Tsukuru levantó la vista del libro que estaba leyendo y preguntó a Haida de qué pieza se trataba.
-Es Le mal du pays de Franz Liszt. Forma parte del libro Première Années Suisse, de los Años de peregrinación.
-¿Le mal du…?
-Le mal du pays, en francés. Quiere decir nostalgia o melancolía por la tierra de uno.
[…]
Me ha sido inevitable pensar en Arequipa al toparme con ese fragmento del nuevo libro de Haruki Murakami que estoy leyendo.
Arequipa, Arequipa, Arequipa ¡Dueles cuando haces falta! Y de esos viajes siempre recuerdo a Claudia o, como decimos los arequipeños, la Claudia, porque siempre usamos el artículo antes del nombre y nadie pronuncia mejor que nosotros la ye y la elle marcando una definición auténtica e inconfundible.
A la Claudia me la presentaron cuando ambos teníamos catorce años y mi cabello tenía un look del que todos se reirían ahora, pero la Claudia tenía unos ojazos pardos y un lunar en la ceja que llamaba la atención. Estábamos en la fiesta de la Lucía y el Christian, estos mellizos que siempre abrían las puertas de su casa en Cayma para celebrar su cumpleaños a todo dar, la música a todo volumen, unos tragos servidos con supervisión de sus papás para brindar a cada tanto, los mismo tragos que nos robábamos a escondidas para conversar en la terraza principal y mientras hablábamos, mientras bailamos y nos reíamos mucho, me preguntaba ¿En qué momento apareció esta arequipeñita? Resulta que las arequipeñas tienen un encanto especial, no sé, no sólo son orgullosísimas como el común denominador de los arequipeños, también son retadoras, son de las chicas que, sin conocerte en el medio de una fiesta, se acercan a la mesa de tragos y te retan a tomar tres copitas de Anís Nájar, este aguardiente que primero explota en la garganta, luego en el estómago y deja un sabor a paraíso en el paladar y que, ni bien terminas las tres copitas, tienes que tomar un chopp de cerveza de un tirón, el famoso prende y apaga ¡Sólo para hombres! Dice la gente, pero a las arequipeñas no se les reta ¿Será una casualidad que Flora Tristán, la revolucionaria feminista por excelencia, tenga raíces en esta tierra? Pero las arequipeñas también son acogedoras, cariñosas y muy sencillas.
La Claudia nunca fue la excepción, y sí, me retó a tomar las tres copitas de anisado y ella lo hizo en mejor tiempo que yo, es por eso que hasta el día de hoy soy la burla de su victoria y así como su desmedida personalidad es el complemento de nuestra relación, Arequipa ha sido el clásico escenario de nuestra historia. Desde Yanahuara hasta Santa Catalina, el centro de la ciudad y sus anchas, los bares de San Francisco, las discotecas y los restaurantes con terraza del Pasaje de La Catedral donde nos sentábamos a perder la noción del tiempo en medio de un desfile de cervezas ¿Qué cerveza? ¡Arequipeña al polo, señor! Ella con sus infaltables Lucky Strike y de tanto en tanto, unos anisados, dulce para ella, seco para mí, celebrábamos con el rito tradicional de la ciudad mientras actualizábamos nuestras vidas porque sólo nos vemos una vez al año y tenemos mucho de qué hablar.
La Claudia siempre ha estado ahí, no sólo en Arequipa, sino en mi vida, nunca nos hemos visto en otra ciudad, sus estadías en Lima han sido fugaces y cuando ella partía de Cuzco, yo arribaba la ciudad dos días después. Siempre he sentido que la Claudia realmente me escucha, me presta toda su atención e, incluso, me riñe y me llama la atención con certeza, acaricia mi brazo si se pone triste y estalla de risa achinando esos ojazos pardos tan hermosos. La Claudia me ha aconsejado, se ha vuelto loca con mis decisiones y a veces me habla como a un niño cuando quiere explicarme de algo que estoy haciendo mal. Me ha sentado en la mesa de un café que ya no existe, pequeño, discreto y acogedor en Los Claustros de La Compañía a conversar seriamente sobre nuestros errores o malas experiencias, la Claudia es un ejemplo claro que Arequipa no es sus volcanes ni su bellísima y blanca arquitectura, no es su historia llena de revoluciones y terremotos, es su gente, que si bien dicen que somos arrogantes y contestatarios, también somos bonachones y querendones como el clásico Montonero Arequipeño.
Porque lo arequipeños somos así, Claudia, entre nosotros nos ayudamos, siempre somos familia, porque nos enseñan a ser buenos arequipeños antes que ser buenos peruanos, nos dicen que ser de Arequipa es un privilegio y una responsabilidad, nos obligan a aprender de cabo a rabo el himno de nuestra tierra y entonamos el himno de gloria de la blanca y heroica ciudad con el pecho inflado y las venas resaltadas por el grito y el orgullo de cantarlo a ritmo marcial. Porque nos enseñaron a celebrar una semana entera el día de Arequipa a tal punto que los veintiochos de julio quedan opacados, casi inexistentes. Porque somos de familias criollísimas, untamos el pan en el adobo acompañado de chicha de jora, nos entendemos entre nuestros arequipeñismos, este idioma popular configurado por palabras y frases hechas que tienen influencia del quechua, castellano y aimara, bautizado como la lengua del Misti en honor a nuestro volcán. Porque nos ponemos los sombreros characatos y adoramos ir a los toros, a la pelea de gallos y montamos el caballo a toda velocidad. Porque la tierra nos une, nos arraiga, nos devuelve la paz que necesitamos, la misma paz que nos entregó al nacer. Y porque somos de Yanahuara, Claudia, los de Yanahuara no nos chupamos, somos pelincos, no nos dejamos ccotimbiar y si es necesario, nos mandamos a ccaitiar con quien se refiera mal de nosotros, en Yanahuara empieza y termina el mundo. Yo mismo no sé por qué somos así, pero lo somos, tan orgullosos, llenos de amor por el terruño ¿Será que nuestra geografía define nuestro carácter? ¿Tener ese volcán nos hace más prepotentes y rebeldes? ¿Es acaso nuestra historia, revoltosa, llena de tiros, golpes, poetas, fiestas y jolgorio la que macera nuestra idiosincrasia? El pueblo de Arequipa es muy susceptible y ante cualquier injusticia el pueblo se mueve y se levanta en masas, los lonccos y los ccalas, cholos ccaruyas se ponen ccariches y chúcaros ante el que nos quiere doblegar. No hay más que hacer, solo nos queda responder a la idea de que somos de la casta de Arequipa y llevar el título nos marca para toda la vida.
Recuerdo uno de los tantos últimos días que estaba en Arequipa, como siempre, caminaba por las callejuelas angostas de Yanahuara comiendo queso helado, la Claudia me acompañaba como siempre hablando de sus cosas, yo no la escuchaba ¿Para qué mentir? Pensaba en lo difícil que resulta dejar el lugar de uno. Sorteábamos nuestro andar por La Casa Embrujada, bordeábamos la plaza para entrar por la recta de los arcos del mirador, empezando por el Callejón del Cabildo. Las frases talladas en el sillar, un material blanco producto de la solidificación del fuego de los volcanes y que, por ser el elemento principal de la arquitectura de la ciudad, Arequipa es llamada la “Ciudad Blanca”, recuerdan a los transeúntes la penitencia eterna del lugareño, son las frases mejor trabajadas de los ilustres oriundos, donde la que tiene mayor vigor y estalla es esa que dice “No se nace en vano a los pies de un volcán” y que muchos arequipeños la han adoptado en sus logos como una carta de presentación y una advertencia de con quién estás tratando en ese momento.
Esa mañana fuimos a comer a La Tradición Arequipeña con un grupo de amigos en una suerte de despedida ¡Hasta el próximo año! Y sí, un año más alejado de mi tierra. Había ahí un grupo de músicos interpretando todo el repertorio de la música popular de la Ciudad Blanca, Los Dávalos predominaban ese repertorio empezando con Gitana.
La mesa de la picantería estaba llena de platos típicos y las conversaciones eran amenas con ese dejo tan divertido, estirando las palabras y devolviéndolas a su ritmo en un concierto general de voces criollas. Me sentía cómodo, me sentía, por fin, donde pertenecía, pero no fue hasta que los músicos cantaron Ciudad Blanca, el himno de todo aquel arequipeño de pura cepa que, por causas del destino, tiene de dejar la ciudad y tiene que conformarse con volver “de vez en cuando” como lo hacía yo y en el coro central de aquella canción sentía la desgarradora despedida de mi pueblo “Adiós Ciudad Blanca, novia hecha a pincel. Adiós señor Misti que sea feliz en su luna de miel” y lloré, lloré y lloré ¡Maldita sea! ¡Cuánto lloré! Como un bebé desconsolado no podía parar de llorar, me era difícil aceptar todo y solo me quedaba resignarme mientras huía al baño para ocultar la vergüenza, pero la Claudia me detuvo a medio camino, me abrazó y volví a llorar un buen rato.
Al final no es difícil entender a los arequipeños y sí, definitivamente no se nace en vano a los pies de un volcán.
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