de “Es fácil ofender a los Aries y, cuando se sienten ofendidos, es difícil hacer las paces con ellos.” Y hasta quizá suene un poco extremista, pero quebrar la confianza conmigo es desatar la furia de Aquiles ¿También no fue Menelao el que desató la guerra de Troya por una traición? ¡Tremenda venganza! Pero, si hablamos de venganzas, Edmundo Dantés fue un artista de la venganza. A lo mejor no estaba tan equivocado con esa decisión, pero de algo estaba seguro, soy capaz de engañarme a mí mismo y convencerme de cosas que no son, si yo mismo quiero que sea así. Entonces debía devolverle el golpe del mismo calibre, la misma dimensión, buscar a su mejor amiga y hacerla caer en la trampa, pero ¿Quién era la mejor amiga de Mónica? Dependió de cada época en la que la conocí, fue Cielo su primera buena amiga que me presentó una noche al poco tiempo de conocernos. Luego me presentó a Ángela, una muchacha de la universidad, si no me equivoco era de su carrera. Luego era Grecia, una amiga mía con la que la veía arriba y abajo, juntas desde que las presenté ¿Ahora quién ocuparía esa plaza donde rotaban cabeza como si fueran funcionarios públicos? Ni se me ocurría.
A la mañana siguiente, me desperté bastante tranquilo, volví a sentarme en mi escritorio y empecé a redactar otro capítulo de la novela que estaba empezando, no tenía un rumbo fijo, le daba al teclado contando explícitamente lo que había estado sucediendo, ni siquiera sabía si era una novela, solo quería contar lo que me sucedía, mi versión de los hechos desde mi trinchera. La imagen que proyectaba era la peor en la que alguien me podía conocer, el cabello grasoso desde la raíz hasta la punta, los ojos rojos, aún con legañas, el cigarrillo en la boca, humeando mientras sonaba la música perfecta de mis dedos, dando su propio ritmo, contra el teclado. Con mi pijama y con casaca cualquiera por el frio que aún hacía en la ciudad. Tanto café iba a matarme, pensaba cada vez que paraba a leer un poco de lo que iba avanzando y daba un sorbo largo a la taza de café frio. Me alegraba trabajar en ese estado casi neurótico, me hacía entender que estaba a un buen nivel de concentración.
Mamá estaba de viaje por trabajo y el resto también trabajaba. Yo también trabajaba, por lo menos a mi estilo, así que pedí comida por teléfono y seguí trabajando, al mismo ritmo hasta la noche, donde por fin me bañé y fui a buscar a Mónica a su trabajo, decidido a hacer una sola cosa, averiguar quién era su mejor amiga de ese momento e ir preparando mi propio tiro de gracia.
Me gusta el invierno de Lima, el color gris le asienta tan bien, que soy capaz de escapar de la ciudad porque mucho calor me molesta. Pero, en cambio, la brisa dispersa por las calles, respirar la humedad, sumado todo eso al paisaje de La Molina, es toda una escena de película. Por eso ni me esfuerzo en buscar algún transporte para movilizarme por los lugares, así tenga que caminar una hora entera, la disfruto con el paisaje y el clima. Mamá me dice que es muy extraño que me gusta el clima que casi toda la ciudad detesta, pero no me incomoda.
Mónica estaba ahí y la encontré distinta, me abrazó con fuerza y me dijo que no esperaba verme. Estaba un poco triste y mientras me hablaba, mi cabeza entraba en razón ¿Le podía hacer eso a Mónica? ¿Sería capaz de hacerle algo peor? Yo ya le había hecho todo el daño que se le puede hacer a una persona y encima creía poder hacer algo peor ¿Ya no era suficiente para mí? Una parte me convencía de que no, que su carencia emocional, su forma de querer llenar sus propios vacíos hacía que ella haya estado andando con uno y con otro, hasta llegar a Alejandro. Pero otra parte volvía al principio, era un tema de orgullo, al fin sabría que conmigo no se juega, el que lo hace, lo paga caro.
-¿Mañana podemos vernos? Va a venir Mayra, mi mejor amiga. Hace tiempo que dejé de verla y ahora estamos retomando el contacto ¿Quieres acompañarnos a almorzar?
Listo, pensé, ya tenía todo lo que estaba buscando.
Nos despedimos con un fuerte abrazo, un beso en la mejilla y una mirada intensa, de esas miradas que te quieren decir ¿Qué pasó entre nosotros? ¿Cómo hicimos para llegar a este punto? Porque la verdad nos destruimos a una velocidad increíble, sin pensar en las consecuencias, sin pensar de que en algún momento, los dos tendríamos que vernos con pena, la nostalgia de lo que no pudo ser. Sí, era pena la que ambos sentíamos por nosotros.
Regresando a casa hice una llamada a Mauricio, aquel amigo con el que compartía mi afición a la música, en un buen gusto a la vida él escogió periodismo y lo veía contento, alegre de hacer algo que realmente lo llene de energía, lo anime a continuar por el ritmo de vida que quería tener.
Nos saludamos, con mucho cariño, hablamos unos minutos sobre cómo nos estaba yendo, una mentira grosera de mi parte, la hipocresía en su máxima expresión. Le dije que me iba muy bien, que estaba esperando una oferta de trabajo para desarrollarme en el área que deseaba, que, por suerte, la vida o el azar ¡Llámalo cómo quieras! Me iba muy bien, hermano ¡Qué falso! Pero no me importaba, ya estaba muy bien acostumbrado a las mentiras, yo mismo podía creerme una.
-Dime, compadre ¿Qué puedo hacer por ti?- me dijo Mauricio, sospechando que esa llamada, después de tanto tiempo no era gratitud.
Le expliqué lo que sucedía, estaba buscando a una chica de la cual no recordaba casi nada. Supongo que le pareció algo estúpido cuando le dije eso, pero continué, tratando de no sonar ridículo, casi obsesivo con el asunto. Pero era imposible, me exaltaba, me emocionaba con la idea de que estaba la esperanza de que Mauricio, recurriendo a sus contactos, lograría decirme dónde estaba ella. Al final quedamos en que me llamaría y nos prometimos unas cervezas para ponernos al día. Sí, claro y colgué de un golpe.
Me sentía cansado y volví a casa para dormir temprano.
A la mañana siguiente me desperté relativamente tarde y me alisté, ese día le vería la cara a Mayra y tendría que ser lo suficientemente simpático para conversar con ella después de ese almuerzo. Un poco de perfume, una sonrisa de propaganda de pasta dental y un podo de desinterés son la receta para simpatizar a alguien, no soltarle la bola por completo, hacer entender que su presencia no es necesaria, pero tampoco estaría mal. Es decir, hacer sentir que tu amistad es abrir una puerta en la que te puedes divertir, el que la quiera abrir, que lo haga.
Llegué quince minutos tarde para que mi presencia sea notable y la vi sentada, sonriendo, mientras que Mónica estaba furiosa porque si algo le molestaba mucho, era mi impuntualidad. Me senté y empecé a hablar, no sabía de qué tanto hablaba, contaba historias y hacía algunas bromas, por lo menos le había devuelto la sonrisa a Mónica y todo estaba correcto. En esa única hora que Mónica tenía para almorzar, descargué lo mejor de mis encantos e incluso, yo, me quedé sorprendido de hacer tanta alharaca. Al final, Mónica volvió al trabajo y yo tuve que acompañar a Mayra a tomar el carro. Cambio de planes, solo me dediqué a escucharla y así nos quedamos media hora más conversando. Me parecía lo más correcto.
En la noche, empezamos a chatear muy seguido. Se volvió un hábito que ambos teníamos, empezábamos a las diez de la noche y terminábamos a las tres de la mañana, algunas veces un poco más. Coincidimos en un hobbie, el billar, en realidad no era mucho de ir, pero sí, cuando lo hacía, jugaba mucho y llegué a dominar el juego. Ese fue mi primer ademán, invitarla, aunque le expliqué que no jugaba hacía mucho tiempo.
-¿Mónica no se molestará si salgo contigo?-dijo ella.
-Ella siempre se molesta conmigo, yo estoy acostumbrado.
-¿Y si termino peleada con ella?
-Bueno, si te peleas con ella, podríamos ir a jugar billar, tranquilos.
Ella se rió y al final quedamos en salir a jugar sin que Mónica se entere. Al final ella añadió “Solo jugaremos ¿No? ¿No haremos nada malo?” Y el demonio iba aflorando en mí. Sí, pensé, nada malo.
Así fue la historia, no tan diferente a la de Galy, Claudia o Romina. Empezamos a salir juntos y clasificamos nuestra amistad como “clandestina” pero en algún momento las cosas se iban saliendo de las manos, dejamos de chatear por las noches y en vez de eso, hablábamos por teléfono hasta las cinco de la mañana, nos dejábamos mensajes al celular y la coquetería empezó a emerger en silencio, sin que ella y yo nos pudiéramos dar cuenta.
Una noche salimos a conversar, nada diferente a lo que ya estaba acostumbrado, fue muy normal, encendimos los cigarrillos y empezaron las risas y las indirectas. Más tarde, ella iba a ver a Mónica y antes de irse la tomé por la cintura y apretamos nuestros labios.
-Esto está mal, Gonzalo, Mónica es mi amiga y…
No dejé que terminara la frase y volví a besarla con más fuerza, pero en mi cabeza solo existía una sola cosa “Ya está, acá empieza” Y sí, ahí empezaba la verdadera historia, salíamos muchas veces y entre besos ella me preguntaba cómo podríamos llevar esa relación que era tan clandestina, tan furtiva, tan atractiva para los dos, porque corríamos el riesgo de ser vistos en cualquier momento.
Muchas tardes ella llegaba a mi habitación y un beso y otro nos llevaba a desnudarnos y acariciarnos antes de acostarnos. Nos quedábamos dormidos, tibios, aún, después de la pasión. Acariciaba su cabello y lo besaba la frente mientras ella se quedaba dormida en mi hombro o en mi pecho. Olía con mucha profundidad su cabello y volvía a besarla antes de dormir. Algunas veces Mónica la llamaba a ella o a mí y teníamos que guardar silencio porque la risa nos ganaba. Era horrible su cargo de conciencia que descargaba conmigo, me decía que se sentía mal por todo, pero ella tampoco era hipócrita, porque sabía que era lo mejor que estaba sucediendo y me devoraba a besos hasta hacer sangrar mis labios.
Todo eso se juntaba a un ritmo de vida muy distorsionada, todas las noches salía con amigos y bebíamos más de la cuenta, fumábamos marihuana en los parques y con otros amigos entrábamos a los burdeles donde se nos habrían las puertas del infierno y nosotros, felices, pagábamos lo que sea para que nunca acabaran esas fiestas donde nos despojábamos y tratábamos de olvidar las propias porquerías que nos ahogaban en nuestra estúpida existencia.
También me cansé de la universidad, ya ni me dignaba a asistir a alguna materia, simplemente me desaparecí y el dinero lo dividía entre Mayra y fiestas. Ni más ni menos. Ya había perdido a mi familia, a mi novia, a mi mejor amigo ¿Quedaba algo más que perder? Y si la respuesta era negativa, no me importaba porque ya estaba muy ebrio para seguir analizando los dimes y diretes que te vende la autosuperación o la psicología. A la mierda, si alguien no está tan jodido como uno, que no quiera vender comprensión y consejos de momentos que nunca ha vivido.
Pero yo no sabía que un vacío no podía llenar otro vacío y una tarde estaba en mi cama con Mayra, ella jugaba con mi cabello y yo tocaba su cintura. Una de mis tantas resacas despedía de mi cuerpo un olor a perdición en la madrugada y ella no se incomodaba. No sé de lo que hablábamos y ella dijo “¿Cómo le vamos a decir a Mónica que estamos juntos?” y esa fue la frase donde me di cuenta que era el inicio del final, no me molestaba que Mónica se entere, a decir verdad, yo quería que Mónica se entere para que le duela, pero no existía un “estamos juntos” Mayra estaba muy confundida sobre la situación y esa tarde no dije nada, pero tenía que hacer algo por el asunto.
Sin darme cuenta cómo iban pasando los días, pasaron semanas y algunos meses en que yo realmente no hacía nada salvo escribir, estar con Mayra e irme de parranda. Pero Mayra desequilibró el status quo de la ecuación de mi ritmo y tenía que ponerle un final.
A la mañana siguiente fui donde Mónica, me acerqué como un buen amigo y cuando me fui al baño, dejé mi celular en su cara para que lo revise. Obviamente, cuando volví, tenía un vacío en la mirada, una expresión que ella no podía controlar, estaba paralizada, no podía creer lo que había encontrado y yo solo cogí mi celular, le di un beso en la mejilla y di una carcajada , me estaba yendo porque Mónica empezó a llamarme, me pedía que no me vaya, que me quede para conversar y ya era muy tarde, porque no había nada que conversar.
Llegué a mi casa y esa misma noche tenía una fiesta, cuando salí Mónica estaba esperándome en la puerta de mi casa, ni le tomé importancia y ella me empezó a perseguir, me pedía que me detenga, que quería hablar conmigo y cuando por fin me detuve y le pregunte qué quería, empezó el espectáculo, empezó a llorar y a gritarme, a maldecirme y a decirme que era una basura, una mierda, una porquería de persona, que yo las iba a pagar porque una persona como yo, un idiota como yo no merecía nada y que al final iba a estar solo. Yo me reía y disfrutaba todo eso ¿Eso querías? Le dije, ahora te acordarás de mí el resto de tu vida, sabrás que conmigo no se juega. Dime ¿Qué se siente que te hagan mierda con tu mejor amigo? Llora lo que quieras, Mónica, sufre las veces que quieras hacerlo. Pero no calculé su mano izquierda y en un momento ya estaba impactando contra mi rostro. Mis lentes saltaron hasta el medio de la pista y fui a recogerlos ¿Eso querías? Golpearme y cuando me fui, ella me llamó de nuevo. No te vayas, por favor y le decía ¿Qué es lo que quieres? No me arrepiento de nada, dime ¿Cómo te sientes? Y ella sentía que había un placer entero en lo que decía, una excitación enfermiza en verla tan mal como yo lo estuve en algún momento.
-No se juega conmigo, Mónica, espero que se te quede bien grabado.-fue lo último que dije y esta vez me atacó con su derecha.
-Vete a la mierda, Gonzalo.- me gritó.
-No te imaginas hace cuánto tiempo estoy ahí.- Recogí mis lentes de nuevo y prendí un cigarro camino a la fiesta.
A esa fiesta, le siguieron miles de fiestas más y el asunto era lo mismo. Drogas derramadas y esparcidas en todos los lugares, conocía gente que nunca más volvía a ver y me embriagaba hasta perder la cordura, besaba a desconocidas y cuando salíamos de las fiestas, volvíamos al mismo burdel a pagar por más diversión. Llegaba a casa a las siete u ocho de la mañana y dormía hasta las cinco o seis de la tarde para volver a hacer lo mismo. Sin darme cuenta había dejado de escribir, había dejado de leer, de ver películas o ir al cine, me dejaba consumir en por las tinieblas de lo mundano y yo, ciego y débil, asistía a mi ritual diario de autodestrucción.
Por el lado de Mayra, nos vimos un par de veces más, algunas en mi cuarto, otras en un hotel y una sola vez en la calle. Su propia conciencia la venció y decidió alejarse. Se fue sin decir adiós y yo no me preocupé en seguirla y pedirle explicaciones. No me quise enterar si arregló sus asuntos pendientes con Mónica, porque a Mónica le perdí el rastro.
Una madrugada de diciembre llegaba a casa en un estado patético, ebrio hasta la punta del cabello y no sé cómo abrí la puerta, me caí tres veces en la sala y entré a mi habitación arrastrándome. No logré subir a la cama y empecé a vomitar por el vértigo que me había ganado, fueron casi  treinta minutos mientras duraba la penitencia, vomité sin parar, eliminando todo el alcohol consumido, la comida y hasta la bilis salía por mis fosas nasales. Sentía que iba a morir y no recuerdo más.
Me desperté esa misma noche con el cuerpo demolido, al lado del vómito que había llegado a ensuciarme la ropa y sentía más nauseas y volví vomitar ahí mismo, incapaz de moverme, como si mi cuerpo no fuera capaz de hacerme caso y me puse a llorar ¿Cómo había llegado a esto en mi vida? Lloraba y lloraba, recordé todos los planes que tenía para mí antes de entrar en esta porquería de vida, recordé a mi mamá y a mi papá ¿Por qué me era tan difícil tener una vida tranquila? ¿Por qué a mí me tenía que suceder tantas cosas que me dejaban derrotado, me dejaban sin energía para resolverlo? Estaba arrastrándome en el suelo y seguía llorando ¿Qué me hacía falta para estar bien? Me preguntaba ¿Qué necesitaba para volver a ser el Gonzalo que era alumno estrella, hijo responsable, aquel hombre que valoraba a las mujeres y las respetaba? Yo era consciente de que tenía todo lo que necesitaba para ser el hombre que yo esperaba de mí, pero no contaba con tantas cosas que me iban a suceder y me destrozaron hasta el orgullo de poder pararme en frente de alguien y decir “Mi nombres es Gonzalo, mucho gusto” porque ya ni siquiera podía mirarme al espejo y verme a los ojos sabiendo todo lo que había estado haciendo y creo que ese era el problema fundamental, tenía vergüenza de la vida que llevaba y no tenía paz interior. Se acercaba navidad y me encontraba en el peor estado de mi vida, en ese último piso de mi vida, solo quería morir y que todos queden tranquilos para que nadie se preocupes de la falta de agallas de un hombre que pudo hacer mucho y despilfarró el talento en lo más terrenal.
Sonó mi celular y contesté limpiándome las lágrimas. Mi voz estaba destrozada por el alcohol, el frío de dormir desabrigado y el piso tan frio, el desfiladero de cigarrillos que devoraba por paquetes.

-Gonzalo, te habla Mauricio ¡La encontré!

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