mayo 13, 2025

Cartas pendientes III

 Lima 31 de Agosto 2014

(Mal) Querida Di:

Como ves — he decidido escribirte — me acuerdo de ti. No sé muy bien cada cuánto pasa, ni por qué, pero pasa y simplemente vuelves a aparecer en mi memoria.

Hace frío. He robado un poco de bourbon del bar de mi papá. Este trago me acompaña, me calienta un poco, quema la garganta, me embrutece. El mundo cae sobre mí como un saco de plomo y no tiene que ser así.
Simplemente te quiero pedir perdón.

Necesito un cigarrillo. En mi escritorio — ¿Recuerdas? — hay dos cajetillas de Marlboro rojo vacías, me da angustia no tener qué fumar.

Nosotros también nos quedábamos sin cigarrillos ¿No? Sentados en cualquier lugar del mundo, ajenos a los demás, yo hablaba sin parar, como si tu opinión a tu vida no importara. Luego nos encerrábamos por horas hasta que aparecía una fiesta y era mi cuartada para desaparecerme y dejarte de lado.

No sé por qué pensamos que la masculinidad tiene algo que ver con la dominación, con las ganas de tener. Es el error de todos. Crecemos pervertidos y equivocados. Terminamos haciendo mucho daño.

En fin.

Era otros días, Di, más relajados, menos seguros, todo era nuevo y me acercaba a la belleza de lo desconocido con miedo, pero no con ese miedo que te paraliza, sino con el que siente un extraviado en cualquier parte del mundo agreste, dejando que sus propios instintos lo guíen y lo mantengan con vida.

Eso ya quedó atrás.

Es una felicidad extraña esta de recordar. Se confunde con la nostalgia. Recuerdo, por ejemplo, cuando nos conocimos. Era una fiesta en Asia, estabas ahí, bellísima como te recuerdo hasta ahora, estabas tan guapa que yo no podía dejar de mirarte. Yo estaba con unos amigos, esos que tú terminaste por llamarlos de diferentes formas “tus amigotes” “esa manada de idiotas” y otras cosas. Tú… tú estabas con todas esas chicas plásticas que te rodearon siempre y nunca me convencieron, lo siento, yo no tengo la culpa de su estupidez. Pero bueno, mi amigo, el más avezado, se acercó a tu amiga y juntamos grupos ¿Cómo olvidarte? Te paraste en medio de todos y me sacaste a bailar en el medio de todo y la historia empezaba.

No es nostalgia, Di, de eso ya no hay nada. Todo quedó atrás, junto con el dolor de tu partida a Alemania se fue, también, todo lo que mi corazón sentía por ti y me quedé triste, con el ahogo previo al llanto desconsolado, a la furia de sentirme por única vez abandonado y bajo esa niebla, igual a esta, me prometí que nunca más volvería a mover un dedo por ti.

Y aquí estoy, borrachísimo, como siempre odiabas verme, desprendiendo olor a cigarrillos y a alcohol desde el fondo de mi humanidad, colorado, con los ojos reventados. Apestando a perfume ajeno y balanceándome en mi mal equilibrio que producía las cantidades industriales de tragos que me metía celebrando cualquier tontería que justificara mis fines de semana.

Lo reconozco, estoy mal y necesito un cigarrillo.

Me siento triste, Di, muy triste para ser sincero. Me siento culpable, también. Actúo como tonto, torpe, ebrio, fumo mucho. Digo bobadas y ando con gente desconocida, gente con la que estallo mis tragos en interminables brindis y no vuelvo a saber de ellos. Les hablo de cosas que a nadie le interesa. Abrazo con mucha fuerza y recito poemas de Joaquín Sabina. Hace años que pensaba que él era importante en mi vida. Ahora sé que era un poeta más o menos bueno, un cantante con buena suerte, pero un pobre diablo en la vida. Sus compañeros — Antonio García de Diego y Panchito Varona — eran buenos músicos. Él lo dañaba todo y yo era solo un niño asustado, confundido, buscando un modelo a seguir y me sentía genial imitándolo, repitiendo sus frases y actuando como un payaso. Pero Joaquín Sabina no era más que un personaje dentro del puñado de personajes que no tardaron en revelarme su fragilidad. En sus entrevistas siempre responde lo mismo como un mantra — repite, repite, repite — y juega a seguir siendo un joven. Todo es parte de una estrategia de Marketing listo y consolidado para vender. Al fin y al cabo era un tipo más que abandonó a sus hijas, un mujeriego que se divertía haciendo sufrir a las mujeres y yo me hice adepto para ser reconocido en el círculo de machos que me rodeaban.

Hasta ahora conozco amigos que lo siguen imitando en la forma de hablar, en la pose de repetir sus mismas frasecitas, sus mismas posiciones y yo siento asco de pensar que en algún momento yo era un idiota más del grupo, con tanta falta de identidad, con miedo de no ser aceptado por mi círculo. Fito Páez dice algo así en una canción, la parodia del artista, me parece.

Pero eso no tiene nada que ver.

Yo me creía muy bacán. No fuiste mía, jamás. Eso fue lo que yo creí, como si se tratara de una mascota. Nadie es de nadie.

Nos sentimos muy maduros — yo, apoyado en mi pose — al jurarnos que nuestra relación sería estrictamente física, pero al final no fue un buen negocio ¿No? Eso quedó claro hace un buen tiempo, con el loquerío de esa noche en tu cuarto cuando te enteraste que mi vida de soltero no tenía límites, que mis amigotes — esa manada de idiotas — llamaban a sus amigas, ponían tragos en la mesa y saltábamos de fiesta en fiesta y me perdía jueves, viernes, sábado y domingo. Solo te llamaba después. Es verdad. Siempre me importó más el resto, los amigos, mis propios rollos y demonios. Mis horrores de los que andaba escapando como si fuera fácil huir de uno mismo.

Nunca te invité ni a la esquina, siempre escondidos en una habitación. A veces te veía en la calle y me hacía el loco. No pudo haber sido diferente, a esa edad no ¡Cuánta irresponsabilidad! Todo era una bomba de tiempo, yo persiguiendo mis espejismos, alucinado con la velocidad en que sucedía todo, con las ganas de comerme el mundo de un cucharón, vértigo incluido, y esa bomba estalló contigo a mi lado… lo siento. Todo fue tan rápido, todo siempre fue a mil.

Como ves, el contrato se rompió, apareció el amor, cortante entre los dos, los celos, la ira, la falta de sinceridad y se acabó todo. No voy a mentir, no fui duro, no fui rudo, supuestamente nunca quise sentir nada por ti, pero lloré después de la tarde siguiente en que me despertaste y yo estaba con una resaca más, como tantas otras que había tenido, como tantas otras que tuve después, como la que me espera hoy, y bueno, terminaste conmigo de una buena vez. Lo más sano para ti, lo mejor para mí — que no es lo mismo, no confundir — y no volví a saber de ti.]

Solo nos encontramos una vez ¿Te acuerdas? Caminando por ahí en Barranco, hace un tiempo, habías llegado de Alemania a saludar a tus papás y a veranear en Lima. Nos despedimos rápido, la chica con la que salía en ese entonces — ahora otro recuerdo, como el tuyo, pero diferente — me esperaba. Me pareciste regia, con tus ojos iluminados, las pequitas en la piel y esas piernas que me volvían loco ¡Tal cual te recordaba!

Ahora muero de frío, con las cinco de la mañana, estoy lejos de aquellos tiempos donde todo era tan nuevo, tan genial en una sola toma, en una sola imagen, no en la película completa.

Estoy hecho mierda de tanto alcohol, mi letra es un desastre, tú que siempre decías que mi letra es bonita te reirías ahora.

En fin.

Sé que ya no te importa esto, en tu versión solo soy un patán más con el que saliste y perdóname en serio, perdóname, por favor.

Acabo de encontrar un cigarrillo en mi casaca, lo fumaré mientras leo esto de nuevo y me voy a dormir.

Bueno, adiós.

Arequipa

 Tsukuru levantó la vista del libro que estaba leyendo y preguntó a Haida de qué pieza se trataba.

-Es Le mal du pays de Franz Liszt. Forma parte del libro Première Années Suisse, de los Años de peregrinación.
-¿Le mal du…?
-Le mal du pays
, en francés. Quiere decir nostalgia o melancolía por la tierra de uno.

[…]

Me ha sido inevitable pensar en Arequipa al toparme con ese fragmento del nuevo libro de Haruki Murakami que estoy leyendo.

Arequipa, Arequipa, Arequipa ¡Dueles cuando haces falta! Y de esos viajes siempre recuerdo a Claudia o, como decimos los arequipeños, la Claudia, porque siempre usamos el artículo antes del nombre y nadie pronuncia mejor que nosotros la ye y la elle marcando una definición auténtica e inconfundible.

A la Claudia me la presentaron cuando ambos teníamos catorce años y mi cabello tenía un look del que todos se reirían ahora, pero la Claudia tenía unos ojazos pardos y un lunar en la ceja que llamaba la atención. Estábamos en la fiesta de la Lucía y el Christian, estos mellizos que siempre abrían las puertas de su casa en Cayma para celebrar su cumpleaños a todo dar, la música a todo volumen, unos tragos servidos con supervisión de sus papás para brindar a cada tanto, los mismo tragos que nos robábamos a escondidas para conversar en la terraza principal y mientras hablábamos, mientras bailamos y nos reíamos mucho, me preguntaba ¿En qué momento apareció esta arequipeñita? Resulta que las arequipeñas tienen un encanto especial, no sé, no sólo son orgullosísimas como el común denominador de los arequipeños, también son retadoras, son de las chicas que, sin conocerte en el medio de una fiesta, se acercan a la mesa de tragos y te retan a tomar tres copitas de Anís Nájar, este aguardiente que primero explota en la garganta, luego en el estómago y deja un sabor a paraíso en el paladar y que, ni bien terminas las tres copitas, tienes que tomar un chopp de cerveza de un tirón, el famoso prende y apaga ¡Sólo para hombres! Dice la gente, pero a las arequipeñas no se les reta ¿Será una casualidad que Flora Tristán, la revolucionaria feminista por excelencia, tenga raíces en esta tierra? Pero las arequipeñas también son acogedoras, cariñosas y muy sencillas.

La Claudia nunca fue la excepción, y sí, me retó a tomar las tres copitas de anisado y ella lo hizo en mejor tiempo que yo, es por eso que hasta el día de hoy soy la burla de su victoria y así como su desmedida personalidad es el complemento de nuestra relación, Arequipa ha sido el clásico escenario de nuestra historia. Desde Yanahuara hasta Santa Catalina, el centro de la ciudad y sus anchas, los bares de San Francisco, las discotecas y los restaurantes con terraza del Pasaje de La Catedral donde nos sentábamos a perder la noción del tiempo en medio de un desfile de cervezas ¿Qué cerveza? ¡Arequipeña al polo, señor! Ella con sus infaltables Lucky Strike y de tanto en tanto, unos anisados, dulce para ella, seco para mí, celebrábamos con el rito tradicional de la ciudad mientras actualizábamos nuestras vidas porque sólo nos vemos una vez al año y tenemos mucho de qué hablar.

La Claudia siempre ha estado ahí, no sólo en Arequipa, sino en mi vida, nunca nos hemos visto en otra ciudad, sus estadías en Lima han sido fugaces y cuando ella partía de Cuzco, yo arribaba la ciudad dos días después. Siempre he sentido que la Claudia realmente me escucha, me presta toda su atención e, incluso, me riñe y me llama la atención con certeza, acaricia mi brazo si se pone triste y estalla de risa achinando esos ojazos pardos tan hermosos. La Claudia me ha aconsejado, se ha vuelto loca con mis decisiones y a veces me habla como a un niño cuando quiere explicarme de algo que estoy haciendo mal. Me ha sentado en la mesa de un café que ya no existe, pequeño, discreto y acogedor en Los Claustros de La Compañía a conversar seriamente sobre nuestros errores o malas experiencias, la Claudia es un ejemplo claro que Arequipa no es sus volcanes ni su bellísima y blanca arquitectura, no es su historia llena de revoluciones y terremotos, es su gente, que si bien dicen que somos arrogantes y contestatarios, también somos bonachones y querendones como el clásico Montonero Arequipeño.

Porque lo arequipeños somos así, Claudia, entre nosotros nos ayudamos, siempre somos familia, porque nos enseñan a ser buenos arequipeños antes que ser buenos peruanos, nos dicen que ser de Arequipa es un privilegio y una responsabilidad, nos obligan a aprender de cabo a rabo el himno de nuestra tierra y entonamos el himno de gloria de la blanca y heroica ciudad con el pecho inflado y las venas resaltadas por el grito y el orgullo de cantarlo a ritmo marcial. Porque nos enseñaron a celebrar una semana entera el día de Arequipa a tal punto que los veintiochos de julio quedan opacados, casi inexistentes. Porque somos de familias criollísimas, untamos el pan en el adobo acompañado de chicha de jora, nos entendemos entre nuestros arequipeñismos, este idioma popular configurado por palabras y frases hechas que tienen influencia del quechua, castellano y aimara, bautizado como la lengua del Misti en honor a nuestro volcán. Porque nos ponemos los sombreros characatos y adoramos ir a los toros, a la pelea de gallos y montamos el caballo a toda velocidad. Porque la tierra nos une, nos arraiga, nos devuelve la paz que necesitamos, la misma paz que nos entregó al nacer. Y porque somos de Yanahuara, Claudia, los de Yanahuara no nos chupamos, somos pelincos, no nos dejamos ccotimbiar y si es necesario, nos mandamos a ccaitiar con quien se refiera mal de nosotros, en Yanahuara empieza y termina el mundo. Yo mismo no sé por qué somos así, pero lo somos, tan orgullosos, llenos de amor por el terruño ¿Será que nuestra geografía define nuestro carácter? ¿Tener ese volcán nos hace más prepotentes y rebeldes? ¿Es acaso nuestra historia, revoltosa, llena de tiros, golpes, poetas, fiestas y jolgorio la que macera nuestra idiosincrasia? El pueblo de Arequipa es muy susceptible y ante cualquier injusticia el pueblo se mueve y se levanta en masas, los lonccos y los ccalas, cholos ccaruyas se ponen ccariches y chúcaros ante el que nos quiere doblegar. No hay más que hacer, solo nos queda responder a la idea de que somos de la casta de Arequipa y llevar el título nos marca para toda la vida.

Recuerdo uno de los tantos últimos días que estaba en Arequipa, como siempre, caminaba por las callejuelas angostas de Yanahuara comiendo queso helado, la Claudia me acompañaba como siempre hablando de sus cosas, yo no la escuchaba ¿Para qué mentir? Pensaba en lo difícil que resulta dejar el lugar de uno. Sorteábamos nuestro andar por La Casa Embrujada, bordeábamos la plaza para entrar por la recta de los arcos del mirador, empezando por el Callejón del Cabildo. Las frases talladas en el sillar, un material blanco producto de la solidificación del fuego de los volcanes y que, por ser el elemento principal de la arquitectura de la ciudad, Arequipa es llamada la “Ciudad Blanca”, recuerdan a los transeúntes la penitencia eterna del lugareño, son las frases mejor trabajadas de los ilustres oriundos, donde la que tiene mayor vigor y estalla es esa que dice “No se nace en vano a los pies de un volcán” y que muchos arequipeños la han adoptado en sus logos como una carta de presentación y una advertencia de con quién estás tratando en ese momento.

Esa mañana fuimos a comer a La Tradición Arequipeña con un grupo de amigos en una suerte de despedida ¡Hasta el próximo año! Y sí, un año más alejado de mi tierra. Había ahí un grupo de músicos interpretando todo el repertorio de la música popular de la Ciudad Blanca, Los Dávalos predominaban ese repertorio empezando con Gitana.

La mesa de la picantería estaba llena de platos típicos y las conversaciones eran amenas con ese dejo tan divertido, estirando las palabras y devolviéndolas a su ritmo en un concierto general de voces criollas. Me sentía cómodo, me sentía, por fin, donde pertenecía, pero no fue hasta que los músicos cantaron Ciudad Blanca, el himno de todo aquel arequipeño de pura cepa que, por causas del destino, tiene de dejar la ciudad y tiene que conformarse con volver “de vez en cuando” como lo hacía yo y en el coro central de aquella canción sentía la desgarradora despedida de mi pueblo “Adiós Ciudad Blanca, novia hecha a pincel. Adiós señor Misti que sea feliz en su luna de miel” y lloré, lloré y lloré ¡Maldita sea! ¡Cuánto lloré! Como un bebé desconsolado no podía parar de llorar, me era difícil aceptar todo y solo me quedaba resignarme mientras huía al baño para ocultar la vergüenza, pero la Claudia me detuvo a medio camino, me abrazó y volví a llorar un buen rato.

Al final no es difícil entender a los arequipeños y sí, definitivamente no se nace en vano a los pies de un volcán.

Punto de Ansiedad

 Ni soy tan seguro como aparento, ni tan fuerte como quisiera ser. El problema de ser una careta y llevar la procesión por dentro y no exteriorizar los problemas es que llega el momento en que tu psiquis colapsa ¡Boom! Y empiezan los espasmos de ansiedad que atacan sin tregua por culpa de las dudas y los miedos ¡Y los miedos están ahí! O mejor dicho ¡Están aquí! En mí, lo sé, los conozco de pies a cabeza, pero nos los verbalizo, no los manifiesto con nadie. La procesión que llevo por dentro es la expresión del instinto autodestructivo que me define, porque al fin y al cabo, si alguien te va a hacer daño (hipotéticamente si alguien quisiera hacerlo) es mejor hacerlo uno mismo, duele menos, es más controlable y fácil de sobre llevar.

Pero ¡Vamos! Llevo cinco años con la ansiedad que se ha manifestado en diferentes formas, digamos insomnio, tabaquismo, ataques de nervios y más frecuente aún, una suerte de auto canibalismo que me tiene mordisqueándome pequeños fragmentos de piel cercana a las uñas. Eso me cataloga como un “come-dedos”. He tratado de todo para amainar mi asunto con la angustia y la ansiedad, hago deporte, leo, escribo, trabajo, doy rienda suelta a mis hobbies, pero nada funciona, me como los dedos sin darme cuenta y muchas veces las heridas son demasiado obvias.

Harto de la circunstancia, después de una reunión, me encontré con César (un buen amigo que es psicólogo) en una reunión y le dije lo que me sucedía. Él me formuló cinco preguntas incómodas y le respondí con toda honestidad. La respuesta para él fue evidente y era básicamente lo que sospechaba, ataques incontrolados de ansiedad asociados a mi carácter de ser perfeccionista. “Relájate, cholo, nadie es perfecto.” Me dijo César palmeándome la espalda, pero no es tan fácil como él cree. Mi obsesión por la perfección es total. Sin voltear a ver mi librero, conozco la posición exacta de mis libros, sé en dónde se encuentra cada uno de ellos, yo mismo los he ordenado con un silogismo lógico que solo yo entiendo. No es necesario buscar en todas mis libretas algún apunte sobre un libro o película, sé exactamente dónde está cada uno porque yo mismo he diseñado un sistema para que nada importante quede traspapelado. Sé la posición de cada objeto que entra a mi bolso de trabajo, cada bolígrafo, mi agenda, mis cigarrillos y encendedor. Sé en qué bolsillo van mis llaves o el celular, simplemente el orden no se puede alterar. Pero esta manía irreparable, ridícula y hasta insensata (con todas sus vertiginosas consecuencias) es mi modus operandi. Mi ex enamorada me dijo alguna vez que soy caprichoso con este tema, que mis berrinches no tienen final hasta que no tenga todo bajo control, pero ¿Qué puedo hacer?

Existen otros mecanismos menos nocivos en mis hábitos, por ejemplo el escuchar música. Soy un melómano, soy incapaz de vivir sin música, pero no cualquier música ¡Ojo! Cada momento necesita su propia música de fondo. A las seis de la mañana, entre rabietas y malhumor, me levanto de la cama y me pongo la ropa de deporte, mientras termino de ponerme las zapatillas de correr, mi mente está en coger mi iPod y seleccionar un playlist especial donde sólo hay música para correr, esa música que me inyecta energía para poder sacar fuerzas y hacer ejercicio. Existe otro playlist variado con música para movilizarme por la ciudad en bus, caminar o leer. Otro para viajar. Y otros playlists que celosamente están guardados ya que estos, conjuntamente, son recuerdos de épocas concretas de mi existencia. Ningún playlist puede sonar en una actividad que no le corresponda, no está permitido, y si otra actividad de mi interés se está acercando, es preciso y de primera urgencia armarle un playlist bien estudiado que pueda acompañar dicha actividad. Mi mamá dice que le parece hasta enfermizo que escuche música para bañarme o ir a comprar a la esquina.

Pero en esas dimensiones no se desarrolla por completo mi problema, solo pataletas de que dejen todo en su lugar y que no me alteren mi ritmo natural.

Sin embargo, existe una dimensión donde realmente mi ansiedad, mi angustia y mis terrores, causados por la incertidumbre, dan rienda suelta a torturar a mis dedos, a despertar el insomnio y a mi hábito de fumar como energúmeno, y esta es en mi vida personal, es decir, como metódico que soy, tengo un proyecto de vida, un plan en marcha que últimamente se ha desbaratado con circunstancias que no esperaba que sucedieran “El factor sorpresa.” Dijo César y sí ¡Vaya sorpresitas! Me han dejado atónito, he roto mi ritmo, me ha dejado con la duda de lo que va a suceder y he entrado en un cuadro de miedo total. Pobre mis dedos, pobre mis pulmones, pobre mi sueño. Me siento agotado, leo y me desconcentro, ya casi no salgo a correr.

Yo no contaba con que todos estos desajustes en mi plan quinquenal se vengan de un solo golpe y siento que me quedo varado, quieto en la nada sin saber a dónde ir o qué hacer. Este error en el sistema no se arregla con un reinicio, con un Ctrl + Alt + Supr o en un acto de locura con desenchufar la máquina y dejarla descansar, esto necesita construir un nuevo plan, organizarlo, fijar fechas de vencimiento de cada movimiento y ponerlo en marcha, pero es más paralizante de lo que parece.

No pienso en ahondar en el tema, quizá lo haga luego.

César me ha dado una solución inmediata a este asunto, una receta en la que estoy confiando sin cuestionarla: ESCRIBIR, sí, rarísimo, escribir. Suena fácil, en el facto lo es, pero no se trata de escribir cualquier cosa, hay que exteriorizar que tengo miedo, exteriorizar y ver que tengo dudas y ¡Maldita sea! Es difícil decir que tengo miedo y dudas sabiendo que en estos temas soy bastante reservado y no se lo digo a nadie, pero acá va mi intento de salvar a mis dedos, mis pulmones y a mí mismo de la catástrofe.

La Balada de Gonzalo

 Hace algunos años, por estas épocas más o menos, empecé a escribir, inconscientemente, una novela.

El último sábado fui al nuevo departamento de Juan Manuel, a estrenarlo junto a unos amigos con un par de rones y una promesa de buena música el resto de la noche, No se debe de negar que me gustan las buenas compañías, los amigos con los que comparto más de un brindis, sino, también, una buena conversación y el buen gusto por la música.

Ya debió de haber amanecido cuando Juan Manuel me preguntó de qué trataba mi novela. No lo dije, pero hablar de esa novela, de ese personaje, Gonzalo, que aún me deja dudas pendientes y de ese título que me da escalofríos repetirlo en mi mente, me hace sentir ajeno a esa época en la que escribía como si no hubiera otra cosa que hacer. Pero bueno, respondí lo que pude a duras penas.

Empecé a escribirla una mañana cruda del típico invierno en el 2011, en la biblioteca de la Facultad de Humanidades y me eché cuatro capítulos en un solo golpe, escritos con una violenta excitación, en un estado de ardiente adrenalina y una ferocidad que me dejó en claro que aquella historia debía de continuar y la idea, el concepto de la historia, no me parecía tan mala: Gonzalo, un chico al que el mundo le ha fallado, la novia, el mejor amigo, la familia, entra en un caos profundo y personal que no le da otra alternativa que destruirse todas las noches para tratar de olvidar las desgracias y los recuerdos que tiene frescos en la mente. Dos personas, Diana y Violeta, el antagonismo personificado en su existencia, quieren ayudarlo. Sin embargo, una de ellas, su primer amor, le ayudará a devolverle la vida y recobrar la esperanza de una forma imprevista. Entonces empezó el vicio.

No voy a negar que la historia tiene algo de realidad, pero tampoco debo de negar que tiene mucho de ficción. La teoría vargasllosiana dice que las novelas tienen una experiencia personal como un punto de partida y luego empieza el striptease invertido.

Escribir novelas sería equivalente a lo que hace la profesional que, ante un auditorio, se despoja de sus ropas y muestra su cuerpo desnudo. El novelista ejecutaría la operación en sentido contrario. En la elaboración de la novela, iría vistiendo, disimulando bajo espesas y multicolores prendas forjadas por su imaginación aquella desnudez inicial, punto de partida del espectáculo. Este proceso es tan complejo y minucioso que, muchas veces, ni el propio autor es capaz de identificar en el producto terminado esa exuberante demostración de su capacidad para inventar personas y mundos imaginarios, aquellas imágenes agazapadas en su memoria – impuestas por la vida – que activaron su fantasía, alentaron su voluntad y lo indujeron a pergeñar aquella historia.

Cartas a un joven novelista, Mario Vargas Llosa

Terminé mi ópera prima la primavera del 2013 mirando cómo amanecía desde mi habitación, con mucha tristeza y alegría, ese sentimiento encontrado que sólo te da el finalizar una novela, el despojarte de tu propio tesoro. Y entre nostalgia, me veía empezando a escribirla, toda la odisea que fue encontrar los caminos necesarios para darle sentido concreto a mi historia y me eché a dormir destrozando por todo el trabajo que me costó finalizarla.

Hoy, un año después de haber concluido mi primer trabajo como novelista, mientras escucho Do I wanna know? de Arctic Monkeys, siento que haber escrito esa novela, es como haber cometido un crimen y siento, otra vez, los escalofríos, los nervios de punta y las insaciables ganas de regresar en el tiempo, sentarme en la biblioteca y escribir desaforadamente perdiendo la noción del tiempo y del espacio.

Supongo que es lo que sienten las mujeres después de dar a luz, una depresión, un vacío de que algo que pertenece a uno, ya no está y aunque tengo planeado escribir otra novela, “Alegrías, nunca más” se ha ido y no creo volver a estar tranquilo hasta no volver a empezar a escribir sabiendo que una historia me robará meses, quizá años y también me robará la obsesión y la obstinación que sentí el invierno del 2011.

Gustavo Cerati para mí

 A los pocos días de recibir el 2008, me fui de viaje a Cuzco con mis primos. Mi novia, que se quedaba triste y sola por un mes, me regaló un MP3 con varias canciones para que las escuche y la tenga cerca en los momentos que más nos extrañemos. Entre el interminable set list, hubo una canción que me samaqueó por completo, era la voz perfecta acompañada de una letra exquisita. Se trataba de Crimen de Gustavo Cerati. Fue la primera vez que escuché en serio algo de él.

Por cultura elemental (o popular) de música, todos debemos de conocer De música ligeraPersiana americana y Cuando pase el temblor de Soda Stereo, pero en verdad, desde 1994, Gustavo Cerati ha hecho cosas increíbles como solista. Yo no lo sabía, eso aún esperaba por mí. Es como lo que dice Xavier Velasco en La edad de la punzada, hay música que está ahí, quieta, esperando por uno y Gustavo Cerati espero hasta el verano del 2011.

Había una chica a la que quería y a la vez no, estaba atrapado entre mi incertidumbre de querer quererla o no. Como era de esperarse, habiendo ya cruzado todos los límites de la amistad y sin tenerla en una posición definida, se aburrió de mi inmadurez y se fue, se fue como tantas veces se había ido y había vuelto, pero no, no, no, no… esa vez se había ido bien. Y entre el vértigo que causan las despedidas sin despido, los finales bruscos, sin adiós, sin esperanza, sin misericordia, apareció Gustavo Cerati para salvarme.

Me parece genial la forma en cómo llega la música en diferentes momentos de la vida.

Ya había escuchado Amor amarillo por la novela Nunca confíes en mí de Renato Cisneros, pero al abrir toda la discografía de Cerati, me di con la caja de pandora, me di cuenta que podía resistir y apoyarme en la música de Gus, me di cuenta que si no olvidaba, iba a morir, me di cuenta que un adorable puente, se había creado entre Gustavo Cerati y yo. Definitivamente había escuchado todas sus canciones en completo estado de trance.

Hoy ha fallecido Gustavo Cerati después del infierno que fue su coma. Y pienso que debo de darle las gracias, pienso que quizá no fui el único al que remedió la vida con sus canciones ¿Cuántos más aprendieron que poder decir adiós es crecer? ¿Cuántos más entendieron que “¿Qué otra cosa puedo hacer?” más que una pregunta, es una respuesta?

Ahí está la discografía de Gustavo Cerati, en cualquier portal de internet, en cualquier discotienda esperando a cualquiera que desee descubrir un mundo de sonidos oníricos, de una voz llena de sensualidad acoplada a la perfección de sus finos acordes. No duden, no tengan miedo, Gustavo nunca va a decepcionar.

Recomiendo a todos los cibernautas que vean las fotos que le hizo Damián Benetucci a Gustavo Cerati en sus trabajos de estudio, en sus pruebas de sonido antes de un concierto y en los mismos conciertos. Esas fotos lo revelan todo, un artista llevado hasta el frenesí, se puede observar que él trabajaba duro en su pasión que tanto nos deleitó, la música.

La chica de cabello alborotado

 Conocí a Alejandra en el 2009 en nuestros años estrepitosos de la academia donde ella se preparaba para Comunicación Social y yo para Literatura ¡Todo un espectáculo! Entre separatas, libros, apuntes y clases, la saludé sin saber que nuestra amistad sería una de las más importantes de mi vida.

Para ese entonces, ella era una chaparrita tierna, divertida e inocente que generaba una atracción a cualquiera. La veía leer los libros de la academia, casi siempre apurada tomando apuntes y el cabello alborotado que le asienta tan bien. Frecuentemente llegaba a clases con ropa de colores y sus infaltables All Star, unos lentes de montura gruesa y otra vez con el cabello alborotado que era casi una marca registrada.

Teníamos una amiga en común que siempre me repetía lo linda que era Alejandra, así que un día nos sentamos cerca y la saludé. Era simple, sencilla y coincidimos en escritores y música también, tenía bastante sensibilidad y tenía un hambre de cultura muy intensa, era exactamente el tipo de personas con las que me gusta rodearme así que he cuidado nuestra amistad como un tesoro que no quiero perder. Hasta el día de hoy.

Cuando acabó ese año de la academia, al final fuimos a parar a lugares distintos y a hacer planes muy distintos de los que teníamos. Alejandra terminó estudiando Diseño Gráfico con una beca por la que luchó el resto de la carrera y muchas veces tuvo que trabajar y estudiar al mismo tiempo también. Luego entró a una agencia de publicidad y hoy trabaja en Vanguardia, me parece que es una agencia respetable si es que la Corporación Lindley es uno de sus clientes más importantes.

El sábado fuimos al centro de la ciudad a una exposición de Julio Ramón Ribeyro. En el camino primero entramos a la Casa O'higgins a una exposición de fotografía por la Bienal de Fotografía de Lima y luego fuimos a la Casa de la Literatura donde nos dimos cuenta que la exposición no era ese día. Así que le hice un pequeño tour por el centro histórico y luego terminamos en El Cordano donde tomamos algo mientras conversamos un largo rato. Cuando nos invadió las ganas de fumar, fuimos a sentarnos en una banqueta en la Plaza de Armas, pero al final terminamos en el Pasaje José Olaya fumando unos Lucky Strike mentolados y viendo una exposición de fotografía periodística del Perú21, en verdad nos gustó. Después de más y más conversaciones, nos trasladamos al Centro Cívico a tomar unos helados mientras nos contamos más cosas.

Entre todo lo que conversamos este sábado (amores, amigos, secretos, vocaciones, libros, películas, música y recuerdos, muchos recuerdos) llegué a una conclusión: he visto crecer a Alejandra, en verdad ha sido todo un proceso nuestra relación que hoy por hoy es una de las que más disfruto. Recuerdo cuando la veía en el invierno de la academia, en el 2009, y no es la misma, hoy es una mujer más segura, más independiente, más sólida y más dueña de sí misma. Su cabello está más corto pero igual de alborotado, da la impresión de que ha crecido más de lo que parece y creo que entendimos muy bien por qué esa noche, es por las experiencias que ha pasado (no especificaré cuáles) y de las que ha tenido que reponerse.

Pienso que a veces soy muy quejumbroso, que a veces le echo la culpa a todo el mundo por cosas por las cuales debería seguir luchando y no estar criticando desde la comodidad de mi habitación recién remodelada con cuadros de fotografías de mi novia y cuadros de colectivos de diseño. A veces debería de aprender más de la chica de cabello alborotado. Todo deberíamos, en realidad.

No puedo estar más agradecido por su amistad.

Correr me salvó la vida

 Antes siempre fui un alumno deportista, no tengo por qué empecinarme a decir que solo era el fumador del colegio, también jugaba mis pichangas, algunos pocos partidos de básquet, con mi primo Alonso nos reuníamos a jugar fútbol entre otros primos y, de forma imprescindible, las bicicletas eran para el verano. Y ya cuando entré a estudiar finanzas a ESAN, me daba mis partidas de tennis con mi primo Nicolás, seguía jugando mucho fútbol con el primo Alonso y también continuaba siendo el fumador del grupo. Es que en verdad, ya lo he aceptado, no voy a dejar de fumar y en ese tiempo, el fumar solo era un vicio que se acercaba de a pocos, pero que, sin darme cuenta, me iba venciendo con mucha fuerza.

Pasaron dos años y las cosas habían cambiado radicalmente, me había vuelto un fumador empedernido y mis fines de semana estaban entregados a las fiestas, a los bares, a las reuniones y a las tertulias que terminaban de madrugada, todo esto acompañado de dos paquetes de cigarrillos que devoraba enteros y que, incluso, en la semana iba devorando de tres a cuatro paquetes más que me acompañaban mientras caminaba, mientras leía, escribía o conversaba, prácticamente todas las actividades de mi rutina eran acompañadas por tabaco y antes de incrustar las llaves en la cerradura de la puerta de mi casa, pisaba una colilla de Lucky Strike para cerrar el día.

Cuando me hice el examen médico para el seguro contra accidentes, me sacaron placas pulmonares y el doctor se escandalizó cuando le dije que tenía dieciocho años y fumaba como chino en quiebra. Me trató de convencer con diferentes métodos que dejara de fumar porque no solo iba a tener problemas respiratorios, me advirtió que podría generar problemas cardiacos, problemas gastrointestinales, cerebrales y lo que sí me dio un poco de miedo, problemas en los genitales. Pero un poco escéptico de tanta ciencia, le dije que podría reducir la dosis, pero que iba a ser muy difícil que logre dejar de fumar. El doctor, indignado por mi altanería, me recomendó, entonces, hacer algún deporte. Di una carcajada y me fui.

A los cuatro años de haber generado este hábito de fumador (y ocho años de mi primer cigarrillo) mi cuerpo empezó a cobrar la factura. Primero era un ataque de tos que llegaba en cualquier momento, luego era la falta de aire en las madrugadas y ese horrible dolor que sentía en el los pulmones cuando tomaba la primera bocanada de aire. Pasé un mes y no dije nada a nadie por miedo, pero apenas pude, fui corriendo a la clínica y el doctor me dijo que dejara de fumar, que en verdad me estaba haciendo mal y ese día me prometí dejar de fumar hasta tener un estado físico aceptable. Pero, como dejé de fumar y no hice deporte, mi cuerpo desarrolló otros dos problemas, subí de peso en un abrir y cerrar de ojos, y empecé a padecer de ataques de ansiedad que, inconscientemente, hacía que me devore las uñas y las cutículas con los dientes. Y lo peor de todo, cuando descubrí que ya podía fumar, volví a la nicotina sin pensarlo dos veces y sumé un problema más a la lista.

El séptimo año de fumador, fue el peor. Los problemas que tenía los esquivaba yéndome de fiesta todos los días y, entre las cervezas, whiskys y demás tragos que no paraban de servirme, siempre acompañaba mis noches con un desfiladero interminable de cigarrillos. Llegó el punto donde era normal despertar con la garganta destrozada, desde ese momento (y se mantiene hasta hoy) no he vuelto a toser de la misma forma, toso como si tuviera distemper canino y los dolores pulmonares se volvieron parte de mis mañanas que los calmaba respirando con fuerza hasta que el dolor cedía y podía empezar el día. Al final de ese año, el doctor me dijo que la cosa era simple, o dejaba de fumar o me iba a dar cáncer al pulmón. Y me recomendó, obviamente, hacer ejercicio.

No debo de quitarle mérito a mi papá, él desperdició cuatro años de su vida incitándome volver al deporte o por lo menos salir a caminar para tener algo de físico, porque la verdad, las veces que volví a hacer fútbol, hacía el ridículo y ni hablar del tennis.

Una mañana no aguanté más y me puse zapatillas de deporte, short, una camiseta y salí a correr a cualquier lado. Cuando llegué a un parque, vi a un flaquito calentando y me dio un poco de risa su calamitoso cuerpecito, mi muslo era hasta cuatro veces más grueso que el suyo, pero la verdad se vio cinco minutos después, cuando yo estaba con mareos y a punto de arrojar mi estómago por la boca. Sentía que mis piernas aún podían seguir corriendo, pero mis pulmones no daban ni un segundo más, la falta de entrada de oxígeno saboteó toda mi carrera del día y volví a casa amargo o, como decimos lo arequipeños, con la nevada encima. Sentía impotencia y estaba furioso de no poder andar más de cinco minutos corriendo, así que se lo conté a mi papá (deportista militar que hasta ahora conserva su musculatura) y me dijo que no parara, que tenía que seguir saliendo hasta coger ritmo. Pero al día siguiente vino lo peor, las pantorrillas me ardían y al tratar de caminar mi cuerpo temblaba tanto, que sentía que me iba a desplomar en cualquier momento, aun así, con todo el aburrimiento y la pereza del mundo, volví a correr mis cinco minutos.

Han pasado dos años y mentiría si digo que no he dejado de correr. Pero puedo asegurar que mis temporadas de hacer deporte son las mejores, no solo he desarrollado en mí un estado de salud aceptable y un estado físico un poco más fuerte, sino que mis hábitos diarios se han organizado en función al deporte. Mi horario de trabajo, mis horas de sueño e incluso no tuve que probar una sola dieta para bajar de peso. Además, ahora juego fútbol los lunes en la noche y no hago el ridículo, correteo toda la cancha durante una hora en diferente posiciones sin sentir morir e incluso, he hecho caminatas de cuatro horas cuesta arriba con una pendiente empinada que logré hacerla con mucho esfuerzo pero con una resistencia que solo he adquirido gracias al deporte.

También me ayudó a darme ese tiempo y espacio que necesito para pensar en mis problemas personales, para ir descifrando las soluciones más salomónicas a mis desventuras diarias y a desfogar mi ira retenida porque mi hermana, Nataly, en un test psicológico me determinó que soy un violento o agresivo reprimido, pero supongo que es un nivel bajo ya que nunca he desatado mi locura, pero de todas formas, me ayuda a desfogar mis rabietas y mis malestares. A nivel macro, es la mejor solución contra el estrés.

El estado saludable predomina en mi vida de tal forma que me ha ayudado a practicar otros deportes, unos tranquilos y otros un poco más extremos, desde la natación que es un santo remedio contra el tabaco, hasta el surf que me ensanchó la espalda e hizo que desaparezca mi abultada barriga ya que la técnica del braceo genera un trabajo sistemático con los abdominales. Han sido largas temporadas y largas horas que he pasado en medio del mar conversando con amigos y buscando olas para deslizarme y sentirme parte de la naturaleza, vivir en armonía con el medio ambiente.

Para este año estoy planteando la rutina semanal perfecta que consiste en correr todas las mañanas como ya lo voy haciendo hace tiempo, jugar fútbol los lunes y correr tabla los sábados o domingos. Sin duda, va a ser toda una rutina que me contará trabajo, pero pienso hacerlo de todas formas. Con mi papá estamos planeando algo más fuerte, quizá el famoso Camino del Inca así que entrenaremos, primero, en San Jerónimo de Surco o en Rupac.

Ahora bien, el tabaquismo sigue siendo mi hábito por definición, pero ya no fumo las cantidades de antes y mi cuerpo es impermeable a sus efectos, incluso a los Marlboro rojo que sigo fumando en estos tiempos.

Hoy por hoy, cualquier persona que me dice que quiere bajar de peso, le cuento mi testimonio casi dogmático de conversión, de que el correr es un estilo de vida que hace que uno adquiera no solo una vida más saludable, sino una vida más ordenada y una energía que ayuda a mantenerte más activo en el día a día. Tampoco puedo decir que mi cuerpo luce como el de un modelo, eso nunca se logra solo corriendo, pero la estabilidad energética es suficiente para convertir este acto en una constante irreversible en la existencia de una persona. Tanta es mi devoción a correr en las mañanas que en Río de Janeiro caminaba algunas cuadras bordeando la UERJ por la Rua Francisco Xavier y la Rua Waldir Amaral para correr por la Rua Professor Eurico Rabelo, la calle aledaña al estadio Maracaná. En Sao Paulo daba vueltas corriendo la Santa Casa del barrio de Santa Cecilia (Hospital Santa Isabel). En Petrópolis corro en la laguna que está en frente del Palacio de Quitandinha. En Arequipa corro en la plaza de Yanahuara y algunas veces hago el trayecto por la Calle Cuesta del Ángel hasta el Club Internacional y en Lima, corro la Avenida Melgarejo. Todo, naturalmente, acompañado de mi iPod y toda la música que me pone a pensar en todo lo que haré en el día y en todo lo que, también, pienso escribir.

Sin duda, correr me salvó la vida.