agosto 08, 2008

Memorias de la sombra.

El sol tenía varias horas descansando en el oriente. Aquí, la compasiva luna alumbra las frías calles, acompañada de las pequeñas pero infinitas estrellas, son las únicas testigos de lo que sucede. Es más de medianoche, en mi hogar, si es que se le puede decir así, todos yacen en sus camas. Dejando que el cansancio y el frió de otoño los envuelva en sus sabanas. Es momento de despertar al ser que duerme en mí.
Inclinándome como el mismo drácula, me levanto y me envuelvo en mi manto negro. Salgo sigiloso de mi recamara y sin causar el más mínimo sonido cruzo las puertas de mi casa. La luna lanza sus rayos plateados sobre mi espaldar oscuro. Cierro los ojos por unos instantes, esperando que el viento golpee mi rostro, para designarme hacia donde debo ir. Mi mejilla derecha siente la fría brisa, por tal motivo emprendo mi viaje hacia el lado contrario. Comienzo a caminar por las desoladas calles, mirando a las escasas personas que aún seguían despiertas.
Tras caminar unas pocas cuadras, meto ambas manos en los bolsillos. Simultáneamente, saco una cajetilla y un encendedor de ellos. Extrayendo un cigarrillo, guardo la cajetilla nuevamente, luego lo prendo cubriéndolo del viento. Tras una lenta pero fuerte inhalada, el tabaco se vuelve humo e ingresa a mis pulmones. Muchos dicen que el fumar te hace mal, pero para mi es todo lo contrario. Cada vez que lo hago me acerca más a la muerte, nada es más reconfortable que eso.
Ya tengo unas cuantas horas caminando. No sé la distancia que he recorrido desde mi punto de partida, solo sé que en mi bolsillo quedan menos de la mitad de cigarrillos con los que emprendí mi caminata. Luego, paso por una ventana, en la cual veo mi reflejo. Veo a aquel ser que encierro cuando la ciudad despierta. En el interior de mi capucha, solo se podía apreciar unos ojos con mirada frívola. Una amalgama de rojo y negro, como los colores del infierno, pintaban mis ojos.
Con la mente despejada y todo el humo del tabaco cubriendo mi cuerpo, veo a las personas a mí alrededor sin detener mi andar. Algunas pasan a mi lado como si nada, otras prefieren evitarme cruzando la pista, seguro sienten miedo al ver la oscuridad de mi ser. Todas ellas con la mirada perdida, quizás por algún problema social, quizás por alguna herida del alma. Mientras paso por un parque, que no era nada diferente a los muchos que recorrí previamente. Algo tan simple, y complejo al mismo tiempo, llama mi atención. Una pareja descansa sobre una helada banca de cemento. Sin importarles la hora que era, ni el frío en el lugar, ríen y se abrazan con suavidad. Por alguna extraña razón, ese acto tan natural y común hizo que detuviera mis pasos.
Trató de olvidar lo visto fijando mi mirada en el tabaco de mi cigarro, pero ese retrato se queda grabado en cerebro. Mi ser, que ahora es frío y siniestro, sin reacción alguna ante las emociones. Suele alejar a todos los seres que me regalan aprecio. Pero a pesar de todo, esa imagen me hace reflexionar cosas que hace mucho olvide, ¿Alguna vez tuve sentimientos? ¿Este seco corazón vivió por alguien? Mi mente vaga por todos mis recuerdos buscando respuestas. Tras unos breves segundos, me centro en un recuerdo, el cual me causó mucho asombro. Mientras al mismo tiempo que una extraña sensación recorre mi cuerpo. En los recuerdos de mi pasado me veía feliz, sonriéndole al sol y abrazando a la gente. Alguien controlaba los latidos de mi corazón y me daba ese sentimiento que muchos llaman amor.
Después de todos esos recuerdos felices, la oscuridad volvió a mi mente. Sin encontrar razón alguna, le provoqué mucho daño a la gente, lastimando a todo ser que intentaba amar. No lograba entender el porqué de mis actos, por tal motivo, solo me quedo una opción, matar todo sentimiento en mi interior. Arrancándome el alma y deteniendo mi corazón, emprendí un largo viaje a la soledad. Por fin entendía todo, ahora recuerdo muy bien el motivo de mi frialdad. Pero lo que no comprendo, es como una simple pareja sin hacerme nada directamente, logró hacer que viejos recuerdos salieran por unos instantes, instantes que no volverán a pasar.
Luego de unos momentos con las plantas pegadas al suelo, vuelvo a caminar lentamente. Inhalando el poco tabaco que le quedaba a uno de mis últimos cigarros, aprecio el cielo. En mi interior una tosca sonrisa se dibuja, mientras veo la majestuosa luna llena. Fría y sola al igual que yo, cuelga en el firmamento. Mi amiga y amante, la luna me acompaña todas las noches que camino en esta soledad en masa. Como un lobo solitario, veo a la luna como mi único tesoro.
Muchas horas he caminado, Debo regresar antes que los primeros rayos del sol anuncien que el alba se aproxima. Encerrar al ser que vive en mí, antes que las calles se llenen de gente y sea peligroso para ellos. Tras unas horas caminando de regreso, ingreso a mi hogar de la misma manera que salí, en silencio como un fantasma. Me recuesto sobre mi cama, dejando que los músculos puedan por fin reposar. En breves horas, el sol penetrará por las ventanas. Este cuerpo despertará y afrontará un nuevo día. Ojala no conozca a nadie importante, para que así yo no cause mal a nadie. Yo dormiré mientras tanto, esperando que la noche envuelva nuevamente la ciudad y yo pueda volver a salir a caminar.


Cfr: Victor Tumialan M.

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